miércoles, diciembre 06, 2006

"No son más que marionetas de un orden superior"

"No son más que marionetas de un orden superior"


El personaje y su representación.

La noción de identidad se sitúa en el centro de la preocupación de ‘Yo soy la Juani’, de Bigas Luna Bigas lanza una proclama contra una cierta tendencia del cine español entendido como costumbrismo

CARLOS LOSILLA
Culturas La Vanguardia Miércoles, 29 noviembre 2006


¿Dónde está ese alguien que proclama orgullosamente Yo soy la Juani? ¿Desde qué lugar lo hace? ¿Desde qué registro narrativo se otorga a sí mismo ese nombre? La última película de Bigas Luna se plantea activamente este y otros problemas relativos a la noción de identidad, y lo hace tanto en el interior del personaje como en el de la propia ficción. A diferencia de lo que pudiera hacer pensar el título, su estatuto no se enmarca en el realismo, sino todo lo contrario: Yo soy la Juani es una proclama contra una cierta tendencia del cine español, aquella que sitúa el costumbrismo meramente imitativo e impostado en el centro de sus intenciones, aquella que pretende identificar naturalismo y crónica social a través de una intersección entre el sainete y el melodrama, desde Fernando León de Aranoa hasta una gran parte de los jóvenes realizadores.

Y para encontrarse con esa reflexión exige el pago de un peaje, la entrega sin condiciones a un universo mental en el que todo se ha vuelto del revés y la intención testimonial se ha travestido en vertiginoso itinerario por un determinado paisaje onírico. En otras palabras, Yo soy la Juani no puede ser el reflejo de ninguna realidad porque, en el fondo, ocurre enteramente en la cabeza de su protagonista.

Desde Tatuaje (1976) y Bilbao (1978), Bigas Luna ha dejado claro que no le interesa tanto elmundo comosu representación. Sus películas querrían obedecer más a las reglas del arte conceptual que a las del cine narrativo. Y por culpa de esa tensión aún irresuelta aparecen en ellas tantos cortocircuitos, tantos actos fallidos.

En Yo soy la Juani, en cambio, se sitúa definitivamente al otro lado del espejo y articula una topografía cuyos habitantes creen estar dando forma a su propia vida cuando no son más que marionetas de un orden superior que dicta desde la moral hasta la estética pasando por el lenguaje.

La propia Juani es una chica que podría vivir en el extrarradio de cualquier gran ciudad. Sueña con ser actriz mientras trabaja como cajera en un supermercado, tiene un novio que la engaña y una amiga del alma, y se mueve como pez en el agua entre los espejismos tecnológicos del tardocapitalismo. Por eso la película se presenta como un hipertexto
hecho deSMS en sobreimpresión, música canalla, escenas vistas como ideojuegos
y/o videoclips, montaje sincopado y un tipo de discurso oral entre la interjección
y el mimetismo de los seriales y las canciones de moda.


Es una reproducción mecánica de todo lo que ocupa la cabeza de la protagonista, sin intervención ni intenciones moralistas, pues aquí no hay descensos a los infiernos de la mala vida, ni mucho menos la tentación de la delincuencia. La mirada de Bigas se convierte en la de la Juani, como hacía con el psicópata de Bilbao, y nos obliga a observarlo todo con sus ojos.

El problema surge cuando hay que diferenciar al autor de su creación. ¿Cómo encontrar a Bigas entre los recovecos de la mente de Juani? Y es ahí donde el cineasta juega a fondo sus cartas, fabricando un curioso artefacto que se pretende que hable por sí mismo, aunque eso no siempre sea posible.

Por un lado, Juani organiza su vida según sus propios mitos, desde las letras de las rumbas o el hip hop hasta los reality shows. Es decir, primero describe la monotonía de su existencia para luego delinear su sueño, que se materializa en un viaje a Madrid en busca de fama y fortuna.

Por otra parte, esa cesión del punto de vista por parte de Bigas no impide que su habitual fascinación por los cuerpos, desde el femenino de Las edades de Lulú al masculino de Jamón jamón, se reconviertauna vezmásen autocomplacencia fetichista hecha de tatuajes, piercings, medias de malla, tangas, pechos postizos...

Es difícil descubrir la frontera entre el Bigas que se entrega a su ficción y el que la observa impúdica e infructuosamente con ojillos maliciosos. Y en ese punto peligran sus perversas intenciones: su reafirmación como autor a partir del difuminado de sus propias huellas. Por decirlo de otra manera, quien dice Yo soy la Juani no es la Juani, sino la película como objeto material, pues ella es la que emite todos los signos, las escrituras, las voces.

El sujeto post-moderno, post-capitalista y post-suburbial ha dejado de ser el mismo para convertirse en la página web de un modo de vida, de unos rituales que lo sobrepasan y lo anulan.

Y la psicología individual queda desplazada simplemente porque en determinados medios sociales ha dejado de existir.

¿Cómo es posible continuar con el relato decimonónico que proponen las nuevas superproducciones españolas –sean Los Borgia o Salvador– empeñadas en competir
en el mercado de la carnaza europeísta? ¿Por qué no certificar la muerte del autor en el interior de ese cine enquistado que nos rodea? ¿Por qué no dejar a todas las juanis de este país que muestren las costuras de su falsa historia?

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