lunes, enero 07, 2013

Crisis y masculinidad (I). El padre ausente.

(Primer borrador)

Me pregunto cómo afectará la severa crisis que estamos viviendo a la articulación futura de las identidades masculinas, porque ninguna crisis precedente se ha saldado sin dejar huellas profundas en la forma entender y ejercer la masculinidad. Es curioso observar la relación entre la crisis económica de 1873 -la primera gran crisis global del capitalismo contemporáneo- y la proliferación posterior de obras que dan fe de una quiebra en las formas vigentes de concebir la masculinidad y, de una manera muy particular, la paternidad. Aunque fue un fenómeno en general negado u orillado por la mayoría de sus contemporáneos, pronto empezaron a multiplicarse los testimonios y análisis de mentes lúcidas que lo identificaron con nitidez[1], y que se mostraron especialmente inquietos por sus efectos disolventes y subversivos –Sigmund Freud entre otros-, proponiendo medidas y  estrategias compensadoras que paliasen sus efectos. Pero también no faltaron quienes dieron la bienvenida a esa crisis de la masculinidad, que a su juicio constituía una  fase más de un proceso irreversible, que no sólo era absurdo combatir, sino que debía alentarse.

Ya antes de 1873 se había escrito bastante sobre el tema. Precisamente ese año, además de ser el del inicio de una grave crisis bursátil con epicentro en Viena –un lugar donde poco después se formulará un diagnóstico especialmente clarividente de la crisis de la masculinidad[2]-,  fue el de la muerte del gran economista John Stuart Mill quien ya en 1861 terminó el borrador de La sujeción de la mujer, una obra que desde su publicación se convertiría en la principal fuente nutricia y ariete teórico de la causa feminista. Por cierto, conviene recordar que uno de los fundadores de la economía clásica fue también uno de los principales teorizadores y promotores del feminismo, porque la congruencia entre ambas perspectivas nos remite a un macroproceso de largo alcance que conviene no perder de vista[3]

En la La sujeción de la mujer, Stuart Mill no sólo realiza una rigurosa e irreprochable reivindicación de la igualdad jurídica de las mujeres sino que apunta más lejos, hacia una democratización de la institución familiar, que la convierta en “una escuela de simpatía en la igualdad, de vida en común en el amor, en que no esté todo el poder de un lado y toda la obediencia de otro” que traslade al ámbito de los sentimiento íntimos familiares de la familia los progresos que se estaban produciendo en el restringido espacio de la política de los países libres. Un programa horizontalizador[4] y revolucionario, que contra todo pronóstico, y de la mano no sólo del feminismo sino de aliados entonces inimaginables (como la psicología, el cine, la publicidad, las nuevas tecnologías) se ha venido desplegando finalmente con un vigor pasmoso, aunque no exento de desconcertantes eclipses y contratiempos. Eva Illouz[5] ha captado la evolución de esta deriva en la que el anhelo de igualdad y libertad se mezclan con el despliegue del capitalismo y alcanza el núcleo de las emociones íntimas, hasta convertirlo también en objeto de permanente escrutinio, evaluación y estudio de rentabilidad en términos de coste-beneficio.

Pero volvamos al tronco de nuestras reflexiones. Uno de los impactos desvertebradores que había tenido el despliegue de la industrialización en la Europa de mediados del siglo XIX fue la demanda creciente de mano de obra femenina. El urbanista Ildefonso Cerdá ya en 1856 se quejaba de los efectos desestabilizadores que este fenómeno estaba teniendo en las antiguas jerarquías sociales y laborales de las clases trabajadoras y para corregirlos propuso restaurar las diferencias salariales en función del género y la edad en los distintos oficios barceloneses[6]. Propuestas semejantes se multiplicaron por todo el occidente industrializado y el resultado final fue la consagración del salario familiar masculino y la exclusión de la mujer del trabajo fabril, respondiendo así a una reivindicación de la mismísima II Internacional (1889), que se adoptó por amplio consenso, aunque no sin discusión[7]. El episodio se ha presentado por la historiografía feminista como un pacto entre varones obreros y varones patronos, sellado en un momento en el que se concedió el sufragio universal masculino y la Internacional Socialista fue aceptada como interlocutora política. En estas circunstancias, el salario familiar masculino permitió blindar a los obreros sus privilegios en el núcleo familiar y a los patronos les garantizó la reproducción de la fuerza de trabajo, algo que no siempre garantizaban las penosas condiciones de vida que se padecían en muchos hogares.     
 
La etapa que siguió a la crisis del 1873 se saldó, por tanto, con un reforzamiento de los roles masculinos tradicionales aunque, la operación no dejó de resultar forzada y artificiosa porque para conseguirlo, se enfatizaron símbolos y valores prestados de un imaginario mundo guerrero y arcaizante que encontraba cada vez peor acomodo en unas sociedades urbanas, cada vez más anodinas y pequeñoburguesas. El "trabajo en fábricas, haciendo tareas mecánicas y repetitivas, o en la monotonía de la administración", no les permite a los hombres demostrar esas  cualidades supuestamente tradicionales con que se alimenta el imaginario social. "Ya no se necesita ni fuerza, ni iniciativa, ni imaginación para ganarse la vida"[8]. Elizabeth Badinter, estudiando este período cita a Barres que se burla "de esos funcionarios semimachos que sólo aspiran a la seguridad como las mujeres, y los compara con aquellos que, en otro tiempo, vivían con el fusil en la mano, en un cuerpo a cuerpo viril con la naturaleza[9].

Pero, a pesar de estas disfunciones, no se puede negar que es ahora cuando se corrige la imagen de inestabilidad asociada a las relaciones familiares de los obreros y se logra consagrar el ideal de la familia obrera honrada, en la que el rol masculino y el femenino están perfectamente definidos y se complementan armoniosamente. El hombre, además de proveer de recursos a la familia, como trabajador responsable constituye un ejemplo y referencia moral para sus hijos, ejerciendo su autoridad sobre ellos, mientras la mujer actúa como esposa sumisa y hacendosa y madre amorosa (el ángel del hogar).  Según Philip Donzelot en su obra La policía de las familias (1990) no se hizo sino reformular un modelo cuyos antecedentes hundían sus raíces en la antigua organización patriarcal romana, después adoptado por la Iglesia (La perfecta casada -1584- de Fray Luis de León es un buen testimonio de ello) aunque con un éxito más modesto de lo que pudiera pensarse (en 1988 Philippe Aries en un análisis de registros parroquiales, constató tasas de ilegitimidad superiores al 25%, y algo semejante se deriva de un estudio sobre la Inclusa de Madrid en el siglo XVIII (Sherwood, 1988)[10], y después secularizado en "el Código Napoleónico y que desde venía desplegando a otra escala la familia burguesa. Ahora desde el Estado y las iglesias cristianas se reforzará también en el ámbito obrero ese antiguo modelo de familia patriarcal, fundada en la complementariedad (luego diferencia) entre marido y mujer y en la que sólo los varones tienen derecho a hablar. Por eso el varón, cabeza de familia, ostenta la representación de ésta frente al Estado (sufragio, pago de impuestos, censo…) y del Estado en el interior de la familia (derecho al ejercicio legítimo de la violencia)."[11]

 
Carlos Reyero en Apariencia e identidad masculina  (Cátedra, Madrid, 1999) ha documentado muy bien cómo el arte que proveyó con abundantes referencias gráficas  el nuevo imaginario colectivo. La obra En huelga (1891) de Hubert von Herkomer trasmite muy bien el aliento y la urdimbre de la nueva familia obrera honrada.













Es un modelo que a otra escala las familias burguesas ya venían encarnando desde los orígenes del capitalismo, con un largo recorrido a sus espaldas cuando el Código Napoleónico lo consagró y que a finales del s. XIX ya ofrecía signos inequívocos de de desgaste.    

 

Familia burguesa, Pietro Longhi, 1752





Felicitación navideña de 1850.






 






Un excelente arquetipo de su arquitectura interna y de su evolución nos lo ofrece la novela Los Buddenbrook(1900), en la que  Thomas Mann se permite describir cómo el proceso de disolución de una saga de mercaderes -aparentemente muy sólida-  está asociada a la progresiva degradación
de los ideales de la masculinidad tradicional encarnados por sus primeros representantes y que las generaciones posteriores no serán capaces de mantener, porque se verán arrastradas por las inercias que el propio capitalismo fatalmente favorece.  La tentación de la vida muelle y de los refugios escapistas de la subjetividad a través de un arte y de una cultura marcada por la desestabilización y desencanto[12] -propios de una época de cambio acelerado- se convertirán en una trampa insalvable para sus últimos representantes.  Cómo señala Fernando Bayón el fenómeno se puede seguir muy bien a través de la literatura de finales del siglo XIX y principios del s. XX [13].  Hay un revelador episodio de la novela que refleja muy bien la dislocación de los valores que el capitalismo está produciendo, como ha comentado Josetxo Beriain. La princesa de esta saga mercantil, Tony Buddenbrook siempre había detestado a su marido,  pero sólo encuentra la determinación para divorciarse de él cuando descubre que está arruinado, hecho que a los ojos de todos es vivido como la máxima vergüenza y deshonor.
Sin embargo, pese a sus insuficiencias, lo cierto es que el "modelo de las esferas separadas" salió reforzado de la crisis.  Por eso, cuando a principios del s. XX, Georg Simmel intente realizar una primera aproximación sociológica al mundo femenino  en La cultura de la feminidad utilizará el término extranjerización para describir el sentimiento que experimentan las mujeres al no ser tenidas en cuenta en el diseño de las leyes y de las reglas sociales concebidas por y para los hombres. Según el modelo de las esferas separadas hombres y mujeres ocupan esferas de la vida distintas, mutuamente excluyentes y no intercambiables. Como señala Josetxo Breiain se caracteriza básicamente por la definición de ámbitos excluyentes que provocan una dramática escisión entre la cultura objetivada, establecida, de patrón únicamente masculino  y una cultura de matriz femenina que se despliega en el ámbito de la subjetividad  y constituye la contraparte de la masculina. Esta escisión según el modelo de las esferas separadas se manifiesta en:

"— La dicotomía mercado/hogar. Este modelo reserva todo lo no doméstico, la producción económica, al hombre. Idealmente, la mujer fue incluso exonerada de toda la producción doméstica, con excepción del cuidado de la prole y la vigilancia de los asuntos domésticos.

— La dicotomía público/privado. Esto significa que el hombre y la mujer,miembros de la familia, están separados durante el trabajo. Los hombres van a los centros de trabajo y de actividad cívica, los niños/as van a la escuela y las mujeres permanecen en casa.

— La dicotomía producción/consumo. El hogar, el lugar de la mujer, era el locus del consumo. Esta especialización de la mujer surge como consecuencia de la separación entre economía doméstica y la empresa, apuntada por Max Weber.

— El dualismo ético. Este modelo impuso una ética de la caridad, de la castidad y del sacrificio a la mujer frente a los valores del logro y el heroísmo afincados en la cultura masculina."[14]

Simmel, con gran lucidez, rechazó esta simplificación opresiva que a su juicio tampoco  las propuestas del feminismo liberal (como el inspirado por Stuart Mill) o socialista  (dominado por "el afán mecanicista de igualación"),  porque sus revindicación de libertad o igualdad en realidad no superaban esta escisión. En su lugar sugirió algo más sutil: superar la carga alienante de estas escisiones e instrumentalizaciones y apuntar a la creación de valores objetivamente nuevos, a una nueva relación entre lo objetivo y subjetivo en la cultura[15], "la nueva síntesis: una cultura objetiva que esté enriquecida con el matiz de lo femenino"[16].   Pero lamentablemente y a pesar de su perspicacia, la posición de condescendencia masculina desde la que Simmel realiza sus formulaciones, su contención y sus ambigüedades[17] le restaron potencial transformador a su propuesta, limitada básicamente a explorar los perjuicios para las mujeres de esta escisión discriminadora. Con todo, ello no fue óbice para que autoras feministas como la psicoanalista Karen Horney encontrarán en él una fuente de inspiración para denunciar que los problemas de las mujeres no podían abordarse desde las categorías y la visión masculina como hacía el psicoanálisis oficial, y desde entonces ha sido una sido una fuente de inspiración para las diversas corrientes feministas posteriores.

Lo que Georg Simmel no se planteó es cómo este esquema opresor empobreció también la vida de los hombres, encorsetados en un rol mutilador que le reducía a la figura de proveedores ausentes y les extranjerizaba en el ámbito íntimo. La historia del siglo XX es en en buena medida la historia de este desgarro que hasta ahora sigue todavía gravitando sobre nosotros. Como el propio Simmel había descrito ya, desde que se había iniciado el oscurecimiento de la idea de Dios como ser unitario trascendental en quien se resolvían todas las contradicciones y la vida terrena encontraba significado en su su unión con Él, la cultura había agudizado su carácter instrumental, en una búsqueda y producción incesante de experiencias y artefactos que lo suplan sin llegar conseguirlo nunca[18]. Al consagrarse definitivamente la separación de los dos ámbitos, esa cultura mutilante y mutilada,  abocada a una enajenante e imposible producción del cielo en la tierra, se convertirá singularmente para los hombres en una "jaula de hierro" (Weber [19]) especialmente estresante: un campo de trabajo y de actividades públicas, diseñado en función de las exigencias del mercado y de la producción y "vigorizado" por los valores del logro y de la lucha abnegada y heroica.  La modernidad y el desarrollo del capitalismo estaban convergiendo en el diseño de un marco vital pobre y opresor que más tarde acabará estallando (años 60), sin que ni los hombres hayan encontrado todavía otros  alternativos que les permitan canalizar satisfactoriamente sus vidas. La obra de las grandes cumbres literarias de inicios del siglo XX como Thomas Mann, Proust, Kafka[20], Pessoa, Musil o Joyce también es en buena medida un primer adelanto de ese malestar[21].

Siguiendo la estela de Freud, en su artículo de 1938 sobre «La Familia» incluido en el volumen VII de la Encyclopédie Francaise sobre «La vie mentale de l´enfance á la víeillesse», Jacques Lacan se hizo eco de la “declinación de la imago paterna”[22] y, más tarde, acabó convirtiendo la paternidad en uno de los núcleos centrales de su obra, asociada a la función de separar al niño del orden natural encarnado por la madre e incorporarlo al orden cultural (la ley, el orden simbólico y la palabra), señalando que su precariedad simbólica expone a los hijos a trastornos psicológicos, como psicosis y psicopatías diversas. Fue entonces cuando Lacan comenzó a hablar de infancia generalizada y André Malraux sentenció: "Ya no existen las personas grandes, los adultos"[23]. Con el tiempo, sus seguidores al constatar  cómo la función simbólica paterna -asumible por muy diversas instancias según Lacan- era representada cada vez de manera más borrosa por el padre real[24] han llegado a postular su asunción por un sinnúmero de sustitutos[25], tanto masculinos como femeninos y de nominaciones al margen del sexo que incluyan –¡cómo no!- la figura del psicoterapeuta, explícitamente propuesta como una alternativa saludable en tiempos convulsos como los actuales. Pero, en cualquier caso, han subrayado que la ausencia de la palabra paterna es una carencia que la actividad imaginativa inconsciente del niño no puede dejar de intentar reparar[26]. Una perspectiva que quizás nos permita entender mejor el éxito periódicamente reiterado de ficciones como El Señor de los Anillos, El Hobbit o Juego de tronos –por citar algunas muy recientes-, en las que se pugna por introducir orden y sentido en un mundo pulsional y caótico[27]. También desde esta clave podría interpretarse el éxito de la película Rey León (1994). En el artículo “Dos modos de ser padres: Mufasa y Scar” (2012), en el que defiende la idea de que hoy la función paterna se ha definir  por su presencia, su autor, el psicólogo Alejandro Barbieri, comenta:   
Cuando nace Simba, el futuro Rey, Rafiki (el profeta, shaman, o psicólogo del reino), lo levanta en alto y lo presenta al pueblo. Ese gesto, es un gesto masculino por excelencia, se lo conoce como el “gesto de Héctor”. El personaje de la Ilíada de Homero, el personaje que en el canto VI eleva al niño y ruega a Zeus que el niño sea más fuerte que el padre. …En este requisito jurídico queda claro que el hijo es una voluntad, un programa, una intención y no simplemente un hecho natural.  …Podríamos decir que “todos somos hijos adoptivos”… Todos somos hijos adoptivos porque la adopción sería un acto de amor, espiritual si se quiere, de aceptar, amar y guiar a tus hijos biológicos o no. …el padre se hace padre en los hechos concretos, en la presencia amorosa pero fuerte como Mufasa que guía a Simba y le dice lo que está bien y lo que está mal, lo que se debe y lo que no se debe hacer.

El rol de la figura paterna es el control del mundo impulsivo del niño. Ayuda a que el hijo o hija, pueda organizar su mundo impulsivo. En otra escena de la película, Mufasa le dice a Simba “ser rey es más que hacer lo que a uno le da la gana”… Ahí lo está educando en el manejo de sus instintos. El ser humano tiene instintos pero no es poseído por ellos, el animal no puede salir de su mundo biológico, pero el ser humano puede elegir y “educar sus instintos”.
A falta de figura paterna, desvalorización social del rol, si se suma que la madre no le da lugar al padre, no lo deja entrar, entonces el límite no llegará al niño. Esta función normativa es una función necesaria y clave para que el niño “entre en su mundo” o tome su lugar ” en el circulo de la vida” como Simba[28].
Por cierto, en las publicaciones actuales de inspiración lacaniana, es frecuente la denuncia de muchos diagnósticos de déficit de atención con hiperactividad (TDAH) -un clásico de nuestros días- que sepultan el problema de la impulsividad infantil descontrolada con tratamientos farmacológicos y eluden la que consideran verdadera causa del problema: la ausencia del padre[29]. Y, otro dato, el TDAH se presenta casi siempre en varones; en las niñas predomina el TDA sin hiperactividad.[30]

En cualquier caso, es evidente el peso determinante que ha tenido el empobrecimiento de la figura paterna como polaridad vertebradora de los jóvenes y como configurador de las nuevas masculinidades que se han sucedido desde finales de s. XIX hasta hoy. Las primeras formulaciones de un discurso con pretensiones cientifistas sobre la masculinidad "degenerada" se pueden encontrar en numerosos fisiólogos y médicos higienistas finiseculares,  que denunciaron una epidemia de impotencia física y psíquica asociada a la extensión del alcoholismo o de la prostitución; que convirtieron la masturbación y la homosexualidad en tabúes absolutos; y que contribuyeron a fomentar la aversión a las figuras del cobarde, del impotente y del sodomita.


Ya, desde entonces, y de la mano del modelo de las esferas separadas, puede rastrearse un impulso compensador basado en la espectacularización de la anatomía, de la fuerza física y de la disposición masculina al combate, así como de los sesgos psíquicos asociados (fortaleza, resistencia, espíritu de combate, dureza, arrojo, etc.). Alain Corbin ha hablado de "virilidad majestuosa" para describir esta masculinidad sobreactuada en la que los déficits afectivos se intentan reparar en los nuevos espacios de sociabilidad específicamente masculinos: el cuartel, la fábrica o el café, lugares en los que "el varón musculoso se pavoneaba contando sus hazañas, tanto guerreras como sexuales"[31] y se practicaba una "virilidad fusional" que hoy todavía es reconocible entre los seguidores de los equipos de futbol que se congregan alrededor de los estadios  … Por cierto, el deporte, convertido en nueva religión estetizada y secularizada del "más todavía"[32], también fue decisivo en el desarrollo de este ideal viril luchador y competitivo, sobre todo a partir de los Juegos Olímpicos, restaurados por el barón  Pierre de Coubertin (Atenas, 1896)[33].


El cazador, el explorador, el héroe deportivo o militar eran figuras aclamadas. Los aristócratas y los nobles celebraban esas "misas" en clubes para caballeros. En el pensionado o el colegio, el jovencito era obligado a endurecerse y demostrar su naciente virilidad. En un contexto de guerras coloniales, la conscripción obligatoria y hasta la creación de batallones escolares exaltaban una virilidad asociada al culto del héroe y de la victoria.



Sin embargo, esa masculinidad huérfana y descompensada no tardó en tener efectos monstruosos y  condujo a la muerte. Aunque el optimista poema "If"[34] de Rudyard Kipling (1865-1936) ofrecía una enfática versión amble y modulada de esa masculinidad y hacía pensar en un virtuoso triunfo virtuoso del hombre occidental sobre todos los pueblos, dos guerras mundiales dieron la medida  de hasta dónde podía llevar la exaltación del modelo viril enérgico y autoritario. La 1ª Guerra Mundial no bastó para desprestigiar por completo ese modelo de virilidad, aunque sí contribuyó a deslucir la figura del militar-viril, como también los hizo la Crisis del 29 con la figura del trabajador fuerte y abnegado. Se produjo entonces en los fascismos una última y aún  más exacerbada reformulación de la virilidad  sobreactuada. Mussolini y Hitler radicalizaron la doctrina de las esferas separadas (en 1934 , Hitler dijo ante los miembros de la Organización de Mujeres Nacional Socialistas: "El mundo de la mujer se limita a su marido, su familia, sus hijos y su hogar"[35]) y convirtieron al hombre en un absoluto caricaturesco pero muy mortífero, presentado como fuente de todo valor moral y encarnación de la esencia del fenómeno fascista.




Tales representaciones entraron definitivamente en crisis tras la 2ª Guerra Mundial y, sobre todo, a partir de los años 1960-1970[36], con la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral y la plena igualdad jurídica, así como con la extensión del uso de la píldora anticonceptiva, el declive de la familia tradicional y el individualismo de derechos del mercado de la postmodernidad. La desaparición del modelo de esferas separadas comportó el golpe definitivo a todo resto de poder masculino sobreactuado, cada vez más acosado por una legislación  feminista, proclive con frecuencia a matar las moscas a cañonazos. Con ironía comenta Slavoj Zizek cómo todavía hoy se persigue y denuncia con ahínco un poder patriarcal ya hace mucho tiempo desaparecido… "¿Qué queda de los valores familiares del patriarcado cuando un niño puede demandar a sus padres por abandono y abuso, o cuando la familia y la propia paternidad son 'de iure' reducidas a contratos temporales y disolubles entre individuos independientes?". [37]

El problema más grave es que en esta etapa final del eclipse del hombre, abordada en multitud de ensayos sobre el ocaso del poder masculino, la crisis de la autoridad paterna y de las demás figuras de autoridad (educación, política, etc.), raramente se ha intentado reformular una virilidad  positiva que identifique y recupere esos elementos de la masculinidad sacrificados a lo largo de este periplo y de los que no nos conviene prescindir.
 
Llegados a este punto me parece pertinente traer aquí a colación al denostado Robert Bly que, en su obra Iron John (1990), criticó la fractura que alejó a la figura del padre del ámbito íntimo del hogar, desproveyó a hijos e hijas de las referencias simbólicas masculinas al tiempo que vació la figura paterna de su función primordial, caracterizada idealmente por proporcionar seguridad y física y psíquica con su fortaleza amorosa y actuar como una poderosa energía vertebradora desde el coraje, la alegría, la creatividad, el equilibrio y la serenidad[38]. Bly simplifica enormemente los procesos históricos que describe, pero pone el dedo en la llaga cuando apela a unos espacios domésticos de convivencia en cuya urdimbre estaban constantemente presentes las figuras de referencia masculinas y que con  la Revolución Industrial quedaron huérfanos de su presencia permeadora:

Cuando un padre, ausente durante el día, regresa a casa a las seis de la tarde, sus hijos reciben su temperamento, y no sus enseñanzas... Lo que el padre trae a casa en nuestros días es, por lo general, malhumor, producto de la impotencia y la desesperanza mezcladas con la vergüenza y la insensibilidad propias de aquellos que odian su trabajo. En otros tiempos, los padres podían romper el círculo vicioso de sus inadecuados temperamentos enseñando a trenzar cuerdas, a pescar, a cavar agujeros para instalar postes, a deshebrar, a tocar el tambor, a cuidar animales o inclusive a cantar y a contar historias...

…En nuestro tiempo, cuando el padre aparece como objeto de ridículo, …o como un buen candidato a la sospecha, …o como un tonto con mal genio, …o como un pobre ser indeciso,… el hijo tiene un problema. ¿Cómo imagina su propia vida como hombre?

Incluso investiadores tan poco sospehosos como los promotores de los Men's Studies Robert W. Connell[39] y Michael Kaufman[40] reconocieron lo ajustado de su contribución.

Pero,  Connell,  Kaufman y en el Movimiento de las Nuevas Paternidades (vinculado a los Men’s Studies) preferieron seguir la estela del psicoanálisis feminista que concentró en la expresión “masculinidad hegemónica” todas las actitudes y conductas negativas propias de unos  hombres escindidos y desequilibrados que se han enajenado de la vida doméstica para centrase sólo en la esfera laboral y pública (agresividad, violencia, afán de dominio, hiperactividad, competitividad,  insensibilidad, sobrevaloración de la racionalidad, autodesconocimiento emocional, desorientación y reacciones defensivas ante el cada vez mayor protagonismo femenino, sexo como afirmación y compensación, micromachismos[41], etc.[42]) y ha presentado injustamente esta visión parcial y reduccionista como la única construcción cultural formulada hasta la fecha.  Y, por eso, cuando constataron “la ausencia de los hombres en la mayor parte de las tareas de alimentación y crianza de los hijos”, lo atribuyeron a esa “masculinidad hegemónica” que “se basa en la distancia, la separación” y que opone “el hecho de ser hombre” “al sentido de unidad y fusión típico de las primeras relaciones entre madre e hijo."[43] Y, por esos mismos motivos, yerran al proponer una paternidad maternalizada que convierta a los hombres en un sucedáneo de las mamás.

Lamentablemente, el Movimiento de las Nuevas Paternidades acertó al señalar como problema la pérdida de relevancia de la figura del padre en el hogar, pero no sus causas –más lúcidamente formuladas por de Bly, Moore y Gillet y el movimiento mitopético[44]-,  ni sus soluciones, que todavía requieren mucha reflexión y creatividad, y que no tendrán éxito si eluden las raíces del problema con propuestas reactivas inofensivas, como ocurre con los campamentos espartanos mitopoéticos[45]  y su anacrónica recreación de pasados irrecuperables;  o con los vacuos intentos terapéuticos de improvisar referentes arquetípicos de urgencia y al gusto del consumidor  en grupos y talleres de hombres. 

No nos engañemos, si de verdad queremos encarar el problema, tenemos que hacer frente a las dinámicas disolventes de la globalización capitalista o al capitalismo mismo, que primero en Occidente y después en el resto del mundo ha ido destruyendo todos los valores y las figuras de autoridad de la cultura tradicional[46] a lo largo de las dos últimas centurias. La instauración de las esferas separadas, en su momento, pareció ralentizar ese proceso y dar un respiro, pero no detuvo su expansión imparable y la inercia individualizadora del capitalismo no ha dejado de corroer y arrasar todos los vínculos jerárquicos para convertirnos en neutros productores y consumidores individuales. Como ya se ha señalado, el feminismo (así como sus epígonos en versión masculina[47]) y la nueva cultura terapeútica de la autoayuda pueden contemplarse, de hecho, como jalones de ese proceso descrito por Eva Illouz, en Intimidades congeladas (2006) y La salvación del alma moderna. Terapia emociones y la cultura de la autoayuda (2010), obra esta última en la que la autora también descubre con gran lucidez cómo ambos fenómenos se han retroalimentado en la gestación de un individuo problematizador y autoproblematizado[48], que ha trasladado al ámbito íntimo la incertidumbre de la lógica mercantil del coste-beneficio[49].

Uno de los últimos jalones del proceso lo constituyen las nuevas tecnologías, que asumen a la perfección la lógica del capitalismo y aceleran e intensifican extraordinariamente sus efectos disolventes, contribuyendo a crear en los individuos cada vez más fragmentación, dispersión y falta de consistencia, hasta el punto de hablarse de "un proceso acelerado de disolución de las identidades en la red", fenómeno descrito por Kevin Warwick, catedrático de Cibernética de la Universidad de Reading, quien afirma: "nuestro futuro en red no tiene protagonistas: la red diluye identidades, y eso Hollywood no sabe reflejarlo, porque sin protagonistas no hay taquilla. Pero nuestro destino cierto no es la identidad y la acción, sino la red y su conexión."[50]  Y, a la espera de ese desolador final de trayecto, Byung-Chul Han nos señala habla de una sociedad en la que predominan cada vez más los individuos hiperactivo e hiperneuróticos, cuya progresiva pérdida de creencias favorece su nerviosismo e intranquilidad.

La crisis de la figura paterna se inscribe, por tanto, en el marco de una mutación cultural fuera de todo control y de la que sólo estamos recogiendo señales negativas. La privación de este referente simbólico -y de los aprendizajes asociados- se ha producido sin que nuestros cerebros hayan desarrollado recursos para suplirlo. Y, por ello, Peter Sloterdijk ha decidido dedicar su último libro Haz lo que debas (Pre-textos, 2012) a la necesidad de recuperar referencias verticalizadoras que justifiquen los ejercicios de autosuperación y construcción personal (ascesis, disciplina y otras prácticas, tanto físicas como mentales, del hombre sobre sí mismo) que los seres humanos han realizado tradicionalmente para fortalecerse y superar su estado de indigencia. Y, en la misma línea, Tony Anatrella habla explícitamente de recuperar "el sentido del padre"[51], porque es el que nos permite acceder al mundo simbólico y hacer viable la autoridad y la trasmisión de valores en la familia y en la escuela, dos instituciones actualmente totalmente desbordadas.

Mientras no demos ese paso decididamente, de poco nos servirán las soluciones parciales o artificiosas, como la de frenar la alarmante proliferación actual de narcisitos patológicos con una nueva figura de autoridad propuesta por algunas corrientes feministas: la de una nueva madre revestida de autoridad simbólica que antes poseía el padre[52], curiosa filigrana que evidencia la gravedad de un problema provocado en parte por la propia legislación feminista.

Lamentablemente, hoy por hoy la pretensión de recuperar una figura paterna, que ejerza sin complejos la función de una instancia vertebradora fuerte y serena[53], lo tiene todo en contra. Sin embargo debemos explorar urgentemente esa posibilidad. Y lamento decir que la figura del padre "mamá-bis", tan publicitada desde los medios de comunicación, dista mucho de encarnar esa paternidad sólida y vertebradora. Necesitamos erigir nuevos referentes que combinen el mejor legado de la herencia recibida con las exigencias de los nuevos tiempos. La actual crisis también constituye en este terreno una nueva oportunidad, porque nos brinda la posibilidad de ensayar esas nuevas formulaciones de la paternidad. Si algo precisamente nos está enseñando la situación actual es la inviabilidad de un mundo en el que se exalta el goce inmoderado e inmediato, se destruyen los vínculos y se debilitan sistemáticamente todas figuras de autoridad que pueden establecer límites eficientemente. Pocas veces en los tiempos recientes hemos constatado de forma tan palmaria la inadecuación entre el estilo de vida vigente y lo que las circunstancias  nos demandan con urgencia: fortaleza, sobriedad, cooperación, compromiso comunitario y sentido de la autoridad y del límite. Pero, los primeros pasos para empezar a salir de esta deriva  tampoco tienen por qué ser espectaculares. Se podría comenzar con un gesto heroico y rupturista de alcance limitado: que quien sea padre se comprometa seriamente con el ejercicio de su función paterna a pesar del escándalo que eso sin duda producirá. Otro paso modesto pero importante sería unir fuerzas con otros varones y luchar por la dignificación de la figura del padre en la legislación actual, en la que aparece como un poder bajo sospecha. Y otro tanto habría que hacer en el terreno de los medios de comunicación, en los que raramente aparecen referentes positivos de paternidad[54].   











En el cine sí podemos encontrar de vez en cuando algún ejemplo positivo de asunción de la función paterna como el que representa el capitán Sharp en Moonrise Kingdom (2012) del director Wes Anderson.







[2] Como explica Elizabeth Badinter  "A los intelectuales vieneses les preocupaba sobre todo la emancipación de la mujer de la burguesía media que independiente, activa y reivindicativa se estaba alejando del estereotipo  de la mujer- dulce y pasiva con la que los hombres soñaban."  Una muestra extrema de la preocupación por las consecuencias que este fenómeno podía tener será la obra Sexo y carácter(1903) de Otto Weininger, de la que se realizan 25 ediciones entre 1903 y 1925 y que ejercerá una profunda influencia en personajes tan dispares como Hitler o Wittgenstein. “Hay épocas... -señala Weininger- en que nacen más mujeres masculinas y más hombres femeninos. Es precisamente lo que sucede hoy en día... La proliferación desde hace algunos años, del ‘dandismo’ y la homosexualidad, sólo puede explicarse por un afeminamiento generalizado.” (fuente: http://www.congresoderechosreproductivos.com/materiales/2011/generales/Genero%20en%20el%20derecho.pdf)


[3] Quien mejor ha descrito la confluencia posterior de capitalismo y feminismo liberal, reforzada casi en paralelo por la popularización de la psicología y la emergencia de un discurso terapéutico, que nos ha llevado a reformular nuestras identidades, ha sido la socióloga Eva Illouz, que considera tanto al feminismo como a la psicología unos aliados muy eficaces del capitalismo en la transformación de la esfera cultural. Después volveremos sobre el tema. Véase: "Lo que el feminismo y la psicología tienen en común" en La salvación del alma moderna, terapia emociones y cultura de la autoayuda (Katz, 2010, p. 160).        
   

[4] Peter Sloterdijk ha tenido el acierto en su última obra Haz lo que debas (Pre-textos, 2012) de presentar las tensiones de un mundo que tras doscientos años de expansión de un igualitarismo y de renuncia a la verticalidad, asociada casi exclusivamente a los mecanismos de sumisión y dominación, en esta época desespiritualizada de crisis de los sistemas "inmunológicos" simbólicos sigue necesitando de referencias verticalizadoras que justifiquen los ejercicios (la ascesis, la disciplina y las diversas prácticas antropotècnicas, tanto físicas como mentales, del hombre sobre sí mismo) mediante los que se produce, supera su estado de indigencia -provocado por su propio exceso ontológico-, o lo que es lo mismo, se inmuniza y se transciende a sí mismo.


[6]Según sus datos un 40% de la población barcelonesa era ya asalariada; la mayoría de los obreros varones tenía en el salario su fuente principal de ingresos; en el 30% de los oficios el salario medio no permitía a los obreros varones cubrir su subsistencia en soltería y en el 97% de los mismos tampoco mantener a la familia, aunque la esposa aportara un salario complementario.http://www.raco.cat/index.php/BCNQuadernsHistoria/article/viewFile/105594/176996

[7] Este proceso se describe en el libro de Jacqueline Heinen La cuestión femenina: de la I a la II Internacional(1978).Se habla de un pacto entre varones patronos y obreros. Véase:  MIRANDA, Mª Jesús: Relaciones de pareja,relaciones conflictivas
http://www.donesdenllac.org/articles/relacionespareja_relacionesconflictivas.pdf y http://www.madrid.org/cs/Satellite?blobcol=urldata&blobheader=application%2Fpdf&blobheadername1=Content-Disposition&blobheadervalue1=filename%3DMaqueta+40(finalok).pdf&blobkey=id&blobtable=MungoBlobs&blobwhere=1220377846498&ssbinary=true. Ya en 1866 un documento de la sección alemana de I Internacional sostenía que “el trabajo legítimo de las mujeres y de las madres se sitúa en el hogar y en la familia, velando y ocupándose de la primera educación de los hijos; lo que, desde luego, exige que mujeres y niños reciban la educación necesaria. En comparación con los deberes solemnes del hombre y del padre en la vida pública, la mujer y madre debería defender la dulzura y la poesía de la vida doméstica, aportar gracia y belleza a las ‘relaciones sociales’, y tener una influencia ennoblecedora en la capacidad creciente de la humanidad para gozar de la vida.”. Y poco antes de la II Internacional, el socialista alemán Edmund Fischer defendió como objetivo prioritario de los socialistas que cada trabajador pudiera mantener a su esposa con su salario: “No es la emancipación de la mujer en relación al hombre la que será alcanzada, sino algo distinto: la mujer será devuelta a la familia, y este fin puede y debe ser el fin de los socialistas.” (citado por Jacqueline Heinen en La cuestión femenina: de la I a la II Internacional, 1978 . Véase: http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=Las+mujeres+y+el+socialismo+Ideas%2C+experiencias+y+pol%C3%ADtica+emancipatoria+&source=web&cd=1&ved=0CCMQFjAA&url=http%3A%2F%2Fxa.yimg.com%2Fkq%2Fgroups%2F26650988%2F2071171011%2Fname%2FLas%2BMujeres%2By%2Bel%2BSocilismo.doc&ei=hq2VT8TPDcOGhQfJncSmBA&usg=AFQjCNHQUNf8Yz5s5vk5O3r8j2h64rDoyQ




[8] BADINTER, Elizabeth, “El enigma masculino, la gran X”, en XY la identidad masculina, Grupo Editorial
Norma, Colombia, 1993, pp. 15-56

[9] op. cit.




[12] Desde finales del s. XVIII, el romanticismo venía proponiendo la vía sublimadora del arte como a respuesta al desencantamiento del mundo y a la sensación de vacío producida por la disolución de los valores tradicionales que conllevaba el triunfo del vulgar filisteísmo de la “normalidad” burguesa, regida por la racionalidad instrumental de sesgo masculino. Esta estrategia permitirá salvaguardar una sensibilidad considerada desde entonces de sesgo femenino y los románticos elevarán al rango de único camino de redención. Esta nueva “religión feminizada”, sin embargo, no parecía pasar de una ser una solución escapista (un regreso contranatura al a vida pasiva del útero materno) que, de momento, no conseguía permear el nuevo orden burgués.  La voluntad de redimirse mediante el gesto que nos devuelve la intensidad pérdida sigue teniendo plena vigencia, como puede comprobarse en Holly motors de Leo Carax,  uno de los films más aclamados de 2012.    
  

[13] http://books.google.es/books/about/La_Prohibici%C3%B3n_del_amor.html?id=cA9OnfJoobIC&redir_esc=y Fernando Bayón utiliza la expresión "última modernidad" "para delimitar un horizonte de pensamiento en torno a las primeras tres décadas del siglo XX en que se produjo una eclosión de autores, muy particularmente literarios (Mann, Musil, Pessoa o Joyce quizás sean los que más me interesan), que dieron una expresión tan radical como admirable a gran parte de los trastornos que en aquella época acabaron de padecer los ideales y metáforas directrices sobre los que se había montado la modernidad. El Sujeto, la Cultura, las Formas Artísticas (y sus viejos correlatos: ciertas formas de entender las relaciones de producción, ciertos deseos de administrar las pasiones nacionales, ciertas opciones de relatar las enfermedades de la psique o las convenciones estéticas y sociales) empezaron a ser reinterpretados conforme a un nuevo ethos de la desestabilización y el desencanto. El horizonte de la "última modernidad" es el horizonte donde algunos de los conceptos-clave de la modernidad padecen una deflación de su sentido, una relativa humillación de su poder, una pérdida en su capacidad de referirse de un modo directo e intuitivo a la cosa que creían mencionar (sujeto, nación, trabajo, etc.)." Fuente: http://www.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena%2048/Conversacion/Bayon.html





[17] Simmel, con su característico estilo huidizo y fragmentado, aún y señalar la injusta hegemonía de unas instituciones concebidas en clave masculina, parece hacer esta crítica desde un estereotipo profundamente anclado en la tradición esencialista occidental que identifica a los hombres con la racionalidad y a las mujeres con la emotividad. Aunque sus análisis de las formas culturales que encorsetan la vida podrían permitirle superar este planteamiento, no acaba de dar el paso, aunque aporta las herramientas conceptuales para hacerlo. Más tarde, otros que no se limitaron a una primera lectura encontrarán inspiración en él para hacerlo.


[18] "En la modernidad, la ausencia de algo definitivo en el centro de la vida empuja a buscar una satisfacción momentánea en excitaciones, sensaciones y actividades continuamente nuevas, lo que nos induce a una falta de quietud y tranquilidad que se puede manifestar como el tumulto de la gran ciudad, como la manía de los viajes, como la lucha despiadada contra la competencia, como la falta específica de fidelidad moderna en las esferas del gusto, los estilos, los estados de espíritu y las relaciones." Fuente: http://dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=250161 Simmel desarrolla estas ideas en el artículo "Las grandes urbes y la vida del espíritu".


[20] En  su Carta al Padre como en otras de sus obras,  Kafka nos presenta el lado cruel y destructivo de un padre encerrado en su frustrante jaula de hierro.  “El Padre Destructivo no proporciona energía a la familia; la
extrae de ésta para alimentar algún agujero negro que alberga en su interior. La extrae continuamente, como la
extraen los grandes tiranos de sus ciudadanos” señala Robert Bly en Iron John (1990). Véase también:  http://bvirtual.ucol.mx/descargables/153_carta_al_padre.pdf. Más adelante nos referiremos a Lacan y su distinción entre el padre real y la función paterna que representa la ley (padre simbólico). En los casos -como en el referido por Kafka- en los que el padre real se confunde ley absoluta al hijo no le es posible realizar su castración simbólica y abrirse al espacio social.

[21] Frente a la tentación de acomodarse en esta esta jaula de hierro  como auténticas nulidades ("hedonistas sin espíritu, especialistas sin corazón"), Weber postuló un pensamiento crítico, tenso y vigilante y Simmel defendió que el sujeto se reconquiste a sí mismo a través de la mediación de lo que está al mismo tiempo más allá de él mismo: unas  instituciones que parecen alzarse ensoberbecidas al margen del hombre, al que expulsan fuera de sí, como una criatura irritantemente anhelante y desguarnecida. Como subraya Fernado Bayón, la Ciencia, igual que el Arte, constituyen un buen ejemplo de ello, prisionera del "autismo de la perfección", sin que los significados con que sobrecarga las mentes, hiperestimula la psique y controla las imágenes del cuerpo puedan hacer que los hombres dejen de decirse a sí mismos omnia habentes, nihil possidentes (quien tiene todo, posee nada). Se trata de "la tragedia de la cultura" en expresión de Simmel: las instituciones avanzan imparables y autosatisfechas hacia una especialización desgajada de la vida, hacia una autocomplacencia de una técnica que no facilita el camino de regreso a los sujetos.


[22] Cualquiera que sea el futuro, esta declinación constituye una crisis psicológica. Quizás la aparición misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis. ...Como quiera que sea, las formas de neurosis predominantes a fines del siglo pasado son las que revelaron que dependían en forma estrecha de las condiciones de la familia. «La Familia» (1938) http://es.scribd.com/doc/6998926/LACAN-Otros-Trabajos-La-FamiliaPDF




[24] En los conceptos lacanianos no solamente se diferencia el nombre del padre, como padre simbólico, del padre real, sino también una tercera forma, la del padre imaginario, conformado fundamentalmente por las fantasías o fantasmas. Hay ciertas etapas del desarrollo, especialmente en el varón, que requieren la intervención del fantasma del padre castrador, un padre al que se teme. Según Lacan, cuando esta función falta es común que sea el origen de fobias infantiles u otras patologías. El padre real, entonces, no coincide con el padre imaginario constituido en los fantasmas del niño. Tampoco coincide con el padre simbólico. El padre real, es decir, quien en la realidad ejerce la función paterna, sea o no el padre biológico, sea o no la figura del padre en el sentido sociológico, en los casos normales conserva cierta distancia con nombre del padre: lo representa pero no se confunde con él. Cuando el padre real se identifica totalmente con el nombre del padre se pueden introducir grandes perturbaciones en el desarrollo, que en los casos más graves pueden llegar a la psicosis. El nombre del padre representa la ley. La función del padre real no es representar la ley sino articular el deseo del sujeto con la ley. Servir de apoyo y estímulo al hijo de modo que su deseo se despliegue en formas aceptables de transgresión a la ley. La aplicación de la ley no puede ser automática y ciega, sino admitir excepciones y tener en cuenta el caso particular. La existencia del nombre del padre o su ausencia constituyen en la clínica lacaniana la frontera que separa la neurosis y la perversión, de un lado, de la psicosis, del otro lado. La clínica de la psicosis es una clínica de la ausencia del nombre del padre. Roberto Mazzuca: http://www.marietan.com/material_psicopatia/mazzuca_nombre_padre.htm

[25] Sibylle Lacan, la hija menor del primer matrimonio de Jacques Lacan, nos ha dejado un testimonio desgarrador en un Un pére  (Gallimard, 1994) que ilustra con su propia el alcance y los límites de las teorías de su padre: Nuestro padre «no se ocupaba de nosotros (de su hermano de sangre y de ella misma) y estuvo totalmente ausente durante los primeros años de nuestra vida. Fue mi madre quien nos educó, quien nos amó todos los días de nuestra vida. Mi padre vivía su vida, su obra, y nuestra vida no parecía sino un accidente en su historia que no podía ignorar totalmente. Nos quería a su manera. Era un padre intermitente. Sé también que era consciente de su incumplimiento hacia nosotros» (página 58). En efecto, «en nuestro aniversario, nos hacía unos regalos extraordinarios, aunque después comprendí que no era él quién los escogía» (página 21). «Caroline (la hija mayor que Lacan tuvo con la madre de Sybille) fue la única que tuvo un padre y una madre en su infancia. En su caso, los cimientos estaban echados» (página 57). En este caso, el padre real resultó manifiestamente insuficiente. Sibylle ha arrastrado toda su vida una enfermedad psíquica que le dificultado mucho su trabajo como traductora e intérprete. Javier Elzo comenta al respecto: Soy incapaz de trasladar, en estas breves líneas, el desgarro y la emoción, el cariño no sentido y el cariño manifiesto de una hija por un padre que, sin lugar a dudas, quiso serlo, pero que, atrapado en su cien­cia, en su prestigio, en mil solicitudes por su ingente aportación a la psiquiatría, al par que absorbido y obnuvilado por su amor por otra mujer con la que tendría otra hija (Judith, su preferida) y otro hijo, olvidó, durante unos años cruciales, la hija' que había tenido con su primera mujer. El desgarrador y sincero relato de Sybille Lacan nos recuerda el… papel de la paternidad. …De ahí que lo traiga a esta página, como ejemplo paradigmático de la importancia de un padre en los primeros años de la vida de sus hijos, de su hija en este caso.


[26] Ahora que acaba de fallecer el jungiano Gilbert Durand (diciembre de 2012), parece pertinente recordar su insistencia en el retorno constante de las figuras mitológico-simbólicas esenciales que la modernidad sepulta y en lo que él denomina la función eufemística, que permite reencontrar en el imaginario lo arquetípico erróneamente subestimado por la modernidad como forma de resistencia ante la precariedad de la existencia y simiente de esperanza.  Véase: http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=6&cad=rja&ved=0CGEQFjAF&url=http%3A%2F%2Fdspace.usc.es%2Fbitstream%2F10347%2F1223%2F1%2Fpg_179-190_agora21-2.pdf&ei=s9TeUIu7F8a6hAfJwICoBQ&usg=AFQjCNErd7KJXTGluL5TPAYgxT_nO85OuA&bvm=bv.1355534169,d.ZG4
  

[27] Tiene especial interés la película Chronicle, dirigida por Josh Trank (2012), en la que se nos presenta a un grupo de jóvenes inmaduros y carentes de referentes masculinos positivos que reciben poderes extraordinarios y no son capaces de utilizarlos adecuadamente.




[31] CORBIN, Alain; COURTINE, Jean- Jacques; VIGARELLO, Georges: Histoire de la virilité, ed. Seuil, Paris,  2011. 

[32] Peter Sloterdijk explica muy bien en Haz de cambiar tu vida (Pretexto, 2012, págs. 115-129) su génesis y evolución.  

[33] Aunque el nuevo credo olímpico con su programa de coraje, estética, espíritu de competencia, compartido tanto por hombres como por  mujeres (especialmente desde las Olimpiadas de 1928 en que se empezó a normalizar la participación de las mujeres), acabará contribuyendo a desdibujar las fronteras entre ambos sexos.


[35] CORBIN, Alain; COURTINE, Jean- Jacques; VIGARELLO, Georges: Histoire de la virilité. 3. La virilité en crise? XXe-XXIe siècle, Paris, Seuil,  2011, pág. 278. George L. Mosse, uno de los más importantes especialistas en el tema, recuerda en La imagen del hombre. La creación de moderna masculinidad (ed. Talasa, Madrtid, 1996, pág. 183)  cuáles eran las cualidades que Filippo Marinetti -líder del movimiento futurista que tanto influyó el andamiaje teórico del fascimo- el nuevo hombre debería poseer: discípulo de la máquina, enemigo de los libros y creyente en la experiencia personal, así como en el poder y la gloria de Italia. En esta y otras propuestas coetáneas (Giovanni Papini -Maschilità,1915-, o la ya citada obra de Otto Weininger) alienta el influjo rupturista mal digerido de Nietzsche (fuerza, energía, movimiento, espontaneidad, dureza, orgullo… rechazo a los iconos burgueses asociados a la debilidad como la familia, la escuela y el amor a las mujeres), pero también la brutalización de la sociedad que se produjo en la sociedad durante el período de entreguerras. No es extraño, por tanto, que durante este período se gestasen nuevos modelos de masculinidad asociados a la masculinidad y el crimen (masculinidades criminales), bien representadas en las figura del gánster, del capo mafioso, del atracador o del mal chico (con sus cicatrices y tatuajes) y caracterizadas por la fuerza, la dureza, el autoritarismo, el recurso constante a la violencia y la falta de escrúpulos.  Véase: CORBIN, op. cit. págs. 249-276)                 

[36] Una buena manera de rastrear las masculinidades de los 50 y primeros 60 no las ofrece la magnífica serie Mad Men,  que disecciona con crueldad los estertores de las esferas separadas y los últimos vestigios de una virilidad cuyas pretensiones de majestuosidad resultan cada vez más problemáticas, insostenibles y finalmente patéticas. De todos modos, un análisis detenido de las las figuras masculinas que presenta nos revela pronto lo parcial de su visión de la masculinidad y su dependencia absoluta de los clichés elaborados por el feminismo.  Esta colección de arquetipos viriles deformados por el espejo feminista se analizan desde el punto de vista ético y de las ideas en CARVETH, Rod., SOUTH, James, editors: Mad men and philosophy: nothing is ta seems, ed. Wiley, New Jersey, 2010, obra en la que se destaca la influencia de Ayn Rand o Milton Friedman en personajes como Don Draper o Roger Sterling.                 

[37] ZIZEK, Slavoj: Viviendo en el final de los tiempos, Madrid, Akal, 2012, p. 63. 

[38] La ficción no ha cesado de ofrecernos modelos que encarnan estas virtudes. En su obra La nuevas masculinidades (1993), Robert Moore y Douglas Gillett propusieron cuatro arquetipos avalados por la tradición literaria para caracterizar al hombre maduro ideal: el Rey, o la energía del justo y el orden creador; el Guerrero, o la energía de la autodisciplina y la acción; el Mago, o la energía de la iniciación y de la transformación; y el Amante, o la energía que relaciona a los hombre entre sí y con el universo.


[39] En VALDÉS, Teresa y Olavarría, José (edc.). Masculinidad/es: poder y crisis, Cap. 2, ISIS-FLACSO:Ediciones de las Mujeres N° 24, pp. 31-48.  Título original: “The Social Organization of Masculinity” de Masculinities, del mismo autor, University of California Press, Berkeley, 1995.


[40] http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2008/12/los-hombres-el-feminismo-y-las-experiences-contradictorias-del-poder-entre-los-hombres.pdf


[42] Buen ejemplo de esta visión parcial y tópica de la masculinidad es la reciente película de Cesc Gay: Una pistola en cada en mano (2012).

[43] http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2008/12/los-hombres-el-feminismo-y-las-experiences-contradictorias-del-poder-entre-los-hombres.pdf



[46]http://www.franceculture.fr/emission-revolution-de-l-amour-la-deconstruction-des-valeurs-et-des-autorites-traditionnelles-au-xxe#.UCo9Qhppees.twitter Le XXème siècle est celui où le mariage d’amour et la famille moderne, c’est-à-dire la famille choisie et non imposée par les parents et les villages, va s’épanouir. Cet événement majeur n’est évidemment pas sans lien avec l’immense mouvement de « déconstruction » des autorités et des valeurs traditionnelles qui va caractériser ce siècle : déconstruction de la figuration en peinture, de la tonalité en musique, du roman et du théâtre  classiques, des morales « bourgeoises », etc. Cette déconstruction des traditions commence en fait dès le milieu du XIXème siècle, avec l’invention d’un idéal de vie nouveau : la vie de Bohème. Du Petit Cénacle de Nerval, Gautier et Borel jusqu’aux Jmenfoutistes, Hydropathes, Hirsutes et Incohérents des années l870/80,  l’invention de la vie de bohème prépare les utopies du XXème siècle : l’utopie de l’art moderne comme l’utopie politique de Mai 68.   Derrière les mouvements bohèmes se profile l’émergence d’un monde de ruptures et d’innovations permanentes : celui de la mondialisation libérale, qui constitue pour le meilleur et pour le pire l’horizon de notre époque.


[47] http://chicosymasculinidades.blogspot.com.es/2008/09/8-teoras-sobre-la-masculinidad-menss.html

[48] En La sociedad del cansancio (Herder, 2012) Byung-Chul Han señala con agudeza lo difícil que que resulta rebelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona.


[49] http://books.google.es/books?id=IiDi9aGLscUC&printsec=frontcover&dq=inauthor:eva+inauthor:illouz&hl=es&ei=d2SOTN7sAs-EswbWi_WAAg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CCgQ6AEwAA#v=onepage&q&f=false

[50] http://www.lavanguardia.com/lacontra/20121119/54355365278/la-contra-kevin-warwick.html


[52] ZIZEK, Slavoj: Viviendo en el final de los tiempos, Madrid, Akal, 2012, p. 63. 


[53] Una fuerza serena que limita, que inicia y que potencia.




[54] Basta con realizar un somero repaso a las series dramáticas de televisión -incluidas las de mayor calidad- para comprobar que prácticamente sólo aparecen representado el "padre ausente",  descrito eso sí con especial esmero en sus más diversas modalidades (el padre que ha abandonado el hogar; el padre que se ha desentendido de sus hijos; el  padre que se evade constantemente de sus obligaciones parentales; el padre débil y pusilánime dominado por su pareja; el padre irresponsable y consentidor; el que se enajena de la realidad e intenta ocultar patéticamente sus inseguridades y contradicciones con una representación caricaturesca de la paternidad que a nadie engaña; etc.) Afortunadamente, en el cine sí podemos encontrar de vez en cuando algún ejemplo positivo de asunción de la función paterna como el que representa el capitán Sharp en Moonrise Kingdom (2012) del director Wes Anderson.  En pocas películas he visto mejor reflejada la necesidad de un afecto paterno sólido y vertebrador.  Pero hay muchas más. Incluso me atrevería a hablar de una presencia cada vez más abrumadora de "la cuestión del padre" en el cine actual.