Desde que la combinación “padre-protector/proveedor – madre /ángel del hogar” dejó de constituir un modelo convincente y creíble, andamos bastante perdidos en el empeño de rediseñar identidades de género viables y políticamente correctas.
Los guiones de género constriñen poderosamente al individuo y pueden llegar a ser extremadamente asfixiantes, pero da la impresión de que relativizarlos o negarlos sólo contribuye a que resurjan descarnadamente.
Todos los esfuerzos realizados por relativizar la importancia de la diferencia sexual parecen desvanecerse ante un mundo mediático –música, series, moda, publicidad- que hipersexualiza la vida de nuestros adolescentes y que además lo hace cada vez de forma más voraz y prematura. A pesar del desprestigio e inoperatividad de los antiguos guiones de conducta, las chicas siguen cultivando una imagen seductora y se someten a una moda opresiva diseñada en función de la mirada masculina, mientras los chicos insisten en potenciar como siempre una apariencia dura y musculosa a través de las prendas y el gimnasio.
Pero, ha habido cambios. Es cierto. Ha desaparecido la sutileza en el juego de la seducción y ahora la polaridad sexual se escenifica espectacularmente mediante una apelación directa a la sexualidad, que parece ser el argumento esencial de las diferencias de género. Han desparecido las apelaciones simbólicas a los roles de género que pudieran ejercerse en el marco de una futura relación estable. Ahora nadie parece tener demasiado claro cuáles convendría que fueran esos roles, aunque se intuya borrosamente que habrá negociarlos mucho llegado el momento.
En todo caso, el adolescente –referente paradigmático del ser humano actual- vive en el presente y desde la instancia del ahora se impone el lenguaje del deseo inmediato: provocar, suscitar, satisfacer deseos.
Los adultos, de hecho, hemos asumido que el ejercicio de la sexualidad sólo exige un requisito: prudencia para evitar “indeseables” complicaciones. Para los jóvenes españoles, según apuntan las encuestas, el sexo ha pasado a ser básicamente una forma de ocio desproblematizada, desresponsabilizada, que no tiene porqué crear vínculos ni implicar proyectos de futuro.
Pero, no por ello, carece de significación. Su trascendencia es enorme. De hecho, tras la transformación corporal y la revolución hormonal adolescente, el inicio de la actividad sexual constituye “el gran rito de paso” de una etapa infantilizada y balbuciente a la de plenitud de la propia identidad sexual.
Es el momento de la gran escenificación de la polaridad sexual. Una explosión que se celebra cada vez más ruidosamente, a pesar de los mensajes artificiosos de corrección política. Es una de las pocas posibilidades que quedan para experimentar intensamente nuestra dimensión instintiva y telúrica y ningún sermón sobre las opresiones de género conseguirá asfixiarla.
La cuestión es que, a falta de nuevos guiones de referencia, ese momento tan decisivo se convierte en la grieta por la que se infiltran una vez más los antiguos patrones de conducta. Basta una rápida ojeada a cualquier producto destinado a los adolescentes para comprobar que su erotismo se sigue articulando y construyendo según el universo simbólico de los adultos. No debería extrañarnos, por tanto, que la gran preocupación de las chicos siga siendo "no dar la talla" y la de las chicas no ser suficientemente atractivas y verse frustradas en su expectativa de relación emocional (Jóvenes y Sexo: el estereotipo que obliga y el rito que identifica). ¿Nostalgia de sentido?.
En definitiva, se ha pretendido relativizar la diferencia sexual, con la esperanza de dejar sin contenido los antiguos estereotipos de género, pero ante tan irreal intento la polaridad sexual se reafirma y lo hace descarnadamente, sobrecompensando la ausencia de referentes y reeditando prejuicios, sin contrapesos equlibradores. Una disonante combinación que puede resultar muy explosiva.
Nunca sabremos hasta dónde alcanza la biología porque el sustrato biológico del ser humano se despliega en hibridación permanente con la cultura, pero sí sabemos que no podemos dar la espalda a la biología.
Los antiguos guiones de género han perdido viabilidad y prestigio, pero el siguiente paso no es abolir la diferencia sexual -pretensión vana- sino dotarla de nuevo sentido.
Urge articular nuevas pautas de conducta socialmente viables, compatibles con los profundos cambios que estamos experimentando y de acuerdo con la aspiración a una vida más digna.
Urge ofrecer nuevos referentes que no nieguen la naturaleza sino que la afirmen ofreciéndole rituales y liturgias para construirse. O, de lo contrario, seguiremos asistiendo a inevitables revivals en dramática contradicción con la nuevas estructuras sociales.
Y sinceramente, creo esos nuevos referentes ya han empezando a emerger de las ruinas de los antiguos modelos, aunque algunos de los que los encarnan ni siquiera sean conscientes de ello.
¡FELIZ AÑO!
1 comentario:
Buenos días Enrique! Me parece muy interesante tus comentarios sobre el sexo adolescente y la referencia bibliográfica, que me gustaria consultar con más calma.
El decálogo sobre las masculinidades me parece una una buena idea para la reflexión entorno a este tema, creo que poco conocido en general por la mayoría de los hombres.
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