sábado, diciembre 16, 2006

Hay que recuperar la autoridad perdida

Hay que recuperar la autoridad perdida

GREGORIO LURI, filósofo y pedagogo


LA VANGUARDIA, 15-12-2006

Según la OCDE los profesores españoles son los másdesanimados de Europa. No es ninguna broma. Estamosasistiendo a una progresiva pérdida de confianza de la institución escolar en sí misma. Pero, que nadie se equivoque, la pérdida de confianza en las propias capacidades educativas de la escuela no es meramente un problema escolar; es un grave problema político.La escuela no es sino el fiel reflejo de la confianza con que una sociedad transmite lo mejor de sí misma a las nuevas generaciones. La escuela es solamente el síntoma. Y lo más preocupante es que el meollo de la cuestión no se encuentra en la desazón provocadapor los males presentes, sino en la sospecha más o menos explicitada de que no hemos tocado fondo y de que, por lo tanto, más pronto que tarde acabaremos recordando el presente con nostalgia.

Lo que la realidad está poniendo en tela de juicio no es tal o cual estrategia educativa, sino las convicciones esenciales de la pedagogía progre,que es la que ha sostenido nuestro discurso educativo en las últimas décadas, fundamentalmente la convicción de que no hay instancia superior a la palabra ni en eficacia ni en bondad. Por lo tanto, si no hay problema que no se pueda resolver por medio del diálogo, todo problema debe resolverse por medio del diálogo.

El dogma de la beatería pedagógica imperante sostiene que toda actuación disciplinaria es un fracaso del diálogo y, por lo tanto –aunque no se diga esto explícitamente es lo que parece deducirse del argumento–, el mayor responsable de un conflicto es siempre el adulto, porque debería ser el que tuviera mayor capacidad dialogal. El problema es que hay que tener mucha, pero que mucha fe, para mover montañas, y aquellos a los que el trato cotidiano con la realidad ha ido haciendo escépticos se ven fatalmente sobreexpuestos, desde luego en primera fila, a la tozudez de los hechos.

La beata teoría de la sacralización del diálogo se reduce a lo siguiente: si todos fuéramos mejores, todo sería mejor. Suena un poco ridículo, pero tiene la ventaja de ser solamente una teoría. Lo grave del asunto es cuando se consigue implantar socialmente no como una teoría, sino como un valor, pasando de ser una perspectiva sobre la realidad a ser la perspectiva moral sobre la realidad.Hoy es evidente que este discurso hace aguas por todas partes. Pero aunque se está comenzado a perder el miedo a ser considerado un cínico por defenderotras perspectivas sobre la realidad, aún se necesita coraje para afirmar sin complejos el valor de la autoridad.No va a ser nada fácil –si es que aún es posible– restituir la autoridad de la autoridad.

La autoridad se reconoce porque es, legítimamente, la instancia con capacidad para decir la última palabra e imponer el silencio, si hace falta, por la fuerza. Es la instancia inapelable.

La recuperación de la autoridad supondría, por lo tanto, introducir en los centros de enseñanza una separación clarísima entre la discusión y la decisión dejando bien claro que las instancias decisorias son la representación legítima de la autoridad democrática.Y aquí está el talón de Aquiles de todo este asunto, puesto que quienes tendrían que asumir la valentía de la decisión de imponer el silencio (pienso tanto en políticos como en profesionales de la enseñanza) se han educado en la convicción de que la autoridad es esencialmente perversa y que el poder –todo poder– es el enemigo que hay que batir para que pueda aflorar la espontaneidad inocente del ser humano. No pueden optar por introducir la autoridad sin estar dispuestos a impugnar sus propias biografías.

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