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martes, octubre 09, 2007

La teología feminista y Teresa Forcades


El pasado lunes, la joven teóloga Teresa Forcades presentó su nueva obra Teología feminista, primera entrega de una serie de volúmenes dedicado al estudio de la teología desarrollada por las mujeres a lo largo de la historia.

He de confesar que hace unos años la lectura de algunos artículos debido a teólogas feministas tuvo un efecto demoledor sobre mi antigua fe cristiana, ya entonces seriamente debilitada. Por eso, no deja de provocarme perplejidad la figura de una monja de lozano aspecto que exhibe su hábito sin complejos y que concilia su lucha feminista con una fe que a mí se me antoja difícil de deslindar del paraguas patriarcal que la cobija.

Por eso, me decidí a acudir a la presentación. Pensé que si ciertas teólogas feministas acabaron con mi fe, lo justo sería que otras teólogas feministas me ayudasen a recuperarla. Como le comenté a J., que se animó a acompañarme, iba con la intención de formular una pregunta muy precisa: “¿Cómo consigue mantener viva su fe cristiana y conciliarla con su compromiso feminista, cuando todo en la religión y la iglesia cristiana nos remite a la figura de un Dios patriarcal?” (formulación educada) o “Si la Madre Teresa de Calcuta que no era feminista tenía dudas, usted tiene más motivos para no creer en Dios. ¿No vive en una dramática contradicción?” (formulación impertinente)

Cuando terminó la sesión de preguntas que siguió al acto estricto de la presentación, J. me preguntó “¿Por qué no has intervenido?”. Y le contesté: “Primero, porque me intimidaba un auditorio tan concurrido, pero también porque creí que sus palabras comentando la obra ofrecían respuesta suficiente a mis preguntas (no formuladas.)”

Veamos.

Teresa Forcades que se identifica con el feminismo de la igualdad, y que es autora de una interesante obra sobre la Trinidad (La Trinitat avui), insiste en hablar de Dios como comunidad, cómo relación en la diversidad, una diversidad que no acepta divisorias de género ni de otra categoría.

El interés por este planteamiento me ha llevado posteriormente a buscar más información sobre sus tesis trinitarias y he encontrado un texto suyo que resulta elocuente y esclarecedor:

La imagen que tenemos de Dios tiene que ver con la imagen que tenemos de nosotros mismos y de nuestras sociedades. La pirámide en la que Dios es el punto más alto y el Hijo y el Espíritu están en posición inferior ha permitido a la Iglesia afirmar que la única forma posible de gobierno es la monarquía absoluta.Pero desde que el hombre ha buscado liberarse de quienes ocupaban el poder (decían que por la Gracia de Dios), asimilando los conceptos de la Revolución Francesa de Libertad, igualdad y fraternidad, se ha ido librando de quienes le quieren mandar, y ama por encima de todo su libertad, a la que también podemos llamar “autonomía”.

Después de la modernidad ya no es posible creer que haya personas que estén por debajo de otros, ha afirmado el teólogo alemán Greshake. Por eso, la representación de una Trinidad poniendo el Padre al vértice de un triángulo y al Hijo y al Espíritu en la base, “subordinados”, no representa un modelo que acepte la sociedad actual acepte. El Hijo no es menos Dios que el Padre, y el Espíritu tampoco. Existe una nueva concepción trinitaria que sitúa en un plano de igualdad a las tres personas divinas, entendida cada una como una persona diferente, no clonada, y relacionadas en amor puro, o sea, en comunión. Esta relación trinitaria, en comunión, nos ofrece un modelo para organizar nuestra sociedad a su imagen y semejanza. La mujer y el hombre de hoy pueden aceptar que Dios sea el centro de todas las cosas (teocentrismo), pero no que a la hora de la verdad en este centro se sitúen personas que dicen hablar en nombre de Dios y que interpretan su voluntad. Este es el problema.Si Jesús actúa según la voluntad del Padre no es un modelo para el hombre moderno. Jesús manifiesta su independencia en el Huerto de Getsemaní cuando dirigiéndose al Padre dice: “que se haga tu voluntad, y no la mía” Él no se siente obligado, pero haciendo ejercicio de su libertad, hace donación de su vida al Padre.Podríamos decir que sólo hay tres clases de amor. Ni cuatro, ni una; tres, que son: dar, recibir y compartir.

La donación pura es aquella que a pesar de ser hecha en espíritu de reciprocidad, si ésta no se da, se seguiría ejerciendo. Pero seguiría buscando en el otro alguna forma de reciprocidad.

La donación que se siente completa en sí misma, que no le importa la respuesta del otro, aunque se le llame a veces “amor altruista” o incluso “espiritual” quiere decir en la práctica que el otro no se tiene en cuenta, que es menospreciado, y no lo llamaremos amor, sino paternalismo o maternalismo.

Dios no nos ama así. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios nos sale al encuentro y busca nuestra respuesta porque para Él nuestro ”Sí” es importante.

De modo parecido, la recepción pura es aquélla en la que la persona que recibe, aunque por enfermedad o circunstancias personales no pueda “dar nada”, muestra su agradecimiento a la persona dando.

La recepción sin espíritu de reciprocidad no sería amor, sería infantilismo.

En la donación pura y en la recepción pura se desea la reciprocidad.

Sin embargo, una donación que obligase a un retorno equivalente, no sería amor sino mercantilismo.

La tercera clase de amor, la reciprocidad, sería como la síntesis de las dos anteriores. Compartir quiere decir vivir en una comunidad de amor
[1].

FUENTE:https://esglesiaplural.cat/modules.php?name=News&file=article&sid=238

OTROS TEXTO DE INTERÉS
http://www.poblet.cat/pfw_files/cma/Content/dimensio/POBLET_N_m._13__interior_.pdf
http://www.fragmenta.cat/books/view/3


En la obra Trinitat avui (p.75) utiliza estas palabras:

El Padre es porque «se da». El Hijo es porque «se recibe». El Espíritu es porque «se comparte». Nosotros podemos dar porque el Dios que nos ha dado el ser y nos fundamenta es Padre (Madre- Padre). Podemos recibir porque el Dios que nos ha dado el ser y nos fundamenta es Hijo (Hija-Hijo). Podemos compartir porque el Dios que nos ha dado el ser y nos fundamenta es Espíritu. El Espíritu es reciprocidad, pero reciprocidad extática (incluye necesariamente un tercero, al servicio del que pongo todo el bien que recibo)[cf Jn 15,15: «A vosotros os he dicho amigos porque os he hecho conocer todo aquello que he oído de mi Padre». Jn 6,39: «Y la voluntad de quién me ha enviado es ésta: que no pierda nada de aquello que me ha dado, sino que lo resucite el último día].[2]

Si existe una concepción trinitaria intoxicada de patriarcalismo es debido a una pobre aproximación al verdadero misterio trinitario. Y ella, que entiende que cada generación tiene sus desafíos específicos, se considera llamada a asumir el reto de promver una teología crítica que se libere de sus distorsiones masculinistas (por eso se habla también de una “teología de liberación”).

Aunque desde la jerarquía eclesiástica y desde la teología más formalmente ortodoxa se insiste en la complementariedad de hombres y mujeres, y se condena la perspectiva de género como una expresión de una ideología disolvente, ella asume la conveniencia de la noción de género y se sitúa en la corriente del feminismo de la igualdad. Pero lo hace con matices que vale la pena resaltar.

Para Teresa Forcades no tiene sentido discutir que en nuestro punto de partida antropológico las diferencias entre hombres y mujeres son obvias y que las construcciones de género del pasado las han exacerbado con frecuencia. Pero este punto de partida no nos impide concebir un punto de llegada escatológico que en lugar de exacerbar la diferencia, nos invite a trascender las limitaciones del género. Nuestro punto de partida en realidad es una oportunidad para superar esas limitaciones con que nos hemos constreñido a lo largo de la Historia. Para ella, el mensaje cristiano, de hecho, es una oportunidad para trascender el género. Un religiosidad apegada a los estereotipos de género sería una religiosidad inmadura. “Ser persona tal y como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu nos exige a todos, mujeres y hombres, ser capaces de ir más allá de los estereotipos de género para amar tal y como Dios ama: con soltura en la intimidad y con soltura a la soledad”(https://esglesiaplural.cat/).

Este marco en el que se inscribe la obra presentada (demasiado breve para mi gusto) y el trabajo teológico de Teresa Forcades. Y yo, de momento, me quedé bastante satisfecho con sus explicaciones y con deseos de seguir su trayectoria.

Forcades durante la presentación recordó que la teología se inició como misteriología (acompañamiento hacia le misterio bsado en la escritura y en la interpretación literaria). En la Edad Media la interpretación de las escrituras pasó a basarse en la razón humana. En la Edad moderna cobró importancia la experiencia personal, el dejarse impactar por los textos bíblicos. Ahora nos encontramos en una etapa de teología crítica, que para ser buena teología no puede renunciar ni al misterio, ni a la razón, ni a la experiencia personal. ¡Suerte!.


La teologia feminista en la història. Contrapunts de Miriam Díez Bosch, Marta Pessarrodona i Abdennur Prado. Col·lecció: Introduccions. Volum: 3. 152 pàgines, Primera edició: Juny del 2007. ISBN: 978-84-935695-4-9

La teologia feminista és una teologia crítica. La investigació crítica neix sempre arran d’una experiència de contradicció. L’objectiu de la teologia crítica és doble: posa en evidència els aspectes de la interpretació rebuda que generen contradiccions i cerca d’oferir alternatives d’interpretació teològicament consistents que permetin superar aquestes contradiccions. Com que aquestes contradiccions sovint són generades per situacions de discriminació o injustícia, a les teologies crítiques també se les anomena teologies de l’alliberament. La teologia feminista és una modalitat de teologia crítica o de l’alliberament. El camí de la teòloga o del teòleg feminista és, doncs, necessàriament, un camí de lluita i de reivindicació, però això no vol dir que hagi de ser només un camí de lluita o de reivindicació. No ho és. És alhora, i des del cor mateix del seu compromís, camí de gratuïtat, de do, de sorpreses i regals inesperats, de descobertes que eixamplen cada vegada més l’horitzó inicial, de vegades modificant-lo, sovint fent-lo més precís i donant-li un sentit més ple. És camí de lluita, és camí de gratuïtat i, sobretot, és camí de solidaritat, d’encarnació, d’implicació en els dolors i les joies dels qui pateixen rebuig o discriminació.

Autora

Teresa Forcades i Vila (Barcelona, 1966) és doctora en salut pública (Universitat de Barcelona), especialista en medicina interna (State University of New York), Master of Divinity (University of Harvard) i llicenciada en teologia fonamental (Institut de Teologia Fonamental de Sant Cugat). Actualment viu a Alemanya, on prepara la seva tesi doctoral en teologia sobre el concepte de persona. Va dedicar la tesi doctoral en salut pública a les medicines alternatives, i la tesi de llicenciatura en teologia, a la Trinitat. Ha publicat La Trinitat, avui (Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 2005) i Els crims de les grans companyies farmacèutiques (Cristianisme i Justícia, 2006). És monja benedictina de Sant Benet de Montserrat des de l’any 1997.
Autors dels contrapunts

Miriam Díez Bosch (Girona, 1973) és periodista especialitzada en religió. Viu a Roma des del 1999. És professora a la Universitat Pontifícia Gregoriana i treballa a l’agència internacional Zenit. És membre de la Càtedra Dona i Cristianisme de la Facultat Pontifícia Marianum. Marta Pessarrodona (Terrassa, 1941) és poeta, narradora, assagista, dramaturga i traductora. Ha publicat recentment Donasses. Protagonistes de la Catalunya moderna (Destino, 2006). Col·labora habitualment al diari Avui i a la revista El Temps.Abdennur Prado (Barcelona, 1967) és cofundador i president de la Junta Islàmica Catalana, i director del I i II Congrés Internacional de Feminisme Islàmic (Barcelona 2005 i 2006). És autor d’El Islam en democracia (Junta Islàmica, 2006).

Índex i fragment
Coberta

Entrevista a El Periódico 7-8-2007
Entrevista a El Periódico 7-8-2007 (en castellano)

Introducció

L’any 1641, la filòsofa i teòloga Anna Maria van
Schurman, coneguda entre els seus contemporanis com
la Minerva holandesa i considerada la dona més culta del
segle xvii, va escriure: «Tot allò que condueix a la veritable
grandesa d’ànima és escaient per a una dona cristiana
[…].


Tot allò que perfecciona i honora l’intel·lecte humà
és escaient per a una dona cristiana […]. Tot allò que
obre la ment vers un plaer nou i honest és escaient per a
una dona cristiana.» «El cel és el límit» és l’expressió que
Van Schurman va fer servir en una carta dirigida a la
també filòsofa i teòloga francesa Marie de Gournay, en
defensa de l’accés de les dones a l’estudi de les ciències
sense restriccions de cap mena. Van Schurman dominava
l’àlgebra, l’aritmètica, la geometria i l’astronomia, però
abans que res era teòloga. Per ella, l’expressió «el cel és el
límit» significava que el criteri últim és Déu i no els costums
o les conveniències humanes. Això és: és Déu qui
ha format tant la dona com l’home a la seva imatge, i els ha
fet éssers racionals per tal que li donin lloança per mitjà
de la creació; les capacitats de cada persona són un do
que Déu li ha donat i del qual Déu l’ha feta personalment
responsable (paràbola dels talents, Mt 25,14-30);
viure humanament, viure cristianament, significa respondre
amb tota gravetat i responsabilitat al do de Déu en
nosaltres, conreant fidelment fins al límit els propis talents
per donar-li lloança.

«El cel és el límit.» Però el límit pràctic de Van
Schurman —igual que el de la majoria de les dones
d’avui— van ser, com veurem, les seves dues ties malaltes,
de les quals va tenir cura personalment durant més
de vint anys (cf. Mt 25,31-46).

René Descartes, contemporani de Van Schurman — com
ella resident a Holanda i amic seu fins que va declarar
que la Bíblia no contenia «idees clares i distintes» i que,
per tant, no podia fonamentar cap filosofia coherent—,
li aconsellava que deixés les tietes i es dediqués de ple a
la filosofia. El mateix consell donava Descartes a una
altra amiga per la qual sentia un gran respecte intel·lectual,
la princesa Elisabeth de Bohèmia, quan aquesta li parlava
dels problemes que tenia per arranjar un casament
favorable per a les seves germanes o per defensar un dels
seus germans d’una acusació d’homicidi. Elisabeth de
Bohèmia va mantenir correspondència regular amb René
Descartes i amb Anna Maria van Schurman i, com també
veurem, va protegir Van Schurman al final de la seva
vida. Descartes va dir d’ella que era l’única persona que
havia entès la seva nova filosofia. Elisabeth de Bohèmia
és considerada avui la crítica contemporània més aguda
de la filosofia cartesiana, especialment pel que fa als límits
de la dicotomia cos-esperit (res extensa - res cogitans)
que es troba al cor d’aquesta filosofia. Com a resposta a
les seves crítiques, Descartes va escriure el tractat Passions
de l’ànima, que li va dedicar en reconeixement de la seva
decisiva pregunta: «¿Com pot la ment dominar el cos si
són dues substàncies del tot distintes? Si no tenen res en
comú, ¿com pot l’una afectar l’altra, moure l’altra, ni que
sigui per dominar-la?» Van Schurman, per la seva banda,
sense cercar de respondre directament a Descartes, va
bastir una filosofia paral·lela que s’oposava al subjectivisme
del cogito ergo sum cartesià (sóc o existeixo en tant
que penso), amb l’objectivisme del sum ergo cogito (puc
pensar perquè sóc feta d’una determinada manera, i
«aquesta determinada manera de ser feta que em permet
pensar» precedeix el meu pensament). Sense l’element
objectiu la filosofia perd tota consistència. Descartes
mateix afirma clarament al Discurs del mètode que Déu
és necessari per salvar les apories del seu sistema. Tanmateix,
el Déu cartesià —a diferència del Déu de Van
Schurman i d’Elisabeth de Bohèmia— és extrínsec a la
filosofia i la fonamenta només des de fora, la tutela —com
si diguéssim— des de dalt, i prepara així el camí de la
seva (de Déu) eliminació definitiva.


Descartes, igual que Van Schurman i Elisabeth de
Bohèmia, no es va casar mai, però —a diferència d’elles—
tampoc no es va sentir mai directament responsable del
benestar dels seus familiars. Descartes va tenir una filla
natural, Francine, que va morir a l’edat de cinc anys. El
seu pare l’estimava molt, però no s’havia hagut de preocupar
mai de les seves necessitats físiques quotidianes.
Per a això ja hi havia la seva mare.
Anna Maria van Schurman, l’obra i la vida de la qual
van formar part substantiva de la història intel·lectual del
segle xvii europeu, no surt als llibres de teologia. Pel
que fa al pensament teològic és com si no hagués existit
mai.


La definició escolàstica de la teologia és «fe que cerca
comprensió» —fides quaerens intellectum—. Recuperar
la figura de Van Schurman i de totes les dones que al
llarg dels segles han fet teologia, és a dir, han reflexionat
de manera sostinguda i sistemàtica sobre la seva fe, és
una de les tasques de la teologia feminista en la seva vessant
històrica. En la seva vessant filosòfica, la teologia
feminista es pregunta pel per què global: ¿per què han
tendit a desaparèixer de la història les aportacions intellectuals
de les dones?

La resposta no és fàcil. No n’hi ha prou a contestar:
«Perquè els barons dominen la història o el món i no
han volgut o no han pogut preservar o tenir en compte
les aportacions intel·lectuals de les dones.» ¿És veritat que
els barons dominen la història o el món? ¿Per què? ¿És
veritat que no han volgut o no han pogut preservar les
aportacions intel·lectuals de les dones o tenir-les en compte?
¿Per què?
I Déu, ¿què hi diu?



Inspiradas en estos planteamientos, que invitan a trascender el género, encuentro estas recomendaciones para la oración:

Les nostres relacions haurien d’estar alimentades per aquest Esperit de Jesús que és reciprocitat, interrelació i fraternitat: “...Jo estic en el meu Pare, i vosaltres en mi, i jo en vosaltres...” (Jn 14,20). “...Us he dit tot això perquè la meva joia sigui també la vostra i la vostra joia sigui complerta. Aquest és el meu manament: que us estimeu els uns als altres tal com jo us he estimat...” (Jn 15,11-12)

La pregària de Sant Francesc exemplifica la praxi i n’és expressió d’aquest manament :

Senyor, fes de mi un instrument de la teva pau!
Que on hi hagi odi, hi posi amor.
On hi hagi ofensa, hi posi perdó.
On hi hagi discòrdia, hi posi veritat.
On hi hagi dubte, hi posi fe.
On hi hagi desesperació, hi posi llum.
On hi hagi tristesa, hi posi joia.
Oh Mestre, fes que jo vulgui més aviat consolar que no pas ser consolat;
comprendre, més que no pas ser comprès;
estimar, més que no pas ser estimat.
Perquè és donant-nos que obtenim,
és oblidant-nos que ens trobem,
és perdonant que som perdonats,
és morint que naixem a la vida eterna!


http://www.fragmenta.cat/books/view/3

[1] En este mismo texto, T. Forcades se permite sacar consecuencias de esta concepción trinitaria para replantear las relaciones de género: Ser persona es ser capaz de elegir, libremente, una relación en comunión (amor de donación) con los otros y a través de ellos amar y dar gloria a Dios. Pero es preciso tener en cuenta las características de género que nos diferencian los hombres de las mujeres. Se desprende de un estudio de una psicóloga norteamericana que las dificultades de compartir en las relaciones de género se deben a la bifurcación de tendencias entre los hombres y las mujeres. Los hombres orientados al auto-posesión (o sea a la “libertad”), en el fondo lo que tienen es miedo a la intimidad. Por esa razón hablan poco con sus mujeres y no les manifiestan sus sentimientos, pese a que las aman. Las mujeres orientadas al auto-estimación (“amor”), en el fondo lo que tienen es miedo a la soledad. Necesitan de su hombre que esté por ellas, que sea un compañero próximo. Pero eso sólo es así en la medida en que el hombre y la mujer son inmaduros y se identifican con los roles de género que aprendieron en la niñez. Ser persona tal y como lo son el Padre, el Hijo y el Espíritu nos exige a todos, mujeres y hombres, ser capaces de ir más allá de los estereotipos de género para amar tal y como Dios ama: con soltura en la intimidad y con soltura a la soledad. Eso es a lo que ella misma llama: TRASCENDER EL GÉNERO.

TEXTO COMPLETO EN CATALÁN: No hi ha un Déu amb una dinàmica pròpia allunyat de les nostres vides, sinó un Déu proper (Pare-Mare) que cerca una relació amb la humanitat, com en l’antic Testament ens el presenta Osees, “gelós del seu Poble”, que el cerca, que li demana que torni a Ell. La relació d’amor que Déu estableix amb els humans es fonamenta en la gratuïtat. Déu ens estima perquè vol, i ens ha creat per estimar-nos, un per un, i que des de la nostra condició de persones úniques visquem estimant-nos com Ell ens estima. La imatge que tenim de Déu té a veure amb la imatge que tenim de nosaltres mateixos i de les nostres societats. La piràmide en la que Déu és el punt més alt i el Fill i l’Esperit estan en posició inferior ha permès a l’Església afirmar que la única forma possible de govern és la monarquia absoluta.Però des que l’home ha cercat d’alliberar-se dels qui detentaven el poder (deien que per la Gràcia de Déu), assimilant els conceptes de la Revolució Francesa: Llibertat, igualtat i fraternitat, s’ha anat desempallegant dels qui el volen manar, i estima per sobre de tot la seva llibertat, que en podem dir “autonomia”. Després de la modernitat ja no es possible creure que hi hagi persones que estiguin per sota d’altres, ha afirmat el teòleg alemany Greshake. És per això que la representació d’una Trinitat posant el Pare al vèrtex d’un triangle i el Fill i l’esperit a la base, “subordinats”, no representa un model que la societat actual accepti. El Fill no és menys Déu que el Pare, i l’Esperit tampoc. Per tant hi ha una nova idea trinitària que deixa en un pla d’igualtat les tres persones divines, cada una entesa com a persona diferent, no clonada, i relacionades en amor pur, és a dir, en comunió. Aquest relació, en comunió, trinitària ja fa possible que ens serveixi de model per a organitzar la nostra societat a la seva imatge i semblança. La dona i l’home d’avui poden acceptar que Déu sigui el centre de totes les coses (teocentrisme) però no que a la pràctica, en aquest centre si posin persones que diuen que parlen en nom de Déu i interpreten la seva voluntat. Aquests és el problema.Si Jesús actua segons la voluntat del Pare no és un model per a l’home modern. Jesús manifesta la seva independència a l’Hort de Getsemaní quan dirigint-se al Pare diu: “que es faci la teva voluntat, i no la meva” Ell no se sent obligat, però fent exercici de la seva llibertat, fa donació de la seva vida al Pare.Podríem dir que només hi ha tres classes d’amor, ni quatre ni una; tres. Aquests són: donar, rebre i compartir. La donació pura és aquella que tot i que ser feta en esperit de reciprocitat, si aquesta no és dona, se seguiria exercint. Però seguirà cercant en l’altre alguna forma de reciprocitat. La donació que se sent completa en si mateixa, que no li importa la resposta de l’altre, encara que se l’anomeni de vegades “amor altruístic” o fins i tot “espiritual” vol dir a la pràctica que l’altre no es té en compte, que és menystingut, i d’això no en direm amor, sinó paternalisme o maternalisme. Déu no ens estima així. Tant a l’Antic com al Nou Testament, Déu ens surt a l’encontre i cerca la nostra resposta perquè per a Ell el nostre Sí és important. Semblantment la recepció pura és aquella en la que la persona que rep, encara que per malaltia o circumstàncies personals no pugui “donar res”, mostra el seu agraïment a la persona donant. La recepció sense esperit de reciprocitat no seria amor, seria infantilisme. En la donació pura i en la recepció pura es desitja la reciprocitat. No obstant, una donació que obligués a un retorn equivalent, no seria amor sinó mercantilisme. La tercera classe d’amor, la reciprocitat, seria com la síntesi de les dues anteriors. Compartir vol dir viure en una comunitat d’amor.Ser persona és ser capaç d’elegir, lliurement, una relació en comunió (amor de donació) amb els altres i a través d’ells estimar i donar glòria a Déu. Però cal tenir en compte les característiques de gènere que ens diferencien els homes de les dones.Es desprèn d’un estudi d’una psicòloga nord-americana que les dificultats de compartir en les relacions de gènere es deuen a la bifurcació de tendències entre els homes i les dones. Els homes orientats a l’auto-possessió (és a dir a la “llibertat”), en el fons el que tenen és por a la intimitat. És per això que no parlen amb les seves dones, no els manifesten els seus sentiments, malgrat que se les estimen. Les dones orientades a l’auto-estimació (“amor”), en el fons el que tenen és por a la solitud. Necessiten del seu home que estigui per elles, que sigui un company proper. Això només és així en la mesura en què l’home i la dona són immadurs, és a dir, identificats amb els rols de gènere que van aprendre en la infantesa. Ser persona tal com ho són el Pare, el Fill i l’Esperit ens demana a tots, dones i homes, ser capaços d’anar més enllà dels estereotips de gènere per estimar tal com Déu estima: sense por a la intimitat i sense por a la solitud.

[2] El Pare és perquè «es dóna». El Fill és perquè «es rep». L’Esperit és perquè «es comparteix». Nosaltres podem donar perquè el Déu que ens ha donat el ser i ens fonamenta és Pare (Mare-Pare). Podem rebre perquè el Déu que ens ha donat el ser i ens fonamenta és Fill (Filla-Fill). Podem compartir perquè el Déu que ens ha donat el ser i ens fonamenta és Esperit. L’Esperit és reciprocitat, però reciprocitat extàtica (inclou necessàriament un tercer, al servei del qual poso tot el bé que rebo)[cf Jn 15,15: «A vosaltres us he dit amics perquè us he fet conèixer tot allò que he sentit del meu Pare». Jn 6,39: «I la voluntat de qui m’ha enviat és aquesta: que no perdi res d’allò que m’ha donat, sinó que ho ressusciti el darrer dia].

martes, septiembre 11, 2007

Otra defensa de la familia, hombres incluidos

Llevo días mirando a ratos los ejemplares de "Educación para la ciudadanía" que han llegado al instituto, y no salgo de mi asombro al comprobar el poco aprecio hacia la condición masculina que se detecta en estos textos. Es curioso que la "perspectiva de género" tan invocada por unos y tan satanizada por otros produzca tan pocos frutos.

Según los más radicales ideólogos del género, tanto nuestra identidad sexual como el papel social que se le atribuye son construcciones que sirven para apuntalar a los que ostentan el poder, es decir a los hombres, y mantener en una posición subordinada a las mujeres. Se trata, por tanto, de desenmascarar las artimañas de las que se vale el poder masculino para colonizar el imaginario de los jóvenes con "ficciones" como la de otorgar importancia a la diferencia sexual, tan útil para sus intereses.

El problema es que los jóvenes se muestran obstinadamente refractarios a estos mensajes, y siguen escenificando el juego de la polaridad sexual y la seducción como siempre, contando ahora además con la ayuda de un mercado dispuesto a espectacularizar la diferencia como nunca antes ocurrió. Por otra parte, las investigaciones neurológicas han demostrado hace ya tiempo que la diferencia sexual es más que una construcción social, aunque todos los seres humanos manifestemos una plasticidad enorme.

En el otro extremo, se sitúan los que ven en la ideología de género el virus más disolvente y letal que imaginarse pueda contra la legitimidad de sus mensajes. Y, seguramente no se equivocan. Es algo que afecta especialmente al cristianismo cuyo universo simbólico otorga constantemente primacía al género masculino. Si algo acabó por mermar definitivamente mi antigua fe católica fueron las lecturas de algunas teólogas feministas.

Como ya no es socialmente aceptable sostener esa primacía masculina, ahora se obvia el asunto –como si la cuestión no tuviera mayor trascendencia-, y se insiste en machaconamente en un único gran argumento: la evidencia de que existen hombres y mujeres, seres de igual dignidad pero diferentes cuya complementariedad es necesaria para crear una estructura familiar natural y psicológicamente sana. Los apologistas de este modelo, una vez aclarada su posición, no dudan en conceder que la feminidad –el eterno femenino- posee una excelencia amorosa superior que se encarna de modo inequívoco en la figura de la madre...

"La tarea de la madre y del padre

Cada miembro de la pareja conyugal tiene una cierta delimitación de sus funciones, aunque los campos del uno y el otro se cruzan, se entremezclan, se superponen y complementan.

La mujer ha sido siempre la que ha transmitido los sentimientos, el mundo de la afectividad, por eso no hay amor como el de una madre. El amor materno se un icono de generosidad, espejo donde se tienen que mirar otros amores: es un amor de donación, que no pide nada a cambio, que busca el bien del hijo por encima de todo y que está lleno de comprensión, disculpa, soporte, perdón."


Fuente: Anexo de Enrique Rojas en Educación para la ciudadanía de editorial Casals, Barcelona, 2007.

Ante excelsa referencia, al hombre, aunque haya cambiado mucho la realidad sociolaboral, sólo le queda seguir trabajando fuera de casa, ponerse a disposición de su esposa en las tareas domésticas, contar cuentos antes de dormir a los niños e incluso educarles, y procurar no ser un rígido y estirado que frena la labor humanizadora y cimentadora de la familia, encarnada por la madre.

El hombre ha sido quién, tradicionalmente, ha transmitido el sentido del trabajo, la responsabilidad económica y el pilar material de la familia. Hoy, en llena entrada del siglo XXI, eso sigue vigente, aunque con muchos matices. En muchos ambientes, la mujer y el marido trabajan fuera de casa y ambos llevan una nómina profesional.

En algunas parejas, la mujer gana mes dinero que el hombre y los papeles clásicos se han invertido o mezclado, cosa que mujer una vitalidad y un dinamismo muy positivo a la familia: el padre tiene que ayudar en las tareas domesticas, sabe la importancia de explicar cuentos a los hijos por la noche (lo que en inglés se llama el "bed time": este tiempo en qué el niño se a la cama y el padre, sentado a la cabecera le explica uno contiene, y el sumerge en un mundo agradable y mágico, donde la fantasía se abre paso), y que con el paso de los años estas cosas dejan una marca imborrable.

También el padre transmite sentimientos, y se aleja de esas sentencies machistas que hemos oído tan a menudo y que dicen que «los hombres no lloran» o que «los hombres no expresan sus sentimientos, los guardan».

¡Qué error! Esta forma de entender las cosas ha llevado muchos golpes en fabricar un tipo de hombre seco, distante, frío, inexpresivo de afecto... que le vuelve incapaz para la vida conyugal.

El hombre también tiene que empeñarse en la educación de los hijos: ayudarlos a encontrarse a sí mismos, que saquen lo mejor de su persona, en pulimentar y en limar las aristas de su personalidad.
La madre humaniza la familia. Ella se el cemento de unió de los unos y los otros. La ternura es el ungüento del amor; la manera fina de ir dejando caer el afecto, el hecho de ponerse en el lugar del otro y saber que la generosidad es darse, pensar más en los otros que en un mismo.

Fuente: Anexo de Enrique Rojas en Educación para la ciudadanía de editorial Casals, Barcelona, 2007.

Es frecuente que en estos medios se señale la fuga de las responsabilidades familiares por parte de muchos hombres y que se denuncie la figura del "padre ausente". De la "madre sobreprotectora" o de la "madre omnipresente e invasiva", por citar otras figuras frecuentes, no se acostumbra a decir nada.

El padre ausente

Es preciso mencionar el llamado padre ausente en las familias estables: es aquel padre que existe, pero que no aparece, no cuenta, no es capaz de transmitir amor, afectividad, conocimiento... que se ha ido convirtiendo en una figura vacía, sin relieve, porque no se implica a fondo con el resto de la familia.

Es frecuente que pase en padres que sólo tienen tiempo para trabajar, a los que su afán profesional los ha devorado. Muchos hiles dicen: «padre, vuelve pronto en casa, no queremos que ganes más dinero ni nos compres nada más, te queremos a nuestro lado».

Fuente: Anexo de Enrique Rojas en Educación para la ciudadanía de editorial Casals, Barcelona, 2007.

De este modo, salvo contadas excepciones –el texto de José Antonio Marina es muy equilibrado-, la mayoría de los libros de educación para la ciudadanía acaban resultando todos misándricos, a pesar de sus muy diferentes orientaciones. A nivel popular ha calado esta misandria ambiental, que unida al inculpación difusa que deriva de la lacra de la violencia doméstica –expresión terrible de la crisis de la identidad masculina- tiene el negativo efecto de hacer creer que no se puede esperar nada bueno ni respetable de la condición masculina. Las series de televisión hace tiempo que lo entendieron y por eso insisten tanto en apuntalar el estereotipo del padre estúpido (www.elpais.com/diario/radioytv/?d_date=20070404).

Si entendemos la perspectiva de género como una herramienta destinada no a denunciar la opresión masculina o a negar la diferencia sexual, sino a estudiar cómo se construyen y vehiculan las identidades asociadas a la diferencia sexual, y cómo se transforman y modulan según las circunstancias, entenderemos mucho mejor las relaciones entre hombres y mujeres y podremos contribuir a que sean más gratas.

Hace ya tiempo que en el seno del feminismo se alzaron voces que reclamaron más atención hacia la condición masculina, porque se entendió que sobre la base de su vituperio permanente y sin una identidad masculina sólida sería imposible construir relaciones equilibradas y satisfactorias, sobretodo el horizonte de unas transformaciones sociolaborales profundas y desestabilizadoras. Se equivocan quienes insisten en poner la identidad masculina bajo sospecha permanente y convierten su adquisición en una misión imposible. También se equivocan los que se empecinan en negar el carácter relativo y transformable del género y se encallan en mistificaciones de la feminidad sin saber dónde colocar una masculinidad desplazada.

Por eso me ha encantado el texto del suplemento dominical de EL PAÍS, dónde desde una óptica no confesional se hacía una de la mejores defensas de la familia que cabe hacer hoy por hoy. Y el hombre salía bien parado.

Diario de un padre del siglo XXI

Se acabó salir y viajar. Toca dar biberones, jugar al escondite y elegir el color de los leotardos. El periodista y escritor Antonio Jiménez Barca relata la absorbente y emocionante labor de criar a dos hijos.
Pongamos que me llamo Ernesto. Tengo dos hijos: Julia, de cinco años, y Luis, de uno. Ahora mismo los dos miran por encima del hombro lo que escribo. Paula, con mala cara.
-Papá, ¿jugamos?
-Ahora no puedo. Además, hay que ir al colé. Luego, ¿a qué quieres jugar?
-Al escondite, a las mini-pets, a saltar a la comba. A todo.
-Después, ¿vale?
-Vale.
Luisito tiene más carácter: de un manotazo limpio al grito de "tala-tala" manda el texto (y casi el ordenador) a hacer puñetas. Así que hay que empezar otra vez. Diario de un padre del siglo XXI. Me llamo Ernesto. Tengo dos hijos. Una de cinco años, y otro, de uno recién cumplido. Para el que no se acuerde o no lo sepa, a los cinco años un niño quema al día la misma energía que Rafa Nadal en un partido; a los 12 meses está aprendiendo a andar, a meterse los enchufes en la boca o a ensayar el salto en caída libre desde las sillas. Es decir, cuando un padre de dos niños de estas características asegura que no tiene tiempo para esto o lo otro, créanle: no es una frase hecha. Y esto y lo otro tienen su importancia. Eran su vida anterior, su vida sin niños: salir, entrar, quedar, viajar, leer, o bajar a la playa sin planificar cada movimiento como si se tratara del desembarco de Normandía. En eso (Normandía) ha consistido nuestro fin de semana. Todos los fines de semana desde hace unos años. Por eso no les niego que experimento un maligno bienestar al pensar que hoy, por fin, es lunes y hay colegio.
Pero me enrollo y no hay tiempo. Miro el reloj: las nueve menos diez. Manuela, la chica que se encarga de Luisito, está al venir. Somos padres del siglo XXI, así que mi mujer, Carmen, también trabaja y viaja, y hoy no estará en casa en todo el día. Además, no nos queda otra que contar con dos sueldos: hemos contraído hace poco una hipoteca del siglo XXI, esto es, que durará casi todo el siglo XXI.
Julia me observa y yo la observo a ella. Otra vez lo hemos conseguido. En una hora está despierta, vestida, desayunada, peinada, lista para salir hacia el colegio. No ha sido fácil. Al principio no sabía cómo vestirse. Ni yo tampoco cómo vestirla. Con el tiempo hemos aprendido juntos. Ella, a abrocharse las cremalleras y a pasar los botones. Yo, a que, a veces, tratándose de una chica, hay que conjugar el color de las pinzas del pelo con los leotardos. El colegio está cerca de casa. Vamos andando. Por el camino me encuentro con el papá de Carlitos, que invita a Julia el sábado a un macrocumpleaños que Carlitos celebrará en un local de esos de bolas, con payasos y con cuentacuentos. Digo que sí, que Julia acepta. En el paso de cebra se me acerca la madre de Elisita, que hará una fiesta el viernes en su casa, con payasos y cuentacuentos (espero que distintos). Digo que sí, que gracias. Al entrar en el colegio, la madre de Ricardito, de la APA (Asociación de Padres), me recuerda que el viernes es la fiesta que los padres organizamos por el principio del trimestre, que los padres que quieran harán de payasos y de cuentacuentos. Respondo que no me olvido, dejo a Julia en el colegio, me voy para la oficina y pienso: a) que mi hija tiene más vida social que mi hermana soltera (yo ni me comparo, claro), y b) que los pa dres de ahora nos hemos convertido un poco en parques temáticos de nuestros propios hijos. Tememos que se aburran. Recuerdo los cumpleaños de mi infancia, a los que venían los cuatro amiguitos del portal y un batallón de primos, sin payasos ni cuentacuentos. Y pienso también en las tardes de aburrimiento de los eternos veranos de la EGB. Mi madre, que creció en la posguerra, se preocupaba mucho de que mis hermanos y yo comiéramos, de que no pilláramos una infección, pero le resultaba indiferente que nos aburriéramos.
-Mamá, me aburro.
-Pues cómprate un mono, y quítate de ahí, que tengo que tender.
El que nos aburriéramos lo consideraba casi inevitable y hasta provechoso, porque pensaba que eran los propios niños los encargados de buscarse entretenimiento. No sé quién tiene razón, pero, por si acaso, apunto las citas de mi hija en mi agenda. Es difícil ser padre en cualquier siglo.
Carmen vuelve antes de lo previsto: recogerá a Julia, se encargará de Luisito por la tarde. Yo aprovecho para adelantar cosas en la oficina y como en una cafetería con otros compañeros. Me dan ideas para el diario: la falta de guarderías públicas, la falta de empresas con verdadero afán de conciliación. Uno, de más edad, nos recuerda otra característica de los padres
Nos hemos convertido en parques temáticos de nuestros hijos. Mi madre se preocupaba de que comiéramos, pero le resultaba más o menos indiferente que nos aburriéramos
del siglo XXI. Los hijos no se irán de casa hasta mucho después de que sus padres se jubilen. Además, dado el régimen algo dictatorial que los hijos ejercen sobre los padres, la casa acaba perteneciéndoles. El compañero acabó relatando la bronca que mantuvo con sus hijos este fin de semana porque decidió a última hora no irse a la casa de la sierra, chafándoles los planes de fiesta a los adolescentes.
Volvemos a la oficina. Trabajo unas horas. Intento regresar a casa antes de las siete y media, la hora crítica. Carmen me recibe con Luisito en la bañera, berreando, con el baño encharcado. Julia se ha escaqueado y, disfrazada de princesa, juega en el salón, ella sola, con un disco de cuentos a todo trapo. Dan ganas de darse la vuelta.
-¿Jugamos a príncipes, papá?
-Ahora no. A bañarse. A cenar. A dormir.
-Jo.
Conseguimos que en menos de 40 minutos la casa se serene. Cada tarde es así: a un caos aparentemente ingobernable le sucede una calma milagrosa. Mientras doy el biberón a Luisito. que ya cierra losojos, pienso en eso, en el milagro que ocurre cada tarde en mi casa y en algo que oí en la radio hace meses y que me impresionó: los niños son pequeñas máquinas de generar sentimientos: amor, pánico, euforia, dicha, calma... Es cierto. Lo he experimentado. Porque los padres del siglo XXI, y ahora me refiero sólo a los hombres, tenemos menos horas para nosotros, ocupados en la crianza y en la atención de los hijos. Mi padre se ocupaba sólo de tomar las grandes decisiones sobre los hijos. Nosotros, además, nos ocupamos de las pequeñas: el color de la gomita del pelo, por ejemplo. Y el caudal de sentimientos que arrastra cada minúsculo acto conjunto compensa. Es algo que las madres han sabido desde siempre. Pero me enrollo. Y Luisito se ha quedado frito con el biberón en la boca. Les miro mientras se van durmiendo. Se acurrucan en sus camas. Imagino que piensan que nada malo va a pasarles jamás. Pero yo soy el que me siento protegido al verles. No me pidan que lo explique. Aunque Julia abre a última hora un ojo Rafael-Nadal y pregunta:
-¿Jugamos de una vez?
-Claro, reina. Ahora sí. Un poquito, antes de dormir. Pero espera, que me quedan aún cuatro frases.
Me acerco a ella. Le pregunto.
-¿A qué quieres jugar?
-A todo.

miércoles, marzo 28, 2007

Género y autoridad



No sé si se ha descrito ya en una Historia del Género la etapa 1945-1968 -pido perdón por esta laguna-, pero, aunque sólo sea basándome en mis recuerdos, me atrevo a afirmar que constituyó el último periodo de la historia de Occidente en que las categorías de género estuvieron establemente definidas y fueron compartidas e interiorizadas sin apenas contestación.



Durante esta etapa, la vida de las clases medias occidentales se articuló una vez más siguiendo un esquema dicotómico “masculino / femenino” que no ofrecía demasiadas fisuras y que se podía extrapolar a todos los ámbitos. El espacio público y el espacio privado constituían su correlato más evidente. La esfera masculina era el reino del trabajo remunerado, de la razón, de la ley, de la ciencia, de la política y, en definitiva, del espacio público. La esfera femenina era el reino de los sentimientos, de las tareas y cuidados domésticos no remunerados, de la excusa y la mediación, de las relaciones familiares e íntimas y, en definitiva del espacio público. Dios Padre y la Virgen María. La autoridad y la intercesión. La fuerza del intelecto frente al dictado de la emoción.


El rito de paso a la vida adulta estaba bien establecido: conseguir un trabajo y cobrar un primer sueldo. Con ese dinero se empezaba aliviando los gastos familiares y más tarde se conquistaba la deseada autonomía que permitía reproducir el modelo. Para los chicos, su padre constituía el referente clave. Era él quien presidía todo el proceso desde la distancia emocional que su posición de autoridad exigía. Papá era querido y temido. Representaba la norma, el camino recto, y su benevolencia no consistía tanto en excusarte como en darte una nueva oportunidad si te habías equivocado. El niño era contemplado como una mezcla inestable de impulsos desordenados y grandes potenciales, que sólo darían fruto si se le sabía hacer entrar en vereda. En eso consistía la educación, en no malograr a los niños permitiéndoles hacer lo que quisieran y caer presas de su descontrol. Por eso, a los niños consentidos se les llamaba maleducados. La escuela partía de los mismos presupuestos y se ajustaba al mismo modelo.



Papá podría estar más o menos tiempo en casa, pero su autoridad se mantenía incólume. Bastaba con que mamá amenazara con un “¡Ojo o se lo diré a papá!". Papá castigaba y hacía cumplir los castigos sin demasiadas contemplaciones. El vínculo padre-hijo no se fundaba tanto en el número de horas compartidas como en la nitidez con que ejercía su función. El padre era proveedor, legislador, juez y gobernante.


Sin embargo, este esquema dicotómico de relaciones empieza a tambalearse a partir de los 60. Analizar este cambio sería muy complejo y ahora sólo pretendo esbozar el proceso. Para ello seguiré a Ulric Beck (La sociedad del riesgo, 1986, Paidós, 2007).



Comenta Beck que la realización de la sociedad industrial del mercado comportó la supresión de su moral de familia, de sus destinos sexuales, de sus tabúes de matrimonio, paternidad y sexualidad, e incluso la reunificación del trabajo doméstico y del trabajo retribuido, arrollados por un proceso de individualización irrefrenable. En el modelo de mercado de la modernidad se supone la sociedad sin familias, ni matrimonios. Cada cual ha de ser autónomo, libre para las exigencias del mercado, con el objetivo de asegurar su existencia económica. El sujeto del mercado es en último término el individuo que está solo, no obstaculizado por la pareja, el matrimonio o la familia…Esta contradicción entre las exigencias de la relación de pareja y las exigencias del mercado laboral pudo permanecer oculta mientras se pensó que el matrimonio significa para la mujer la exclusión del trabajo, la responsabiliad sobre la familia y la “co-movilidad” bajo el destino profesional del marido. La contradicción surgió cuando ambos cónyugues quisieron ser libres para asegurar su existencia mediante la trabajo asalriado. Desde entonces los matrimonios han de buscar soluciones privadas, han de repartirse internamente los riesgos, han de renegociar constantemente horarios, funciones y responsabilidades, etc. …revientan las relaciones entre los sexos , que están soldadas con la separación de producción y reproducción y son mantenidas juntas en la tradición compacta de la familia nuclear con todo lo que esta contiene en comunidad, asignación y emocionalidad. De repente todo se vuelve inseguro:

  • la forma de convivencia


  • quién hace el trabajo


  • las nociones de sexualidad y amor y su inclusión en el matrimonio y en la familia


  • la institución de la paternidad se disgrega en padre y madre


  • los hijos, con la intensidad de la vinculación que contienen y que ahora se está quedando anacrónica, se convierten en los únicos compañeros que no marchan


  • comienza una lucha y una experimentación generales con “formas de reunificación” de trabajo y de vida, trabajo doméstico y trabajo retribuido, etc. En estas circunstancias el matrimonio se convierte en un proyecto especialmente vulnerable, porque nada está dado de antemano.


La pareja se convierte en el lugar donde las contradicciones institucionales culturales económicas etc. son revertidas al plano de lo personal; el último territorio donde se espera resolver “el fatum secular de la desigualdad entre los sexos”; el ámbito donde se intenta resolver la tensión entre, por una parte, la necesidad de afecto y de seguridad y, por otro, la aspiración a la autorrealización, a la búsqueda de la identidad, al desarrollo de las capacidades personales, a la necesidad de “seguir en movimiento”. La pareja, el hogar, se convierten en el último refugio donde anegar la frustración asociada a la soledad, al aislamiento aniquilador al que conduce el individualismo contemporáneo y sus dictados.

Se busca en la pareja, todo lo que se ha ido perdiendo en los demás entornos. Pero sometida a tan desmesuradas exigencias, la pareja quiebra con frecuencia. La familia unitaria para toda la vida que recoge en sí las las biografías paternas de hombres y mujeres se convierte en el caso límite, y la regla es una oscilación (específica de las fases de la vida) entre diversas familias de duración limitada o entre formas no familiares de la convivencia (Beck, 192).

Las consecuencias de este modelo intrafamiliar de individualización también repercuten en las relaciones con los hijos y en el ejercicio de la autoridad en el proceso educativo. Según Beck, en el marco de unas relaciones de pareja fragilizadas, el hijo se convierte en la última relación primaria que queda, irrevisable, inintercambiable. La pareja viene y va, el hijo permanece… Al volverse quebradizas las relaciones entre los sexos, el hijo consigue el monopolio sobre la relación de la pareja vivible, sobre una satisfacción de los sentimientos, que en otros ámbitos es cada vez más rara e incierta. En el hijo se cultiva y celebra una experiencia social anacrónica, que con el proceso único. El hijo se convierte en el último recurso contra la soledad que los seres humanos pueden emplear frente a las posibilidades amorosas que se les escapan. Es la manera privada de reencantamiento…(Beck, 197)





El problema es qué ocurre cuando el hijo es visto más como una fuente de gratificaciones emocionales que como un ser que precisa ser formado, corregido, educado. Seguimos necesitando contener y redirigir la impulsividad de los niños. ¿Quién ejerce ahora la función de limitación, de defensa de la norma, de estímulo para asumir responsabilidades? Sin duda, hay que recuperar esa perspectiva y, si estamos transitando a un mundo de progenitores indiferenciados –ni “padres”, ni “madres”-, habría que reintegrar las funciones antes ejercidas por los padres en la nueva figura del progenitor masculino o femenino. Algunos dicen que los nuevos papás están haciendo sobretodo de mamás –al modo del antiguo reparto de roles- y que los niños han pasado a tener dos mamás. En la escuela ocurre algo parecido. Incluso hay quien vislumbra una inversión de roles. Continuará…

miércoles, febrero 28, 2007

Primera sentencia de custodia compartida sin acuerdo de los padres

Si realmente queremos construir una sociedad con relaciones equilibradas, la custodia compartida debería ser la fórmula de partida cuando una pareja con hijos se separa -ya ocurre en otros países de nuestro entorno-, pero sigue siendo algo excepcional y prácticamente imposible si la mujer se niega. Esperemos que esta sentencia contribuya a cambiar las cosas:

Primera sentencia de custodia compartida sin acuerdo de los padres.Dos menores pasarán media semana con cada progenitor por la custodia compartida

La Audiencia de Barcelona ha dictado la primera sentencia de custodia compartida sin acuerdo de los padres, según una modificación introducida en el Código Civil en julio de 2005 que establece que se podrá acordar la custodia compartida de los menores a petición únicamente de uno de los progenitores si se considera que así se protege el «interés del menor».

EUROPA PRESS/BARCELONA

La sentencia tiene en cuenta la voluntad de entendimiento entre los progenitores, y que el hijo mayor de ambos dejó claro su deseo de compartir su tiempo con los dos por igual, para llegar a la conclusión de que se trata del contexto adecuado para aplicar el artículo modificado del Código Civil.

Días alternos

La opinión del hijo mayor de la pareja también se tiene en cuenta a la hora de establecer el reparto del tiempo que pasarán los niños con cada uno de los padres, que no se dividirá por semanas alternas, sino por días, de modo que los menores pasarán lunes y martes con su madre, miércoles y jueves con su padre y los fines de semana serán alternos, mientras que las vacaciones se repartirán a partes iguales, para «asegurar una regularidad en la vida de los niños», que así «se crearán referencias fijas».

La Audiencia estima así el recurso de apelación interpuesto por el padre, Jordi S.T., contra la sentencia de separación, que concedía la custodia a la madre y permitía que el padre se quedara con sus hijos todos los miércoles y uno de cada dos fines de semana.


Fuente: http://www.larioja.com/prensa/20070228/sociedad/menores-pasaran-media-semana_20070228.html

martes, febrero 13, 2007

Pequeños narcisos




Florecen los narcisos. Les aliento e ilumino. Los cuido con mimo. Ni palabras sin amor, ni gestos sin compasión. Alejo de sus bulbos los ácaros, los intrusos desapacibles y ásperos. Indulgente, ni los podo ni los tallo. Y lucen seguros, confiados.

El género narcisus contiene una cuarenta especies que tienen en común su dependencia permanente de los jardineros; su vocación lucidora y escapista; su impulsividad e irracionalismo; la mentira constante y la irresponsabilidad insuperable. Cuando crecen, hay que actuar con suma prudencia: se vuelven especialmente tóxicos y dañinos.

Autoestima y narcisismo

Dice Felicidad Martínez-Pais Loscertales en http://didacticafilosofia.blogia.com/2006/052302-otro-poquito-de-marina.php :


Acabo de leer un estupendo libro de William Damon, titulado Greater Expectations. El subtítulo es más expresivo: “Cómo superar la cultura de la indulgencia en los hogares y en las escuelas americanas”. Damon es un respetado especialista en psicología educativa y ha dirigido el gigantesco Handbook of Child Psycology de la editorial Wiley.

Describe en su obra el sistema de la indulgencia, del que forman parte muchos conceptos, por ejemplo, el de “autoestima”. La preocupación porque el niño o el adulto “se sienta bien consigo mismo”, ha producido una generación de narcisos o egocéntricos.


El término «autoestima» entró a formar parte del léxico de la cultura pop de Estados Unidos durante los años 60.

Durante esa era de liberación sexual y experimentación con drogas ilícitas, los planes de estudios que echaron raíz en los colegios engendraron una serie
de doctrinas permisivas, dice William Damon, el autor de Mayores expectativas: superar la cultura de la indulgencia en nuestros hogares y colegios.

Mientras una avalancha de libros de última moda sobre auto-ayuda llegaba a las estanterías de las librerías, los editores especializados en educación
producían, de forma masiva, unos planes de estudios que encajaban perfectamente con la creciente fascinación de la sociedad por la automejora.

...(En una investigación llevada a cabo con) 540 estudiantes de la Universidad Estatal de Iowa –todos ellos especializados en psicología– (se) evaluó
su nivel de autoestima y narcisismo. Una autoestima elevada se describió como «tener un buen concepto de uno mismo» y el narcisismo como «querer desesperadamente tener un buen concepto de uno mismo».

Los estudiantes escribieron una breve redacción que se les devolvió con una evaluación, presuntamente hecha por otro de los participantes. Entonces se dijo a cada estudiante que él o ella competiría contra alguien en un examen que mediría su
tiempo de reacción. El ganador de cada ronda podría castigar al perdedor haciéndole escuchar un trompetazo de ruido, cuya duración e intensidad se dejaba a discreción del participante.

A los participantes se les dijo, bien que su compañero había criticado su redacción, bien que la había alabado, o bien que ni siquiera la había leído.

Los investigadores comprobaron que el nivel de autoestima de los estudiantes, fuera éste alto o bajo, no tenía nada que ver con que actuaran de forma agresiva. Este resultado, dice el informe, «contradice la creencia tradicional de que una baja
autoestima causa agresión, y también cualquier sugerencia de que un buen concepto de sí mismo, en general, conduce a la agresión».

Las respuestas agresivas fueron más marcadas en los narcisistas que creían estar atacando a alguien que les había hecho una evaluación negativa.

El informe concluye: «Los peligrosos no son aquellos que se consideran seres superiores, si no aquellos que sienten un fuerte deseo de considerarse
seres superiores.»

Otro estudio reciente consolida el vínculo entre la agresividad y el narcisismo. Bushman, el profesor de la Universidad Estatal de Iowa, evaluó el nivel de
narcisismo de sesenta y cinco prisioneros violentos en tres Estados y comprobó que era significativamente más elevado que el de un grupo de estudiantes universitarios de la misma edad.

Bushman no insinúa que los colegios que dan clases de autoestima estén creando, intencionadamente, a pequeños narcisistas. Advierte, sin embargo, que «si los niños empiezan a desarrollar un concepto de sí mismos que es disparatadamente
optimista y esa creencia es constantemente rechazada por los demás, ese amor hacia sí mismos podría hacer que los chicos se vuelvan potencialmente peligrosos para los que les rodean».

Si el objetivo es reducir la violencia, añade Bushman, los colegios deberían utilizar su

dinero para enseñar autocontrol en vez de emplearlo en estimular el
ego de los estudiantes.

Concentrarse en elevar el estado de ánimo resulta superfluo cuando se considera que, en general, los americanos ya parecen tener un elevado concepto de sí mismos, dice Bushman. Alude a un estudio hecho en los años 70 en el que se pidió a los par-
ticipantes que evaluaran sus aptitudes al volante; un 90% estimó estar por encima de la media.

«En América nos sobreestimamos en mayor medida que, por ejemplo, en Asia donde lo habitual es ser modesto», dice. «Es un patrón cultural. La gente aquí hace hincapié en sus éxitos e ignora sus fracasos.»