Me pregunto cómo afectará la severa
crisis que estamos viviendo a la articulación futura de las identidades
masculinas, porque ninguna crisis precedente se ha saldado sin dejar huellas
profundas en la forma entender y ejercer la masculinidad. Es curioso observar
la relación entre la crisis económica de 1873 -la primera gran crisis global
del capitalismo contemporáneo- y la proliferación posterior de obras que dan fe
de una quiebra en las formas vigentes de concebir la masculinidad y, de una
manera muy particular, la paternidad. Aunque fue un fenómeno en general negado
u orillado por la mayoría de sus contemporáneos, pronto empezaron a multiplicarse los testimonios y análisis de
mentes lúcidas que lo identificaron con nitidez[1], y que se
mostraron especialmente inquietos por sus efectos disolventes y subversivos
–Sigmund Freud entre otros-, proponiendo medidas y estrategias compensadoras que paliasen sus
efectos. Pero también no faltaron quienes dieron la bienvenida a esa crisis de
la masculinidad, que a su juicio constituía una
fase más de un proceso irreversible, que no sólo era absurdo combatir,
sino que debía alentarse.
Ya antes de 1873 se había escrito
bastante sobre el tema. Precisamente ese año, además de ser el del inicio de
una grave crisis bursátil con epicentro en Viena –un lugar donde poco después
se formulará un diagnóstico especialmente clarividente de la crisis de la
masculinidad[2]-, fue el de la muerte del gran economista John
Stuart Mill quien ya en 1861 terminó el borrador de La sujeción de la mujer, una obra que desde su publicación se
convertiría en la principal fuente nutricia y ariete teórico de la causa
feminista. Por cierto, conviene recordar que uno de los fundadores de la
economía clásica fue también uno de los principales teorizadores y promotores
del feminismo, porque la congruencia entre ambas perspectivas nos remite a un
macroproceso de largo alcance que conviene no perder de vista[3].
En la La sujeción de la mujer, Stuart Mill no sólo realiza una rigurosa e
irreprochable reivindicación de la igualdad jurídica de las mujeres sino que
apunta más lejos, hacia una democratización de la institución familiar, que la
convierta en “una escuela de simpatía en la igualdad, de vida en común en el
amor, en que no esté todo el poder de un lado y toda la obediencia de otro” que
traslade al ámbito de los sentimiento íntimos familiares de la familia los
progresos que se estaban produciendo en el restringido espacio de la política de
los países libres. Un programa horizontalizador[4] y
revolucionario, que contra todo pronóstico, y de la mano no sólo del feminismo
sino de aliados entonces inimaginables (como la psicología, el cine, la
publicidad, las nuevas tecnologías) se ha venido desplegando finalmente con un
vigor pasmoso, aunque no exento de desconcertantes eclipses y contratiempos.
Eva Illouz[5] ha
captado la evolución de esta deriva en la que el anhelo de igualdad y libertad
se mezclan con el despliegue del capitalismo y alcanza el núcleo de las
emociones íntimas, hasta convertirlo también en objeto de permanente
escrutinio, evaluación y estudio de rentabilidad en términos de
coste-beneficio.
Pero volvamos al tronco de nuestras reflexiones. Uno de
los impactos desvertebradores que había tenido el despliegue de la
industrialización en la Europa
de mediados del siglo XIX fue la demanda creciente de mano de obra femenina. El
urbanista Ildefonso Cerdá ya en 1856 se quejaba de los efectos
desestabilizadores que este fenómeno estaba teniendo en las antiguas jerarquías
sociales y laborales de las clases trabajadoras y para corregirlos propuso restaurar las
diferencias salariales en función del género y la edad en los distintos oficios
barceloneses[6].
Propuestas semejantes se multiplicaron por todo el occidente industrializado y
el resultado final fue la consagración
del salario familiar masculino y la exclusión de la mujer del trabajo fabril,
respondiendo así a una reivindicación de la mismísima II Internacional (1889),
que se adoptó por amplio consenso, aunque no sin discusión[7]. El episodio
se ha presentado por la historiografía feminista como un pacto entre varones
obreros y varones patronos, sellado en un momento en el que se concedió el
sufragio universal masculino y la Internacional Socialista
fue aceptada como interlocutora política. En estas circunstancias, el salario
familiar masculino permitió blindar a los obreros sus privilegios en el núcleo
familiar y a los patronos les garantizó la reproducción de la fuerza de
trabajo, algo que no siempre garantizaban las penosas condiciones de vida que
se padecían en muchos hogares.
La etapa que siguió a la crisis del 1873 se saldó, por
tanto, con un reforzamiento de los roles
masculinos tradicionales aunque, la operación no dejó de resultar forzada y
artificiosa porque para conseguirlo, se
enfatizaron símbolos y valores prestados de un imaginario mundo guerrero y
arcaizante que encontraba cada vez peor acomodo en unas sociedades urbanas,
cada vez más anodinas y pequeñoburguesas. El "trabajo en fábricas, haciendo tareas mecánicas y
repetitivas, o en la monotonía de la administración", no les permite a los
hombres demostrar esas cualidades
supuestamente tradicionales con que se alimenta el imaginario social. "Ya
no se necesita ni fuerza, ni iniciativa, ni imaginación para ganarse la
vida"[8]. Elizabeth
Badinter, estudiando este período cita a Barres que se burla "de esos
funcionarios semimachos que sólo
aspiran a la seguridad como las mujeres, y los compara con aquellos que, en
otro tiempo, vivían con el fusil en la
mano, en un cuerpo a cuerpo viril con
la naturaleza”[9].
Pero, a pesar de estas disfunciones, no se puede
negar que es ahora cuando se corrige la
imagen de inestabilidad asociada a las relaciones familiares de los obreros y
se logra consagrar el ideal de la familia obrera honrada, en la que el rol
masculino y el femenino están perfectamente definidos y se complementan
armoniosamente. El hombre, además de proveer de recursos a la familia, como
trabajador responsable constituye un ejemplo y referencia moral para sus hijos,
ejerciendo su autoridad sobre ellos, mientras la mujer actúa como esposa sumisa
y hacendosa y madre amorosa (el ángel del hogar). Según Philip Donzelot en su obra La policía de las familias (1990) no se
hizo sino reformular un modelo cuyos antecedentes hundían sus raíces en la
antigua organización patriarcal romana, después adoptado por la Iglesia (La perfecta casada -1584- de Fray Luis
de León es un buen testimonio de ello) aunque con un éxito más modesto de lo
que pudiera pensarse (en 1988 Philippe Aries en un análisis de registros
parroquiales, constató tasas de ilegitimidad superiores al 25%, y algo
semejante se deriva de un estudio sobre la Inclusa de Madrid en el siglo XVIII (Sherwood,
1988)[10], y después secularizado
en "el Código Napoleónico y que desde venía desplegando a otra escala la
familia burguesa. Ahora desde el Estado y las iglesias cristianas se reforzará
también en el ámbito obrero ese antiguo modelo de familia patriarcal, fundada
en la complementariedad (luego diferencia) entre marido y mujer y en la que
sólo los varones tienen derecho a hablar. Por eso el varón, cabeza de familia,
ostenta la representación de ésta frente al Estado (sufragio, pago de
impuestos, censo…) y del Estado en el interior de la familia (derecho al
ejercicio legítimo de la violencia)."[11]
Carlos Reyero en Apariencia e identidad masculina (Cátedra,
Madrid, 1999) ha documentado muy bien cómo el
arte que proveyó con abundantes referencias gráficas el nuevo imaginario colectivo.
La obra En huelga (1891) de Hubert
von Herkomer trasmite muy bien el aliento y la urdimbre de la nueva familia obrera honrada.
Es un modelo que a otra escala las familias burguesas ya venían encarnando desde los orígenes del capitalismo, con un largo recorrido a sus espaldas cuando el Código Napoleónico lo consagró y que a finales del s. XIX ya ofrecía signos inequívocos de de desgaste.
Familia burguesa, Pietro Longhi, 1752
Felicitación navideña de 1850.
Un excelente arquetipo de su arquitectura interna y de su evolución nos lo ofrece la novela Los Buddenbrook(1900), en la que Thomas Mann se permite describir cómo el proceso de disolución de una saga de mercaderes -aparentemente muy sólida- está asociada a la progresiva degradación
Sin embargo, pese a sus insuficiencias, lo cierto es que el "modelo de las esferas
separadas" salió reforzado de la crisis. Por eso, cuando a principios del s. XX, Georg
Simmel intente realizar una primera aproximación sociológica al mundo
femenino en La cultura de la feminidad utilizará el término extranjerización
para describir el sentimiento que experimentan las mujeres al no ser tenidas en
cuenta en el diseño de las leyes y de las reglas sociales concebidas por y para
los hombres. Según el modelo de las esferas separadas hombres y mujeres ocupan
esferas de la vida distintas, mutuamente excluyentes y no intercambiables. Como
señala Josetxo Breiain se caracteriza básicamente por la definición de ámbitos
excluyentes que provocan una dramática escisión entre la cultura objetivada,
establecida, de patrón únicamente masculino
y una cultura de matriz femenina que se despliega en el ámbito de la
subjetividad y constituye la contraparte
de la masculina. Esta escisión según el modelo de las esferas separadas se
manifiesta en:
"— La dicotomía
mercado/hogar. Este modelo reserva todo lo no doméstico, la producción
económica, al hombre. Idealmente, la mujer fue incluso exonerada de toda la
producción doméstica, con excepción del cuidado de la prole y la vigilancia de
los asuntos domésticos.
— La dicotomía
público/privado. Esto significa que el hombre y la mujer,miembros de la
familia, están separados durante el trabajo. Los hombres van a los centros de
trabajo y de actividad cívica, los niños/as van a la escuela y las mujeres
permanecen en casa.
— La dicotomía
producción/consumo. El hogar, el lugar de la mujer, era el locus del consumo.
Esta especialización de la mujer surge como consecuencia de la separación entre
economía doméstica y la empresa, apuntada por Max Weber.
— El dualismo ético.
Este modelo impuso una ética de la caridad, de la castidad y del sacrificio a
la mujer frente a los valores del logro y el heroísmo afincados en la cultura
masculina."[14]
Simmel, con gran lucidez, rechazó esta simplificación
opresiva que a su juicio tampoco las
propuestas del feminismo liberal (como el inspirado por Stuart Mill) o
socialista (dominado por "el afán
mecanicista de igualación"), porque
sus revindicación de libertad o igualdad en realidad no superaban esta
escisión. En su lugar sugirió algo más sutil: superar la carga alienante de
estas escisiones e instrumentalizaciones y apuntar a la creación de valores
objetivamente nuevos, a una nueva relación entre lo objetivo y subjetivo en la
cultura[15], "la
nueva síntesis: una cultura objetiva
que esté enriquecida con el matiz de lo femenino"[16]. Pero lamentablemente y a pesar de su
perspicacia, la posición de condescendencia masculina desde la que Simmel
realiza sus formulaciones, su contención y sus ambigüedades[17] le
restaron potencial transformador a su propuesta, limitada básicamente a
explorar los perjuicios para las mujeres de esta escisión discriminadora. Con
todo, ello no fue óbice para que autoras feministas como la psicoanalista Karen
Horney encontrarán en él una fuente de inspiración para denunciar que los
problemas de las mujeres no podían abordarse desde las categorías y la visión
masculina como hacía el psicoanálisis oficial, y desde entonces ha sido una
sido una fuente de inspiración para las diversas corrientes feministas
posteriores.
Lo que Georg Simmel no se planteó es cómo este esquema
opresor empobreció también la vida de los hombres, encorsetados en un rol
mutilador que le reducía a la figura de proveedores ausentes y les
extranjerizaba en el ámbito íntimo. La historia del siglo XX es en en buena
medida la historia de este desgarro que hasta ahora sigue todavía gravitando
sobre nosotros. Como el propio Simmel había descrito ya, desde que se había
iniciado el oscurecimiento de la idea de
Dios como ser unitario trascendental en quien se resolvían todas las
contradicciones y la vida terrena encontraba significado en su su unión con Él,
la cultura había agudizado su carácter instrumental, en una búsqueda y
producción incesante de experiencias y artefactos que lo suplan sin llegar
conseguirlo nunca[18]. Al
consagrarse definitivamente la separación de los dos ámbitos, esa cultura
mutilante y mutilada, abocada a una
enajenante e imposible producción del cielo en la tierra, se convertirá
singularmente para los hombres en una "jaula de hierro" (Weber [19]) especialmente
estresante: un campo de trabajo y de actividades públicas, diseñado en función
de las exigencias del mercado y de la producción y "vigorizado" por
los valores del logro y de la lucha abnegada y heroica. La modernidad y el desarrollo del capitalismo
estaban convergiendo en el diseño de un marco vital pobre y opresor que más
tarde acabará estallando (años 60), sin que ni los hombres hayan encontrado
todavía otros alternativos que les
permitan canalizar satisfactoriamente sus vidas. La obra de las grandes cumbres
literarias de inicios del siglo XX como Thomas Mann, Proust, Kafka[20],
Pessoa, Musil o Joyce también es en buena medida un primer adelanto de ese
malestar[21].
Siguiendo
la estela de Freud, en su artículo de 1938 sobre «La Familia» incluido en el
volumen VII de la Encyclopédie Francaise
sobre «La vie mentale de l´enfance á la víeillesse», Jacques Lacan
se hizo eco de la “declinación de la imago paterna”[22]
y, más tarde,
acabó convirtiendo la paternidad en uno de los núcleos centrales de su obra,
asociada a la función de separar al niño del orden natural encarnado por la
madre e incorporarlo al orden cultural (la ley, el orden simbólico y la
palabra), señalando que su precariedad simbólica expone a los hijos a
trastornos psicológicos, como psicosis y psicopatías diversas. Fue entonces cuando Lacan comenzó a hablar de infancia generalizada y André
Malraux sentenció: "Ya no existen las personas grandes, los
adultos"[23]. Con el tiempo, sus seguidores al constatar cómo la función simbólica paterna -asumible
por muy diversas instancias según Lacan- era representada cada vez de manera
más borrosa por el padre real[24]
han llegado a postular su asunción por un sinnúmero de sustitutos[25],
tanto masculinos como femeninos y de nominaciones al margen del sexo que
incluyan –¡cómo no!- la figura del psicoterapeuta, explícitamente propuesta
como una alternativa saludable en tiempos convulsos como los actuales. Pero, en
cualquier caso, han subrayado que la ausencia de la palabra paterna es
una carencia que la actividad imaginativa inconsciente del niño no puede dejar
de intentar reparar[26]. Una
perspectiva que quizás nos permita entender mejor el éxito periódicamente
reiterado de ficciones como El Señor de
los Anillos, El Hobbit o Juego de tronos –por citar algunas muy
recientes-, en las que se pugna por
introducir orden y sentido en un mundo pulsional y caótico[27]. También desde esta clave
podría interpretarse el éxito de la película Rey León (1994). En el artículo “Dos modos de ser padres: Mufasa y
Scar” (2012), en el que defiende la idea de que hoy la función paterna se ha
definir por su presencia, su autor,
el psicólogo Alejandro Barbieri, comenta:
Cuando nace
Simba, el futuro Rey, Rafiki (el profeta, shaman, o psicólogo del reino), lo
levanta en alto y lo presenta al pueblo. Ese gesto, es un gesto masculino por
excelencia, se lo conoce como el “gesto de Héctor”. El personaje de la Ilíada de Homero, el
personaje que en el canto VI eleva al niño y ruega a Zeus que el niño sea más
fuerte que el padre. …En este requisito jurídico queda claro que el hijo es una
voluntad, un programa, una intención y no simplemente un hecho natural. …Podríamos decir que “todos somos hijos
adoptivos”… Todos somos hijos adoptivos porque la adopción sería un acto de
amor, espiritual si se quiere, de aceptar, amar y guiar a tus hijos biológicos
o no. …el padre se hace padre en los
hechos concretos, en la presencia
amorosa pero fuerte como Mufasa que guía a Simba y le dice lo que está bien
y lo que está mal, lo que se debe y lo que no se debe hacer.
El rol de la figura paterna es el control
del mundo impulsivo del niño.
Ayuda a que el hijo o hija, pueda organizar su mundo impulsivo. En otra escena
de la película, Mufasa le dice a Simba “ser rey es más que hacer lo que a uno
le da la gana”… Ahí lo está educando en el manejo de sus instintos. El ser
humano tiene instintos pero no es poseído por ellos, el animal no puede salir
de su mundo biológico, pero el ser humano puede elegir y “educar sus
instintos”.
A falta de figura paterna, desvalorización
social del rol, si se suma que la madre no le da lugar al padre, no lo deja
entrar, entonces el límite no llegará al niño. Esta función normativa es
una función necesaria y clave para que el niño “entre en su mundo” o tome su
lugar ” en el circulo de la vida” como Simba[28].
Por cierto, en las publicaciones actuales de
inspiración lacaniana, es frecuente la denuncia de muchos diagnósticos de déficit de atención con
hiperactividad (TDAH) -un clásico de nuestros días- que sepultan el
problema de la impulsividad infantil descontrolada con tratamientos
farmacológicos y eluden la que consideran verdadera causa del problema: la
ausencia del padre[29]. Y, otro dato, el TDAH se presenta casi siempre en varones; en
las niñas predomina el TDA sin hiperactividad.[30]
En cualquier caso, es evidente el
peso determinante que ha tenido el empobrecimiento de la figura paterna como
polaridad vertebradora de los jóvenes y como configurador de las nuevas masculinidades
que se han sucedido desde finales de s. XIX hasta hoy. Las primeras
formulaciones de un discurso con pretensiones cientifistas sobre la
masculinidad "degenerada" se pueden encontrar en numerosos fisiólogos
y médicos higienistas finiseculares, que
denunciaron una epidemia de impotencia física y psíquica asociada a la
extensión del alcoholismo o de la prostitución; que convirtieron la
masturbación y la homosexualidad en tabúes absolutos; y que contribuyeron a
fomentar la aversión a las figuras del cobarde, del impotente y del sodomita.
Ya, desde entonces, y de la mano del modelo de las esferas separadas, puede rastrearse un impulso compensador basado en la espectacularización de la anatomía, de la fuerza física y de la disposición masculina al combate, así como de los sesgos psíquicos asociados (fortaleza, resistencia, espíritu de combate, dureza, arrojo, etc.). Alain Corbin ha hablado de "virilidad majestuosa" para describir esta masculinidad sobreactuada en la que los déficits afectivos se intentan reparar en los nuevos espacios de sociabilidad específicamente masculinos: el cuartel, la fábrica o el café, lugares en los que "el varón musculoso se pavoneaba contando sus hazañas, tanto guerreras como sexuales"[31] y se practicaba una "virilidad fusional" que hoy todavía es reconocible entre los seguidores de los equipos de futbol que se congregan alrededor de los estadios … Por cierto, el deporte, convertido en nueva religión estetizada y secularizada del "más todavía"[32], también fue decisivo en el desarrollo de este ideal viril luchador y competitivo, sobre todo a partir de los Juegos Olímpicos, restaurados por el barón Pierre de Coubertin (Atenas, 1896)[33].
El
cazador, el explorador, el héroe deportivo o militar eran figuras aclamadas.
Los aristócratas y los nobles celebraban esas "misas" en clubes para
caballeros. En el pensionado o el colegio, el jovencito era obligado a
endurecerse y demostrar su naciente virilidad. En un contexto de guerras
coloniales, la conscripción obligatoria y hasta la creación de batallones
escolares exaltaban una virilidad asociada al culto del héroe y de la victoria.
Sin embargo, esa masculinidad huérfana y descompensada no tardó en tener efectos monstruosos y condujo a la muerte. Aunque el optimista poema "If"[34] de Rudyard Kipling (1865-1936) ofrecía una enfática versión amble y modulada de esa masculinidad y hacía pensar en un virtuoso triunfo virtuoso del hombre occidental sobre todos los pueblos, dos guerras mundiales dieron la medida de hasta dónde podía llevar la exaltación del modelo viril enérgico y autoritario. La 1ª Guerra Mundial no bastó para desprestigiar por completo ese modelo de virilidad, aunque sí contribuyó a deslucir la figura del militar-viril, como también los hizo la Crisis del 29 con la figura del trabajador fuerte y abnegado. Se produjo entonces en los fascismos una última y aún más exacerbada reformulación de la virilidad sobreactuada. Mussolini y Hitler radicalizaron la doctrina de las esferas separadas (en 1934 , Hitler dijo ante los miembros de la Organización de Mujeres Nacional Socialistas: "El mundo de la mujer se limita a su marido, su familia, sus hijos y su hogar"[35]) y convirtieron al hombre en un absoluto caricaturesco pero muy mortífero, presentado como fuente de todo valor moral y encarnación de la esencia del fenómeno fascista.
Tales representaciones entraron definitivamente en crisis tras la 2ª Guerra Mundial y, sobre todo, a partir de los años 1960-1970[36], con la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral y la plena igualdad jurídica, así como con la extensión del uso de la píldora anticonceptiva, el declive de la familia tradicional y el individualismo de derechos del mercado de la postmodernidad. La desaparición del modelo de esferas separadas comportó el golpe definitivo a todo resto de poder masculino sobreactuado, cada vez más acosado por una legislación feminista, proclive con frecuencia a matar las moscas a cañonazos. Con ironía comenta Slavoj Zizek cómo todavía hoy se persigue y denuncia con ahínco un poder patriarcal ya hace mucho tiempo desaparecido… "¿Qué queda de los valores familiares del patriarcado cuando un niño puede demandar a sus padres por abandono y abuso, o cuando la familia y la propia paternidad son 'de iure' reducidas a contratos temporales y disolubles entre individuos independientes?". [37]
El problema más grave es que en
esta etapa final del eclipse del hombre, abordada en multitud de ensayos sobre
el ocaso del poder masculino, la crisis de la autoridad paterna y de las demás
figuras de autoridad (educación, política, etc.), raramente se ha intentado
reformular una virilidad positiva que
identifique y recupere esos elementos de la masculinidad sacrificados a lo
largo de este periplo y de los que no nos conviene prescindir.
Llegados a este punto me parece pertinente traer aquí a
colación al denostado Robert Bly que, en su obra Iron John (1990), criticó la fractura que alejó a la figura del
padre del ámbito íntimo del hogar, desproveyó a hijos e hijas de las
referencias simbólicas masculinas al tiempo que vació la figura paterna de su
función primordial, caracterizada idealmente por proporcionar seguridad y
física y psíquica con su fortaleza amorosa y actuar como una poderosa energía
vertebradora desde el coraje, la alegría, la creatividad, el equilibrio y la
serenidad[38].
Bly simplifica enormemente los procesos históricos que describe, pero pone el
dedo en la llaga cuando apela a unos espacios domésticos de convivencia en cuya
urdimbre estaban constantemente presentes las figuras de referencia masculinas
y que con la Revolución Industrial
quedaron huérfanos de su presencia permeadora:
Cuando un padre,
ausente durante el día, regresa a casa a las seis de la tarde, sus hijos
reciben su temperamento, y no sus enseñanzas... Lo que el padre trae a casa en
nuestros días es, por lo general, malhumor, producto de la impotencia y la
desesperanza mezcladas con la vergüenza y la insensibilidad propias de aquellos
que odian su trabajo. En otros tiempos, los padres podían romper el círculo
vicioso de sus inadecuados temperamentos enseñando a trenzar cuerdas, a pescar,
a cavar agujeros para instalar postes, a deshebrar, a tocar el tambor, a cuidar
animales o inclusive a cantar y a contar historias...
…En nuestro tiempo, cuando el padre aparece
como objeto de ridículo, …o como un buen candidato a la sospecha, …o como un
tonto con mal genio, …o como un pobre ser indeciso,… el hijo tiene un problema.
¿Cómo imagina su propia vida como hombre?
Incluso
investiadores tan poco sospehosos como los promotores de los Men's Studies Robert W. Connell[39] y
Michael Kaufman[40] reconocieron lo
ajustado de su contribución.
Pero, Connell,
Kaufman y en el Movimiento de las Nuevas
Paternidades (vinculado a los Men’s
Studies) preferieron seguir la estela del psicoanálisis feminista que
concentró en la expresión “masculinidad hegemónica” todas las actitudes y
conductas negativas propias de unos
hombres escindidos y desequilibrados que se han enajenado de la vida doméstica
para centrase sólo en la esfera laboral y pública (agresividad, violencia, afán
de dominio, hiperactividad, competitividad,
insensibilidad, sobrevaloración de la racionalidad, autodesconocimiento
emocional, desorientación y reacciones defensivas ante el cada vez mayor
protagonismo femenino, sexo como afirmación y compensación, micromachismos[41],
etc.[42])
y ha presentado injustamente esta visión parcial y reduccionista como la única
construcción cultural formulada hasta la fecha.
Y, por eso, cuando constataron “la ausencia de los hombres en la mayor
parte de las tareas de alimentación y crianza de los hijos”, lo atribuyeron a
esa “masculinidad hegemónica” que “se basa en la distancia, la separación” y
que opone “el hecho de ser hombre” “al sentido de unidad y fusión típico de las
primeras relaciones entre madre e hijo."[43]
Y, por esos mismos motivos, yerran al proponer una paternidad maternalizada que
convierta a los hombres en un sucedáneo de las mamás.
Lamentablemente,
el Movimiento de las Nuevas Paternidades acertó
al señalar como problema la pérdida de relevancia de la figura del padre en el
hogar, pero no sus causas –más lúcidamente formuladas por de Bly, Moore y
Gillet y el movimiento mitopético[44]-, ni sus soluciones, que todavía requieren
mucha reflexión y creatividad, y que no tendrán éxito si eluden las raíces del
problema con propuestas reactivas inofensivas, como ocurre con los campamentos
espartanos mitopoéticos[45]
y su anacrónica recreación de
pasados irrecuperables; o con los vacuos
intentos terapéuticos de improvisar referentes arquetípicos de urgencia y al
gusto del consumidor en grupos y
talleres de hombres.
No
nos engañemos, si de verdad queremos encarar el problema, tenemos que hacer
frente a las dinámicas disolventes de la globalización capitalista o al
capitalismo mismo, que primero en Occidente y después en el resto del mundo ha
ido destruyendo todos los valores y las figuras de autoridad de la cultura
tradicional[46]
a lo largo de las dos últimas centurias. La instauración de las esferas
separadas, en su momento, pareció ralentizar ese proceso y dar un respiro, pero
no detuvo su expansión imparable y la inercia individualizadora del capitalismo
no ha dejado de corroer y arrasar todos los vínculos jerárquicos para
convertirnos en neutros productores y consumidores individuales. Como ya se ha
señalado, el feminismo (así como sus epígonos en versión masculina[47])
y la nueva cultura terapeútica de la autoayuda pueden contemplarse, de hecho,
como jalones de ese proceso descrito por Eva Illouz, en Intimidades congeladas (2006) y La
salvación del alma moderna. Terapia emociones y la cultura de la autoayuda (2010), obra esta última en la que la
autora también descubre con gran lucidez cómo ambos fenómenos se han
retroalimentado en la gestación de un individuo problematizador y autoproblematizado[48],
que ha trasladado al ámbito íntimo la incertidumbre de la lógica mercantil del
coste-beneficio[49].
Uno de los últimos jalones del proceso lo
constituyen las nuevas tecnologías, que asumen a la perfección la lógica del
capitalismo y aceleran e intensifican extraordinariamente sus efectos
disolventes, contribuyendo a crear en los individuos cada vez más
fragmentación, dispersión y falta de consistencia, hasta el punto de hablarse
de "un proceso acelerado de disolución de las identidades en la red",
fenómeno descrito por Kevin Warwick, catedrático de Cibernética de la
Universidad de Reading, quien afirma: "nuestro futuro en red no tiene protagonistas: la red diluye
identidades, y eso Hollywood no sabe reflejarlo, porque sin protagonistas no hay
taquilla. Pero nuestro destino cierto no es la identidad y la acción, sino la
red y su conexión."[50]
Y, a la espera de ese desolador final de trayecto, Byung-Chul Han nos
señala habla de una sociedad en la que predominan cada vez más los individuos
hiperactivo e hiperneuróticos, cuya progresiva pérdida de creencias favorece su
nerviosismo e intranquilidad.
La crisis de la figura paterna se inscribe,
por tanto, en el marco de una mutación cultural fuera de todo control y de la
que sólo estamos recogiendo señales negativas. La privación de este referente
simbólico -y de los aprendizajes asociados- se ha producido sin que nuestros
cerebros hayan desarrollado recursos para suplirlo. Y, por ello, Peter
Sloterdijk ha decidido dedicar su último libro Haz lo que debas (Pre-textos, 2012) a la necesidad de recuperar
referencias verticalizadoras que justifiquen los ejercicios de autosuperación y
construcción personal (ascesis, disciplina y otras prácticas, tanto físicas
como mentales, del hombre sobre sí mismo) que los seres humanos han realizado
tradicionalmente para fortalecerse y superar su estado de indigencia. Y, en la
misma línea, Tony Anatrella habla explícitamente de recuperar "el sentido
del padre"[51],
porque es el que nos permite acceder al mundo simbólico y hacer viable la
autoridad y la trasmisión de valores en la familia y en la escuela, dos
instituciones actualmente totalmente desbordadas.
Mientras no demos ese paso decididamente, de
poco nos servirán las soluciones parciales o artificiosas, como la de frenar la
alarmante proliferación actual de narcisitos patológicos con una nueva figura
de autoridad propuesta por algunas corrientes feministas: la de una nueva madre
revestida de autoridad simbólica que antes poseía el padre[52],
curiosa filigrana que evidencia la gravedad de un problema provocado en parte
por la propia legislación feminista.
Lamentablemente, hoy por hoy la pretensión
de recuperar una figura paterna, que ejerza sin complejos la función de una
instancia vertebradora fuerte y serena[53],
lo tiene todo en contra. Sin embargo debemos explorar urgentemente esa
posibilidad. Y lamento decir que la figura del padre "mamá-bis", tan
publicitada desde los medios de comunicación, dista mucho de encarnar esa
paternidad sólida y vertebradora. Necesitamos erigir nuevos referentes que
combinen el mejor legado de la herencia recibida con las exigencias de los
nuevos tiempos. La actual crisis también constituye en este terreno una nueva
oportunidad, porque nos brinda la posibilidad de ensayar esas nuevas
formulaciones de la paternidad. Si algo precisamente nos está enseñando la
situación actual es la inviabilidad de un mundo en el que se exalta el goce
inmoderado e inmediato, se destruyen los vínculos y se debilitan
sistemáticamente todas figuras de autoridad que pueden establecer límites
eficientemente. Pocas veces en los tiempos recientes hemos constatado de forma
tan palmaria la inadecuación entre el estilo de vida vigente y lo que las
circunstancias nos demandan con
urgencia: fortaleza, sobriedad, cooperación, compromiso comunitario y sentido
de la autoridad y del límite. Pero, los primeros pasos para empezar a salir de
esta deriva tampoco tienen por qué ser
espectaculares. Se podría comenzar con un gesto heroico y rupturista de alcance
limitado: que quien sea padre se
comprometa seriamente con el ejercicio de su función paterna a pesar del
escándalo que eso sin duda producirá. Otro paso modesto pero importante sería
unir fuerzas con otros varones y luchar por la dignificación de la figura del padre en la legislación actual, en
la que aparece como un poder bajo sospecha. Y otro tanto habría que hacer en el
terreno de los medios de comunicación,
en los que raramente aparecen referentes positivos de paternidad[54].
En el cine sí podemos encontrar de vez en cuando algún ejemplo positivo de asunción de la función paterna como el que representa el capitán Sharp en Moonrise Kingdom (2012) del director Wes Anderson.
En el cine sí podemos encontrar de vez en cuando algún ejemplo positivo de asunción de la función paterna como el que representa el capitán Sharp en Moonrise Kingdom (2012) del director Wes Anderson.
[1]http://www.congresoderechosreproductivos.com/materiales/2011/generales/Genero%20en%20el%20derecho.pdf
[2] Como explica Elizabeth Badinter… "A
los intelectuales vieneses les preocupaba sobre todo la emancipación de la
mujer de la burguesía media que independiente, activa y reivindicativa se
estaba alejando del estereotipo de la
mujer- dulce y pasiva con la que los hombres soñaban." Una muestra extrema de la
preocupación por las consecuencias que este fenómeno podía tener será la obra Sexo y carácter(1903) de Otto Weininger,
de la que se realizan 25 ediciones entre 1903 y 1925 y que ejercerá una
profunda influencia en personajes tan dispares como Hitler o Wittgenstein. “Hay épocas... -señala Weininger- en que nacen más mujeres masculinas y más
hombres femeninos. Es precisamente lo que sucede hoy en día... La proliferación
desde hace algunos años, del ‘dandismo’ y la homosexualidad, sólo puede
explicarse por un afeminamiento generalizado.” (fuente: http://www.congresoderechosreproductivos.com/materiales/2011/generales/Genero%20en%20el%20derecho.pdf)
[3] Quien
mejor ha descrito la confluencia posterior de capitalismo y feminismo liberal,
reforzada casi en paralelo por la popularización de la psicología y la
emergencia de un discurso terapéutico, que nos ha llevado a reformular nuestras
identidades, ha sido la socióloga Eva Illouz, que considera tanto al feminismo
como a la psicología unos aliados muy eficaces del capitalismo en la
transformación de la esfera cultural. Después volveremos sobre el tema. Véase:
"Lo que el feminismo y la psicología tienen en común" en La salvación del alma moderna, terapia
emociones y cultura de la autoayuda (Katz, 2010, p. 160).
[4] Peter Sloterdijk ha tenido el
acierto en su última obra Haz lo que
debas (Pre-textos, 2012) de presentar las tensiones de un mundo que tras doscientos años de expansión de un
igualitarismo y de renuncia a la verticalidad, asociada casi exclusivamente
a los mecanismos de sumisión y dominación, en esta época desespiritualizada de
crisis de los sistemas "inmunológicos" simbólicos sigue necesitando
de referencias verticalizadoras que justifiquen los ejercicios (la ascesis, la
disciplina y las diversas prácticas antropotècnicas, tanto físicas como
mentales, del hombre sobre sí mismo) mediante los que se produce, supera su
estado de indigencia -provocado por su propio exceso ontológico-, o lo que es
lo mismo, se inmuniza y se transciende a sí mismo.
[6]Según sus datos un 40% de la población
barcelonesa era ya asalariada; la mayoría de los obreros varones tenía en el
salario su fuente principal de ingresos; en el 30% de los oficios el salario
medio no permitía a los obreros varones cubrir su subsistencia en soltería y en
el 97% de los mismos tampoco mantener a la familia, aunque la esposa aportara
un salario complementario.http://www.raco.cat/index.php/BCNQuadernsHistoria/article/viewFile/105594/176996
[7]
Este proceso se describe en el libro de Jacqueline
Heinen La cuestión femenina:
de la I a la II Internacional(1978).Se
habla de un pacto entre varones patronos y obreros.
Véase: MIRANDA, Mª Jesús: Relaciones de
pareja,relaciones conflictivas
http://www.donesdenllac.org/articles/relacionespareja_relacionesconflictivas.pdf
y http://www.madrid.org/cs/Satellite?blobcol=urldata&blobheader=application%2Fpdf&blobheadername1=Content-Disposition&blobheadervalue1=filename%3DMaqueta+40(finalok).pdf&blobkey=id&blobtable=MungoBlobs&blobwhere=1220377846498&ssbinary=true.
Ya en 1866 un documento de la sección alemana de I Internacional sostenía que “el trabajo legítimo de las mujeres y de las
madres se sitúa en el hogar y en la familia, velando y ocupándose de la primera
educación de los hijos; lo que, desde luego, exige que mujeres y niños reciban
la educación necesaria. En comparación con los deberes solemnes del hombre y
del padre en la vida pública, la mujer y madre debería defender la dulzura y la
poesía de la vida doméstica, aportar gracia y belleza a las ‘relaciones
sociales’, y tener una influencia ennoblecedora en la capacidad creciente de la
humanidad para gozar de la vida.”. Y poco antes de la II Internacional,
el socialista alemán Edmund Fischer defendió como objetivo prioritario de los
socialistas que cada trabajador pudiera mantener a su esposa con su salario: “No es la emancipación de la mujer en relación
al hombre la que será alcanzada, sino algo distinto: la mujer será devuelta a
la familia, y este fin puede y debe ser el fin de los socialistas.” (citado
por Jacqueline Heinen en La cuestión
femenina: de la I a
la II Internacional,
1978 . Véase: http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=Las+mujeres+y+el+socialismo+Ideas%2C+experiencias+y+pol%C3%ADtica+emancipatoria+&source=web&cd=1&ved=0CCMQFjAA&url=http%3A%2F%2Fxa.yimg.com%2Fkq%2Fgroups%2F26650988%2F2071171011%2Fname%2FLas%2BMujeres%2By%2Bel%2BSocilismo.doc&ei=hq2VT8TPDcOGhQfJncSmBA&usg=AFQjCNHQUNf8Yz5s5vk5O3r8j2h64rDoyQ
[8] BADINTER, Elizabeth, “El enigma masculino, la gran X”, en XY la identidad masculina, Grupo Editorial
Norma, Colombia, 1993, pp. 15-56
[9] op.
cit.
[12]
Desde finales del s. XVIII, el romanticismo venía proponiendo la vía
sublimadora del arte como a respuesta al desencantamiento del mundo y a la
sensación de vacío producida por la disolución de los valores tradicionales que
conllevaba el triunfo del vulgar filisteísmo de la “normalidad” burguesa,
regida por la racionalidad instrumental de sesgo masculino. Esta estrategia
permitirá salvaguardar una sensibilidad considerada desde entonces de sesgo
femenino y los románticos elevarán al rango de único camino de redención. Esta
nueva “religión feminizada”, sin embargo, no parecía pasar de una ser una
solución escapista (un regreso contranatura al a vida pasiva del útero materno)
que, de momento, no conseguía permear el nuevo orden burgués. La voluntad de redimirse mediante el gesto
que nos devuelve la intensidad pérdida sigue teniendo plena vigencia, como
puede comprobarse en Holly motors de
Leo Carax, uno de los films más
aclamados de 2012.
[13]
http://books.google.es/books/about/La_Prohibici%C3%B3n_del_amor.html?id=cA9OnfJoobIC&redir_esc=y
Fernando Bayón utiliza la expresión "última modernidad" "para delimitar un horizonte de pensamiento
en torno a las primeras tres décadas del siglo XX en que se produjo una
eclosión de autores, muy particularmente literarios (Mann, Musil, Pessoa o
Joyce quizás sean los que más me interesan), que dieron una expresión tan
radical como admirable a gran parte de los trastornos que en aquella época
acabaron de padecer los ideales y metáforas directrices sobre los que se había
montado la modernidad. El Sujeto, la
Cultura, las Formas Artísticas (y sus viejos correlatos:
ciertas formas de entender las relaciones de producción, ciertos deseos de
administrar las pasiones nacionales, ciertas opciones de relatar las
enfermedades de la psique o las convenciones estéticas y sociales) empezaron a
ser reinterpretados conforme a un nuevo ethos de la desestabilización y
el desencanto. El horizonte de la "última modernidad" es el horizonte
donde algunos de los conceptos-clave de la modernidad padecen una deflación de
su sentido, una relativa humillación de su poder, una pérdida en su capacidad
de referirse de un modo directo e intuitivo a la cosa que creían mencionar
(sujeto, nación, trabajo, etc.)." Fuente: http://www.uaemex.mx/plin/colmena/Colmena%2048/Conversacion/Bayon.html
[15] http://books.google.es/books?id=kqett4Ws_cgC&pg=PA140&lpg=PA140&dq=simmel+feminismo&source=bl&ots=5Fditoj0c4&sig=4kZmvE4DfKvIv4lz90t6M7V18UU&sa=X&ei=CVcuUMe8K5SxhAenhYFo&ved=0CCcQ6AEwBQ#v=onepage&q=simmel%20feminismo&f=false
[17]
Simmel, con su característico estilo huidizo y fragmentado, aún y señalar la
injusta hegemonía de unas instituciones concebidas en clave masculina, parece
hacer esta crítica desde un estereotipo profundamente anclado en la tradición
esencialista occidental que identifica a los hombres con la racionalidad y a
las mujeres con la emotividad. Aunque sus análisis de las formas culturales que
encorsetan la vida podrían permitirle superar este planteamiento, no acaba de
dar el paso, aunque aporta las herramientas conceptuales para hacerlo. Más
tarde, otros que no se limitaron a una primera lectura encontrarán inspiración
en él para hacerlo.
[18] "En la modernidad, la ausencia
de algo definitivo en el centro de la vida empuja a buscar una satisfacción
momentánea en excitaciones, sensaciones y actividades continuamente nuevas, lo
que nos induce a una falta de quietud y tranquilidad que se puede manifestar
como el tumulto de la gran ciudad, como la manía de los viajes, como la lucha
despiadada contra la competencia, como la falta específica de fidelidad moderna
en las esferas del gusto, los estilos, los estados de espíritu y las
relaciones." Fuente: http://dialnet.unirioja.es/servlet/fichero_articulo?codigo=250161
Simmel desarrolla estas ideas en el artículo "Las grandes urbes y la vida
del espíritu".
[20] En su Carta al Padre como en otras de sus
obras, Kafka nos presenta el lado cruel
y destructivo de un padre encerrado en su frustrante jaula de hierro. “El Padre Destructivo no proporciona energía
a la familia; la
extrae de
ésta para alimentar algún agujero negro que alberga en su interior. La extrae
continuamente, como la
extraen los
grandes tiranos de sus ciudadanos” señala Robert Bly en Iron John (1990). Véase también:
http://bvirtual.ucol.mx/descargables/153_carta_al_padre.pdf.
Más adelante nos referiremos a Lacan y su distinción entre el padre real y la
función paterna que representa la ley (padre simbólico). En los casos -como en
el referido por Kafka- en los que el padre real se confunde ley absoluta al
hijo no le es posible realizar su castración simbólica y abrirse al espacio
social.
[21] Frente a
la tentación de acomodarse en esta esta jaula de hierro como auténticas nulidades ("hedonistas
sin espíritu, especialistas sin corazón"), Weber postuló un pensamiento
crítico, tenso y vigilante y Simmel defendió que el sujeto se reconquiste a sí
mismo a través de la mediación de lo que está al mismo tiempo más allá de él
mismo: unas instituciones que parecen
alzarse ensoberbecidas al margen del hombre, al que expulsan fuera de sí, como
una criatura irritantemente anhelante y desguarnecida. Como subraya Fernado
Bayón, la Ciencia,
igual que el Arte, constituyen un buen ejemplo de ello, prisionera del
"autismo de la perfección", sin que los significados con que
sobrecarga las mentes, hiperestimula la psique y controla las imágenes del
cuerpo puedan hacer que los hombres dejen de decirse a sí mismos omnia habentes, nihil possidentes (quien
tiene todo, posee nada). Se trata de "la tragedia de la cultura" en
expresión de Simmel: las instituciones avanzan imparables y autosatisfechas
hacia una especialización desgajada de la vida, hacia una autocomplacencia de
una técnica que no facilita el camino de regreso a los sujetos.
[22] Cualquiera que sea el futuro, esta declinación
constituye una crisis psicológica. Quizás la aparición
misma del psicoanálisis debe relacionarse con esta crisis. ...Como quiera que sea, las formas de neurosis predominantes
a fines del siglo pasado son las que revelaron que dependían en forma estrecha
de las condiciones de la familia. «La Familia» (1938) http://es.scribd.com/doc/6998926/LACAN-Otros-Trabajos-La-FamiliaPDF
[24] En los conceptos lacanianos no solamente se diferencia
el nombre del padre, como padre
simbólico, del padre real, sino
también una tercera forma, la del padre
imaginario, conformado fundamentalmente por las fantasías o fantasmas. Hay
ciertas etapas del desarrollo, especialmente en el varón, que requieren la
intervención del fantasma del padre castrador, un padre al que se teme. Según Lacan,
cuando esta función falta es común que sea el
origen de fobias infantiles u otras patologías. …El padre real, entonces, no coincide con el padre
imaginario constituido en los fantasmas del niño. Tampoco coincide con el padre
simbólico. El padre real, es decir, quien en la realidad ejerce la función
paterna, sea o no el padre biológico, sea o no la figura del padre en el
sentido sociológico, en los casos normales conserva cierta distancia con nombre
del padre: lo representa pero no se confunde con él. Cuando el padre real se
identifica totalmente con el nombre del padre se pueden introducir grandes
perturbaciones en el desarrollo, que en los casos más graves pueden llegar a la
psicosis. El nombre del padre representa la ley. La función del padre real no es representar la ley sino articular el
deseo del sujeto con la ley. Servir
de apoyo y estímulo al hijo de modo que su deseo se despliegue en formas
aceptables de transgresión a la ley. La aplicación de la ley no puede ser
automática y ciega, sino admitir excepciones y tener en cuenta el caso
particular. … La existencia del
nombre del padre o su ausencia constituyen en la clínica lacaniana la frontera
que separa la neurosis y la perversión, de un lado, de la psicosis, del otro
lado. La clínica de la psicosis es una clínica de la ausencia del nombre del
padre. Roberto Mazzuca: http://www.marietan.com/material_psicopatia/mazzuca_nombre_padre.htm
[25] Sibylle Lacan, la hija menor del
primer matrimonio de Jacques Lacan, nos ha dejado un testimonio desgarrador en
un Un pére (Gallimard, 1994) que ilustra con su propia
el alcance y los límites de las teorías de su padre: Nuestro padre «no se ocupaba de nosotros (de su hermano de sangre y de
ella misma) y estuvo totalmente ausente durante los primeros años de nuestra
vida. Fue mi madre quien nos educó, quien nos amó todos los días de nuestra
vida. Mi padre vivía su vida, su obra, y nuestra vida no parecía sino un
accidente en su historia que no podía ignorar totalmente. Nos quería a su
manera. Era un padre intermitente. Sé también que era consciente de su
incumplimiento hacia nosotros» (página 58). En efecto, «en nuestro aniversario,
nos hacía unos regalos extraordinarios, aunque después comprendí que no era él
quién los escogía» (página 21). «Caroline (la hija mayor que Lacan tuvo con la
madre de Sybille) fue la única que tuvo un padre y una madre en su infancia. En
su caso, los cimientos estaban echados» (página 57). En este caso, el padre
real resultó manifiestamente insuficiente. Sibylle ha arrastrado toda su vida
una enfermedad psíquica que le dificultado mucho su trabajo como traductora e
intérprete. Javier Elzo comenta al respecto: Soy incapaz de trasladar, en estas breves líneas, el desgarro y la
emoción, el cariño no sentido y el cariño manifiesto de una hija por un padre
que, sin lugar a dudas, quiso serlo, pero que, atrapado en su ciencia, en su
prestigio, en mil solicitudes por su ingente aportación a la psiquiatría, al
par que absorbido y obnuvilado por su amor por otra mujer con la que tendría
otra hija (Judith, su preferida) y otro hijo, olvidó, durante unos años
cruciales, la hija' que había tenido con su primera mujer. El desgarrador y
sincero relato de Sybille Lacan nos recuerda el… papel de la paternidad. …De
ahí que lo traiga a esta página, como ejemplo paradigmático de la importancia
de un padre en los primeros años de la vida de sus hijos, de su hija en este
caso.
[26]
Ahora que acaba de fallecer el jungiano Gilbert Durand (diciembre de 2012),
parece pertinente recordar su insistencia en el retorno constante de las
figuras mitológico-simbólicas esenciales que la modernidad sepulta y en lo que
él denomina la función eufemística, que permite reencontrar en el imaginario lo arquetípico
erróneamente subestimado por la modernidad como forma de resistencia ante la
precariedad de la existencia y simiente de esperanza. Véase: http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=6&cad=rja&ved=0CGEQFjAF&url=http%3A%2F%2Fdspace.usc.es%2Fbitstream%2F10347%2F1223%2F1%2Fpg_179-190_agora21-2.pdf&ei=s9TeUIu7F8a6hAfJwICoBQ&usg=AFQjCNErd7KJXTGluL5TPAYgxT_nO85OuA&bvm=bv.1355534169,d.ZG4
[27] Tiene
especial interés la película Chronicle,
dirigida por Josh
Trank (2012), en la que se nos
presenta a un grupo de jóvenes inmaduros y carentes de referentes masculinos
positivos que reciben poderes extraordinarios y no son capaces de utilizarlos
adecuadamente.
[29] Paternidad hoy, Revista de psicoterapia psicoanalítica http://books.google.es/books?id=KCuK6uza73kC&pg=PA7&lpg=PA7&dq=paternidad+hoy+Revista+de+psicoterapia+psicoanal%C3%ADtica&source=bl&ots=RQ-8piDjk8&sig=dJaIB72n6FFfYPprRo1tsktuXpc&hl=es#v=onepage&q=paternidad%20hoy%20Revista%20de%20psicoterapia%20psicoanal%C3%ADtica&f=false
[31]
CORBIN, Alain; COURTINE, Jean- Jacques; VIGARELLO, Georges: Histoire de la virilité, ed. Seuil,
Paris, 2011.
[32]
Peter Sloterdijk explica muy bien en Haz
de cambiar tu vida (Pretexto, 2012, págs. 115-129) su génesis y
evolución.
[33]
Aunque el nuevo credo olímpico con su programa de coraje, estética, espíritu de
competencia, compartido tanto por hombres como por mujeres (especialmente desde las Olimpiadas
de 1928 en que se empezó a normalizar la participación de las mujeres), acabará
contribuyendo a desdibujar las fronteras entre ambos sexos.
[35]
CORBIN, Alain; COURTINE, Jean- Jacques; VIGARELLO, Georges: Histoire de la virilité. 3. La virilité en
crise? XXe-XXIe siècle, Paris, Seuil, 2011, pág. 278. George L. Mosse, uno de los
más importantes especialistas en el tema, recuerda en La imagen del hombre. La
creación de moderna masculinidad (ed. Talasa, Madrtid, 1996, pág. 183) cuáles eran las cualidades que Filippo Marinetti
-líder del movimiento futurista que tanto influyó el andamiaje teórico del
fascimo- el nuevo hombre debería poseer: discípulo de la máquina, enemigo de
los libros y creyente en la experiencia personal, así como en el poder y la
gloria de Italia. En esta y otras propuestas coetáneas (Giovanni Papini -Maschilità,1915-, o la ya citada obra de
Otto Weininger) alienta el influjo rupturista mal digerido de Nietzsche
(fuerza, energía, movimiento, espontaneidad, dureza, orgullo… rechazo a los
iconos burgueses asociados a la debilidad como la familia, la escuela y el amor
a las mujeres), pero también la brutalización de la sociedad que se produjo en
la sociedad durante el período de entreguerras. No es extraño, por tanto, que
durante este período se gestasen nuevos modelos de masculinidad asociados a la
masculinidad y el crimen (masculinidades criminales), bien representadas en las
figura del gánster, del capo mafioso, del atracador o del mal chico (con sus
cicatrices y tatuajes) y caracterizadas por la fuerza, la dureza, el
autoritarismo, el recurso constante a la violencia y la falta de
escrúpulos. Véase: CORBIN, op. cit.
págs. 249-276)
[36]
Una buena manera de rastrear las masculinidades de los 50 y primeros 60 no las
ofrece la magnífica serie Mad Men, que disecciona con crueldad los estertores de
las esferas separadas y los últimos vestigios de una virilidad cuyas
pretensiones de majestuosidad resultan cada vez más problemáticas,
insostenibles y finalmente patéticas. De todos modos, un análisis detenido de
las las figuras masculinas que presenta nos revela pronto lo parcial de su
visión de la masculinidad y su dependencia absoluta de los clichés elaborados
por el feminismo. Esta colección de
arquetipos viriles deformados por el espejo feminista se analizan desde el
punto de vista ético y de las ideas en CARVETH, Rod., SOUTH, James, editors: Mad men and philosophy: nothing is ta seems,
ed. Wiley, New Jersey, 2010, obra en la que se destaca la influencia de Ayn
Rand o Milton Friedman en personajes como Don Draper o Roger Sterling.
[37]
ZIZEK, Slavoj: Viviendo en el final de
los tiempos, Madrid, Akal, 2012, p. 63.
[38]
La ficción no ha cesado de ofrecernos modelos que encarnan estas virtudes. En
su obra La nuevas masculinidades
(1993), Robert Moore y Douglas Gillett propusieron cuatro arquetipos avalados
por la tradición literaria para caracterizar al hombre maduro ideal: el Rey, o
la energía del justo y el orden creador; el Guerrero, o la energía de la
autodisciplina y la acción; el Mago, o la energía de la iniciación y de la
transformación; y el Amante, o la energía que relaciona a los hombre entre sí y
con el universo.
[39]
En VALDÉS, Teresa y Olavarría, José (edc.). Masculinidad/es:
poder y crisis, Cap. 2, ISIS-FLACSO:Ediciones de las Mujeres N° 24, pp.
31-48. Título original: “The Social
Organization of Masculinity” de Masculinities, del mismo autor,
University of California Press, Berkeley, 1995.
[40]
http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2008/12/los-hombres-el-feminismo-y-las-experiences-contradictorias-del-poder-entre-los-hombres.pdf
[41]
BONINO, Luis: Micromachismos, 2004, http://www.joaquimmontaner.net/Saco/dipity_mens/Los%20Micromachismos%202004.pdf
[42]
Buen ejemplo de esta visión parcial y tópica de la masculinidad es la reciente
película de Cesc Gay: Una pistola en cada
en mano (2012).
[43]
http://www.michaelkaufman.com/wp-content/uploads/2008/12/los-hombres-el-feminismo-y-las-experiences-contradictorias-del-poder-entre-los-hombres.pdf
[46]http://www.franceculture.fr/emission-revolution-de-l-amour-la-deconstruction-des-valeurs-et-des-autorites-traditionnelles-au-xxe#.UCo9Qhppees.twitter
Le XXème siècle est celui où le mariage
d’amour et la famille moderne, c’est-à-dire la famille choisie et non imposée
par les parents et les villages, va s’épanouir. Cet événement majeur n’est
évidemment pas sans lien avec l’immense mouvement de « déconstruction » des
autorités et des valeurs traditionnelles qui va caractériser ce siècle :
déconstruction de la figuration en peinture, de la tonalité en musique, du
roman et du théâtre classiques, des
morales « bourgeoises », etc. Cette
déconstruction des traditions commence en fait dès le milieu du XIXème siècle,
avec l’invention d’un idéal de vie nouveau : la vie de Bohème. Du Petit Cénacle
de Nerval, Gautier et Borel jusqu’aux Jmenfoutistes, Hydropathes, Hirsutes et
Incohérents des années l870/80,
l’invention de la vie de bohème prépare les utopies du XXème siècle :
l’utopie de l’art moderne comme l’utopie politique de Mai 68. Derrière les mouvements bohèmes se profile
l’émergence d’un monde de ruptures et d’innovations permanentes : celui de la
mondialisation libérale, qui constitue pour le meilleur et pour le pire
l’horizon de notre époque.
[47]
http://chicosymasculinidades.blogspot.com.es/2008/09/8-teoras-sobre-la-masculinidad-menss.html
[48] En La sociedad del cansancio (Herder, 2012) Byung-Chul Han señala con agudeza lo difícil que que resulta rebelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona.
[49]
http://books.google.es/books?id=IiDi9aGLscUC&printsec=frontcover&dq=inauthor:eva+inauthor:illouz&hl=es&ei=d2SOTN7sAs-EswbWi_WAAg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1&ved=0CCgQ6AEwAA#v=onepage&q&f=false
[50]
http://www.lavanguardia.com/lacontra/20121119/54355365278/la-contra-kevin-warwick.html
[51]
http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc=s&source=web&cd=3&cad=rja&sqi=2&ved=0CEEQFjAC&url=http%3A%2F%2Fwww.uca.edu.ar%2Fuca%2Fcommon%2Fgrupo49%2Ffiles%2FLa_figura_del_padre_en_la_modernidad.pdf&ei=uWroULutJoa1hAe_y4CABQ&usg=AFQjCNGCe0ofjI7R4N35xTmkvVJxVdeYTQ&bvm=bv.1355534169,d.d2k
[52]
ZIZEK, Slavoj: Viviendo en el final de
los tiempos, Madrid, Akal, 2012, p. 63.
[53]
Una fuerza serena que limita, que
inicia y que potencia.
[54] Basta con realizar un somero repaso a las series dramáticas de televisión -incluidas las de mayor calidad- para comprobar que prácticamente sólo aparecen representado el "padre ausente", descrito eso sí con especial esmero en sus más diversas modalidades (el padre que ha abandonado el hogar; el padre que se ha desentendido de sus hijos; el padre que se evade constantemente de sus obligaciones parentales; el padre débil y pusilánime dominado por su pareja; el padre irresponsable y consentidor; el que se enajena de la realidad e intenta ocultar patéticamente sus inseguridades y contradicciones con una representación caricaturesca de la paternidad que a nadie engaña; etc.) Afortunadamente, en el cine sí podemos encontrar de vez en cuando algún ejemplo positivo de asunción de la función paterna como el que representa el capitán Sharp en Moonrise Kingdom (2012) del director Wes Anderson. En pocas películas he visto mejor reflejada la necesidad de un afecto paterno sólido y vertebrador. Pero hay muchas más. Incluso me atrevería a hablar de una presencia cada vez más abrumadora de "la cuestión del padre" en el cine actual.