El feminismo del siglo pasado descubrió las claves del discurso masculino y aprendió a desconfiar de sus argumentaciones, pero se le fue la mano porque acabó por demonizar al hombre, exceso por otra parte muy rentable que permite a muchas mujeres –y hombres- instalarse en la posición de víctimas o protectoras de las víctimas y disfrutar de los beneficios secundarios de tal opción. Los medios invertidos en crear un imaginario en consonancia son colosales y están resultando efectivos.
Ahora "toca" enseñar a los hombres a reapropiarse de su condición masculina desde los desvelamientos del feminismo. De hecho, un sector del feminismo más lúcido y "sensible", consciente de la inevitabilidad del ser masculino, prepara incesantemente guiones para redimirlo y convertirlo a un nuevo estado, aunque a costa de negar más que de afirmar su naturaleza. Mal camino. Esa necesaria transformación –abandono de los estereotipos tradicionales, alumbramiento de un nuevo imaginario, etc.- sólo podrá conseguirse si los hombres aprenden a desconfiar sanamente del discurso feminista y parten de la afirmación desacomplejada de su condición masculina. El primer paso quizás sea el de crear un nuevo imaginario y divulgarlo insistentemente a través de los medios de comunicación. Al futuro de nuestra especie le conviene. Podría empezarse por “los nuevos papás”, un hito reciente en la historia de la humanidad.
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