jueves, febrero 08, 2007

INERCIAS DESESTRUCTURANTES

Según Bru de Sala (Culturas, La Vanguardia, 7 de febrero) hay claros indicios de que estamos empezando a superar la brecha posmoderna y de que empezamos a entrar en una nueva modernidad...

Para hablar de "nueva modernidad", debemos empezar por concebir el término con su carácter diacrónico. Sin quitarle ni una de las actuales connotaciones, que lo circunscriben a la época que empieza a detectar Baudelaire y sepultan los posmodernos. La modernidad fue aquello. Es aquella, y todavía nos perfuma, cuando no nos invade. Si bien sabemos que ha quedado atrás, sigue siendo para muchos de los mejores un referente, el referente ambiental del que nunca podrán escapar, si bien a sabiendas de que son epígonos, nostálgicos, que no tienen la menor posibilidad estética o ética de alumbrar nada sobre la época que vivimos como presente con futuro.

Fijaos en que lo que para nosotros es modernidad empieza al final de la edad moderna. La arbitrariedad de las denominaciones, sin la cual no habría inteligibilidad posible, llega a su extremo más vanidoso y usurpatorio con la llamada edad contemporánea. ¿Os imagináis cómo se reirán dentro de dos o doce siglos de que nos hayamos bautizado como contemporáneos? ¿Por cierto, cuando se dé por acabada la edad contemporánea, todo el devenir de la humanidad será ya poscontemporáneo? Eso nos lleva a la otra definición de modernidad, según la cual es moderno todo lo avanzado y nuevo que define un tiempo sin que este tiempo se dé cuenta hasta un poco más tarde. Lo moderno, en cualquier época, opuesto a io retrogrado. Claro que la posmodernidad, la última de las modernidades conocidas, ha sido retrógrada y al mismo tiempo moderna. A pesar de la doble limitación, la semántica y la proveniente de la estupidez humana, creo que nos entendemos.

A fin de explorar algunas posibles características de la nueva modernidad -cuyo nombre está por determinar y es imposible que sea nueva modernidad-, intentaré confrontarlas con algunas de la modernidad clásica.

En primer lugar, la fragmentación del yo, de la unidad individual ('je suis un autre'), que la posmodernidad exacerbó hasta microlímites (desintegrar para reintegrar al sistema). Creo que renace el sujeto,que mejora la comprensión de uno, mismo, y con ella una cierta reconciliación, lo que facilita la comunicación. Tal vez persista un poso de extrañeidad. Tal vez esa sensación de fragmentación, alteridad y desasosiego no sea propiamente una herencia de la modernidad posromántica sino que ha existido en todas las edades. Si el olfato o la intuición no me falla estrepitosamente, estoy convencido que vamos siendo cada vez más capaces de ser cada uno cada cual. A la contra también de la inexistencia o la pseudoexistencia basada en el desconocimiento sostenido por el entretenimiento, la tendencia a palparse y asumirse es clara, de vanguardia.

Algo distinto reza en cuanto a la ruptura de los universales, la imposibilidad de síntesis o de concatenación lógica y sistemática, que es la segunda gran característica, o haz de características, de la modernidad, asimismo retorcidas y tergiversadas por los posmodernos hasta lo acrítico y grotesco, a fin de poner la cultura a los pies del poder establecido y derechizado. No parece que se perfile lamenor posibilidad de una concatenización conceptual de amplio espectro. Pero fuera de ese interesado y deshonesto regocijarse en el caos y la incertidumbre radical —que empiezan a oler a pocilga- hay algo más que el vano intento de reconstruir lo insostenible, el orden lógico del mundo, se están abriendo algo más que islotes de sensatez, fragmentarios pero sólidos. De veras interesantes.

La negatividad hacia el orden establecido, propicia la positivación de las relaciones con uno mismo y con el pensamiento. Sustituyendo a los apóstoles por el reconocimiento de tendencias colectivas, que irán siendo más y más palpables. La indeterminación del sentido no anula el sentido como antes. Y, alegraos, de la mano de la racionalidad y el conocimiento científico, retornan los dioses, el conjuro, los carmina que, al ser cantados, o sea encantados, asientan y definen espacios de certidumbre.


Sin embargo, me parece que las inercias contrarias a sus análisis siguen siendo muy poderosas. Por limitarme sólo a la cuestión del sujeto, señalaré una triple deriva:

1. Del yo denso y compacto que concentra saberes y experiencias esenciales a un yo superficial, frágil y manipulable que acumula impactos emotivos fragmentados y mal digeridos junto a conocimientos difusos e inconexos. El resultado es un yo sin centro rector, un haz confuso y errático de impulsos contradictorios, que sólo encuentra alivio practicando el escapismo.

2.De un yo complejo pero unitario a un yo disperso, desperdigado en una multiplicidad de roles y actividades cada vez más diferenciadas, más absorbentes y más distantes, con tiempos y espacios inarmonizables. El resultado es la ineficiencia acompañado de un borroso sentimiento de fracaso, de angustia y de soledad, que se combate con más autoexigencia –autoevaluaciones, autoremodelaciones- y/o escapismo (consumo, mundo virtual, etc.).

3. De un yo integrado a un yo disgregado, escindido en una multiplicidad de yoes que se activan estratégica o impulsivamente en función de las circunstancias. El resultado es la desaparición de toda posibilidad de encuentro íntimo y verdadero, porque no hay auténtica interioridad. Se impone la indiferencia.

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