jueves, junio 21, 2007

Qué les decimos a los adolescentes y jóvenes. Sobre las campañas institucionales.

Desde hace tiempo, me fijo en cómo se impreca a los adolescentes y jóvenes en las campañas institucionales y en el contenido de sus mensajes. El análisis de los requerimientos que se les dirige, debería permitirnos deducir qué es lo que nos preocupa de la juventud y, de paso, cuál es el retrato robot que se maneja de nuestros chicos y chicas.

Pues bien , a tenor de una primera exploración en “google”, daría la impresión de que los adultos estamos obsesionados con el ocio juvenil, y especialmente con ciertas conductas de riesgo asociadas a “la noche juvenil”, como el sexo imprudente, la conducción temeraria o el consumo de alcohol y de drogas.

Curiosamente, casi ninguna campaña se permite cuestionar o desprestigiar la pretensión de “vivir la noche”. Se opta por asumirlo como algo irreversible para, en cambio, postular angélicamente, hacerlo con prudencia, sin correr riesgos. Parece como si nadie quisiese asumir que vivir la noche está por definición asociado a las conductas de riesgo. Nadie cuestiona tampoco por qué la noche se ha convertido para los adolescentes en un territorio exclusivo, ajeno a los adultos y sus reglas, a la vez que en una experiencia transgresora ineludible, un rito periódico que les presiona y les constriñe.

En cuanto a los mensajes, en general se dirigen directamente a suscitar el miedo en el individuo, interpelándole personalmente con el anuncio de las futuras desgracias que les provocarán sus actuales conductas peligrosas (“El alcohol daña tu cuerpo y tu cerebro. El alcohol te destroza por partida doble”, “No consumes. Te consume”; “En tus relaciones sexuales, si no te proteges, ¿sabes quién actúa?", “Sexo con seso”, etc).

Se obvian las referencias moralistas a posibles valores compartidos, ni siquiera a una ética de mínimos. No se habla de conductas buenas o malas, responsables o irresponsables. El único valor que se invoca es el de la conservación de la propia vida. Aunque para ser justos, hay que reconocer que alguna campaña sí plantea la cuestión de la responsabilidad sobre el prójimo (“Noches sin, no eres tú sol@”, “Con las drogas, mejor no seguir adelante”) e incluso, algunas loables iniciativas han intentado dar otro sentido a la noche joven (“Sácale partido a la noche”, lema orientado a promover actividades alternativas como deporte o tallares nocturnos) o provocar el debate acerca de las formas de ocio ("Y tú, ¿qué opinas del ocio y el tiempo libre?"). Resulta original la campaña que bajo un reclamo “inverso” invita al joven a enfrentarse a su enmascaramiento de la realidad: “Este mensaje no va para ti. Porque nunca has amanecido en un parking. Ni te ha dado el bajón. Ni has pillado nunca. Ni has pagado 6 euros por una botella de agua. Ni tampoco has dicho un día es un día. ¿Por qué tú no te drogas, verdad?”.

Mención especial merece el estudio Jóvenes y sexo promovido (http://www.obrasocialcajamadrid.es/ObraSocial/os_cruce/0,0,70037_1322669_0_0,00.html) por
Caja Madrid y otras instituciones (2005) que, si bien no ha generado ninguna imprecación de campaña, ha tenido el acierto de caracterizar el comportamiento sexual de los jóvenes con una fórmula que ha hecho fortuna: “sexo: el estereotipo que obliga y el rito que identifica”(http://www.obrasocialcajamadrid.es/Ficheros/CMA/ficheros/OSSolidaridad_JovenSexopd.PDF). Según el citado estudio, que responde a una visión muy compartida de las conductas juveniles, todo apunta a que la iniciación sexual temprana ha pasado de estar estigmatizada a convertirse en un poderoso mecanismo de integración en el grupo, en el que el ocio se ha asocia al sexo ocasional, acompañado de alcohol y estimulantes. Pero este sexo ocasional, en el que no caben ni el compromiso ni la prudencia –arruinarían la celebración-, adquiere un significado muy especial para ellos y para ellas, porque sólo “haberlo hecho, haber cumplido y saber de qué se trata” les sitúa plenamente en su nueva etapa de la vida. El grupo desempeña un papel clave y es muy intensa la presión de los mandatos de género, según los cuáles "los chicos son y deben ser 'sexuales' y las chicas han de mostrarse atractivas y evitar ser rechazadas”. Cumplido el rito del encuentro sexual y de acuerdo con el guión estereotípico dominante, los chicos se relajarán del imperativo de “tener que demostrar” que son capaces de estar a la altura, conscientes, con todo, de que sus demostraciones seguirán suscitando admiración; mientras que las chicas ya no deberán demostrar que “pueden hacer”, aunque desde entonces se enfrentarán a un nuevo reto cargado de peligros y posibles frustraciones: desarrollar una relación más “de pareja”, que supere el simple encuentro sexual y que trascienda en una comunicación más completa.

Pero, sigamos con las campañas. Desde la perspectiva de género adoptada en el anterior análisis, también se ha dedicado una notable atención a la discriminación de las chicas (“la igualdad enriquece, la discriminación destruye”, “no hay libertad sin igualdad”). Sorprende, al respecto, que ningún responsable institucional haya mostrado sensibilidad ante un dato evidente: los chicos no están en la posición de dominio que tiende a asignárseles, sino más bien al contrario. Basta comprobar estadísticamente que son ellos los que obtienen peores resultados y los que más marginación padecen en el sistema escolar, sobre todo en la secundaria. Quizás esa ceguera explique torpezas misándricas como la de criminalizarles con la campaña “NO te lies con los Chicos Malos” (¿qué efecto produciría el enunciado en femenino?), todavía hoy impulsada por la “Comisión para la investigación de malos tratos a mujeres”, que cuenta con respaldo institucional. Al menos, la campaña que ha impulsado la Generalitat de Catalunya es más sútil: “Talla els malos rotllos” , aunque también incurre en la misma estrategia criminalizadora, porque la imagen empleada sólo apunta a un género como causante del “mal rotllo”: el masculino. En otra campaña simplificadora dirigida a jóvenes se dice: “No seas complice de la violencia de género. Si maltratas... ¿te consideras más hombre?.”.







Otro frente de acción de los poderes públicos pasa por proteger a las jóvenes de los estragos del amor romántico. Se le considera culpable de provocar el desarme de las chicas frente a la violencia masculina, asumiendo que los chicos nunca padecen dependencia emocional de las chicas, ni son objeto de trato inapropiado por parte de ellas. Un análisis más sutil posiblemente priorizaría salvar de las exaltaciones románticas a determinados chicos para proteger de abusos a sus parejas o a ellos mismos. Pero, al parecer, el romanticismo es lisa y llanamente una estrategia al servicio del machismo.

El verdadero amor –en eso estamos de acuerdo- debería ser otra cosa: “no me ames tanto” en boca de una chica; “el amor no es la ostia”; “amar no duele”; “esto no es amor” –imagen de una mano masculina que tira de una mano femenina esposada a la suya-; “amor con sentido”; “¿Control? ¿Imposición? ¿Falsas promesas de cambio? ¿Celos infundados? ¿Violencia verbal? ¿Maltrato físico? Piénsalo”; “no lo consientas, no produzcas violencia; es un camino sin retorno”. A veces, se insinúa que la propia estructura familiar puede prestarse fácilmente a estos abusos ( “El león se aprovecha de su familia. El gallo maltrata a sus semejantes. La mantis asesina a su pareja. ¿Y tú? ¿Qué clase de animal eres…?.”). Curiosamente sólo he encontrado campaña que apunte directamente al machismo como causa de la violencia doméstica ("¡Cuidado! El machismo mata”).









Son abundantes las campañas centradas en el acoso escolar ( “orientados”; “Abre Tus Ojos”; “quítate la venda”; “La fuerza es el derecho de las bestias”; “tolerancia cero” “stop bullying”; “bullyng, quítate la venda” ) o el acoso homofóbico ( “todos pintamos” ).









Alguna campaña parece evidenciar la toma de conciencia del importante papel que desempeñan el consumo de los adolescentes y jóvenes. Con el lema "Da en la diana por tu seguridad" , la Red de Educación al Consumidor ha organizado una serie de acciones en muchos centros educativos para que los jóvenes conozcan y defiendan sus derechos como consumidores de determinados bienes.

Ocasionalmente también se han impulsado campañas destinadas a fomentar el compromiso público de los jóvenes. La más curiosa es la de la reciente Verruga Warren, que ''ataca'' a quienes sufren de problemáticas sociales y no se implican para subsanarlos. Sin duda, tan ingeniosa como políticamente incorrecta, esta campaña -quizás por ello- ha desaparecido de la red casi sin dejar rastro. El mensaje era simple: “Ojo con la Warren, la verruga. Es hora de tomar parte” y sólo resultaba efectivo viendo el vídeo (http://www.youtube.com/watch?v=clE_oNgwkT4).







Otra campaña similar, pero menos inconveniente, era la que promovía un nuevo portal de Internet destinado a la vivienda para jóvenes, utilizando como elemento motivador unas zapatillas deportivas: "Date un paseo y conócelas a fondo. Y si aún no tienes las tuyas, selecciona tu provincia y entérate dónde puedes encontrar las auténticas Keli Finders".








El ejecutivo comunitario también ha impulsado una campaña con el nombre “Primavera en Europa” para revertir “la falta de participación y de interés por la política entre los jóvenes”. El objetivo ha sido implicarles en el debate sobre sus aspiraciones para la UE a la vez que informales sobre las cuestiones comunitarias.

En cuanto al retrato robot del adolescente y joven que dibujan estas campañas es la de una chica o chico con una débil estructura de valores, individualista pero con una fuerte dependencia emocional del grupo de amigos/as, esclavo todavía de unos estereotipos de género sólo ligeramente reformulados, muy dócil a las modas, consumista, fácilmente manipulable y vulnerable, irreflexivo, impulsivo, cada vez más “friquizado”, social y políticamente pasivo, instalado en una adolescencia eterna, muy preocupado por su ocio y su presente inmediato, que vive sin pensar en las consecuencias de sus actos.

¿Son realmente así los jóvenes?. Si exploramos los últimos informes sobre la juventud de Javier Elzo (http://www.humanizar.es/formacion/revista/2005/may_jun/entrevista_001.htm ) o del INJUVE ( http://www.injuve.mtas.es/injuve/contenidos.item.action?id=409080779&menuId=1627100828 ), podemos concluir que es un diagnóstico más o menos acertado, al margen de ciertas obsesiones ideológicas. La cuestión es si las campañas han de aspirar sólo a constatar lo que hay sin cuestionarlo, buscando una conexión fácil y cortoplacista para evitar los peligros de bulto, o si han de tener más ambición, e intentar provocar transformaciones más profundas. Con un vuelo tan raso –sólo alguna se eleva ligeramente- yo les auguro unos pobres resultados, porque en realidad lo único que hacen es apuntalar lo que ya hay, al no ofrecer ninguna razón seria para cambiar de conducta.

Las admoniciones estrictamente individuales basadas en el miedo y la actitud conservadora ante la vida conectan poco con el joven, que desborda vida y si de algo está hambriento es de causas creíbles en las que invertir sus energías, de causas que les estimulen a dar lo mejor de si mismos, de tareas valiosas, inequívocamente buenas, por las que valga la pena luchar y que sean motivo de alegría profunda. Eso creo que no ha cambiado. Lo que ha cambiado es la oferta de esos horizontes estimulantes, porque los adultos somos los primeros en desconfiar de su existencia.

Hemos optado por vivir conservadoramente en la incertidumbre, sin arriesgar, quemando nuestras energías en reinventar obsesivamente el ahora. Nos tapamos los ojos ante el dolor, la enfermedad y la muerte, refugiándonos en la fascinación del consumo –objetos, experiencias, apariencia, identidades, etc.- y los ensueños de la vitalidad perdurable. Pero, toda huida se revela vana, por más que nos empeñemos en autoengañarnos. Ellos lo leen en nuestros ojos. Ven la vacuidad de nuestra complacencia, la mueca amarga que hacemos pasar por alegría.

Pero, tarde o temprano tendremos que tomar de nuevo conciencia de nuestros límites. Y tendremos que volver a edificar precisamente sobre esa base, empezando por el dato más evidente: somos seres extremadamente vulnerables y mortales. Una condición que, pese a todo, nos brinda la oportunidad de dar sentido a nuestra existencia. ¿Cómo?. Como lo han hecho nuestros predecesores más admirables: identificando y reduciendo el dolor del mundo.

Hemos de conseguir abrir los ojos de nuestro jóvenes al dolor del prójimo y sensibilizarles ante la evidencia de nuestras precariedades compartidas. Ese es el único horizonte en el que cobran sentido pleno nuestras existencias, la verdadera celebración de la vida y el desgaste de las energías.

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