Uno de los aciertos de los análisis de la masculinidad hegemónica ha sido el de denunciar el discutible prestigio que los hombres tendemos a otorgar a la vida mental y a organizar nuestra existencia como una incesante e interminable consecución de objetivos. Tal es la reputación que concedemos a la razón y a su uso instrumental que planificamos el ocio con mentalidad empresarial (programación a largo plazo, optimización de recursos, balance de resultados, opciones de reinversión, etc.), es decir, como si fuera justo lo que no es: negocio . Es terrible ver como tus amigos/as, tus compañeros/as, o tus familiares enferman de este virus enajenante y empiezan a caminar junto a ti permantenemente agitados, con la mirada fija y sus almas abducidas. Las mujeres también caen presas de la misma enfermedad desde hace tiempo.
Con franqueza lo comenta Andrés Ibáñez, sincerándose a propósito de un repentino acceso de cansancio y alergia, que le ha postrado en la cama inesperadamente...
Tumbado en la cama, leo un poema de Robert Creely que se llama «Carne», y luego dejo el libro a un lado y me pongo a contemplar la habitación. Frente a mí hay un espejo que compramos en una tienda de muebles antiguos de Aguilar de Campoo. A mi izquierda, una ventana a través de la cual se ve la esquina de dos edificios y una antena de televisión. El cielo se ha puesto de un intenso color azul cobalto, y la luz del atardecer baña las paredes de los edificios transformándolos en sorprendentes prismas dorados. Los vencejos cruzan en el aire. Podría estar en Marrakech o en Srinagar.
Estoy en mi casa. Estoy donde estoy siempre. Solo que no estoy aquí siempre. En realidad, no estoy aquí nunca, porque nunca estoy así. Aquí, tumbado, mirando por la ventana, respirando, simplemente siendo, así no estoy nunca. Siento a mi alrededor la respiración infinitamente calma de los objetos, la presencia benéfica de mis muebles, mis amigos. La casa está vacía. Luego llegarán los niños. Luego habrá que hacer la cena? Pero antes de la cena hay mucho tiempo, tiempo para charlar, para dibujar con ellos? Además, hoy no tengo que trabajar. Este mismo artículo, en realidad, no lo estoy escribiendo todavía, sólo lo estoy soñando. Me doy cuenta de que nunca estoy simplemente siendo. Me he olvidado de simplemente vivir. Todo lo que hago todo el día tiene una dirección, una finalidad. Todo lo hago porque hay que hacerlo, y además hay que hacerlo pronto. Sucede que a menudo somos abducidos y pasamos meses o incluso años viviendo en una pequeña habitación del interior de nuestra mente. Hasta que un día viene ese viejo amigo, el cuerpo, y nos dice: «Espera, hay algo que habías olvidado?»
Abc de las artes, n. 800, 2-6-2007
http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=7247&dia=&sec=38
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