También buscan este cuerpo divino
nuestros hombres y, más aún, nuestras mujeres,
nuestras nuevas santas,
pero un cuerpo divino sin Dios,
un cuerpo glorioso sin gloria y sin gracia,
sin el orden de la gracia que presagiaban
como promesa final de las antiguas beatas.
Ahora no hay encuentro, sino soledad
después de este vacío e inútil sacrificio,
sólo la lúgubre soledad del féretro.
(...)
Un corpus interruptus es lo que quieren,
una mortalidad inmortal, un cuerpo eterno
sin dormitar en la antesala de la Resurrección,
escamoteándose de la humedad del nicho
a la espera del Juicio Final,
quieren un cuerpo-reliquia
como el de los santos elegidos,
un cuerpo fortificado, invulnerable
a las arremetidas de la podredumbre,
un cuerpo inmutable (noli me tangere)
como relatan fue el de Teresa de Ávila
cuando exhumaron en Alba su cadáver,
tras varios años oculto en la tierra
y lo hallaron con la carne fresca y enteriza,
con el color y la dulzura del dátil
y con un olor de azahar que inundó varios días
todos los rincones del convento.
Eso quieren los bárbaros sempiternamente jóvenes,
las eternas adolescentes que desvisten su inedia
del hermoso ropaje dorado de lo divino
para devenir en una abstinencia vana y estéril,
en una anorexia profana y escuálida,
sin futuro y sin trascendencia.¿Por qué, entonces, el ayuno,
esta perpetua cuaresma,
esta obsesión de hacer del propio cuerpo
una materia inmaterial, una materia prima,
un recinto vacío?
¿Es tan estrecha ahora la vida
que sólo necesita una talla S?
¿Tal vez buscan estas jóvenes
la levedad del aire, la libertad del vuelo,
el éxtasis místico de fundirse en la nada,
el ansia pánica y divina de ser nada
para ser siempre y serlo todo?
¡Ay, las nuevas santas anoréxicas!
De Los nuevos bárbaros
Poema de Mercedes Gómez Blesa.
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