Hace ya mucho tiempo que algunos profesores de secundaria advertimos que nos son las chicas sino los chicos quienes salen peor parados del actual sistema escolar. No hay más que revisar las estadísticas. Ellos y no ellas son los perdedores. Pero, pese a la elocuencia de los datos, pocos reparan en esta cuestión, porque las políticas de género parecen sólo concebidas para las chicas.
Ellos son ahora los grandes olvidados y excluidos. Peor aún -y sé que son palabras duras-, los grandes repudiados. ¿Por qué lo digo?. Porque hemos acabado armando un dispositivo que responde aceptablemente a los ritmos de maduración de las chicas y fomenta entre ellas la conciencia de dignidad de su género –son muchos los mensajes que la escuela actualmente les dirige específicamente-, pero que ignora o mira con recelo la explosión adolescente masculina, sobre todos la de aquellos chicos que siguen atrapados en los patrones de conducta de la masculinidad tradicional. Y todo eso ocurre en una etapa en la que de forma natural se exacerba la polarización sexual, lo que sumado a la desatención institucional, genera en los chicos actitudes de automarginación -en el mejor de los casos-, o de hostilidad manifiesta - en el peor-, incluyendo una amplia gama de respuestas negativas intermedias.
¿Alguien ha reparado en la frecuente correlación entre las conductas virilistas y los bajos rendimientos escolares?. Blindarse bajo esa máscara es para muchos chicos una forma de autoprotección y a la vez de protesta frente a un sistema escolar que les resulta ajeno y hostil, porque ignora sus conflictos o los rechaza . La exacerbación de la masculinidad proporciona una identidad postiza, de préstamo, funcional y efectiva, sobre todo en la periferia escolar, en los espacios menos controlados (patios, pasillos, entorno exterior, barrio, etc.), donde la agrupación en bandas suple la falta de “iguales” en los que encontrar calor, seguridad, comprensión y estímulos.
¿Se puede rescatar a esos chicos?. Es nuestra obligación. Debemos reaccionar cuánto antes frente al masculinismo escolar. Para ello, tendremos que mejorar nuestra comprensión de las crisis y tensiones que atraviesan ahora nuestros adolescentes y deberemos aprender a ser receptivos ante sus necesidades, que seguramente no se traducirán en demandas explícitas porque los muchachos, si de algo carecen generalmente, es de competencias emocionales para identificar sus estados anímicos y para pedir ayuda.
El objetivo es mostrarles que sus conductas revelan algo muy respetable (la necesidad de comprensión y aceptación, de respaldo, de seguridad, de identidad, de afirmación, de realización), pero que muchas veces son injustas, perjudiciales (dañan a otros/as y les dañan a ellos mismos) y además con nulas posibilidades de abrirse en camino en el mundo adulto, que ya no admite semejantes posturas.
Se trata de enseñarles a canalizar sus energías de formas positivas, asertivas, creativas, dignas, sensibles, empáticas, prosociales; de enseñarles a conocer sus sentimientos, a identificarlos y atenderlos, pidiendo ayuda cuando convenga. Se trata de ofrecerles ámbitos de realización donde sus energías puedan encontrar sentido, valoración y recompensas. Se trata de enseñarles que la fortaleza se demuestra en el autocontrol, en la autoexigencia, en la ayuda la prójimo, de enseñarles que la verdadera fuente de autoestima es actuar bien.
En España, mejor niña, Andrés Ortega http://www.fp-es.org/dic_ene_2006/story_12_1.asp
Estimad@s lector@s, si pudieran elegir, ¿dónde les gustaría nacer y pasar su infancia? Es una pregunta simple, pero la respuesta puede ser más compleja. Según relata el sociólogo americano Richard A. Shweder, cuando le planteó esta pregunta hace 35 años a Margaret Mead, la respuesta de la famosa antropóloga fue: "Depende de si fuera niño o niña". Como chico, Mead habría preferido nacer en Inglaterra en la clase adinerada y que le enviaran a una de esas escuelas privadas de renombre, lejos de su madre. De ser chica, en Estados Unidos, entonces en plena efervescencia del movimiento de liberación de la mujer. Para Shweder, no hay un único mejor lugar en el que nacer y ser educado, tanto para los niños como para las niñas...
En España, un buen país para nacer y crecer porque la educación escolar y los servicios básicos sanitarios y otros están garantizados, no es lo mismo hacerlo como hijo o hija de padres españoles y blancos que como descendiente de inmigrantes. El color de la piel pesa -y más cuanto más oscura sea ésta-, aunque cada vez tiene menos importancia en los países que llevan tiempo de mezcolanza. Como en todo Occidente, y en particular en EE UU, aquí también los hijos de asiáticos salen adelante con éxito. En todo caso, en general, las chicas sacan ventaja a los chicos en sus resultados académicos.
Hoy, en España, sería mejor nacer mujer. Ya es algo. Aunque para ellas mejor Noruega, donde la ley les reserva el 40% de los puestos de los consejos de administración.
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