domingo, mayo 13, 2007

Las batallas necesarias

El buenismo incapacita a las personas para asumir su dosis de maldad y manejarla. Algunas se rompen cuando chocan con la maldad ajena (violencia, traición, infidelidad, deslealtad, doblez, manipulación, mentira, egoísmo...) o con la propia (impulsividad, agresividad, concupiscencia, pasividad, engaño, indiferencia, ignorancia, egoísmo, acciones destructivas, conductas de riesgo, degradación...) y se sumen en un estado de perplejidad y/o se deprimen. Otros se dejan invadir por emociones negativas (odio, ansias de venganza, deseos de hacer daño, bloqueo del sentimiento de culpa, desresponsabilización y culpabilización a otros de los propios errores, etc) y las niegan buscando cualquier tipo de argumentación – inconsistente y banal, la mayoría de la veces- que les permitan racionalizarlas y hacerlas soportables.

Muy pocos se enfrentan con el lado oscuro propio o ajeno y, sin falsos atajos ni huidas cobardes aprenden a manejarlo y reconducirlo. Muy pocos dan la cara al mal y le hacen frente con determinación, paciencia e inteligencia. Priman otras estrategias: la autoindulgencia, las doctrinas autocomplacientes, la búsqueda de subterfugios que nos liberen del malestar interno, las adicciones, el escapismo, etc. Se trata de maniobras distractivas insatisfactorias, que siempre reclaman una “todavía más” para aplacar nuestro dolor.

El propio sistema educativo hay caído en esa trampa y ha renunciado a la sabia confrontación homeopática de los alumnos con su propio mal, que antes ocupaba tantos instantes de los hogares y la escuela. Nuestros jóvenes están desarmados porque los “comprensivos” adultos que les rodean no les enseñan a dominar su impulsividad, a llamarla por su nombre, a no autoexcusarse con racionalizaciones vanas. Se han impuesto una peligrosa cultura de la indulgencia paterno-docente y de la sobrestima narcisista juvenil, que ya está produciendo lamentables frutos en medio de la perplejidad y la impotencia de los adultos.


Baumann pone el dedo en la llaga, cuando señala que uno de los grandes negocios actuales es producir subterfugios para combatir el miedo que la propia inercia del capital alimenta de un modo perverso. La industria del miedo se convierte así en un negocio infalible, porque los suministros de miedo se renuevan y acrecientan constantemente. Pues bien, otra gran industria es la de la consolación y del escapismo. Fabricar “juguetes” (objetos fascinantes, pseudoideas, terapias, tec) para enjanarnos y huir de nosotros mismos, del mal que albergamos y que generamos, es otro gran sector en expansión. Pero, no nos engañemos, estamos hechos para la lucha y las energías se nos pudren entre las manos cuando no libramos las batallas necesarias.

5 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

"Muy pocos dan la cara al mal": Esa es la clave. El buenismo es una especie de religión sin mal. Por eso tiende a explicar lo malo, muyplotinianamente, como ausencia de bien. Todo el mal el mundo puede superarse con buena voluntad. Y, si no es así, hay que articular una teoría conspirativa.

Endora dijo...

No me explico demasiado que consideres que una "terapia" pueda ser un método escapista ante la búsqueda de una solución cuando nos encontramos desbordados por emociones que no sabemos atajar.

Más o menos: Emociones negativas que uno niega buscando argumentaciions que permitan racionalizar tal emoción con el fin de acerlas soportables.
Dices.
No creo que racionalizar una emoción sea una forma de negación de la propia item.

¿Qué método o métodos aconsejas o sugieres que no sean simples parches que luego cuando aparentemente parece que dominemos cierto "descontrol" aparezca otro nuevo pánico y no tengamos recurso al que acceder? Hablas de la "confrontación homeopática con el propio mal" . Necesitaria, si gustaras, de una explicación a tal teoria, me pierdo en el concepto "homeopatía".

Endora dijo...

perdón al verbo hacer por haberle robado la "h", nada más lejos de mi intención que la prisa.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Completamente de acuerdo, Gregorio. Lo que más me llama la atención es esa intransigencia de los “buenos”, que siempre atribuyen sus fracasos a la falta de adhesión de los que no piensan como ellos.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Endora, no pretendo sugerir que una terapia en sentido estricto sea una estrategia escapista, me refería a los alivios terapéuticos que enmascaran el mal y lo niegan
(cuando hablo de “racionalizar las emociones negativas” me refiero a las forzadas justificaciones que las legitiman y promueven, en lugar declararlas nocivas y frenarlas).

Al contrario, una buena terapia puede ser una forma muy noble de dar la cara al mal, sobre todo, si se encamina a identificarlo en nosotros, a asumirlo, a desarmarlo y a tenerlo bajo control (¿se puede hacer más?, creer que lo hemos vencido sería la peor de las derrotas). Quizás este proceso convenga realizarlo poco a poco y con ayuda, porque mirar el mal a la cara puede paralizarnos, incluso devastarnos . Por eso, hablo de una confrontación homeopática con el mal, es decir, a pequeñas dosis. Las prácticas educativas anteriores incluían enseñar gradualmente a los niños a enfrentarse a su propio mal y a corregirse, ascendiendo pequeños peldaños en autodominio. Ahora, obviamos o negamos el mal y nos dedicamos exclusivamente a hacer aflorar el bien, con un éxito bastante descriptible.