domingo, noviembre 19, 2006

Alarma en las aulas

“Se veía venir”, dirán algunos. Puede. De golpe, toda la prensa –la sensacionalista desacomplejada y también la acomplejada- se ha visto invadida por una cascada de informaciones sobre agresiones adolescentes a un profesorado cada vez más vulnerable. Si hasta ahora algo estaba claro era la autoridad del profesorado en el ámbito de la escuela, que era su territorio específico. Nadie la cuestionaba demasiado, porque reforzar su figura era esencial para educar a nuestros hijos. Todos contribuíamos a alzar lo más alto posible su posición, incluso aunque su representación ocasional no lo mereciera especialmente. Pero, sabíamos que sin esa mediación difícilmente conseguiríamos doblegar la tendencia al desorden de nuestros vástagos, sanamente invadidos por un caos de pulsiones absolutamente naturales pero poco favorecedoras del aprendizaje.

Sin embargo, con el tiempo y “gracias” al buenismo pedagogista, descubrimos que no había para tanto, que los profesores a veces pueden ser incompetentes e ignorantes, que la disciplina mucha veces enmascara la incapacidad para estimular el aprendizaje autónomo, que nuestros niños tienen grandes potenciales si se les motiva convenientemente, que esos niños inocentes difícilmente desarrollan sus potenciales si no les ayudamos a superar sus heridas y frustraciones, etc. Y se llegó a la conclusión de que había que impulsar un perfil de educador dialogante, motivador, amistoso, próximo, implicado en los problemas del alumnado...y que hiciera de la conexión emocional y el "buen rollo" permanente su principios básicos de actuación. Los padres también se apuntaron a la nueva moda, que evitaba el tradicional distanciamiento “padres – hijos” derivado de un antipático ejercicio de la autoridad. Ahora todos podríamos ser amigos y nada perturbaría ese estado de armonía y gozo disneywordliano.

Los muchachos y muchachas captaron lucidamente el mensaje, pero a su manera: los adultos en lugar de educarles como siempre se ha hecho, querían reducirles a proveedores de satisfacciones emocionales y buen rollo perpetuo –mundo Disney-.

Ante tan “benéficos” opresores, empeñados constantemente en abrumarte con sus castradores mimos y expectativas de felicidad, resulta complicado rebelarse -eres incapaz de valerte autonomamente- y se suele reaccionar destilando rencor, vengando su frustración con castigadoras exigencias y huyendo de vez en cuando a territorios inaccesibles para no ahogarse en el magma adulto.

Muchos de estos niños “obligados a ser felices” sienten sana envidia cuando ven a padres o madres que regañan y castigan a sus hijos sin complejos y sin cuestionar por ello sus relaciones. En lugar del simulacro de felicidad permanente que les han impuesto, parecen anhelar aquellas relaciones jerarquizadas y desiguales –unos mandan, otros obedecen-, con sus momentos gratos e ingratos, y la sensación de ir acumulando aprendizajes -a veces duros- que les permitirán en un futuro conquistar su propia libertad. Al final, resulta que la obediencia y la disciplina son mucho más liberadoras que esas dictaduras amorosas, cargadas de felicidad impostada, expectativas insatisfechas, sermones interminables, presiones insanas, falta de energía, confusión profunda y frustración indisimulable. El universo “guay” fue un bello sueño, pero el resultado final espanta. Hay que reaccionar.

buenamente

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