Nos inventamos dioses y quisimos hacernos un hueco al lado de tan extraordinarias creaciones. Quisimos ser "como dioses".
Esa inmodestia boba nos ha permitido superarnos y sobreponernos en los más trágicos avatares, pero también hacer terribles tonterías.
Deberíamos aprender a vivir bien sin esos subterfugios y reciclar críticamente toda la sabiduría acumulada sobre el bien y el buen vivir que contienen las tradiciones religiosas, a pesar de sus desenfoques.
Reconozco que mi alegría tenía raíces transcedentes y que mi irreversible "desconversión" mengua mucho sus potenciales expansiones. Pero, no consigo que ningún argumento m e permita resucitar mi anterior fe en el más allá. Se ha impuesto en mi conciencia una incómoda sensación de lucidez desencantada.
Ya sé que muchos han recorrido ese camino antes que yo, pero eso no me consuela demasiado. Prefiriría no formar parte del "club" de los descreidos.
Todo parece encogerse.
Ahora, administrar la vida se convierte a lo sumo en un prudente ejercicio, en el que el reto principal parece ser combinar sabiamente la fortaleza estoica con el hedonismo, sin perder la dignidad y luchando altruistamente por mejorar el futuro de nuestra especie. Ya es mucho, me dirán algunos. Sí. Pero yo antes concebía horizontes infintos y extendía mi vida hasta los confines del universo. Antes vivía como un dios, menospreciando los reveses de la vida. Ahora tendré que vivir como un hombre, como el pobre mortal frágil y vulnerable que siempre he sido, aunque ignorarlo me haya dado fuerzas sobrehumanas.
Quizás esta reconversión a la modestia es lo que toca a estas alturas de la película. En fin. ¡Ánimo muchacho!.
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