Fallecí según los indicadores terrenos y me reecontré con todos aquellos que conocí en vida y ya habían realizado el tránsito. No importaba si me habían dañado o habían sido dañados por mí: todos me daban la bienvenida y yo les saludaba también gozoso. Dominaba una risa fresca y benévola. La risa de los que se divertían entrañablemente ante tantas desmesuras y desenfoques acumulados.
Terminada la vida terrenal, imediatamente comprendías que nuestra limitaciones e inseguridades habían sido la causa de las tonterías infligidas y sufridas. Ahora todos disfrutábamos de nuestra mutua compañía. Había tanta dicha en el perdón que recibías o prodigabas... tanto agradecimiento por los bienes inmerecidos y ocultos de que habías sido objeto y ahora descubrías. Y los vivos..., allá seguían los vivos, siempre algo desconcetados y perplejos. ¡Qué espactáculo más fabuloso ver a los vivos luchando y amando, errando y rectificando!. Desde mi nueva condición me concentraba en apoyar y ayudar a mi familia terrena, a mis amigos, a todos, todos mis conocidos, ya definitivamente convertidos todos en amigos íntimos para siempre.
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