domingo, noviembre 09, 2008

Socializar la masculinidad adolescente.

El terrible asesinato de la muchacha de Ripollet está haciendo correr ríos de tinta y entre los adolescentes ha tenido un impacto extraordinario que se ha traducido en masivas visitas a los fotologs de la víctima, de sus asesinos y de sus amigos y amigas. Aunque este último fenómeno constituye una novedad, el resto de las reacciones parece responder un guión ya ensayado en otros sucesos protagonizados por “chicos violentos”: asociación entre masculinidad y violencia, confusas alusiones a la persistencia del machismo en la franja adolescente y al carácter endémico del “virus patriarcal”, e incluso peticiones de cadena perpetua ante la levedad previsible de la condena. Basta con revisar La Vanguardia del miércoles pasado para comprobarlo (reproduzco sus contenidos más adelante). Lo que llama la atención es el inédito interés en proyectar sobre este episodio los análisis y recetas con que se aborda la violencia machista adulta, en una pirueta imprudente que pasa por alto las características especificas de nuestras nuevas generaciones de adolescentes.


Afortunadamente, La Vanguardia del sábado intentó corregir algo el rumbo y reconoció en un editorial que todavía ignoramos muchos pormenores y circunstancias de este crimen. Yo les confieso que la vía por la que he llegado a conocer más detalles no ha sido la prensa, sino mi hija de 14 años que ha hechos sus propias pesquisas y a la que su entorno de amigas la mantienen informadísima. Pero, es evidente que sobre esa base sería irresponsable hacer elucubraciones y yo también seré cauto, por eso quiero dejar claro que mis reflexiones no se centrarán tanto en este singular caso, como en las reacciones que ha suscitado.


A mí lo que más me preocupa, es que cuando se producen agresiones de esta índole, casi nadie se pregunta qué referencias estamos proporcionado a los chicos para construir su masculinidad, algo a lo que todo muchacho indefectiblemente tiene que enfrentarse y para lo que no le ayuda mucho el recetario unisex y políticamente correcto que últimamente le estamos proporcionando. Nos estamos dejando contaminar por una errónea perspectiva de género que nos lleva mirar con recelo la masculinidad y a ignorar los problemas que para los chicos comporta el desarrollo de su identidad masculina en la adolescencia.


En lugar de ofrecer mensajes y modelos positivos, nos pasamos el día sembrando la sospecha sobre la condición masculina y no nos damos cuenta de que ese negativismo produce efectos nefastos. La socialización de la masculinidad adolescente no forma parte de ninguna propuesta educativa ambiciosa. Hemos llegado a un punto en que la corrección política parece apuntar a que la mejor masculinidad es la que no existe. Pero, no nos equivoquemos, si algo le urge a un chico adolescente es afirmar su masculinidad y para eso necesita valores, criterios, normas, modelos referentes que nadie le proporciona. Yo no defiendo la “escuela diferenciada”, pero si cumpliera con esta misión ya estaría haciendo un gran servicio. Los chicos necesitan que alguien les hable de su sexualidad específica y de su singular revolución hormonal; necesitan que les ayuden a entender y a encauzar el despliegue de su naturaleza masculina, a identificar y descodificar sus nuevas emociones e impulsos, a moderarlos y dominarlos; los chicos han de descubrir cómo canalizar su competitividad, cómo manejar sus frustraciones y cómo gestionar su ira y su agresividad.


Y a los chicos también hay que enseñarles a entender a las chicas y sus particulares cambios en la adolescencia (evidentemente con las chicas también hay que hacer la tarea recíproca). El mito de que el género es una construcción estrictamente cultural sin base en nuestra naturaleza biológica es ya insostenible y nos está haciendo mucho daño, porque nos desarma frente a unos cambios biológicos que siguen un guión ineludible, ajeno a nuestras ensoñaciones y teorías. No podemos seguir ignorando la ciencia nos ha revelado sobre la evolución, el genoma y el cerebro. Sin embargo, ahora que hemos descubierto lo desajustado de una perspectiva de género radicalizada, es cuando más presente esta se encuentra en el ámbito educativo. Somos híbridos de biología y cultura y eso no lo podemos perder de vista sobretodo en esta etapa de reaceleración de la diferenciación sexual.


Insisto, a los chicos hay que enseñarles que las conductas de las chicas pueden resultarles confusas y desconcertantes, sobre todo en un período en el que sus específicas revoluciones hormonales siguen ritmos distintos y en los que el efecto de la diversidad individual se acrecienta. El estudio de nuestro substrato biológico nos confirma que la precocidad verbal femenina no es una construcción cultural interesada, sino que se explica por su particular proceso de maduración hormonal y cerebral en la adolescencia. Eso nos sitúa sobre todo hacia los 14-15 años en un mundo de mujercitas con redes de amigas muy sólidas frente a niños grandes, más descolocados y aislados. Las competencias emocionales y las estrategias intelectuales también tienen un sesgo propio. Los chicos son más competitivos y buscan ser respetados mediante el éxito en la competición, y las chicas, sin embargo, buscan sobre todo la aceptación del grupo[1]. Los chicos propenden a la confrontación y para contener sus impulsos necesitan de normas claras, de autoridad y de disciplina. Las chicas se muestran más proclives a la negociación y a la colaboración. Los chicos son más deductivos y objetivos; las chicas más inductivas y subjetivas. Los chicos son más osados y directos; las chicas son más cautas y precavidas. Las chicas conocen y expresan mejor sus sentimientos; a los chicos les cuesta explorar e identificar sus estados anímicos y aún más hablar sobre ellos. En los chicos, la pulsión sexual brota con una intensidad tal que puede volverse tiránica, vergonzante y obsesiva, sino se les enseña a desdramatizarla y a dominarla[2]. En las chicas, la pulsión sexual no se manifiesta con la misma vehemencia y el riesgo es que accedan prematuramente a las relaciones sexuales, buscando una aceptación y afectividad que unos chicos todavía inmaduros difícilmente pueden darles. La superación de los fracasos y las frustraciones, suele seguir caminos diferentes: en los chicos, la autoestima se acostumbra a reconstruirse mediante la afirmación de su autonomía e independencia; las chicas lo hacen apoyándose sobre todo en su capacidad de conservar y mantener relaciones afectuosas con una sólida red de soporte[3]. Llegado el momento de resolver un conflicto, los chicos recurren con más facilidad a la violencia física que a la psicológica e indirecta, mientras que en las chicas se invierten los términos: prevalece la psíquica e indirecta sobre la física y directa.


Evidentemente, todas estas predisposiciones se modulan, agudizan y refuerzan o no en función de los estereotipos de género dominantes, pero no se reducen a ellos. El riesgo de que el “botón de la cólera masculina”[4] se active en un chico adolescente y cometa acciones aberrantes siempre está presente, sobre todo si no se le han inculcado valores, normas y herramientas específicas de autocontrol. Hablar de machismo y de virus patriarcal de poco nos servirá de poco si no al chico no se le enseña a ser sensible ante la afición o el miedo de los demás y a ser competente en el control y dominio de esos disparos de agresividad y violencia, que ni él mismo sabe que puede experimentar.


Lo peor que puede ocurrir es que, ayunos de otros referentes y ante tanta negligencia, muchos chicos aborden la tarea ineludible de “hacerse hombres” acudiendo a los peores ejemplos, a los hombres malos, violentos y perversos que protagonizan sus ficciones preferidas o el material pornográfico que les sirve para suplir la ausencia de una educación sexual específica, que de existir no pasa de mera profilaxis preventiva. La construcción de la masculinidad ha de dejar de ser una actividad clandestina. Urge una socialización en positivo de la masculinidad.



Informes de LA VANGUARDIA, miércoles, 5 de noviembre de 2008:




[1] Como explica Adolf Tobeña, investigaciones recientes han permitido comprobar que basta con incrementar los niveles de testosterona –hormona masculina- en las chicas deportistas para constatar cómo se incrementan sus niveles de competitividad.

[2] Los chicos producen testosterona en una proporción entre diez y veinte veces superior a la delas chicas.

[3] Louann Brizendine explica en El cerebro femenino que en las chicas cuando se produce una frustración amorosa se produce una caída en picado de las sustancias plácidas y sedantes -serotonina, dopamina y oxitocina- y un aumento repentino de la hormona del estrés: el cortisol. El intento de restaurar los niveles de oxitocina, puede llevar a aceptar cualquier relación en búsqueda de intimidad, pero también a reforzar los lazos con la red social de apoyo y superar así la situación.

[4] La expresión es de Louann Brizendine y la cita María Calvo en Iguales, pero diferentes (Almuzara, 2007, p. 111). F. J. Rubia en El sexo del cerebro subraya de nuevo el peso que tienen los niveles de testosterona en esta agresividad diferencial.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hasta el momento, sólo conozco un estudio sobre violencia dentro de la pareja, que se haya hecho en España entrevistando por igual a hombres y mujeres. Dicho estudio ha estado centrado en jóvenes de la comunidad de Madrid (hasta 26 años), y el resultado de dicho estudio ha estado muy lejos de lo que el pensamiento hoy dominante ha impuesto como políticamente correcto: las chicas no son menos agresivas que los chicos, sino más, y no sólo en violencias psíquicas. Aquí se puede encontrar el estudio (la tabla 2, en la página 3, resume los datos):

http://www.psicothema.com/pdf/3418.pdf

Estos resultados, por lo demás, son perfectamente coherentes con lo que ya se sabía por muchos otros estudios semejantes en los más diversos países (puede encontrarse un magnífico resumen, con vínculos a las publicaciones oficiales, en la siguiente página:

http://www.absurdistan.eu/novedades.htm )

[Athini Glaucopis]

Emilio dijo...

Lanzas un guante que muy pocos están dispuestos a recoger, porque significaría tanto como cuestionar la verdad oficial y lo políticamente correcto. Vivimos instalados en un credo oficial, ciego para muchas cosas,y cuantos intentos se hacen para llamar la atención sobre otras formas de entender la realidad y el mundo, chocan con la más absoluta indiferencia por su parte, sabedores de que se trata de posiciones minoritarias.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Gracias anónimo por la referencia. Creo que un enfoque más realista de la violencia en pareja pasaría por enseñar a los hombres a saber interactuar positivamente con la agresividad femenina.

Sí Emilio, de momento avanzamos en solitario, pero ahí estamos.

Enric Carbó dijo...

"En lugar de ofrecer mensajes y modelos positivos, nos pasamos el día sembrando la sospecha sobre la condición masculina y no nos damos cuenta de que ese negativismo produce efectos nefastos. La socialización de la masculinidad adolescente no forma parte de ninguna propuesta educativa ambiciosa. Hemos llegado a un punto en que la corrección política parece apuntar a que la mejor masculinidad es la que no existe"
Estic d'acord excepte amb el final. El model de masculinitat acceptable -i elogiat- per a la correcció política dominant és el gai. El principal problema que li veig és que és minoritari...

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Gràcies Enric per la teva puntualització. L’accepto plenament.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Gràcies Enric per la teva puntualització. L’accepto plenament.