Como explica Javier Gomá en ¿Existe el progreso moral?, uno de los procesos más relevantes del siglo XX, ha sido el de “radicalizar el subjetivismo romántico y antisocial hasta el paroxismo”. Liberarse de toda coacción ha sido la máxima que ha guiado la construcción de las subjetividades contemporáneas. La "filosofía de la sospecha" nos acostumbró a recelar de la cultura en general y a ver en ella un instrumento de dominación que enajena al hombre nacido ingenuo, libre y bueno en beneficio de un poder opresor que acaba por cristalizar en autocoacción represiva (Freud y Elias), como ilustran todos los procesos civilizatorios .
Pero, esta condena fatal era inevitable e indisociable de nuestra condición cultural. Sin embargo, en 1955, Marcuse auguró y propugnó en su Eros y civilización, la llegada de una nueva época en que la que la reducción del trabajo enajenante conseguida con los avances tecnológicos, cada vez sería menos necesario reprimir las energías instintivas y estos “serían liberados hasta un grado sin precedentes". En lugar de anular nuestra libertad bajo la tiranía de los objetivos y las funciones del mundo del trabajo, podríamos entregarnos al juego, liberar nuestros deseos, activar productivamente nuestras facultades y reconciliarnos con nuestro eros. Como resultado de esta activación del eros, Marcuse lúcidamente pronosticaba “una reactivación de la sexualidad polimorfa pregenital y narcisista”; "la conversión del cuerpo así sexualizado en puro instrumento de placer"; y, como consecuencia, la “desintegración de las instituciones en las que las relaciones privadas interpersonales han sido organizadas, particularmente la familia monogámica y patriarcal”. El fruto "feliz" de esta transformación sería una sociedad compuesta por “subjetividades narcisistas, lúdicas, altamente sexualizadas, descomprometidas éticamente y capaces de reducir al mínimo sus obligaciones laborales”.
Nadie le puede negar a Marcuse su formidable clarividencia, porque consiguió desentrañar como nadie el currículum oculto que sigue guiando el despliegue de nuestras subjetividades. Más discutible fue, sin embargo, su entusiasmo ante esta transformación que él y la contracultura sesantoyochista intentaron acelerar y que ha terminado por definir nuestra cultura tardo moderna actual, aunque sea justo señalar que Marcuse también denunció con pesimismo algunas de sus previsibles derivas[1]. A estas alturas, sabemos que en lugar de una condición humana reconciliada y “sin angustia”, esa apuesta comportó pérdidas importantes. El desprestigio de toda autoridad y de toda coacción represora, la exaltación de la autenticidad y la espontaneidad ética y estética, la exaltación de los “valores típicos de una adolescencia detenida en el estadio estético” han terminado por hacer inviables “las instituciones de la eticidad —amor ético, trabajo productivo— que han perdido su sacralidad y su aura”. Bajo el reino de unas subjetividades convencidas de su soberano derecho a desplegarse sin limitaciones, dispuestas a recelar de cualquier autoridad y reacias a dejase intimidar, resulta muy difícil construir lo colectivo y lo político, y despegar del escepticismo y del nihilismo que nos consume.
¿Es este proceso irreversible? Muchos así lo creen y lo aplauden. Pero, si es así, la causa de la escuela está definitivamente perdida y propuestas como la de Victoria Camps carecen de plausibilidad. Si es así, no habrá recomposición que salve la institución familiar. Si es así, pronto no tendrá sentido hablar ni de género, ni de diferencia sexual: el feminismo, las nuevas masculinidades y la pareja estable serán mera antigualla, porque Butler tendrá razón. Si es así, ni siquiera los tatuajes y los piercings nos librarán de los “desfallecimientos de la identidad” y no habrá simulacro que nos consuele. Si es así, ya no cabrá apelar a refundaciones del capitalismo, y no nos quedará más que consumirnos angustiosamente en una tediosa sobreexcitación de los deseos. Si es así pronto pasaremos de la modernidad líquida (o “gaseosa” como la llama alguno) a ...
Pero yo no me resigno. Ahora que ya vemos a dónde nos conduce esa deriva, nos toca ser retroprogresivos (feliz término acuñado por Salvador Pániker, aunque él parece seguir en el frente sesantoyochista) y rescatar aquello que merece ser conservado y trasmitido y que hemos olvidado o extraviado. Ahora hay que recuperar el sentido del límite, el valor de la autoridad, del autodominio, del esfuerzo, de la trascendencia. Ya hemos aprendido que sin disciplina, ni autodisciplina no conquistamos más que humo. Cualquier propuesta educativa que siga insistiendo en el anterior programa difícilmente nos sacará del atasco.
Pero, Javier Gomá sostiene que en nuestra época de “libertad consumada” la tarea es hallar a la polis “unos fundamentos morales nuevos, exentos de coacción, represión y autoritarismo”[2]. Vano angelismo. Es cierto que ya no podemos volver atrás, pero sí ser retroinnovadores y reformular los principios antes mencionados desde la experiencia de nuestros errores.
[1] ...alienación, productivismo, consumismo, medios masivos alienadores, publicidad estudipizante... que convertirían al hombre potencialmente libre en un “hombre unidimensional” incapaz de pensamiento crítico y de actitudes contestatarias.
[2] Es curioso pero ya no conseguimos disociar autoridad de autoritarismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario