Porque la futura Llei d’Educació, en lugar de establecer una evaluación periódica de las políticas educativas, prefiere poner el acento en la reevaluación individualizada y permanente de cada profesor. Si a eso añadimos la posibilidad de introducir la gestión privada de los centros públicos, el panorama que se dibuja es preocupante, porque cada vez va a ser más difícil disentir del patrón y corregir los desmanes y descriterios de nuestros inspirados gobernantes. Por cierto, estaría bien reconocer alguna vez el papel reconductor y moderador ejercido por el profesorado a la hora de aplicar leyes educativas, repletas de incoherencias, absurdos y desmesuras. Si algo me demuestra mi experiencia, es que los centros educativos que mejor funcionan ahora son los que han sabido dar continuidad a sus logros anteriores e incorporar de forma prudente y gradualista las innovaciones pedagógicas.
Sin embargo, nuestros jefes prefieren tener las manos libres y poder hacer y deshacer con comodidad. Me temo que a partir de ahora, nos pasaremos el día haciendo la pelota a nuestros futuros evaluadores (nueva aristocracia emergente entre el profesorado) y diciendo amén a cuanto proponga el Departament. De poco me sirve que se invoque la tan traída y llevada autonomía de centros. Si se precariza al profesorado, la autonomía de centro fácilmente derivará en una proliferación de taifas, regidas por dóciles reyezuelos que entregarán puntualmente sus tributos al Gran Jefe. Me parece una ingenuidad pensar que la autonomía vaya a generar una poderosa sinergia entre los equipos docentes de cada centro, cuando lo que esta ley promueve de forma muy poco encubierta es el fortalecimiento de las jerarquías, la flexibilización laboral del profesorado y la hiperindividualización de la carrera docente, mimbres muy poco apropiados para promover dinámicas de implicación colectiva. Pero, quizás con este nuevo revés se consigan disolver los restos de auténtica participación que sobreviven en el entramado educativo. De poco sirve que la ley intente despistar invocando grandes principios, basta fijarse en los que apuntala de verdad, para adivinar cuáles son sus auténticos objetivos.
De momento, un hábil uso del calendario informativo lo que sí ha conseguido es distraernos del las miserias de las políticas educativas a costa de cuestionar la solvencia del profesorado, todo un detalle por parte de nuestros jefes que nos agradecen así los servicios prestados. No puedo negar que esta contraprogramación informativa de la huelga me indigesta especialmente y me alienta más a secundarla. Entre los más productos más estomagantes se encuentran los artículos de algún compañero/a que aprovecha la coyuntura para hablar de cómo debería ser un buen profesor y de cuántos se estrellan en el intento (E. Díez); las extrañas encuestas a profesores que nos presentan como un colectivo feliz y privilegiado (de nuevo la Fundació Bofill y La Vanguardia); las ingenuas preguntas a los lectores sobre los privilegios docentes (La Vanguardia); o los artículos que intentan disuadir a los docentes de secundar la huelga, apelando al cautiverio ideológico a que nos tienen sometidos los sindicatos o al ridículo espantoso que podemos hacer ante el resto de la sociedad (Salvador Cardús). Gracias amigos por vuestra ayuda: sois unos genios.
Dicen que si en Finlandia la educación marcha bien, no es por cuestionar al profesorado día tras día, sino justo al contrario. Lo que allí se hace es seleccionarlo meticulosamente, pero después se le encumbra al más alto nivel de respetabilidad social. A los alumnos no se les tolera la más mínima indisciplina y, aunque el profesor no sea perfecto, su figura se defiende a ultranza. Aquí, sin embargo, no nos preocupa demasiado devaluar al profesorado y así nos va , y así nos irá. Eso ocurre además mientras los niveles de horizontalidad en la relación entre el alumnado y ese profesor cada vez más inferiorizado aumentan sin cesar. Lo que me asombra es el desconcierto de muchos y muchas de mis compañeras a la hora de secundar la huelga. Nuestra autoestima docente debe estar muy baja. Hay que reempoderarse.
1 comentario:
Como estos progresistas ganen de nuevo, la enseñanza irá peor aún (si cabe). Son ellos los que la han destrozado, ¡con lo bien que iba allí en los ochenta!
Publicar un comentario