martes, febrero 05, 2008

subjetividades toxicopornográficas (Preciado) e identidades inciertas (Bauman)

Aunque no comparto la pretensión de reducir las identidades a esa performance artificiosa y permanente que guía la teoría queer, nadie puede negar que una ojeada al mercado de las subjetividades contemporáneas podría justificar esa postura. Beatriz Preciado la desarrolla con su habitual verbosidad espiritosa y epatante en el texto que reproduzco a continuación.

Sin embargo, yo me inclino por interpretar la construcción actual de las identidades como el resultado de una crisis institucional severa, que lleva a que cada individuo internalice las responsabilidades y tareas que la comunidad desatiende. Los seres humanos se han quedado solos frente a sí mismos y sus «potencialidades».

Desaparecidas las vías de socialización y de construcción de la subjetividades que ofrecían los principios compartidos de conducta y el trabajo como una vocación que inserta en la comunidad[1], queda la opción de convencerse de cada uno se crea a si mismo.

En consonancia con esta óptica, ahora el valor supremo es el de la autenticidad; el trabajo se ha convertido en un proyecto de realización del yo congruente con mis potencialidades; y sólo cuento socialmente si consigo una representación convincente (yo mercancía) que supere con éxito las sucesivas reevaluaciones. Es el mundo de las identidades inciertas (Bauman) que han de asumir que son responsables de cuanto les ocurre. El correlato de este mundo íntimo-flexible es la obligación añadida de ser «positivos» y conformarse.

No es exactamente la perspectiva de Beatriz Preciado, pero resulta coherente con su relato...

La emergencia de las subjetividades toxicopornográficas.

Durante el siglo XX, periodo en el que se lleva a cabo la materialización farmacopornográfica, la psicología, la sexología, la endocrinología han establecido su autoridad material transformando los conceptos de psiquismo, de libido, de conciencia, de feminidad y masculinidad, de heterosexualidad y homosexualidad en realidades tangibles, en sustancias químicas, en moléculas comercializables, en cuerpos, en biotipos humanos, en bienes de intercambio gestionables por las multinacionales farmacéuticas. Si la ciencia ha alcanzado el lugar hegemónico que ocupa como discurso y como práctica en nuestra cultura, es precisamente gracias a lo que Ian Hacking, Steve Woolgar y Bruno Latour llaman su "autoridad material", es decir, su capacidad para inventar y producir artefactos vivos. Por eso la ciencia es la nueva religión de la modernidad. Porque tiene la capacidad de crear, y no simplemente de describir, la realidad. El éxito de la tecnociencia contemporánea es transformar nuestra depresión en Prozac, nuestra masculinidad en testosterona, nuestra erección en Viagra, nuestra fertilidad/esterilidad en píldora, nuestro sida en triterapia. Sin que sea posible saber quién viene antes, si la depresión o el Prozac, si el Viagra o la erección, si la testosterona o la masculinidad, si la píldora o la maternidad, si la triterapia o el sida. Esta producción en auto-feedback es la propia del poder farmacopornográfico.

La sociedad contemporánea está habitada por subjetividades toxicopornográficas: subjetividades que se definen por la sustancia (o sustancias) que domina sus metabolismos, por las prótesis cibernéticas a través de las que se vuelven agentes, por los tipos de deseos farmacopornográficos que orientan sus acciones. Así, hablaremos de sujetos Prozac, sujetos cannabis, sujetos cocaína, sujetos alcohol, sujetos ritalina, sujetos cortisona, sujetos silicona, sujetos heterovaginales, sujetos doblepenetración, sujetos Viagra, etcétera.

No hay nada que desvelar en la naturaleza, no hay un secreto escondido. Vivimos en la hipermodernidad punk: ya no se trata de revelar la verdad oculta de la naturaleza, sino que es necesario explicitar los procesos culturales, políticos, técnicos a través de los cuales el cuerpo como artefacto adquiere estatuto natural. El oncomouse, ratón de laboratorio diseñado biotecnológicamente para ser portador de un gen cancerígeno, se come a Heiddegger. Buffy, la televisual vampira mutante, se come a Simone de Beauvoir. El dildo, paradigma de toda prótesis de teleproducción de placer, se come la polla de Rocco Siffredi. No hay nada que desvelar en el sexo ni en la identidad sexual, no hay ningún secreto escondido. La verdad del sexo no es desvelamiento, es sex design. (...)


Farmacopornografía, Beatriz Preciado, (Burgos, 1970), alumna de Jacques Derrida y Agnès Heller, incita en Testo yonqui(Espasa) a recorrer los pasillos de una forma de capitalismo caliente, psicotrópico y punk, lo que ella denomina "régimen farmacopornográfico". El País, 27-01-2008

[1] Es el llamado programa institucional, una tradición teórica por la cual socialización y subjetivación van de la mano. Es decir, el individuo se transforma en un sujeto capaz de construir su libertad a través de su inserción en la sociedad. Durkheim y Freud formaban parte de dicha tradición, que contenía una antropología negativa por la cual hay que controlar o reprimir al hombre para integrarlo en sociedad. También Norbert Elias, según el cual es el avance del autocontrol, la contención de los impulsos y de la violencia, lo que hace que la sociedad occidental se civilice y se modernice. Dicho programa tenía tres características. Primero, existía un monoteísmo de los valores según el cual principios universales regían las conductas. (La iglesia hablaba de Caridad y la escuela de Razón, por ejemplo.) Segundo, el trabajo se concebía como vocación, un compromiso total que tenía una dimensión social. Tercero, que subjetivación y socialización iban a la par.

Hoy tales principios han desaparecido. Primero, vivimos en una heterogeneidad de principios en la que domina el valor de la autenticidad que no sólo acuna una cultura individualista -como cree Taylor- sino que además se ha transformado en un valor psicologista y autorrefenciado que deja a los hombres solos frente a sí mismos y sus «potencialidades».
El valor de la vocación. Segundo, ha caído el valor de la vocación y el del oficio (reclamado por el último Sennett) sustituidos por una idea personalista del trabajo por la cual el rol profesional tiene que adecuarse a la personalidad. Así, el trabajo quiere parecer una forma de realización del yo. Pero ello crea unas tensiones que los trabajadores reflejan: se les pide a la vez que controlen y que liberen a sus objetos de trabajo -alumnos, por ejemplo- , y mientras la disciplina resulta algo antiguo e impensable ellos generan un creciente sentimiento de deslegitimación. Se ha sustituido la supervisión vertical de las burocracias por las redes horizontales de las empresas, que reemplazan el valor del respeto (vertical y afín al programa institucional) por el de la eficacia medida en «evaluaciones». La falta de reconocimiento social se une a la ambivalencia que generan los mandatos contradictorios: así, a los trabajadores sociales se les exige simultáneamente control y que su labor sea como «una relación». Al cabo, los trabajadores sociales se convierten en una suerte de psiquiatras que transforman los problemas sociales en problemas psicológicos negando al actor social (a ellos mismos y a sus objetos de trabajo).


Pluralidad de mercados. En tercer lugar, la decadencia del programa institucional trae consigo la de la idea misma de sociedad que, dice Dubet, ya no es un sistema integrado por valores y principios centrales sino una pluralidad de mercados yuxtapuesta a una representación individual del sujeto. Diríase que vuelve el interaccionismo simbólico, en la repetición cultural de la necesidad de «negociar» (olvidando los problemas de poder y desigualdad) no sólo con los otros sino también con nuestra propia identidad. Reencontramos el tan querido tema baumaniano del individuo «de facto», es decir, por obligación. O en palabras de Dubet parafraseando a Rousseau: la obligación de ser libres
. Texto de Helena Béjar en “La obligación de ser libres”, http://sevilla.abc.es/abcd/noticia.asp?id=6107&sec=32&num=779

1 comentario:

Elisa McCausland dijo...

Me ha gustado mucho este post. Me gustaría contestarle en el mío con más calma.

Y mi sentido pésame por la muerte de su amiga.

Un saludo