miércoles, enero 31, 2007

Cerebro de mujer, cerebro de hombre

Frente al empeño en negar el peso de la determinaciones biológicas ascociadas al sexo, se impone la evidencia: el cerebro de la mujer y el del hombre procesan la información de forma significativamente diferente, aunque no sepamos todavía calibrar con precisión el alcance de esa diferencia. Parece que hombres y mujeres tienen aptitudes especificas y rasgos conductuales diferenciados, sin que ello implique diferencias en los niveles de inteligencia global. En cualquier caso, la diferencia sexual parece algo menos construida y construible culturalmente de lo que se nos tiende a explicar. La plasticidad está más limitada de lo que se creía. Un tema, sin duda, molesto que se trataba con reservas y suma cautela en el EPS de El País...


Cerebro de mujer

¿Hay diferencias relevantes entre el cerebro de hombres y de mujeres? Y si las hay, ¿son las responsables de la menor promoción de las mujeres en el ámbito laboral o científico? El libro de una prestigiosa neuropsiquiatra norteamericana reabre el debate http://www.elpais.com/articulo/portada/Cerebro/mujer/elpepusoceps/20070128elpepspor_3/Tes
MÓNICA SALOMONE 28/01/2007 ELPAIS.com EPS

¿Hablar de diferencias entre los cerebros masculino y femenino? "¡Huy! Es un jardín muy complicado, te las dan de todas partes", advirtió un científico consultado para este texto. Así que mejor empezar con un chiste. Un señor con una esposa muy habladora lee en el periódico un estudio científico que asegura que las mujeres usan cada día unas 20.000 palabras, mientras que a ellos les bastan 7.000; el hombre enseña la noticia, feliz de poder demostrar que ella es un loro. "¿Lo ves?"."¿Y no será porque tenemos que repetir mucho lo que decimos?", dice ella. "¿Cómo?", responde él.

Las discusiones sobre los cerebros de ellos y ellas son tan viejas como el propio objeto del debate. Y es probable que un ingrediente clave haya sido la ciencia; no sólo para tratar de averiguar la verdad, sino como herramienta moldeada –a propósito o por error– para apuntalar posturas. La cita que sigue es de un trabajo de Gustave Le Bon publicado en 1879 en una prestigiosa revista antropológica francesa: "En las razas más inteligentes, como entre los parisienses, existe un gran número de mujeres cuyos cerebros son de un tamaño más próximo al de los gorilas que al de los cerebros más desarrollados de los varones. Esta inferioridad es tan obvia que nadie puede discutirla (…). Todos los psicólogos que han estudiado la inteligencia de las mujeres (…) reconocen que ellas representan las formas más inferiores de la evolución humana (…)".

La más reciente reedición del debate tuvo lugar en 2006 en Estados Unidos. Y probablemente está a punto de llegar a España con la publicación del libro El cerebro femenino. En Estados Unidos, esta obra de la neuropsiquiatra Louann Brizendine ha alimentado los últimos coletazos de una polémica iniciada meses atrás. Llegó en terreno abonado; su autora ha pasado por las más prestigiosas universidades, y está escrito para el público general para explicar "la nueva ciencia del cerebro que ha transformado el concepto sobre las diferencias básicas neurológicas entre hombres y mujeres", según Brizendine.

¿Prenderá la mecha en España? Bastaría con que algún académico de prestigio recogiera el testigo de Larry Summers, hoy ex rector de la Universidad de Harvard. Fueron las declaraciones de este economista en enero de 2005 las que iniciaron la tormenta. Summers sugirió que la causa de que haya muchos más hombres que mujeres en puestos científicos de primera fila se debía más a una menor aptitud innata femenina que a la discriminación.

"Al parecer, en una gran variedad de características humanas –altura, peso, tendencia a la criminalidad, coeficiente intelectual global, aptitudes matemáticas, aptitudes científicas– hay indicios relativamente claros (…) de que hay diferencias en la desviación estándar y la variabilidad entre la población masculina y femenina. Y esto es cierto para cualidades que es improbable que estén determinadas por la cultura". Según Summers, habría más hombres que mujeres excepcionalmente brillantes.

La discusión se ha estructurado en dos macrotemas.

  • Uno: ¿hay diferencias en el cerebro de hombres y mujeres?
  • Y dos: ¿tienen estas diferencias la culpa, al menos en parte, de que pocas mujeres ocupen puestos altos en la ciencia?

Hay muchas subpreguntas.

  • De haber diferencias, ¿son innatas?,
  • ¿son ellos mejores en matemáticas y ellas en lengua?,
  • ¿prefieren ellos los camiones y ellas las muñecas?,
  • ¿se dejan ellas llevar más por las emociones y ellos por la razón?
En algunas respuestas hay consenso.

Hoy nadie niega las diferencias. Un cambio importante respecto a décadas atrás, cuando el paradigma era el cerebro unisex. Son, además, diferencias que se traducen en comportamiento.

En un trabajo de 2002, Melissa Hines mide las preferencias de machos y hembras por los juguetes masculinos (balón y coche), los femeninos (muñeca y sartén) y los neutros (perro de peluche y libro de colores).

Ellos pasan casi el doble de tiempo que ellas con el coche y la pelota, y viceversa (apenas hay diferencias en los juguetes neutros). ¿Será por la socialización? Imposible: quienes juegan son monos.

Ahora bien, admitir que hay diferencias no significa que éstas afecten a todas las aptitudes humanas, que sean enormes ni que puedan aplicarse a alguien en concreto. Hasta los pro-Summers admiten que son muy pequeñas, en áreas específicas y siempre estadísticas; es decir, que no permiten sacar conclusiones sobre Juan o María. A pesar de Summers –que no es neurocientífico–, hoy está claro que no hay diferencias en la inteligencia general.

En cambio, sobre las demás cuestiones sí hay científicos dispuestos a discutir. ¿Por qué no se hacen estudios imparciales que zanjen esto de una vez? Uno de los motivos es que, como explica Alberto Ferrús, codirector del Instituto Cajal de neurociencias, del CSIC, "no es algo en que se puede investigar fácilmente, por motivos obvios". La investigación ha avanzado mucho, pero sigue siendo imposible administrar hormonas –es un decir– a una persona para ver cómo le cambia el cerebro.

Tampoco es fácil estudiar su producto, esto es, la psicología y el comportamiento. Hines afirma en su libro Brain gender: "Medir las diferencias entre sexos en características psicológicas es más difícil que medir diferencias de altura entre sexos (…). Muchas características psicológicas no pueden ser vistas directamente. Además, todos usamos la misma regla para medir la altura, pero a veces no hay acuerdo general sobre los instrumentos (…) para medir diferencias psicológicas o de comportamiento entre sexos".

Para rizar el rizo, entran en juego los estereotipos: en esta área "los individuos tienen sus propias opiniones acerca de las diferencias entre sexos", prosigue Hines. Casi nadie opina vehementemente sobre el papel de una proteína, pero casi nadie deja de opinar –vehementemente– sobre los roles de hombres y mujeres. Otro error frecuente es la tendencia a publicar estudios que revelan diferencias, pero no los que muestran semejanzas.
Pero volvamos al huracán Summers.

Tras sus declaraciones se formaron bandos, con fichajes estrella. Steven Pinker, psicólogo de la Universidad de Harvard, defendió en un debate con su colega Elisabeth Spelke la misma tesis de su entonces rector: "Creo que [las diferencias entre sexos] son relevantes para el desequilibrio entre géneros en los departamentos de élite de ciencia dura. Hay diferencias sólidas en las medias de cada sexo en lo que se refiere a prioridades en la vida, en mostrar interés por las personas en vez de por las cosas, en la búsqueda del riesgo. Y [hay evidencias] de que estas diferencias no se deben del todo a la socialización". Spelke replicó: "Las principales fuerzas [tras el desequilibrio entre sexos en la ciencia] son factores sociales. No digo que hombres y mujeres seamos iguales en todo, ni siquiera que tenemos idénticos perfiles cognitivos. Digo que si sumas aquello en lo que mujeres y hombres somos buenos, no hay ventaja a favor de ellos".

Afirma Spelke que no es posible hoy saber si las diferencias innatas desempeñan un papel: los efectos sociales tapan cualquier otro factor. Y explica un experimento. Se envía a un grupo de profesores dos currículos de candidatos a plazas vacantes. Uno es brillante; el otro, también, pero no tanto. Para la mitad de los evaluadores, ambos aspirantes son chicas; para la otra mitad, chicos. ¿Qué pasa? Al primer individuo le cogen enseguida, da igual si es Pepe o Marisa. Pero ¿y el segundo currículo? El 70% de quienes evaluaban al chico le contrataban; el porcentaje bajaba al 45% cuando el nombre era de chica. Con currículos idénticos, Pepe hubiera entrado; Marisa, no.

Es un tipo de discriminación que conoce bien Ben A. Barres, neurobiólogo en Stanford y autor de una durísima crítica a Summers, Pinker y otros de su bando en la revista Nature. Antes de cambiar su género, hace 10 años, Ben Barres era Barbara. "Poco después de cambiar de sexo, a un miembro de la Facultad se le oyó decir: ‘Ben Barres ha dado un seminario estupendo; claro, su trabajo es mejor que el de su hermana". Y eso que Barres asegura ser muy consciente de las diferencias entre sexos: cuando empezó a tomar testosterona, sus habilidades espaciales mejoraron y dejó de poder llorar fácilmente. Él también cita trabajos que muestran que "las mujeres que optan a proyectos de investigación necesitan ser 2,5 veces más productivas que los hombres para ser consideradas igual de competentes".

A Barres y Spelke no les faltan pruebas. La bióloga Nancy Hopkins, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), descubrió que en su propio centro había discriminación de género en cuanto a la asignación de espacio para investigar –el MIT reconoció el problema oficialmente–. En un trabajo con 220 mujeres publicado en Science se demuestra que los resultados de ellas en matemáticas empeoran si se les recuerda la idea "las mujeres son peores en matemáticas". Los autores dijeron a los medios: "A menudo se ven artículos con simplificaciones burdas, especialmente sobre explicaciones genéticas (…). Estos artículos tienen el potencial de minar la motivación de las personas. Si creo que mis genes determinan mi peso, ¿me esforzaré por mantener mi dieta y hacer ejercicio?".

En éstas estábamos cuando apareció el libro de Brizendine. La autora, directora de una clínica especializada en hormonas femeninas, defiende una tesis central: ellas están especialmente preparadas para

  • la comunicación,
  • la empatía,
  • la percepción de las emociones;

ellos, en cambio, lo están para

  • la acción –las emociones "disparan en ellos menos sensaciones viscerales y más pensamiento racional", escribe–.

Sobre Summers afirma que "tenía y no tenía razón. Sabemos hoy que cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia no hay diferencia en sus aptitudes matemáticas y científicas. En este punto [Summers] se equivocaba. Pero en cuanto el estrógeno inunda el cerebro femenino, las mujeres empiezan a concentrarse en sus emociones y en la comunicación: hablar y citarse con sus amigas (…)". Ellos, en la adolescencia "se vuelven menos comunicativos y se obsesionan por lograr hazañas".

La obra ha sido superventas en Estados Unidos, pero varios científicos han puesto serias pegas. La autora ha tenido que admitir que algunos datos de la primera edición de El cerebro femenino no son correctos. En concreto, los relativos al lenguaje. Según Brizendine, ellas usan al día unas 20.000 palabras (y hablan el doble de rápido), y ellos, 7.000. Mark Liberman, especialista en fonética en la Universidad de Pensilvania, buscó las fuentes de tal afirmación "y simplemente no las encontré". Sí halló, en cambio, varios trabajos que muestran que no hay diferencia alguna en aptitud lingüística. Brizendine aceptó la crítica y eliminó las cifras de ediciones posteriores. No obstante, Liberman –autor de un blog donde aparece el chiste del principio– teme que acabe siendo otro caso de desequilibrio informativo que ayuda a fortalecer un tópico: decenas de titulares han recogido el 20.000 vs 7.000 de Brizendine, pero no su rectificación.

martes, enero 30, 2007

“YO S.A” O LA EXACERBACIÓN SUICIDA DEL YO

Desde que el ser humano descubrió los dominios del yo como territorio para la exploración y el placer -algo de lo que tenemos noticia fidedigna desde la época socrática y no desde Montaigne, como parecen postular otros- los occidentales no hemos cesado en nuestro empeño escrutador. Pero la actitud con que se ha realizado este acercamiento ha cambiado sustancialmente desde entonces. La “terra incognita” del yo se empezó abordando con una curiosidad respetuosa, discreta, posibilista aunque siempre algo desconfiada: se intuían los encantamientos de la reflexividad y se temía el poder distorsionador de la hybris humana. Más tarde, se creyó descubrir en la acción directa e insistente sobre el yo una estrategia eficaz parar ajustar y reajustar constantemente esta porción decisiva de la existencia al legado sapiencial de la tradición y alcanzar así una vida superior . El yo requería una acción constrictora, ordenadora, limitadora, educadora. Desde entonces, hemos entendido que este poder singular era el que confería al ser humano su dignidad específica.

Sin embargo, esta confrontación permanente y cada vez más sutil con el ego permitió descubrir sus asombrosos potenciales y se extendió la fascinación ante la ampliación constante de sus posibilidades. El recinto del ego multiplicó su espacio y, desde entonces, recorrerlo y habitarlo hasta sus últimos confines se convirtió en la más tentadora y absorbente aventura humana.

Hasta aquel momento, sólo se había considerado correcto acceder al ego para disciplinarlo y adecuar sus obras al orden superior de la tradición. Era algo que se hacía desde el mundo exterior –normas, tradición, prójimo-, el ámbito donde se consumían los afanes legítimos del hombre.

Pero, entonces, algunos se decidieron a instalarse en su interior y empezar a gozar de sus tesoros sin mayores contemplaciones, ni restricciones. Erigieron el ego y sus reverberaciones en la única instancia válida de referencia y cuestionaron recelosamente la herencia del pasado.

También hubo quienes se instalaron en el recinto del ego sin desprenderse del pasado y sus restricciones, pero para ellos la vida superior pasó a ser algo íntimo que se resolvía solipsistamente: en su intimidad y desde su intimidad.

En cualquier caso, la empresa del ego entró en una ebullición espectacular y arrolladora, poseídos por ese “todavía más” que parece ser la marca distintiva de Occidente (Sloterdijk dixit). “Liberados” del peso del pasado y librados a su particular inercia la desbordante explosión de los egos se tradujo en una plaga multiforme que asola desde entonces todos los estratos de la existencia, volatilizando toda estructura creadora de orden y de sentido.

De la desconfianza ante el ego se pasó a la reverencia ante cualquiera de sus productos y manifestaciones, desviando la actitud de sospecha y desconfianza a todo cuanto pueda limitar y constreñir el despliegue irrestricto de los egos (entendido ahora como libertad). La protección y potenciación de los egos se convirtió en un deber moral irrenunciable y la política asumió como una de sus tareas prioritarias favorecer esa eclosión, reduciendo al mínimo las posibles colisiones. La educación dejó de ser correctora y limitadora y se transformó en ingeniosa y benevolente estimulación de los egos. Ciencia, técnica, arte, literatura, etc. rindieron culto a la creatividad genial de los egos.

La pasión por los egos incluso propició la investigación de los mecanismos de culpabilización que a veces les atenazaban y les impedían expandirse satisfactoriamente. Se “descubrió” que cualquier acción aparentemente reprobable atribuida a un ego, merecía comprensión y disculpa, porque siempre derivaban de un juicio adverso discutible y de procesos y circunstancias específicas que le excusaban plenamente. Nadie podía arrogarse un juicio objetivo sobre los egos y todos merecían igual respeto y reconocimiento. El mundo entero acabó por inclinarse ante el poder de los egos en combustión y la economía puso los recursos del planeta a disposición de su voraces apetitos.

Pero, este juego incesante está empezando a dar señales de reiteración y agotamiento, más aún de fracaso estrepitoso, aunque muchos se resistan a admitirlo enmascarados en su retórica ciegamente optimista.

Aniquilado “el mundo exterior objetivo”, nos siguen quedando “los egos”,ahora más permeables y elásticos que nunca, porque nada los constriñe ya y además conocen los secretos que les permiten ser dueños de si mismos totalmente, reinventarse y experimentar de forma plena su felicidad subjetiva.

Los egos que antes dominaron el mundo, ahora se repliegan sobre sí mismos y se afanan en una exigente gestión del yo –egos “S.A”-, plagada de masoquistas autoevaluaciones, psicointervenciones y remodelaciones corporales. Nunca como hasta ahora cada ego había sentido tan punzantemente el apremio por demostrar y desmotrarse su felicidad. Pero tampoco, nunca como hasta ahora había sido tan intensa la tentación de enajenarse, de escapar de uno mismo, si se ha fracasado. Nunca antes los egos habían sentido tan intensamente la angustia y la culpa por no tener éxito.

De estos asuntos trata el artículo de Renata Saleci, publicado en La Vanguardia, el miércoles 24, que reproduzco en parte:


En una época de incertidumbre radi­cal, cuando la vida cada vez parece me­nos predecible y controlable y cuando el individuo se enfrenta sin cesar a nuevas ansiedades tanto en el ámbito de la vida privada como en el compromiso públi­co, la persona es interpelada en tanto que alguien dueño de su destino. La ideo­logía actual insiste en la idea de que los individuos disponen de posibilidades infinitas para convertirse en lo que de­seen. Por ello, la subjetividad contempo­ránea es percibida como un flujo cons­tante de autoinvención. El sujeto es un artista, un creador de su vida. Al tiempo que el individuo se encuentra bajo una presión constante para que se autoe-valúe, también es alentado para que sea flexible, se arriesgue y se convierta en lo que de verdad desea ser.

...Vivimos una época dominada por el capital impaciente y en la que existe un deseo constante de resultados rápidos. Ahora bien, no sólo las compañías y los servicios financieros se enfrentan a in­versiones y juicios acerca de los riesgos que pueden o no asumirse. Todo indivi­duo debe actuar como si fuera su propia empresa. Por lo tanto, debemos conside­rar nuestra vida como Yo S. A.; se supo­ne que debemos tener un plan de objeti­vos en la vida, pensar en inversiones a largo plazo, ser flexibles y reestructurar la empresa vital, así como correr los ries­gos necesarios con el fin de incrementar los beneficios.
Se supone que una persona tiene que ser, ante todo, un inversor hábil. No se trata sólo de la necesidad de aprender la compleja lógica del mercado bursátil y convertirse en el propio asesor financie­ro, también tiene uno que considerar la propia vida emocional como otra forma de inversión. Se supone que debemos in­vertir tiempo y afecto en nuestros hijos para obtener un buen resultado en el producto que surgirá de su crianza. Del mismo modo, se supone que tenemos que invertir en nuestras relaciones con cónyuges y amistades con objeto de po­der sacar fondos de los bancos emociona­les que crean semejantes relaciones. Willard F. Harley, un famoso consejero ma­trimonial estadounidense, ha diseñado todo un sistema sobre el modo en que de­ben funcionar esos bancos emocionales para que las personas estén satisfechas con sus relaciones. Supongamos que en una pareja a él le gusta el fútbol y a ella le gusta dar paseos conversando con su marido. Harley propone que la pareja considere su relación como basada en la idea de un banco emocional. Si la pareja es inteligente, colocará muchos ahorros
en su banco emocional en los momentos en que tienen una relación armoniosa. Ella, por ejemplo, irá con su marido a ver partidos de fútbol, aunque no le gus­ten; y él la acompañará a dar paseos aun­que prefiera quedarse sentado delante del televisor. En momentos de crisis, uno de los cónyuges puede empezar a re­tirar afectivos y enfadarse tanto que de­jará de participar en actividades con el otro. Entonces, el banco afectivo empie­za a perder fondos hasta el punto de que­dar vacío o incluso con una suma negati­va. Cuando aparece una crisis así, la pa­reja necesita la ayuda de un asesor que los ayude a reestructurar sus inversio­nes emocionales y darles una dirección positiva.
Nadie niega la utilidad para la super­vivencia de un matrimonio de que los cónyuges pasen tiempo juntos realizan­do actividades que los unen y de que co­nozcan sus propias emociones y las de su pareja. Sin embargo, la actual cultu­ra del asesoramiento ha estado muy do­minada por la idea de la elección racio­nal. Dicha idea entró primero en la teo-ría económica y poco a poco ha ido im­pregnando todos los demás aspectos de nuestra vida. Incluso el amor y las emo­ciones son percibidas como susceptibles de ser dominadas racionalmente.


...El mantra de la autoayuda "No pue­des controlar a los demás, sólo tus res­puestas a ellos" es en muchas versiones el imperativo último que guía nuestras interacciones sociales. Este mantra es útil en los tratos con la familia o los cole­gas del trabajo, pero su insistencia en el autocontrol tiene un significado social más amplio. En una época de incerti­dumbre radical, que afecta a la sociedad en su conjunto y a nuestros microcos­mos (el lugar de trabajo y la familia), de­be uno abandonar las expectativas de po­der incidir en el curso de la sociedad.

En la actualidad, la gente tiene muy poca capacidad de producir un impacto sobre el ámbito social y político. Como remedio ante esa impotencia, dispone­mos de una ideología que fomenta la idea de autoinvención. La ansiedad está presente en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Para controlarla, no sólo se aconseja a los individuos que se esfuercen más, sino también que invier­tan en ellos, se gestionen a sí mismos y se mejoren de modo continuo. Cuanto menos predecible y controlable se ha vuelto la vida, más se insta a los indivi­duos a seguir su propio curso, dominar su destino y transformarse. Además de las horas dedicadas al trabajo -que han aumentado de forma drástica-, nos ve­mos obligados a trabajar constantemen­te en nosotros mismos para no perder competitividad en el mercado laboral. En el lugar de trabajo, se espera de noso­tros que nos dediquemos a la formación constante de cara a nuevos tipos de ta­reas, mantengamos un aspecto juvenil y vital, y no cejemos en la búsqueda de nuestra auténtica vocación. Al tiempo que se nos alienta a trabajar sin tregua en nuestro cuerpo por medio del ejerci­cio extenuante, la dieta y la cirugía plás­tica, también se supone que debemos ac­tuar sobre nuestra vida interior, sobre las emociones, los afectos y las relacio­nes. No recuerdo que la generación de mis padres hablara alguna vez de la ne­cesidad de trabajar en uno mismo. Nues­tros progenitores vivieron una vida que no tuvo mucho que ver con la idea de realización personal y mucho más con la de seguir cierta senda que seguía todo el mundo. Hace sólo un par de décadas, el transcurrir de una vida típica era mu­cho más sencilla que hoy. La típica vida de clase media parecía consistir en tra­bajar, educar a los hijos, ahorrar para que pudieran ir a la universidad, cuidar de padres mayores y, de vez en cuando, divertirse con viajes y vacaciones.


La automejora es percibida como la forma de luchar contra la inseguridad económica. Como señala Stephen Co-vey, autor de importantes libros de auto-ayuda (Primero, lo primero; Los 7 hábi­tos de la gente altamente efectiva), ya no basta hoy con estar casado o tener em­pleo, hay que ser casable y empleable. Por lo tanto, trabajar en el propio yo es el imperativo último para quien espera no quedar excluido de las redes sociales y seguir prosperando en el mercado la­boral y matrimonial. En un momento en que muchos paí­ses experimentan grandes cambios en los sistemas sanitarios, no sorprende que la ideología de trabajar en uno mis­mo haya adquirido vastas proporcio­nes. Las revistas populares parecen competir en la oferta de consejos sobre cómo emprender esa interminable ta­rea en uno mismo. Supongo que la mayo­ría de quienes los siguen quedan comple­tamente agotados por el esfuerzo cons­tante aplicado sobre su vida. El trabajo relativo a la cura del propio cuerpo se ha convertido el tema del día. Da la im­presión de que la idea del hágalo usted mismo, que ha dominado nuestra per­cepción sobre cómo mantener una casa y no recurrir a operarios cuando hay que arreglar algo, se ha introducido en nuestra concepción de la medicina. En lugar de llamar a un fontanero cuando hay un escape en alguna cañería, me compro un libro para hacerlo solo. Y en vez de ir al médico cuando me duele al­go, busco remedios para curarme solo. Dado que actúa como inversor, fontane­ro, médico y presidente de su propia vi­da, la persona parece a punto del colap­so por agotamiento. No es de extrañar que el estrés sea el culpable último de las enfermedades contemporáneas.

El sujeto acaba por percibirse como culpa­ble si le ocurre algo malo. Como el em­pleado que se siente culpable por perder su trabajo (ya que no ha sido lo bastante flexible para empezar a buscar uno nue­vo antes del fin del anterior), una perso­na enferma se siente culpable por no ha­ber impedido la enfermedad trabajando más sobre su cuerpo. Decimos incluso de alguien que es un buen gestor de la ansiedad. Y, si una enfermedad no mejo­ra, tenemos que sentirnos culpables de nuevo por haber fallado en otra tarea, la autocuración. Desde luego, el yo queda agotado con todas estas obligaciones. Y no es casual que la ideología de la autocuración arraigue justo en una épo­ca en que las políticas sanitarias oficia­les se abren cada vez más a la privatiza­ción del sistema público de salud.

La paradoja radica también en que la creencia en la idea de que uno tiene ca­pacidad de elección total sobre la vida suele ir acompañada de la búsqueda de poderes externos que nos guíen en la vi­da. En relación con la salud, la ideología de la autocuración está a veces muy uni­da a una percepción bastante irracional de las enfermedades.

Un antropólogo británico que pade­ció un cáncer hace un par de años deci­dió realizar un pequeño estudio antropo­lógico en el hospital y preguntó a otros pacientes cómo percibían su dolencia. Quedó muy sorprendido de la rapidez con que las personas adoptan diversas formas de pensamiento mágico cuando enferman. Un paciente muy culto, por ejemplo, creía que podría deshacerse del cáncer de intestino si conseguía defe­car. Otro paciente intentaba matar las células cancerosas bebiendo su orina. Y un tercero esperaba limpiarse el cuerpo del tumor intentando imaginar que no existía. También en el pasado la respues­ta de las personas a la enfermedad ha seguido caminos mágicos. Los virus, co­mo la peste o incluso el VTH, se han per­cibido como castigos divinos, y la lucha contra ellos ha incluido a menudo ritua­les purificadores. En algunas partes de África, existe hoy la creencia de que pue­de uno curarse del sida manteniendo re­laciones sexuales con una virgen.

Incluso en las relaciones amorosas, las personas perciben hoy que tienen li­bertad total para elegir una compañía más perfecta, pero a la vez se fijan en el signo del zodíaco bajo el que ha nacido una posible pareja. Esta búsqueda de un poder superior que es el que decide cuando al mismo tiempo nos enfrenta­mos a la libertad de elección no constitu­ye ninguna sorpresa. Cuando sentimos ansiedad (no por lo que podríamos ga­nar, sino perder), a menudo buscamos a alguien que decida por nosotros. Una fi­gura religiosa, un curandero o incluso alguien que lea horóscopos pueden ser percibidos como una autoridad capaz de aplacar nuestro desasosiego. El capita­lismo fomenta por un lado la libertad de elección y por otro promueve la identifi­cación con todo tipo de nuevos líderes.

...En una época en que las personas pueden imaginar todo tipo de catástro­fes sociales, económicas y personales, la ansiedad está al orden del día. La ideolo­gía que promueve la idea de que la vida debe abordarse como si fuera una em­presa sobre cuyos aspectos decide uno corre pareja con la pérdida individual de la posibilidad de incidir en el desarro­llo social y político de la sociedad en la que se vive. Cuando una ideología nue­va aparece con fuerza (como es el caso de la relativa a la autocuración), apare­ce también la urgente necesidad de ha­cer una pausa y pensar por quién do­blan las campanas.

martes, enero 23, 2007

INDIFERENCIA CORTÉS

En el País Semanal de 7 de enero de 2007, comenta Vicente Verdú que...

Nunca antes ha despertado más el deseo de una vida colectiva mejor y la de­manda de mayor calidad humana. Preci­samente, aun los peores manuales de auto-ayuda proponiendo caminos hacia la feli­cidad contienen consejos éticos para sí y para la mejor relación con los demás.

Ser persona a la manera personista es el modelo de futuro, la primera revolución para este siglo XXI. Un movimiento sazo­nado de atributos femeninos, puesto que la emotividad, la inteligencia intuitiva o la inteligencia relacional proceden de fuentes más próximas a la mujer, cuya presencia creciente decidirá la dirección y organización del trabajo, la educación, la dirección social. Una composición fe­menina, en fin, que sitúa en primer lugar a la idea de persona y no la abstracción "ser humano", de histórica atención viril.

Los tratos personales, la empatía, la calidad del contacto son cada vez más de­cisivos en una economía de servicios don­de la confianza y la comunicación tú a tú se transforma en el eje del funcionamien­to, fuera y dentro de la Red, en los asuntos de la producción, de la reproducción o de la traducción. En los asuntos con los clien­tes y los proveedores, más las emisiones para toda clase de receptores.

Cuando leo semejantes reflexiones, tengo la impresión de que la tendencia a hacer propaganda del futuro es incontenible, porque mis ojos contemplan otra realidad menos entusiasmante, próxima a lo que Simmel denomina “indiferencia cortés”, la actitud por excelencia de los entornos urbanos . Como comenta Simmel, esta forma de sociabilidad permite neutralizar al otro y evitar que perturbe nuestra estabilidad, protegida tras la distancia de un frío muro de corrección formal.


Nada agrede más que las expansiones amigables de un desconocido. Cogen en falso y suelen vivirse como un atentado contra nuestra “posición” laboriosamente construida y como un reto impertinente a nuestra menguada naturalidad.

El temor a que el otro nos invada abusivamente o que ponga peligro nuestro orden acaba esterilizando y pervirtiendo los hábitos convivenciales, aquejados de una pérdida progresiva de la espontaneidad. La autonegación de tal pérdida a veces tiene un efecto perverso: un incremento de la espontaneidad fingida o impostada, que algunos llegan a confundir con la cordialidad verdadera. En todo caso, entre las mujeres esta “impostura emotiva contra impertinentes” quizás sí tenga más éxito y engañe a más de uno, pero la acelerada perdida de capacidades para el encuentro verdadero continúa.

Las nuevas generaciones parecen haber completado el proceso. Viven inmersas en “el mundo del desencuentro directamente”, descrito por Bauman, (Ética posmoderna, s. XXI, 2005, p.176) cada vez más ajenos a emociones como la empatía –dicen que deben desarrollarse antes de los 8 años o ese handicap se arrastrará de por vida- o la compasión, midiendo sus relaciones solipsistamente en términos de coste-beneficio (por ejemplo, “¿incentiva y satisface mis deseos o me aburre?”). Comenta Bauman:

Gracias a la técnica del desencuentro, se envía al extraño a la esfera de la desatención, esa esfera dentro de la cual se evita cuidadosamente cualquier contacto consciente, sobre todo una conducta que él pueda reconocer como un contacto consciente. Éste es el ámbito del no compromiso, del va­cío emocional, inhóspito tanto para la compasión como para la hos­tilidad; un territorio inexplorado, desprovisto de letreros; una reser­va de vida silvestre dentro del mundo donde se desarrolla la vida. Por esta razón debe ser ignorado. Sobre todo, debe enseñarse a ignorarlo y debe desearse ignorarlo de manera inequívoca.

Dentro del grupo de técnicas que se combinan para formar el ar­te del desencuentro, tal vez la más prominente sea evitar el contacto visual. Basta con observar el número de miradas furtivas que cada pea­tón echa a su alrededor para monitorear los movimientos de los tran­seúntes y evitar una colisión; o el escrutinio visual subrepticio que ha­cemos en una oficina o sala de espera atiborradas para localizar un lugar donde no seamos vistos, para darnos cuenta de cuan complejas son las habilidades que exige este arte.9 El punto es ver y a la vez pre­tender que no estamos viendo. Mirar "inofensivamente", sin provocar respuesta, ni invitar ni justificar reciprocidad; estar alertas mientras demostramos desatención: un escrutinio disfrazado de indiferencia. Una mirada reconfortante que nos asegure que nada seguirá a esa mi­rada indiferente ni presupondrá derechos u obligaciones mutuos.

Mas el efecto sumario de la aplicación universal de la indiferencia cortés es, como demuestra tan atinadamente Helmuth Plessner, la pérdida de rostro o, mejor dicho, la imposibilidad de adquirir uno. La mul­titud urbana no es una colección de individuos, sino un agregado in­discriminado e informe en el que el individuo se disuelve. La multitud no tiene rostro, pero tampoco, las unidades que la forman. Las uni­dades son sustituibles y desechables, su entrada y salida no hacen di­ferencia. Es por medio de su carencia de rostro que las unidades mó­viles del congestionamiento urbano son desactivadas como posibles fuentes de compromiso social.

El efecto de desplegar el arte del desencuentro está "desocializando" el espacio circundante potencialmente social, o impidiendo que el espacio físico en el que nos movemos se convierta en un espacio social, con reglas de compromiso e interacción. Las técnicas del desencuentro sirven para lograr este efecto e informar a quienquiera que observe que se ha logrado este efecto y que, de hecho, tal era la intención. Arrojar del espacio social a los otros que de otra manera se encuentran al al­cance (esto es, que están físicamente cerca), o negarles la admisión, significa abstenerse de conocerlos (y negarles que nos conozcan). Los otros que han sido arrojados pululan en el segundo plano del mun­do percibido y se sienten apremiados de permanecer ahí, siendo, fi­nalmente, caparazones de humanidad informes y sin rostro. No debo permitir que mi conciencia subliminal de su humanidad aflore a la superficie al reconocer su subjetividad.

Por lo mismo, mi cortesía y buen juicio me permiten tolerar su pre­sencia; aun cuando sólo sea su presencia en el telón de fondo. Al ha­cerlo, rindo tributo a mi generosidad, no a sus derechos. Yo fijo los lí­mites hasta los que puedo llegar; estos límites pueden cambiar, ya que no tienen ningún carácter obligatorio y el material en el que están la­brados no tiene resistencia propia, ni estructura a la que'deba apegarme con el mismo cuidado con el que analizo mis instrumentos para modelar y calculo su capacidad de modelado. Sin rostro, los indivi­duos formados —o nunca plenamente formados— se mezclan en el compuesto homogéneo en el que se inserta mi vida. Al igual que las otras muestras de esta amalgama, aparecen, según la frase memora­ble de Simmel, "con un tono parejo y gris; ningún objeto merece preferencia sobre otro". Si se observan los valores diferentes de los objetos y, por ende, a los objetos mismos qua objetos, se les "experi­menta como insustanciales". Todas las cosas, por así decirlo, "flotan con una gravedad específica similar... yacen en el mismo nivel y difie­ren entre sí únicamente por el tamaño de la superficie que ocupan".

Simmel insiste en que mantenerse a una distancia desde la cual to­dos los rostros se empañan y se vuelven manchas grises informes y uni­formes, ese desapego siempre matizado de aversión y antipatía —o, mejor dicho, que se esfuerza por apartar el riesgo de la simpatía—, es una defensa natural frente a los peligros inherentes de vivir entre ex­traños. La repulsión y la hostilidad discreta, controlada casi siempre aunque nunca erradicada plenamente y siempre lista para condensar­se en odio, hacen que esa vida sea técnicamente posible y soportable desde un punto de vista psicológico. Sostienen la disociación, que es la única forma de socialización en tales circunstancias: vivir al lado del otro, aunque no juntos. Hoy son los medios de autodefensa natura­les... y los únicos de que disponemos.


A diferencia de los encuentros verdaderos, los desencuentros son acontecimientos sin historia previa —nadie prevé que habrá extra­ños— que se viven de tal manera que es imposible que tengan secue­las. Son episodios, y un episodio, como lo definiera Milán Kundera, "no es una consecuencia inevitable de una acción precedente, ni la causa de lo que seguirá; es externa a la cadena causal de acontecimientos que forman la historia. Es un mero accidente estéril que puede omi­tirse sin que la historia pierda continuidad, que no deja una marca permanente en la vida de los personajes".

lunes, enero 22, 2007

Vuelvo a casa

Vuelvo a casa,
a la casa alegre
del sol, las sonrisas
y el pan con chocolate.

Y digo: ¡Hola mamá!
y su rostro se ilumina

Siempre está contenta.
Es muy simpática mamá.

Aunque me regaña a veces,
noto siempre cuánto me quiere

Yo soy un niño bueno,
aunque a veces hago tonterías.

Papá dice que me “encanto”
y mamá que soy descuidado.
Y es verdad: hago cosas mal.

Me apena mucho,
porque yo quiero ser bueno.
Y creo que lo soy.
Pero, a veces me despisto
y me equivoco
o me paso de la raya.

No me gusta nada que mamá me riña,
porque se pone seria
y se pierde la magia.

A mi hermano mayor
le riñen más.
Tiene mal genio.
Pero es bueno:
siempre me hace bromas.

Ya he hecho los deberes.
No me gusta retrasarlos,
porque si los demoro,
pensar en hacerlos
me quita el contento.

Ahora me voy a jugar
a la calle, con los amigos.
Hacemos de detectives
y resolvemos misterios.
Después, cena,
Cuento ¡y a la cama!.

sábado, enero 20, 2007

SEXO DESRITUALIZADO

Comentaba en un post anterior que el inicio del juego sexual adolescente constituye el momento por excelencia de la estereotipización de género más rancia y obsoleta. La falta de comunicación con los adultos, que sigue acompañando esta etapa de la vida, permite que patrones de conducta absolutamente anacrónicos sean asimilados acríticamente por una población adolescente, especialmente desarmada por el permisivismo reinante. Esta forma brutal de construir la sexualidad no tardará en pasar factura y, sin duda, su inviabilidad en el mundo adulto producirá serios conflictos. Urge actuar.

La filóloga y pedagoga argentina Nora Rodríguez acaba de presentar su nuevo libro "¿Hablas de sexo con tu hijo?". Una guía para conocer y educar a los adolescentes para padres y madres con hijos adolescentes así como para los profesores que imparten clases de sexualidad en centros de educación secundaria.

Nora Rodríguez ha analizado el estado actual de los jóvenes y su relación con el sexo y con datos como que cada año se producen 13.000 embarazos no deseados en España o que más de un 41% de los quinceañeros se drogan para dar la talla como lo hacen los actores de las páginas porno que ellos localizan en Internet, ha elaborado un manual que explica cómo practicar "sexo inteligente".

Dice la autora que:

"Se habla de preservativo, de embarazos no deseados... pero no se va al fondo del asunto".

Peligro en la Red

Apunta Nora Rodríguez que:

"Los jóvenes aprenden de sexo a través de Internet. Están sobreinformados, pero mal informados: de ahí que anualmente se queden embarazadas 13.000 adolescentes, que el SIDA siga aumentando...".

Educación de género

"Los chicos entienden que el sexo es únicamente la penetración"

apunta Nora, que piensa que:

"Las chicas jóvenes, modernas... llevan un preservativo consigo cuando salen de casa, pero si el chico dice que no quiere o que le aprieta... se vuelven sumisas".

Revistas para ellas

Las revistas que devoran las adolescentes muestran el perfil de la chica atrevida-sumisa, y no cuentan lo realmente importante:


"No hay información de todos los temas de sexo: los chicos todavía creen que mientras se abrazan con una chica y escuchan una negativa como respuesta a su petición de practicar sexo, es un `si´".


El libro trata una gran variedad de temas como el sexo teledirigido, el dogging (sexo ante un grupo de observadores), el sexo chill out...

Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/codigoxy.php/2007/01/12/el_nuevo_libro_de_nora_rodriguez_llega_a



En "Punto Radio" (20-1-2007), Nora Rodríguez comenta que las prácticas sexuales adolescentes de fin de semana suelen producirse tras un intensa ingestión de alcohol, acompañada frecuentemente del consumo de otras substancias (se entiende que sólo así se vencen las inhibiciones y se disfruta plenamente). Según la autora, la comunicación SMS y su lenguaje sincopado, carente de connotaciones emocionales, favorece una sexualidad descarnada, centrada únicamente en el hacer.

domingo, enero 14, 2007

LOS DIEZ RETOS DE LAS NUEVAS MASCULINIDADES


1.
Asumir plenamente la crisis de la masculinidad tradicional que se deriva de la incorporación plena de las mujeres al trabajo asalariado y estable. Revisar críticamente los símbolos y las estructuras patriarcales que han articulado la vida social hasta ahora, pero sin caer en demonizaciones simplistas, que lleven a menospreciar o ignorar el complejo entramado de funciones, contraprestaciones y deberes que comportaba el modelo tradicional en sus formulaciones más equitativas. Promover nuevas pautas de conducta que desde la afirmación desacomplejada de la condición masculina permita construir relaciones equilibradas y satisfactorias. Desprenderse y liberarse de los aspectos insatisfactorios de los modelos hasta ahora dominantes.

2. Descubrir la importancia de nuestra presencia activa en el ámbito del hogar. Corresponsabilización total por parte del hombres de les tareas domésticas, de la atención de los hijos y del cuidado de los mayores y enfermos. Aprender a negociar el reparto de responsabilidades, reclamando a las mujeres que cedan poder en los espacios domésticos. Saber cuidar de uno mismo y de los que nos rodean.

3. Aprender a resolver los conflictos de pareja dentro del marco relaciones surgido de estos cambios –más dinámico e inestable que nunca-, desarrollando especialmente las habilidades comunicativas y la capacidad de negociación. Los hombres han de saber gestionar su específico lado oscuro y conseguir interactuar correctamente con el lado oscuro femenino, en un entorno frágil, sometido a fuertes tensiones –armonización compleja de los proyectos de realización personal, presión laboral, cargas familiares, etc,-. El reto exige competencias emocionales hasta ahora descuidadas: capacidad de identificar los estados emocionales y de expresar necesidades personales, asunción desproblematizada de la propia vulnerabilidad, predisposición al diálogo franco y constructivo sin pudores absurdos, dominio del tempo comunicativo, etc.

4. Construir o reconstruir creativamente las estructuras familiares a partir de las cenizas del modelo anterior, conjugando el refuerzo emocional mutuo y el respeto a la autonomía personal. Conseguir crear un entramado afectivo eficaz que favorezca el crecimiento y la maduración saludable de todos sus integrantes.

5. Contribuir a redefinir la maternidad desde la afirmación plena de la paternidad.

6.
Reivindicar la paternidad afectiva no sólo como un proyecto deseable, sino como un derecho al que ningún hombre ha de renunciar y que, por tanto, debe estar plenamente reconocido a nivel jurídico. Luchar sin complejos contra las injusticias y vejaciones que se sufren en este ámbito.

7. Denunciar la criminalización de la condición masculina bajo cualquiera de sus formas. Combatir el recurso gratuito al binomio “hombre agresor-mujer víctima” en la articulación de los discursos.

8. Criticar las formas de construcción de la polaridad sexual que consagran hipócritamente la mirada masculina más rancia y obsoleta (música, moda, pornografía...).

9. Aprender a crear y mantener redes de relaciones y de apoyo.

10. Asumir plenamente la complejidad y diversidad de las identidades masculinas, huyendo de las identidades artificiosas, diseñadas para favorecer el consumo.

jueves, enero 11, 2007

POSTHUMANOS

LA VANGUARDIA, Viernes, 5 de enero de 2007
La especie humana / jordi serra

El eslabón perdido

D urante mucho tiempo la ciencia ha estado bus­cando el eslabón perdi­do, nuestro antepasado que marca el punto de inflexión en el que la raza humana evolucio­nó respecto de los otros antropoides. Es evidente que esta búsque­da se basaba en una concepción antropocéntrica que, hoy en día, está bastante superada. De hecho, en la actualidad empieza a haber un cierto acuerdo en que somos noso­tros el eslabón perdido. Nuestra propia pretensión de racionalidad lo demuestra: si fuéramos plena­mente racionales, tendríamos for­mas más eficaces para resolver conflictos que el recurso a la fuer­za y, si no fuéramos en absoluto ra­cionales, no seríamos tan crueles con nuestros congéneres. No, esta­mos en un estadio intermedio que nos ha hecho extraordinariamente adaptables (somos la única espe­cie que ha colonizado todos los ecosistemas terrestres) pero tam­bién terriblemente nocivos para nuestro entorno.

Es más, como señala Walter Anderson, nuestra capacidad de inter­ferencia para afectar los ciclos na­turales puede estar afectando in­clusos a los mecanismos evoluti­vos. Consciente o inconsciente­mente, somos la primera especie que, mediante su acción, puede es­tar desencadenando las condicio­nes para verse superada por un nuevo salto evolutivo, lo que se ha dado en llamar el posthumano.

Pero ¿qué es el posthumano? Lo que nos dice la teoría general de sistemas evolucionarios es que un estadio evolutivo superior de­be ser capaz de adquirir, almace­nar, procesar y transmitir más in­formación o, si se prefiere, tolerar más complejidad que el estadio previo. Aquí, cabe decir que los humanos somos una especie particu­lar, ya que la información que reci­bimos de nuestros genes no nos es suficiente y debemos dedicar con­siderables recursos a aprender y desarrollar otras habilidades: len­guajes abstractos, procedimientos

Así, una persona que no sepa co­municarse o que no conozca los usos comunitarios tendrá enor­mes dificultades para integrarse socialmente, pero también muy nocas opciones de sobrevivir en la naturaleza. No, nosotros somos el animal que dedica un mayor es­fuerzo a enseñar y a aprender. La razón hay que buscarla en que nuestras culturas poseen una gran cantidad de información que se considera valiosa y, para poder conservarla y transmitirla, hemos tenido que diseñar una tecnología: la escritura. De alguna manera, la historia de la humanidad es una lu­cha constante contra la pérdida de información.

Actualmente, ya existen unos entes con una enorme capacidad para adquirir, almacenar y trans­mitir información muy rápida­mente: los ordenadores. Pues bien, imaginemos una forma de in­teligencia artificial que, además de estas habilidades, posea capaci­dades intelectivas como: relacio­nar, reflexionar y crear. Es más, consideremos también que estos entes sean capaces de capturar energía de forma más eficiente (procesando directamente la radia-
ción solar) y que puedan ser má resistentes que nosotros a condi cienes variables del entorno. U ente de este tipo sería un postín, mano.
Dicho de otra manera, todos le cambios que estamos provocand en la biosfera, más los avances tec nológicos que conseguimos, puc den estar creando las condicione para provocar el próximo avanc evolutivo. Esto, en sí mismo, no t algo negativo; pero no hemos vale rado en qué posición puede qui dar la humanidad. ¿Podremos coi vivir con los posthumanos o sen mos redundantes?
Desde esta perspectiva, quizz sería más sensato no obsesiona nos en encontrar al eslabón perd do con nuestros ancestros y pr ocuparnos de que no seamos nos tros el eslabón que provoque transición de los seres basados e el carbono a una nueva gener ción de seres posthumanos bas dos en el silicio.»

miércoles, enero 10, 2007

El contenedor escuela

( 22/12/2006, 20:05)El-País.-JOAN-SUBIRATS


Seguramente necesitamos una nueva cartografía escolar que nos permita cruzar distintas visiones, distintas miradas, y que nos habilite para trazar nuevas rutas en un sistema educativo cada vez más fragmentado, en el que conviven lo viejo y lo nuevo, lo permanente y lo efímero, lo ordinario y lo extraordinario.
Vivimos una época en que se combina una gran transformación tecnológica y una notable modificación en la organización tradicional del poder. Y la escuela no es ajena a todo ello. La escuela, junto con la Iglesia y la familia, aseguraba una cierta trasmisión del orden. Esas tres esferas tienen hoy notables problemas para seguir (re)produciendo de manera eficaz ese orden.

La escuela se ve afectada por...

  • una brutal transformación de los medios de adquirir información, transmitirla y organizarla.
  • Su papel está profundamente cuestionado a medida que sus alumnos adquieren autonomía.
  • Para muchos jóvenes son mucho más importantes sus experiencias, sus prácticas, que esa encorsetada relación docente-discente.

¿Puede seguir ejerciendo la escuela su labor de transmitir cultura, conocimiento? Todo se mueve con (excesiva) rapidez y a la escuela le cuesta enormemente dar un paso. En este sentido, algunos dicen que no estamos viviendo la consolidación de nuevas formas de adquisición y trasmisión cultural, sino simplemente lo que atravesamos es una profunda decadencia cultural, a través de la hegemonía de la videocultural que destruye los insustituibles procesos educativos.

Pero para otros, lo que empieza a estar en fuera de juego es el propio escenario escolar, y su asimetría de protagonismos de aprendizaje, que bloquea las enormes capacidades del autoaprendizaje dirigido y mediado. En el caso de la educación secundaria, todo eso se agrava por el hecho que en ese caso se ha perdido asimismo la capacidad de seleccionar socialmente y de preparar para el mercado de trabajo. La masificación de la secundaria le ha apartado de su función selectiva, y ciertos sectores sociales se ven impelidos a buscar en otros aditamentos formativos las palancas que generen elitismo y diferenciación. Mientras, por otro lado, la presencia cada vez mayor de educados desocupados cuestiona su función de preparación para el mercado.


¿Qué sentido tiene pues la escuela? ¿Es sólo un almacén temporal? Probablemente no ha sido nunca cierto que la escuela haya tenido un único sentido. Y en esta línea,

  • tan reduccionista era imaginar que servía para formar ciudadanos,
  • como pensar que su función estaba básicamente ligada a la producción de fuerza de trabajo.

La propia crisis de la visión unitaria del Estado y de su protagonismo absoluto en los cambios sociales ha arrastrado a la escuela obligatoria a multiplicar sus vías de agua. Probablemente es mejor no enrocarse en "sentidos únicos", y aceptar la fragmentación y la diversidad social como los escenarios "naturales" de la escuela contemporánea. Pero lo cierto es que las tendencias inexorables que siguen aflorando en los discursos de muchos padres, educadores y legisladores, es el de la escuela como "contenedor".

  • Una escuela que "contenga" lo que los niños y jóvenes "tienen que saber" para ir por la vida.
  • Una escuela que "contenga" las pasiones desatadas de jóvenes en busca de sentido vital, y que por tanto discipline y controle.
  • Una escuela que "contenga" a los alumnos, y les aparte de un entorno peligroso, hostil y deseducador.
  • Una escuela, en fin, que sea contenedor físico, un envase que proteja de hostilidades cruzadas, aunque sea reduciendo sus capacidades pedagógicas o afectivas.

De esta manera acabaríamos reduciendo la escuela a un espacio que retenga, que detenga los peligros circundantes, que logre suspender el riesgo social que aflora por doquier. De ahí los esfuerzos de las gentes con mayores recursos de adquirir espacios que aseguren mantenimiento de prerrogativas y separación de contigüidades sociales entendidas como peligrosas. Y de ahí también la coincidencia de las gentes con menores recursos de confiar en la escuela como ámbito que se diferencie de las vulnerabilidades, peligros y riesgos de los territorios en que conviven. Pero, podemos luchar contra esa inexorabilidad, imaginando y porfiando por

  • una institución educativa que albergue y no sólo contenga.
  • Una institución que engendre lazos: lazos con el conocimiento, lazos de uno consigo mismo, lazos con los otros, lazos con la comunidad circundante. En este sentido, educar no es sólo conocer, es también reconocer. Y es sobre todo habilitar, para permitir que cada cual busque sus propias vías de emancipación individual y colectiva en un entorno con el que compartir y donde experimentar.

lunes, enero 08, 2007

El mundo sin sentido de la no exigencia

El primer día de clase tras las vacaciones navideñas me lleva a constatar una vez más un fenómeno para mi nuevo y sorprendente: los alumnos están más alterados después de los períodos de descanso escolar, que al finalizar la semana o el trimestre.

Antes el reencuentro abrupto con la actividad escolar podía provocar actitudes pasivas o de bajo rendimiento inicial, pero nunca el oposicionismo y la hostilidad que actualmente detecto al iniciarse un nuevo periodo escolar. Parece que tras cada paréntesis haya que reintroducir en la mente de los alumnos esta extraña institución llamada escuela.

¿Será porque los hogares han dejado de ser para muchos un espacio estructurado y vertebrador?. Da la impresión de que durante estas pausas familiares los alumnos pierden por completo la leve noción de límite y de norma, que en la escuela habíamos conseguido inculcarles, a pesar del permisivismo reinante. Demasiado esfuerzo para unos profesores que nos sentimos como condenados a galeras y remando contracorriente.

Además, es un grave riesgo dejar sólo en nuestras manos la producción de sentido, porque también entre nosotros se ha instalado la confusión y el desánimo acomodaticio. Es lógico. En estas circunstancias pedir “excelencia” a los alumnos –dejémoslo en “suficiencia”- o reprimir malas conductas resulta arriesgado y nada "integrador". Aunque aún dudamos, poco a poco, nos vamos convenciendo de la conveniencia de no decir nada y dejarnos flotar a la deriva en el mundo sin sentido de la no exigencia.

martes, enero 02, 2007

GESTIONAR EL LADO OSCURO

Si tuviera que explicar muy sintéticamente cuál es el gran error, el gran fraude de la cultura contemporánea, me remitiría sólo a una cuestión: la negación del lado oscuro del hombre. Las religiones tradicionales siempre han partido del lado oscuro del ser humano y le han proporcionado herramientas para gestionarlo. Educar no consistía en hacer emerger lo mejor, sino en disciplinar y mantener a raya lo peor que habita en cada uno de nosotros. Pero, hemos optado por engañarnos colectivamente con la ilusión de que un mundo casi perfecto es posible aquí y ahora, en mi país, en mi ciudad, en mi hogar, en mi habitación , en mi cuerpo, en mi mente. Creímos que combinando hábilmente determinados ingredientes conseguiríamos el elixir milagroso que erradicaría el mal definitivamente, convirtiéndolo en un episodio del pasado. Pero, no ha sido así.

Y cuanto más negamos el lado oscuro, más nos hostiga y atormenta. De nada nos sirven las murallas que levantamos para alejarlo e ignorarlo. De nada nos sirven la explosiones de ira y frustración con que pretendemos ahuyentarlo.
El lado oscuro nos acompañará siempre y hemos de aprender a convivir con él y a domesticarlo y dominarlo con tesón y sabiduría.

La vida de los humanos será siempre un milagro inestable y precario. Nuestros organismos deficientes y mal integrados son el resultado sorprendente de una evolución muy chapucera.