El primer día de clase tras las vacaciones navideñas me lleva a constatar una vez más un fenómeno para mi nuevo y sorprendente: los alumnos están más alterados después de los períodos de descanso escolar, que al finalizar la semana o el trimestre.
Antes el reencuentro abrupto con la actividad escolar podía provocar actitudes pasivas o de bajo rendimiento inicial, pero nunca el oposicionismo y la hostilidad que actualmente detecto al iniciarse un nuevo periodo escolar. Parece que tras cada paréntesis haya que reintroducir en la mente de los alumnos esta extraña institución llamada escuela.
¿Será porque los hogares han dejado de ser para muchos un espacio estructurado y vertebrador?. Da la impresión de que durante estas pausas familiares los alumnos pierden por completo la leve noción de límite y de norma, que en la escuela habíamos conseguido inculcarles, a pesar del permisivismo reinante. Demasiado esfuerzo para unos profesores que nos sentimos como condenados a galeras y remando contracorriente.
Además, es un grave riesgo dejar sólo en nuestras manos la producción de sentido, porque también entre nosotros se ha instalado la confusión y el desánimo acomodaticio. Es lógico. En estas circunstancias pedir “excelencia” a los alumnos –dejémoslo en “suficiencia”- o reprimir malas conductas resulta arriesgado y nada "integrador". Aunque aún dudamos, poco a poco, nos vamos convenciendo de la conveniencia de no decir nada y dejarnos flotar a la deriva en el mundo sin sentido de la no exigencia.
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