miércoles, abril 18, 2007

Cartilla de urbanidad

Acaban de lanzar en los kioscos una nueva colección de libros titulada Libros de la escuela de entonces. En estos momentos tengo en mis manos La cartilla moderna de urbanidad (niños) de la editorial F.T.D., Barcelona, 1929. En el capítulo primero, aparece una condesa circunspecta –no un conde como cabría esperar-, que reprime a su vengativo hijo y le recalca que ella cifra su honra ante los demás en saber educarle. ¡Fantástico!.








A riesgo de ser acusado de carca y reaccionario, lo cierto es que esta obrita es una perla y la pienso utilizar con mis hijos –"en casa del herrero, cuchillo de palo"-. Hasta ahora la conocía por reproducciones parciales de sus maniqueas pero efectistas ilustraciones –“el niño bien educado”, “el niño mal educado”-. ¡Cuánta sabiduría!.




Los principios que inspiran este manual son claros y se expresan sin complejos (dicen que la expresión “sin complejos” es conservadora). Destacaré algunos especialmente valiosos para los tiempos que corren:

  • El niño bien educado sabe contener sus impulsos, aun a riesgo de reprimir en exceso su espontaneidad.
  • El niño bien educado es el que procura hacer la vida amable a los que le rodean y no les mortifica con demandas caprichosas o quejas bobas.
  • El niño bien educado sabe disimular lo que le desagrada para no sobrecargar con su subjetivismo egótico a los que le rodean
  • Un niño bien educado acepta las correcciones sin protestas ni replicas, incluso aunque pueda haber errores de apreciación por parte del adulto, porque valora la preocupación por educarle.
  • El niño bien educado reconoce la autoridad de los adultos encargados de educarle y les obedece diligentemente , pero su confianza no es indiscriminada y es prudente con los extraños.
  • El niño bien educado es compasivo con los que sufren y sabe consolarles y prestarles ayuda.
  • El niño bien educado sabe guardar silencio en el aula, la norma básica de la escuela.
  • El niño bien educado sabe ser extravertido cuando las circunstancias lo demanden, venciendo su timidez.

En definitiva, nada que ver con la blandenguería, la indulgencia sistemática y la estimulación permanente del espontaneísmo y del yoísmo que actualmente inspiran nuestras prácticas educativas; o con las actitudes sobreproteccionistas con que abrumamos a niños y adolescentes. Cierto es que antes existía el riesgo de crear personalidades acríticas, descompensadas, introvertidas, hipócritas, reprimidas y sumisas. Cierto es que aquella era una educación que contribuía a la perpetuación de una cultura clasista, patriarcal, jerarquizada y autoritaria con roles muy diferenciados y no intercambiables. Cierto es que en aquel contexto abusivo los niños tenían todos los deberes y los adultos todos los derechos. Cierto es que aquella era una cultura de la precariedad y del estoicismo, en la que los bienes materiales y morales se conquistaban con especial esfuerzo y, si se disfrutaban por un singular privilegio, comportaban, al menos en teoría, obligaciones hacia la sociedad. Cierto es que se partía de que nadie era bueno por definición o conseguía serlo jamás de forma definitiva, estando siempre bajo vigilancia y sospecha. Cierto es que se confiaba más en el castigo y la represión que en la motivación y el refuerzo positivo.

Pero, a pesar de tantas objeciones, creo que esta cartilla contiene una serie de orientaciones y de principios educativos básicos, que siguen siendo perfectamente válidos hoy por hoy:



  1. los niños deben aprender a contener sus impulsos y para ello deben someterse a las limitaciones, correcciones e imposiciones de los adultos;

  2. los niños deben aprender a permanecer en silencio cada vez más tiempo, porque sólo el silencio proporciona el clima adecuado para iniciarse en muchos aprendizajes decisivos (un silencio, por supuesto impuesto, porque el silencio raramente se descubre y convierte en apetecible, si alguien no lo fuerza y más actualmente);

  3. los niños deben aprender a sobrellevar las incomodidades y adversidades objetivas o las derivadas de su subjetividad inestable como algo natural, que forma parte de la condición humana, sin que esos malestares les legitimen para sobrecargar más de lo imprescindible a los que les rodean, especialmente en entornos compartidos y reglados.

  4. los niños deben prepararse para realizar aprendizajes que pueden ser arduos y poco motivadores a corto plazo, pero que a la larga permiten desarrollar capacidades y destrezas que ofrecen recompensas muy valiosas.

  5. los niños deben aprender a vencer sus inseguridades y timideces y conseguir una comunicación fluida con los adultos.

  6. los niños deben enfrentarse a la realidad del sufrimiento ajeno y desarrollar actitudes empáticas, ejercitándose en las acciones de ayuda, respaldo y acompañamiento.

Aplicar estos principios es muy exigente para los adultos que han de empezar por predicar con el ejemplo –como siempre- y hacer acopio de energía para:


  1. “Imponer” normas, restricciones, condiciones, horarios, plazos y otras exigencias (contenidos arduos) y limitaciones.


  2. Hacer cumplir esas normas y exigencias


  3. Identificar los errores y corregir a los niños


  4. Sancionar las infracciones de las normas


¿Y la motivación? ¿Y el refuerzo positivo? ¿Y la autoestima del discente?. Asumiendo las limitaciones de la acción docente –mayores de las que algunos pedagogos hacen creer- , el buen maestro, el buen educador siempre parte de la confianza en el potencial de sus alumnos; siempre intenta estimular la curiosidad y despertar el interés; siempre procura premiar los progresos reales; y siempre premia los esfuerzos realizados.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, el nombre de cartilla de urbanidad me mantiene la memoria fresca. Llego al pasado y encuentro un cuadro de honor rosa y otro azul, obvian las aclaraciones. Sigo en ese momento y una cara fria y distante, iban variando los rasgos a medida que variaban las asignaturas, se impone en mi presente, profesos o monjas exentos aparentemente de fragilidad. Frio en el recuerdo de la distante infancia. Cierto que "cartilla de urbanidad" es una expresión que remueve ciertos abismos de mi educación, bachillerato infantil. Cierto pero y nada exento de razón, en mi modesto parecer, su sistesis sobre lo que ahora parece ser que se olvida; leer la cartilla a nuestros soberbios sobrevenidos.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Endora te agradezco tu respaldo. Yo también tengo recuerdos nada complacientes de mi período inicial de formación. Pero como tú sugieres el problema no estaba tanto en las normas y los límites, sino en el autoritarismo con que se aplicaban, en el estilo rígido y rutinario de las clases y en la falta de calidez de tantos profesores y profesoras.


Sin embargo


Me gustaría Me congrtual

Anónimo dijo...

AHORA NO HAY CARTILLA DE URBANIDAD, Y EN LAS AULAS UMA GRAN CATIDAD DE MOSTRUOS, Y NO ME REFIERO A LOS PROFESORES.