Leyendo un texto de circunstancias me "asalta” una expresión antes muy común: “poner el corazón”. Hacía tiempo que no la escuchaba, ni leía. ¿Será que volcar lo mejor de uno mismo en una meta o en una tarea ha perdido prestigio y parece una opción demasiado ingenua?. A mi no me lo parece, aunque es verdad que siguiendo los dictados del corazón se pueden cometer muchos errores. Pero, siempre he pensado que si hay errores que merecen perdón son precisamente esos.
Nunca me han gustado las personas que evitan arriesgar sus sentimientos y se protegen con gruesas corazas. Prefiero las que se exponen a ser decepcionadas. Creo que si tuviera que establecer un criterio para agrupar a mis conocidos seguiría precisamente este criterio: si ponen o no el corazón en su vida, en las cosas que hacen, en sus relaciones. La historia de muchas instituciones que he conocido también la escribiría en función de preguntas del tipo: ¿sus dirigentes pusieron el corazón en lo que hacían? ¿cuántos de sus miembros actuaban así?. Rápidamente, vienen a mi mente períodos en los que en tal o cual sitio dominaba la franqueza del corazón y se expandían las relaciones personales, aún a riesgo de sufrir las puyas de los francotiradores; y otras etapas en las que se impusieron la indiferencia cortés, el formalismo, el lenguaje ampuloso y manipulador, los enmascaramientos, los blindajes, el control, la desconfianza, la presión solapada, los “castigos” silenciosos, la gestión cínica de las miserias particulares, etc.
No hablo de inteligencia emocional, ni de inteligencia social, ni de inteligencia política, ni de capacidad de maniobra. No hablo de carisma, ni de sagacidad, ni de clarividencia, ni de picardía para manejar afectos e intereses, ni de habilidad para generar publicidad -¡cuantos NODOS nos tragamos cada día!-, ni de saber vender éxitos, ni de capacidad para crear y controlar redes, ni de poder de convocatoria, ni de…Hablo de darse, de generosidad . Hablo de creer, de confiar en el valor de una causa –aunque se desconfíe incluso de la propia valía-. Hablo de abnegación silenciosa.
En estos tiempos inciertos de globalización deshumanizadora y miedo líquido, hablar de poner el corazón en algo parece realmente una simpleza y todo aconseja el repliegue hacia los bienes tangibles. ¿Qué sentido tienen el esfuerzo, la entrega y el sacrificio si ya hemos asumido que el mundo en que vivimos no tienen porqué reconocer ser valorados ni premiados? ¿Qué sentido tiene la lealtad a una empresa que te puede marginar o despedir en cualquier momento por “ajustes” decididos anónimamente con independencia de tu trabajo o preparación?
Seguramente esa actitud de desengaño y desconfianza es lo que trasmitimos a nuestros jóvenes y ahí nos duele, porque nada resulta más destructivo que privarles de horizontes de sentido, de metas valiosas en las que poner el corazón. Mi impresión es que los adultos en lugar de animarles a trascenderse, nos dedicamos a crearles burbujas consoladoras y después no conseguimos impedir que se asfixien dentro. Nos hemos vuelto desconfiados, pragmáticos y hedonistas. Para reencontrar la autoridad en que fundamentar nuestra acción educativa, deberíamos preguntarnos en qué ponemos nuestro corazón.
Les hemos dejado la expresión “poner el corazón” a los creyentes. Compruébenlo buscándola en "google": la mayoría de los resultados corresponden a webs católicas, por cierto, muchas relacionadas con el Opus Dei.
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