martes, julio 10, 2007

¡ESTO ES RITMO!. La inclusión a través de la disciplina y los contenidos.

Pocas películas relacionadas con la educación me ha causado tanto impacto como ¡Esto es ritmo!. El argumento es muy simple: doscientos cincuenta adolescentes de las más diversas procedencias y sin experiencia previa reciben durante tres meses un intenso adiestramiento para conseguir bailar un ballet inspirado en “La consagración de la primavera” de Stravinsky.

A lo largo de cien minutos, este documental nos muestra todas las fases que atraviesa un proceso de aprendizaje presidido por un reto valioso, como siempre debe suceder en la enseñanza verdadera (no en la aparente, que se conforma con distraer y contener y que renuncia a los objetivos ambiciosos).

Durante los ensayos, estos chicos y chicas, que a veces arrastran vivencias dolorosas de sus lugares de origen, se vuelcan en aprender los primeros pasos de baile y familiarizarse con la música clásica. Algunos se sienten muy inhibidos y bloqueados, otros se cansan enseguida y desean abandonar, otros ocultan sus inseguridades bajo las risas y la indisciplina. Nada de ello hace vacilar a su preparador Royston Maldoom, que nunca opta por rebajar el nivel de exigencia, ni por seducirles con argumentos complacientes, ni por conseguir inmediatas complicidades.

Al contrario, se encara con el grupo, les cuestiona, les riñe, les desenmascara sin contemplaciones y, sin más prolegómenos, vuelve al trabajo con más ahínco si cabe.

Sus mensajes son siempre claros : “sin silencio no se puede hacer nada serio”; “las actitudes insolentes sólo demuestran vuestro miedo”; “sólo con disciplina y con constancia conseguiréis vencer vuestras vacilaciones y que aflore vuestro potencial”.

Maldoom, a pesar de ser un experto en experiencias similares que lleva más 30 años ensayando proyectos de baile con muchachos de la calle, no puede evitar que algunos jóvenes abandonen durante las primeras semanas de baile. Con todo, la mayoría continúa con los ensayos y pronto se empiezan a experimentar asombrosos progresos. Con tesón y la experiencia de los primeros resultados, disminuyen los altibajos y las dudas se disipan, hasta que un día estos chicos y chicas empiezan a sentir más seguridad en si mismos y se entusiasman con su tarea.

Los testimonios del director de la orquesta, Simon Rattle, y del propio Royston Maldoom u otros profesores, explicando sus vivencias y motivaciones constituyen un magnífico contrapunto a los ensayos. También se nos muestra cómo están viviendo la experiencia tres adolesecentes del grupo. Una es Marie, muy preocupada por aprobar la secundaria. Otro es Olayinka, un huérfano de la guerra de Nigeria que ha asumido estoicamente su destino y trata de abrirse camino en Alemania, un país que le resulta ajeno y emocionalmente árido. Y otro es Martín, un chico torturado por sus inhibiciones.

El proyecto les brindará a todos la oportunidad de demostrarse a si mismos que son capaces de aprender cosas valiosas y de superar retos. En definitiva, de crecer como personas y de elaborar sus traumas personales desde una perspectiva más positiva.

Me pregunto si estos planteamientos siguen inspirando actualmente la acción pedagógica de las instituciones docentes y del profesorado en la secundaria. Me temo que ya no, y creo que ahí radica una de las causas de la insatisfacción generalizada que domina en esta etapa.

Tengo la impresión de que el carácter prioritario que se ha otorgado a un objetivo tan respetable como el de la cohesión social ha pervertido, sin pretenderlo, la acción docente en una etapa como la secundaria, en la que el proceso educativo debería girar en torno a los saberes valiosos que se trasmiten y su poder transformador. Como la mira ya no se sitúa en la promoción de esos aprendizajes, sino en conseguir cómo se pueda la inclusión (nueva divisa del progresismo pedagógico actual) de todos los adolescentes, hemos alterado fatalmente el proceso educativo, que antes se ejercía desde la legitimación y la autoridad que otorgaban esos saberes, a los que se accedía con esfuerzo, disciplina y dedicación.

Ahora, en lugar de exigirle al alumnado que se adapte a un proceso de aprendizaje preestablecido en función de unos contenidos, pedimos al sistema educativo en general y al profesor en particular, que reformule constantemente los contenidos y los procesos de aprendizaje para adaptarse al alumnado y no excluirlo. Se trata de una opción que tiene una trascendencia enorme porque supone considerar esos saberes como algo de valor secundario. Insisto, no son ya los profesores los que se han de adaptar, sino los propios contenidos y procesos aprendizaje, cuyo valor empieza a medirse no en función de criterios intrínsecos, sino en base a su poder motivador e inclusivo. Algo parecido a lo que ocurre con la publicidad o la programación televisiva.

Como señalaba Bauman, antes los alumnos eran blancos fijos situados a tiro de un profesor que les disparaba mensajes efectivos, ahora son blancos móviles que determinan sin apenas cortapisas los movimientos y la acción de un profesorado, obligado a perseguirles con proyectiles “inteligentes” que se van redireccionando sobre la marcha (Bauman es tan eficaz creando metáforas que sus mensajes a veces quedan diluidos por su brillantez, como ha señalado recientemente Helena Béjar) en medio de una confusión creciente.

La prioridad política ahora es lograr por todos los medios socializar a unos jóvenes cada vez más heterogéneos y evitar que el abandono, las sanciones o el fracaso escolar frustren este empeño. La escuela, al fin y al cabo es uno de los pocos reductos de que disponen los gobernantes para ejercer de forma efectiva su poder y parece ser la herramienta más efectiva para conseguir el objetivo de la inclusión. Si eso implica relativizar su función tradicional, no cabe duda que debe hacerse sin mayores contemplaciones.

Pero justificaciones no faltan. Este modo de actuar parece legitimado por el desprestigio de unos saberes, que son producto –se dice- de la razón unificadora que propugnó la Ilustración y que la crítica ha sabido cuestionar de modo inapelable. Ahora, ya no cabe abordar el conocimiento desde una óptica cerrada y disciplinar sino abierta, participativa y globalizada. Como ya diagnosticó Morin, estamos en un momento de disolución de los contornos y de desintegración de los dominios separados, de crisis de la hieperespacialización, de fin de los desarrollos ordenados, lineales y acumulativos, de ocaso en definitiva de la universalidad y de apogeo del relativismo. Lo congruente, por tanto, es postular dinámicas innovadoras –otra divisa ya tediosa pero siempre reiterada por las políticas educativas actuales- que inviten a construir el conocimiento de manera compartida, en escenarios no jerárquicos y verticales, sino democráticos y horizontales, que no excluyan a nadie y que favorezcan el crecimiento personal de todos. Este proceder se ve reforzado por las nuevas tecnologías de la información que multiplican las posibilidades de generar y trasmitir conocimientos colectivamente y que no exigen tanto conocimientos específicos, como competencias metacognitivas de autoregulación del aprendizaje y de relación social. El constructivismo además ya nos había enseñado que es imprescindible participar para aprender y que el trabajo colaborativo es por tanto imprescindible para fomentar el aprendizaje. Si a todo ello, añadimos que el estado-nación está en tránsito hacia el estado-red y que la metáfora reticular se ha impuesto a la priramidal, parece claro que ese es el camino correcto. Hay que promover una sociedad de sujetos singulares con plenitud de derechos que favorezca la participación de todos y todas, con independencia de sus características personales y/o sociales, sean de género, etnia, capacidad o discapacidad, o clase.

Este magma de análisis y consignas grandilocuentes, unido a apresurados desarrollos legislativos y a una presión desde arriba muy poco coherente con los principios invocados (posible entre otras cosas porque el aumento acelerado de docentes en situación precaria –interinos, sustitutos, etc.- permite ejercer un mayor control fidelizador a la cadena de mando –informes, evaluaciones, adhesiones a proyectos, etc.- y deja sin voz al profesorado veterano, cuyas bajas frecuentes expresan elocuentemente su desgaste) está convirtiendo la institución escolar –especialmente la secundaria pública- en un complejo laboratorio, dónde es bastante difícil saber que se está haciendo realmente en términos de enseñanza-aprendizaje, pero no a efectos de inclusión, que es el tema estrella permanente.

El problema es que, en este contexto, pierde importancia qué se trasmite, porque siempre los mensajes están subordinados –siguiendo la metáfora de Bauman- a la persecución del alumnado y a su predisposición receptiva. Y, si los contenidos valiosos del aprendizaje se vuelven elásticos, rebajables y readaptables, automáticamente se banalizan y diluyen, arrastrando en su desconcierto a todo el sistema educativo, herido en su entraña más íntima. Porque los contenidos que se enseñan constituyen la fuente de legitimidad de la actividad educativa, la razón del aprecio propio y ajeno. En cuanto, los contenidos dejan de ser considerados valiosos y no inspiran los retos educativos, los profesionales de la educación pierden confianza en su función –devaluada desde la misma entraña del sistema-, y los alumnos y la sociedad les pierden el respeto.

Me pregunto, qué habría conseguido Royston Maldoom si su acción pedagógica hubiese sacrificado destrezas y saberes a cambio de favorecer dinámicas inclusivas. ¿Habría soportado mantener ese enfoque hasta el final?. ¿Habría optado por disfrazar como éxito su experiencia para no incomodar a sus patrocinadores?.

Cuando el objetivo de la inclusión social devora todo el proceso educativo, la actividad educativa pierde poder de estimulación para todos y se vuelve pesada y cadenciosa. Y lo que es peor, tramposa y falsa, porque hecha semejante apuesta, volver atrás resulta complejo y puede tener costes muy elevados a corto plazo, algo que ningún responsable político desea. Por tanto, la tendencia será enmascarar la realidad y desarrollar técnicas cada vez más sofisticadas de maquillaje de los resultados.

Por eso, se tiende a aumentar el control sobre los docentes. Por eso, se les precariza cada vez más y se hace todo cuanto se puede para silenciarles y fidelizarles (¿alguien ha advertido que el profesorado cada vez decide menos y obedece más?). Por eso, se les presiona de mil maneras directas e indirectas para que declaren su compromiso con los proyectos inclusivos.

Por otra parte, y como es lógico, cada vez es mayor el número de técnicos que no se dedican a los contenidos sino directamente a la inclusión social -psicólogos, psicopedagogos, integradores, etc.- o a las estructuras paralelas de control y supervisión –dirección, evaluación, gestión económica-. Algo que sólo acaba de empezar.

En otros países ya se han empezado a levantar voces contra este desaguisado, pero parece que aquí la situación aún no ha tocado fondo todavía y aún deberemos padecer mucho. En un artículo reciente, Joan Estruch –profesor del IES Jaime Balmes y miembro muy activo de AXIA- decía que en España de momento no pasa nada, porque nuestro crecimiento económico actual, caracterizado por la riqueza fácil que depara la construcción y el turismo, se nutre sobre todo de jóvenes sin apenas cualificación, algo muy distinto de lo que ocurre en otros países europeos, donde una alta cualificación equivale a un trabajo bien valorado. Con un fuerte impacto migratorio y una estructura económica semejante, la opción escogida parece la oportuna.

Sin embargo, todas las evidencias siguen mostrando que el descuido de los contenidos se acaba pagando caro a medio y largo plazo. Por más que se cuestionen los saberes tradicionales, hoy como ayer, el alumnado que no desarrolla convenientemente sus competencias lingüísticas, ni domina la abstracción y los procedimientos matemáticos, apenas saca provecho de los nuevos escenarios horizontales y democratizadores que le brinda la “escuela participativa” o las nuevas tecnologías de la información. Todos ya hemos comprobado que Internet sin el sustrato de esas competencias lo único que hace es favorecer la impulsividad, el zappismo adictivo y el escapismo frikizante.

Hoy como ayer, necesitamos profesores que defiendan la excelencia de los saberes y que nos animen a gozarlos, pero que no nos engañen acerca del trayecto a veces arduo que nos conducirá hasta darles alcance. Hoy como ayer, comprobamos que los alumnos que salen airosos de este marasmo confuso siguen siendo los que leen mucho y tienen un notable nivel de autocontrol y autodisciplina (ese es por ejemplo el perfil de los que han sacado mejores notas en selectividad). ¿Por qué ocultar que ese es el camino?.

Durante muchos años de mi vida, promoví muy activamente la incorporación de una mirada integradora y promocionadora en la enseñanza secundaria, demasiado lastrada por su rigidez y por sus inercias esterilizadoras. Sin embargo, nunca imaginé que ese empeño podría acabar en la desnaturalización actual del proceso educativo. Mi apuesta era clara: llevar la inclusión hasta sus límites, pero nunca a costa de los contenidos, sino a través de los contenidos, algo que ¡Esto es ritmo! me ha recordado.


Reproduzco algunos de los diálogo de la película.


ROYSTON: ¡Basta! ¡Silencio!. Nos habéis hecho perder el tiempo. Porque alguno de vosotros no sois tan serios como yo. Algunos pensáis que tiene gracia que no salga bien.
SUZ: Desde el primer momento, no estáis colaborando, no hay movimiento, no hay pasión, no hay energía. No se por qué estáis aquí. La verdad, no lo sé.
CHICO: Porque la mayoría lo ve como un juego... La mayoría lo ve como un juego para pasárselo bien, no se lo toman en serio...
CHICO: Sí, pero también hay que callarse.
ROYSTON: ¿Por qué tenéis que pasarlo bien?
CHICA: Reírse es sano. Todo el mundo va siempre con cara larga.
ROYSTON: Entonces tenemos un problema. Está bien. Sí es muy serio. Lo que quiero decir es que... la razón por la que estoy en esto hace cuarenta años es porque disfruto de la seriedad de la danza. Cuando trabajo con un coreógrafo, sólo pienso: “Cuéntame más, cuéntame más, quiero saber más”. Creo que tendríais que hablarlo entre vosotros. Los que se lo toman en serio y quieren hacerlo bien tienen que decir a los que se lo están cargando cómo se sienten. ¿Qué pasa ahí? ¿Qué pasa ahí?. Son esas chicas. Sentaos bien . Va en serio. Vamos, miradme. Estoy a punto de abandonar la obra. Estoy realmente a punto, porque esta clase debería haber durado quince minutos. Vamos a vuestro ritmo, no vosotros al nuestro.
SUZ: Por duro que parezca, si constantemente les decimos que no es suficiente, que sabemos que pueden hacerlo mejor, entonces comenzarán a trabajar a ese nivel antes que si les decimos: “Genial, fantástico”, cuando ni han empezado a desarrollar su potencial.
ROYSTON: Si no logramos que se esfuercen más, cuando se junten con otros grupos, algunos de los cuales han hecho mucha danza y tienen mucha más autodisciplina, se sentirán francamente mal, y en cierto modo será culpa nuestra. Quiero que lo hablen y que tu hagas de moderadora. Hazles entender que sólo ellos pueden hacerlo ahora. Les vamos a dejar salir al escenario no importa cómo lo hagan. Aunque no queremos que queden mal. Está en sus manos ahora.
SUZ: No te preocupes. Lo tenemos muy en cuenta.
NELLY: Royston dice que nos sintamos más fuertes, que desarrollemos una fuerza en nuestro cuerpo y la proyectemos...
KEYWAN: La verdad es que no me interesa nada. Me importa una mierda. Haré lo que me digan. Más no.
FRANZI: Espera un momento. Me parece bien que nos trate de ese modo, porque así los demás comprenderán que va realmente en serio. Sí. MARIE: Por supuesto que podemos hacer más. Lo que hemos hecho no es nada extraordinario. ¿no?.
FRANZI: Yo creo que todos los estudiantes tienen posibilidad de mucho más, eso se ve también. Pero luego siempre acaban liándola.
ROYSTON: A los que están haciéndolo tan bien quiero darles la oportunidad, cuando se acabe el proyecto, de presentarlos a este grupo, con el que podrían bailar todas las semanas si quisieran.



Título: ¡ESTO ES RITMO!
Título original: Rhythm is it!
Dirección: Thomas Grube, Enrique Sánchez Lansch
País: Alemania
Año: 2004
Fecha de estreno: 04/05/2007
Duración: 100 min.
Género: Documental
Distribuidora: Karma Films Spain

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