jueves, septiembre 18, 2008

Cesiones frente a retroinnovación educativa

Lo prometido en el anterior post es deuda. Entre los muchos artículos y entrevistas que animan a los docentes a su trabajo siempre inacabado de conversión a las pedagogías innovadoras, me quedo con el reportaje aparecido el pasado domingo en EL PAÍS sobre un instituto de un barrio marginal de Málaga, el IES Portada Alta , premio nacional de Educación por haber impulsado un ambicioso proyecto sobre alumnos mediadores en conflictos de convivencia. Su director es preguntado por la reacción de los profesores:


Supongo quena todos los profesores estarán contentos de implicarse tanto en el trabajo.

Una de las cosas que he aprendido es que hay que intentar que cada uno aporte aquello en lo que se sienta cómodo. Hay un compañero que se ha jubilado este año que no entendía determinadas cosas, pero le encantaba traba­jar en la biblioteca y fichar libros. Ha dedi­cado muchas horas de su tiempo libre a eso.

Me ahorro el comentario. Lo dice Antonio Marfil –“un maestro que da juego”, según EL PAÍS (más juego que el profesor convertido en bibliotecario, se entiende) y que, por lo demás parece una excelente persona. En cuanto al proyecto de mediación... mi entusiasmo es escaso, porque implica atribuir al alumnado un rol que debería poder ejercer el profesorado, y que si se delega es por pura impotencia...



¿Cuándo y por qué pusieron ustedes en mar­cha el proyecto de convivencia en este insti­tuto?

Fue hace unos ocho años, cuando una compañera se levantó en un claustro, se echó a llorar y nos dijo: "Yo no sé vosotros, pero yo así no puedo seguir". Tuvo el valor de decir lo que le estaba pasando; que se iba a casa con un pellizco en el estómago y que cuando se levantaba decía: 'Bufff, tengo que ir al ins­tituto'. Fue capaz de plantear algo que ya habíamos notado. La respuesta que estába­mos dando a la problemática nueva no tenía nada que ver con las posibles soluciones.

¿Cuál era esa nueva problemática?

Con la aplicación de la LOGSE y la enseñanza obliga­toria hasta los 16 años, en el instituto convergen los que estaban motivados para estudiar el bachillerato, los que optaban por la forma­ción profesional y los que ni siquiera tenían nivel para aprobar la secundaria. Por eso empezamos a tener más problemas que antes, y cuando hay uno, dos o tres al día, los puede resolver un jefe de estudios, pero cuando empiezas a tener 30, la jefatura revienta.

Y decía que fue a raíz de aquella explosión de una profesora del instituto...

Claro, porque aquello nos sirvió para que fuéramos capaces de verbalizar lo que nos estaba ocurriendo: un fracaso permanente, expulsiones sistemá­ticas, incomodidad... Constituimos un grupo de trabajo y lo primero que hicimos fue anali­zar cómo viene nuestro alumnado. Empeza­mos a estudiar el barrio. Por ejemplo, nos en­fadábamos porque los alumnos saltaban la tapia y se ponían a jugar en el patio por las tar­des. Nunca se nos había ocurrido pensar que saltaban porque en el barrio no había un solo espacio donde jugar al fútbol. Empezamos a conocer los problemas de hacinamiento, de drogodependencia... Empezamos a conocer la realidad. Y formamos el grupo de trabajo.

Antes de entrar en el detalle del grupo de tra­bajo, dígame: ¿qué hicieron con los chavales que saltaban la tapia?

Una de las primeras cosas que hicimos al iniciar el plan de convi­vencia fue meternos en el plan de apertura de la Junta de Andalucía, que consiste en dejar abierto el instituto desde las ocho de la mañana hasta las ocho de tarde, con una pausa de una hora para comer. Así que ya no había que saltarla. Y estamos en otro pro­grama de la Junta que organiza competicio­nes. Ahora queremos que las organicen tam­bién para los extraescolares, los de 17 o 18 años que ya no están con nosotros.

...¿qué reacción obtuvieron de los padres y alumnos?


Los alumnos mostraron desde el primer momento una gran colaboración. Tenemos como 100 alumnos de un total de 300 en secundaria que tienen algo que ver con el programa de mediación. Seleccionamos a los mediadores en los primeros cursos de la ESO entre los que notamos una sensibilidad espe­cial por ayudar a los demás. Es gente que a lo mejor no es muy brillante escolarmente (mediación no es sinónimo de excelencia educativa), pero que da muy buen resultado. Les enseñamos a solucionar conflictos y enseguida empiezan a colaborar y te dicen que hay un compañero que está triste. En segundo y tercero, tras la formación que les damos, los examinamos y los nombramos mediadores de aula. Y entonces empiezan a solventar conflictos. A cambio, claro, tene­mos que aceptar la solución que planteen, salvo para casos graves que requieran otro tipo de intervención. Cuando pasan a cuarto o a bachillerato y ya han crecido mucho, no pueden ser mediadores entre iguales, porque ya los más chicos los llaman maestros. Enton­ces hacen tutorías personales, lo que signi­fica que les buscamos un alumno con pro­blemas para que charlen con él y le ayuden a resolver su vida personal o académica.


Fuente: Suplemento especial “Niños”, EL PAÍS-EPS, domingo 14 de septiembre de 2008.



Entiendo que un instituto de un barrio degradado busque estrategias para sobrevivir, pero no creo que corresponda al centro escolar compensar la falta de recintos deportivos y de ocio. Tampoco creo en la eficacia formativa de combatir la practica de saltar la valla abriendo más horas el centro. Ni la de combatir las agresiones nombrando jueces-mediadores a los alumnos. Cada nueva concesión supone una paso más hacia el oscurecimiento de la función del profesor y del centro docente y un retroceso de su autoridad. La escuela acaba asumiendo responsabilidades que no le corresponden y que su verdaderos responsables eluden. Para mí no es un modelo a seguir, aunque comprendo la profesorado y no le resto valor. Sería interesante que se divulgaran y premiaran otras experiencias integradoras basadas en el valor de la disciplina, sobre todo hoy que Fundació Bofill nos ha regalado otro de sus “oportunos” informes prehuelga-Llei de l’Educació.


Sí, hay centros de secundaria que consiguen corregir actitudes aplicando con rigor la normativa de convivencia en entornos degradados y les va bien. Algunos son públicos, otros –la mayoría- privados. No debería extrañarnos, la disciplina siempre ha sido una magnífica herramienta integradora y una estrategia de tratamiento de la diversidad mucho menos gravosa que la inflacción de “expertos”. Incluso, hay centros -dos- que contraviniendo la orientación general catalana hacen exámenes de septiembre y están muy contentos con su retro-innovación.

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