La tarde de los miércoles es suele ser uno de esos pocos pedacitos de la semana que los padres separados podemos pasar con nuestros hijos. Por eso, me incomoda extraordinariamente interferir o perturbar este retal de tiempo con otras actividades. Sin embargo, casi todas las conferencias o presentaciones de libros relacionadas con las nuevas masculinidades suelen caer en miércoles y esta semana le propuse a mi hijo Luis –10 años- que me acompañara a escuchar a Michael Kimmel –uno de los especialistas sobre masculinidades con más proyección internacional- al centro Francesca Bonmaison, dónde iba a mantener un diálogo público con Amparo Tomé, profesora de Sociología de la Universidad autónoma y una de las personas que más ha contribuido a fomentar el estudio de las identidades masculinas.
El acto se retrasó y no pude vivir más que sus momentos iniciales, porque ejercer como padre es más importante que oír hablar sobre la importancia de la paternidad. De todos modos, me dio tiempo a comprar un libro en el mini punto de venta que montó la librería feminista Pròleg (Daguería nº 13) a la entrada del acto. Se titula Cuando los hombres hablan de PatricK Guillot y la verdad es que semejante título me atrajo porque tengo la sensación de que los hombres rehuyen hablar sobre la masculinidad y que, cuando lo hacen, no se atreven a salirse del guión políticamente correcto que se ha establecido desde el profeminismo y los Men’s Studies . Este libro, sin embargo, sí parece salirse del guión, e incluso en un capítulo (“los hombres rosas”) se atreve a criticar sin complejos la tendencia a atribuir los sufrimientos masculinos a la no realización de los modelos de masculinidad soñados por el feminismo. Afirma el autor que muchos grupos de hombres que inspirados por estos se reúnen para hablar de sus problemas –en España hay unos cuantos- conciben un discurso de gran compromiso profeminista, pero poco sincero porque su deuda ideológica les impide abordar muchas cuestiones incómodas, que quedan silenciadas. Me parece un buen diagnóstico de la situación general que se vive en nuestro país en relación a la cuestión masculina: cualquiera que se aventure a hablar sobre este tema sabe lo difícil que resulta no despertar suspicacias si se abandona “la imaginería feminista de la mujer-víctima y el hombre-verdugo”, impelido a “integrar un fuerte sentimiento de culpabilidad”.
Pero, la reflexión sobre las masculinidades difícilmente progresará sino damos un paso más y nos depredemos de estos estereotipos de nuevo cuño. Como explica Guillot hay una multitud de asuntos que preocupan a los hombres y de las que los hombre profeministas hablan poco: el hambre de masculinidad, la relación con el padre, la necesidad de mentores masculinos, la necesidad del grupo masculino, la asunción de la propia violencia, la necesidad de probarse y de sentirse competitivo, el afán de trascendencia y de obras significativas, el invisible muro femenino que aísla al padre de la relación con sus hijos y de la vida familiar, el matriarcado doméstico, la dependencia emocional de la mujer, la agresividad femenina, la necesidad de compañeros masculinos, la falta de intimidad masculina, etc. Son cuestiones poco relevantes para quienes entienden que la masculinidad básicamente es una ideología que tiende a justificar la dominación masculina y que constituye la razón última de todos los males que padece el mundo actual. Cualquier apelación a una irreductible condición masculina sustentada en evidencias científicas es mirada con recelo, a pesar de que cada nueva investigación no hace más confirmar que nuestros patrones de conducta responden al peso decisivo de la naturaleza frente a la modesta influencia del medio. Sin embargo, hasta que no asumamos plenamente esta evidencia y decidamos construir las nuevas feminidades y masculinidades desde el reconocimiento des ese sustrato femenino y masculino irreductible, la reflexión sobre las masculinidades seguirá resultando forzada y artificiosa.
Quizás, por ese siempre me he sentido más en sintonía con la corriente mitopoética - tan denostado por los profeministas-, ya que a pesar de su excesos masculinistas (antítesis de la mística feminista propugnada desde el feminismo de la diferencia) , como mínimo ha tenido el acierto de reconocer la especificidad masculina e identificar muchos de sus procesos e itinerarios. No podemos seguir repitiendo indefinidamente que un hombre es un producto cultural construido a partir de tres negaciones: no ser un niño, no ser una mujer y no ser un homosexual (E. Badinter). Ingenioso pero rematadamente falso.
Por cierto, mientras escribía este post he recordado el fuego que se cruzaron Vicente Verdú y Luis Bonino en relación a los hombres feministas.
La mujer barbuda. Por Vicente Verdú / El País 26-06-2004
Sólo es posible imaginar algo peor que un hombre feminista: la mujer barbuda. El hombre feminista -a menudo torpe o fracasado en la relación con la mujer- trata de congraciarse con las mujeres por el peor camino posible como es el de intentar copiarla. De esta manera, el hombre feminista resulta ser una réplica barata en la batalla de la mujer y, en consecuencia, termina convirtiéndose en su escudero. De ahí no pasa.
Deberá esperar que ella se defina otra vez para volver a definirse y encontrará, al cabo, su definición en ser aceptado como un elemento sin cabeza. Los hombres feministas se amoldan y las mujeres, con razón, recelan de ellos. Porque aunque no les venga mal de vez en cuando su apoyo, sólo les sirven como medios y nunca como sujetos enteros. De esa manera es fácil que se valgan de ellos en cuanto instrumentos, abusen de su obsequiosa disposición y terminen repudiándolos a causa de su blandura.
En resumidas cuentas, este hombre feminista podría ser mejor que la mujer barbuda puesto que, debido a su falsificación, le sería posible arrancarse el postizo en cualquier momento, pero es peor que la mujer barbuda en atención a su falsificación odiosa. Creen que seducirán a las mujeres mediante este cariño ideológico y que aparecerán ante ellas como "nuevos hombres" que abrazan el alma femenina. Pero no entienden nada.
Toda esperanza en esta dirección quedará frustrada y sus tropiezos con las modelos (o patronas) serán todavía más ingratos. En muchos aspectos, la directiva mundial que invita a acentuar la feminidad de los varones para ponerse al día y ganar amigas es entendida por los hombres feministas al revés. Porque no se trata de ser más deseable a las mujeres militando a su sombra en el campo de batalla, sino en hacerse más deseable, en general, abriendo la luz y diversidad del campo.
De esa manera habrá sitio para todos y no ofuscación de cuerpos e ideas. Es decir: confusión de la justicia con el agasajo o de la equidad con la etiqueta. Los reveses sirven para aprender y, especialmente, cuando el ridículo que se hace en el envite brinda gratuitamente el antídoto natural contra la tentación de prorrogar la tontería.
Los Antifeministas. Por Luís Bonino. Lunes 28 junio 2004
Existen hombres misóginos y antifeministas que aparecen siempre que se discute alguna ley favorable a las mujeres. Aquí y en todas partes. Hombres resentidos y reaccionarios que obstaculizan enormemente el camino hacia la igualdad real entre los géneros.
Algunos, con protagonismo mediático van de progres y se cuidan de oponerse muy abiertamente al discurso igualitario ofreciendo para ello una fachada "pro-feminidad". Sin embargo no pueden ocultar su indignación y resentimiento, que depositan ya no sólo en las mujeres feministas, sino también en otros hombres -los pro-feministas- , a quienes descalifican globalmente.
El artículo de contraportada de EL PAÍS del 26-6 parece mostrar esa estrategia. El mensaje que V. Verdú lanza desde un lugar destacado del periódico es simple y nada innovador, no obstante puede convencer a hombres -y mujeres- no sensibilizados a la problemática de la igualdad y la diversidad. Según Verdú los feministas no piensan por sí mismos, sino se transforman en una copia ridícula y falsificada de la mujer, en meros ecos de las "barbudas" feministas, y sobre todo, no entienden nada. ¿Quién lo dice: él?. De lo que se deduciría que para no dejar de ser hombres con ideas propias, mejor alejarse de las feministas (y del feminismo). Pues no. El feminismo es un movimiento que busca la igualdad y la equivalencia entre mujeres y hombres, y muchos hombres que nos nutrimos de él, hace tiempo que detectamos a los antifeministas que pretendiendo superioridad moral lanzan sus "verdades" que no son otra cosa que ecos de su intocada tradición machista.
¿Pensarán este tipo de hombres que puede ser una estrategia exitosa asustar al resto, con el falso argumento de que quien se acerca al feminismo y a las feministas terminará sin pensamiento propio a la sombra de las mujeres ?. Se equivocan. Y aunque ellos sean causa perdida para el pensamiento igualitario, por suerte el numero de hombres feministas están aumentando, con voz propia, en varios lugares de España y del resto del mundo. Y esto es así le pese a quien le pese.
Fuente: http://www.mujeresenred.net/news/article.php3?id_article=38
1 comentario:
Coneixes el llibre "Wrestling with Love" de Samuel Osherson? Precisament tracta de això que dius de
"hay una multitud de asuntos que preocupan a los hombres y de las que los hombre profeministas hablan poco: el hambre de masculinidad, la relación con el padre, la necesidad de mentores masculinos, la necesidad del grupo masculino, la asunción de la propia violencia, la necesidad de probarse y de sentirse competitivo, el afán de trascendencia y de"
El vaig trobar un llibre molt bo.
Salutacions
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