sábado, mayo 17, 2008

Mad men - Masculinidades oficinescas








Iba a escribir sobre las masculinidades oficinescas de Casual day y me he topado con este artículo sobre uan serie que desconocía. Habrá que verla…

Hombres desesperados

Televisión, Por Rodrigo Fresán.

Abc de las artes y las letras.10 de mayo de 2008 - número: 849

Fuente: http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=9787&num=849&sec=35

La clave y el guiño -luego de esos brillantes títulos de apertura con hombre cayendo desde las alturas de un rascacielos, tan al estilo de los que solía pensar Saul Bass para los filmes de Alfred Hitchcock- está ya en uno de los primeros episodios/capítulos de la serie televisiva Mad Men. Allí, Don Draper vuelve en tren a su casa en las afueras de Manhattan luego de un largo día en los pasillos y oficinas de la agencia de publicidad Sterling Cooper. Draper es un mad man: etiqueta que se las arregla para hacer comulgar la locura de un oficio y la contracción de Madison Avenue, donde a principios de los años 60 floreció la idea de la publicidad tal como la conocemos, padecemos y disfrutamos hoy.

Hay algo que falla. Y Draper ha bebido un whisky de más y cae la noche y el cartel de la estación en la que se baja Draper anuncia que estamos en Ossining: el mismo suburbio residencial en el que un escritor llamado John Cheever ocupaba las páginas de The New Yorker contando las historias de hombres como Don Draper, enloquecidos por la idea de que, se supone, tienen todo para ser felices y sin embargo hay algo que falla en el teóricamente perfecto producto de sus vidas. Eso que algún publicista tan astuto como Draper bautizó como el Sueño Americano pero que cada vez se confunde y se funde más con la pesadilla del insomnio.

Mad Men es la brillante idea de Matthew Weiner, guionista y productor de Los Soprano. Weiner la ofreció a la HBO pero no mostraron interés. La AMC, en cambio, aceptó encantada y así esta serie -cuya primera temporada, emitida en USA en el 2007, le valió un merecido Globo de Oro a la Mejor Serie Dramática- se convirtió velozmente en prueba renovada de que estamos viviendo una nueva Edad de Oro de la televisión. Ya saben: la «caja idiota» demostrando, de golpe, que tiene un alto cociente intelectual y generando incómodas afirmaciones en cuanto a la superioridad ante el cine y hasta la novela.

Un nuevo mundo. Mad Men -que conecta directamente con todo un subgénero oficinesco de la literatura americana que incluye a títulos como El hombre del traje gris, de Sloan Wilson; Vía revolucionaria, de Richard Yates; Algo ha pasado, de Joseph Heller; La pianola, de Kurt Vonnegut; American Psycho, de Bret Easton Ellis; y, recientemente, Entonces llegamos al final, de Joshua Ferris- propone también un viaje en el tiempo a un pasado donde se creó nuestro presente. El momento exacto donde la sociedad de consumo comenzó a consumir a sus consumidores. El sitio preciso donde se establecieron las pautas de un nuevo mundo a dividirse y repartirse entre jefes, empleados, secretarias, esposas y amantes.

Y la agencia Sterling Cooper -donde todos fuman y beben y fornican y se traicionan alegremente con modales que hoy son políticamente incorrectos pero entonces eran las reglas del juego- funciona como un perfecto y feroz ecosistema donde un puñado de machistas y prejuiciosos hombres desesperados luchan entre ellos frente a mujeres que los contemplan con una rara mezcla de adoración y desprecio. Allí, Don Draper (un perfecto Jon Hamm, ganador del Globo de Oro al Mejor Actor) es el difuso héroe: un condecorado veterano de Corea con un don para vender lo que sea y ocultar un oscuro secreto familiar acostándose (exitosa empresaria judía o ilustradora chica beatnik) con todo lo que se le pone a tiro de su sexo en la ciudad mientras, en casa, espera una perfecta pero turbulenta esposa-barbie al borde de un ataque de nervios y antecedente directo de las mujeres desesperadas de Wisteria Lane.

Jack Daniels y Wilder. Y a su alrededor, entre otros, orbitan la ambiciosa e ingenua Peggy Olsen, el patético y trepador conspirativo junior Pete Campbell, la secretaria fatal Joan Holloway, el cínico Roger Sterling, el director de arte y (Cheever otra vez) homosexual reprimido Salvatore Romano, y el jerarca casi zen Bertram Cooper quien nunca usa zapatos en la oficina y contempla todo desde las alturas de su oficina/monasterio donde se orquestan las campañas para revolucionar el diseño de un paquete de los cigarrillos Lucky Strike o la campaña presidencial de un tal Richard Nixon. Y algo no funciona del todo bien en la cabeza de los clientes y de los fabricantes y todos mienten salvo Jack Daniels y vamos a ver y a reír con El apartamento de Billy Wilder, dicen que es muy buena.

El look y la excelente dirección de arte termina de jerarquizar guiones implacables para describir una época y una profesión que -según alguien que estuvo allí- «no fue otra cosa que un montón de borrachos conversando entre nubes de humo de tabaco». Pero lo verdaderamente interesante de Mad Men pasa por lo que sucede dentro, retratando el instante en que el hombre norteamericano descubrió que se podía ser muy infeliz siendo tan feliz en una atmósfera fumadora, alcohólica, adúltera, sexista, homofóbica, adicta a las pastillas y racista donde el psicoanálisis es «el caramelo de moda» y las fajas reductoras producen orgasmos. Los trajes y camisas, eso sí, siempre impecables.

La muerte de Justina -uno de los relatos más famosos de Cheever- concluía con un publicista atormentado redactando como eslogan para un tónico llamado Elixircol (con supuestos poderes para curar todos los males de los depresivos) aquel pasaje de la Biblia que comienza con «El Señor es mi pastor?» y acaba rogando por la protección para aquellos que caminan por «el valle de la sombra de la muerte».

«Don?t think twice». El último episodio de la primera temporada de Mad Men -la segunda no ha comenzado aún en los Estados Unidos, la caja con la primera temporada se editará allí en julio- termina con Dan Draper solo en su casa, lost y sin los súperpoderes de Héroes, sentado en las escaleras, preguntándose a dónde se fueron todos y qué será lo que vendrá mientras, como música de fondo, se escucha la voz de una nueva era que posiblemente no lo incluya en sus planos y planes: un joven y freewheelin? Bob Dylan cantando Don?t Think Twice, It?s All Right.

Los tiempos están cambiando, sí, una vez más.

La primera temporada de «Mad Men» se emite en Canal + los jueves a las 21:30 horas.

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