En un post reciente hablaba de Teresa Forcades, médica, monja y teóloga feminista, llamada a convertirse en fenómeno mediático y si no, al tiempo. Hasta ahora, todos sus escritos me han parecido lúcidos y matizados. Sin embargo, me han defraudado sus repuestas a Lluís Amiguet en una reciente entrevista de “La Contra” (La Vanguardia, 17 de octubre de 2007). Descubro a una Teresa Forcades que olvida los matices y que, fiel a la ortodoxia feminista, pontifica –actitud muy criticada a los hombres- repitiendo tópicos ya gastados sobre el poder patriarcal y la condición masculina. ¿Será culpa del entrevistador o del género de la entrevista? ¿Le habrá reversionado Lluis Miguet al transcribir la entrevista? ¿Quizás es que yo me había confundido con Teresa Forcades?. Estas son las "máximas" feministas de Teresa Forcades
1. EL PERVERSO Y CAMALEÓNICO PODER PATRIARCAL.
“El pensamiento patriarcal se va enmascarando siempre para justificar la subordinación de la mujer”.
Esta invocación de un poder maléfico, que realiza su trabajo gracias a que ignoramos su presencia, sin duda, es uno de los grandes logros del feminismo. El patriarcado es para los y las feministas la encarnación del supremo mal que todo lo contamina y todo lo pervierte, la quintaesencia de la masculinidad tóxica. No hay atenuantes para el patriarcado. Con él no caben concesiones, ni transacciones y nunca se pondrá suficiente celo en perseguirlo y amordazarlo, porque los hombres instilan su veneno rápidamente en cualquiera de los espacios por los que transitan.
Basta asistir a una reunión feminista para saturarse de alusiones rituales al terrible poder patriarcal, causa de todos los males de la condición femenina. Lamentablemente, desde el feminismo no se dan cuenta del halo irracional que a veces llegan a alcanzar estas prácticas exorcizadoras contra esta cristalización maligna de la masculinidad a la que ha quedado reducido el patriarcado, quizás el mejor trasunto contemporáneo de la figura del Demonio bíblico, ser oscuro y siniestro que lo promete todo, no da nada y te lo quita todo. Esta simplificación reduccionista ha derivado en una suerte de religión misándrica bastante absurda, que en estos momentos, más que contribuir a superar los estereotipos de género y favorecer relaciones satisfactorias, sólo contribuye a maliciar la condición masculina (vean http://www.antipatriarcat.org/).
Quizás haya llegado la hora de compensar tales excesos, hablando de la carga que la institución del patriarcado ha supuesto para los hombres, que durante milenios han visto recaer sobre sus hombres la responsabilidad máxima de garantizar al núcleo familiar alimentos, bienes y seguridad. De lo contrario, podría entenderse que el patriarcado se ha reducido sólo a una estrategia para gozar de derechos y privilegios sin contraprestación alguna, a una estructura invisible de nuestras sociedades que permite a los hombres explotar a las mujeres con total impunidad (y no niego que muchas veces se ha pervertido de este modo).
También convendría recordar que todavía no se ha conseguido demostrar la existencia de verdaderos matriarcados en ninguna época, ni lugar (aunque sí ha habido muchos intentos desde el feminismo, pero ninguno concluyente). Más bien todo parece apuntar a una temprana división sexual del trabajo (hombres cazadores, proveedores y protectores; mujeres criadoras y cuidadoras) en consonancia con las aptitudes que el estudio del cerebro masculino y femenino revelan (con disimilitudes evidentes derivadas de las hormonas –andrógenos y estrógenos- y que predisponen a los hombres a desarrollar las destrezas visuoespaciales y el pensamiento sistémico y a las mujeres, a desarrollar especialmente sus recursos verbales y a desplegar la capacidad de empatía) y que estaría en la base de la diversidad de las estructuras patriarcales que conocemos. Aunque semejante explicación siempre será tachada por el feminismo de androcentrismo cientifista, de acuerdo con su tendencia recurrente a menospreciar los factores biológicos. Incluso en el caso de que admitiéramos que fue a partir del neolítico cuando aparecieron las relaciones de sometimiento de las mujeres a los hombres –esta es la explicación oficial- , beneficiados por el mayor margen de autonomía que les dio la aparición de asentamientos estables y deseosos de controlar la reproducción[1], la nueva realidad social no deja de ser una extrapolación de tendencias naturales que ya existían y que tienen relación con la estructura cerebral y las hormonas.[2]
2. EL LASTRE DE LOS ESTEREOTIPOS DE GÉNERO DERIVADOS DE LA LÓGICA PATRIARCAL: EL ÉNFASIS EN LA ESPECÍFICA CAPACIDAD DE AMAR DE LA MUJER Y SU MIEDO A LA SOLEDAD.
“Ahora se dice que la mujer es superior - por causas biológicas- al varón en amor, lo cual es la manera políticamente correcta de decir hoy que su lugar natural es el hogar, con niños, ancianos y enfermos.”
Estoy de acuerdo con Teresa Forcades en denunciar el empalagamiento sospechoso con que se ha idealizado el amor materno, tan bien deconstruido por Elizabeth Badinter en su obra sobre el instinto maternal. Parece evidente que existe una tendencia natural –ya lo hemos dicho- en las mujeres a garantizar el bienestar material y emocional de sus hijos e hijas, y a buscar la estabilidad de una pareja que la proteja y que garantice el desarrollo satisfactorio de esa descendencia en la que ellas invierten tanto, pero esa predisposición no debe confundirse con ese máximo convivencial y ético que llamamos amor, que no es privativo de ningún género.
De hecho, el tan denostado discurso patriarcal nunca ha visto contradicción entre el compromiso afectivo de sus patriarcas y el ejercicio de sus responsabilidades. La posición del patriarca ejemplar siempre ha estado cargada de expectativas en todos los terrenos, incluidos los del afecto y el amor, no lo olvidemos (el problema es que eso de la “lógica patriarcal” cuando es invocada por el feminismo pasa a convertirse en un espantajo repulsivo, sin otro contenido que el de victimizar a la mujer y desvelar así la lógica feminista). Pero más allá de esta aclaración, repito si lo que quiere señalar Teresa Forcades es que no hay que confundir el instinto maternal de protección y cuidado con el amor parental, que no tiene género, mi acuerdo con ella es pleno.
“La niña al separarse de la madre… se da cuenta de que es como ella. Por eso, la mujer siempre creerá que es más ella misma cuanto más se asemeje a las personas que ama. …La mujer, cuanto más infantil, más actúa por miedo a la soledad.” “La mujer aprecia más el vínculo afectivo que su propia autonomía. Y si se ve obligada a elegir, sacrificará su autonomía por este vínculo.”
¿Siguiendo a Forcades debemos pensar que ese veneno letal para la identidad femenina que es el miedo a la soledad es una pieza más de ese diseño maquiavélico que han orquestado los hombres para someter a las mujeres?. ¿La lógica patriarcal lleva a los hombres (y a las mujeres sometidas a esta) a favorecer la identificación de las hijas con las madres y a volverlas dependientes y vulnerables afectivamente?. ¿Este proceder es el que ha instalado el miedo a la soledad en el corazón de las mujeres, predisponiéndolas a la sumisión y a la pérdida de autonomía?.
¡Caramba! No sé a ustedes, pero a mí este tipo de explicaciones me suenan a desbordamiento ideológico que no explica nada, más allá de lo peligrosos que pueden llegar a ser los hombres y su sibilina lógica patriarcal. Yo, la verdad, esperaba algo diferente de Teresa Forcades. Por ejemplo, que culturalmente se han instaurado como naturales patrones de conducta con raíces en el diferente sustrato neurológico femenino y masculino (“el punto de partida antropológico”), pero que no tenemos obligación de fijar indefinidamente, si somos capaces de concebir formas de convivencia e interacción más satisfactorias (“el punto de llegada utópico” del que habla Forcades en otros lugares). Ese enfoque me resulta más compartible, siempre y cuando no se menosprecie la carga biológica masculina o femenina que sigue condicionando a cada persona (el feminismo debe rendirse a esta evidencia; las cosas no son a veces como nos gustaría que fuesen, el suatrato biológico sigue ahí) y que merece ser tenida muy en cuenta a la hora de promover nuevos patrones de conducta[3].
Por otra parte, ¿hasta que punto Forcades habla del mundo en el que vivimos actualmente? ¿Vale para la sociedad catalana y española del 2007?. Lo digo, porque en mi entorno veo a multitud de mujeres solas –o con relaciones que no merman su autonomía- que se desenvuelven con notable soltura y sin traumas aparentes (¿no estará hablando Forcades del contexto eclesiástico?). Sin embargo, no puedo decir lo mismo de los hombres solos que conozco –solteros, divorciados, etc.- : todos están muy preocupados por encontrar pareja. La fragilidad y dependencia emocional del hombre actual me parece mucho más preocupante y, sin duda, se encuentra[4] en la base de los brotes de violencia contra la pareja, seguramente en mayor medida que el sexismo.
Y llegados a este punto, déjenme mostrar otro motivo de perplejidad. ¿Por qué las organizaciones feministas identificadas con el feminismo de la igualdad –del que Forcades se declara seguidora- ponen todas las trabas posibles a que los padres divorciados puedan compartir la custodia de sus hijos con las madres?. ¿Por qué esas organizaciones feministas que en teoría promueven relaciones de género equilibradas no favorecen que los niños y niñas dejen de ser sólo asunto de las madres?. ¿Saben que en el 99% de las separaciones la custodia es para las madres gracias a la labor de las feministas supuestamente opuestas la lógica patriarcal? A mí que me lo expliquen.
3. EL LASTRE DE LOS ESTEREOTIPOS DE GÉNERO DERIVADOS DE LA LÓGICA PATRIARCAL: EL ÉNFASIS EN LA AUTONOMÍA Y EL MIEDO AL AMOR, AL COMPROMISO Y A LA DEPENDENCIA.
"El niño se va separando de la madre dándose cuenta de que no es como ella, por eso creerá que es más él mismo cuanto más se distinga de las personas que ama. Y luchará siempre por su autonomía también respecto a sus seres queridos."
De nuevo, es de suponer que –según Forcades- a la lógica patriarcal le interesa que los niños crean que la conquista de su identidad masculina pasa por no depender de nadie y por distinguirse lo más posible de las personas que aman. Se supone que esos fantasmas siguen condicionando actualmente la vida de los hombres y de las mujeres que sin duda están sometidas a ellos. Ahí debe estar el problema.
Pero, reitero, en mi entorno lo que veo es a muchos hombres sometidos a sus parejas con un miedo horrible a quedarse y sentirse solos. Por otra parte... ¿ganar en autonomía no es acaso una obsesión que lacera tanto a las mujeres como a los hombres actuales, escindidos entre el miedo a la soledad y el miedo a la dependencia?.
ENTREVISTA
La Vanguardia, Lluis Amiguet, 17/10/2007,
"La mujer teme a la soledad; el hombre, a la dependencia"
TERESA FORCADES: Tengo 41 años. Soy benedictina y doctora en Medicina por la UB y la Universidad Estatal de Nueva York; me gradué en Teología en Harvard y en la Facultat de Teologia. Nací en Gràcia. "No se trata de lograr la etiqueta correcta, sino de respetar la identidad única de cada persona." "La era premoderna era teocéntrica: la religiosidad y la relación con Dios dirimía la jerarquía, por eso el poder patriarcal consideraba a las mujeres seres con menos espíritu.
Sólo los hombres hablaban con Dios.
Enla modernidad - de la imprenta a la Revolución Francesa- a las mujeres se nos reconoce esa capacidad espiritual, pero sólo porque ya no es importante, puesto que es el uso de la razón el que decide el reparto de poder, por eso, el poder patriarcal dice entonces de las mujeres... ¡que somos más religiosas porque carecemos de raciocinio!
Se trata siempre de ponerlas en su sitio.
Con el romanticismo, la libertad sustituye en jerarquía a la razón y el poder patriarcal dice entonces que la mujer es más dependiente y menos capaz de decidir por sí misma.
¿Y ahora?
Y ya en la posmodernidad, desde Mayo del 68, el valor más importante es la
diversidad y el policentrismo. Ahora el discurso patriarcal ya acepta que la
mujer es tan espiritual, tan racional y tan libre como el hombre...
Pero...
El pensamiento patriarcal se va enmascarando siempre para justificar la
subordinación de la mujer. Ahora dice que la mujer es superior - por causas
biológicas- al varón en amor, lo cual es la manera políticamente correcta de
decir hoy que su lugar natural es el hogar, con niños, ancianos y enfermos.
¿Y no es así?
Nuestra individuación infantil se produce en relación con la figura materna: la
niña al separarse de la madre también se da cuenta de que es como ella. Por eso, la mujer siempre creerá que es más ella misma cuanto más se asemeje a las personas que ama.
¿Y el nene?
En cambio, el niño se va separando de la madre dándose cuenta de que no es como ella, por eso creerá que es más él mismo cuanto más se distinga de las personas que ama. Y luchará siempre por su autonomía también respecto a sus seres queridos.
Entonces...
Por eso la mujer, cuanto más infantil, más actúa por miedo a la soledad, y el
hombre, cuanto más infantil, más actúa por miedo a la dependencia.
Por ejemplo.
La mujer femenina quiere lo que quieren los que ella quiere: si todos quieren ir
al mar, no irá a la montaña, aunque a ella le apetecía, porque los quiere a
ellos antes que a ella. La mujer aprecia más el vínculo afectivo que su propia
autonomía. Y si se ve obligada a elegir, sacrificará su autonomía por este
vínculo.
Veo que domina usted esas diferencias. Los hombres se quejan de que las mujeres en una relación de pareja se lo guardan todo en una lista mental y un día se lo sueltan a ellos en una retahíla de agravios y sacrificios: ¿eso es amor? No: es miedo a la soledad. El amor se justifica a sí mismo en cada momento sin esperar ninguna compensación. ¿Hace falta que le hable ahora sobre el miedo del hombre al compromiso y la dependencia?
¡Qué me va a contar!
Ni la feminidad de la mujer es amor ni la masculinidad del hombre es libertad.
Yo me inscribo en la tradición de teólogas feministas, que no femeninas, que ha desenmascarado ese discurso patriarcal desde sus inicios.
Lo he leído en su Teología feminista en la historia (Fragmenta).
Allí verá que ha habido otras teólogas que han ayudado a que el hombre supere su miedo a la dependencia y la mujer su miedo a la soledad y que han abierto el camino para que trabajemos juntos en ser mejores personas.
¿No debemos adaptarnos unos a otros?
Para convivir hombres y mujeres, extranjeros y locales, jóvenes y mayores, no se trata de que diluyamos nuestras diferencias en una mediocre sopa común, sino que aprendamos a convivir sin dejar de ser diferentes cada uno con su cultura, lengua, sexo o edad.
¿No es mejor ser de aquí que de allá?
No debemos ni clonarnos ni hay que tener la etiqueta correcta en cada momento y país, sino que debemos aprender juntos a saber gozarlas todas.
Entonces: ¿Dios es hombre, mujer o gay?
Dios está más allá de cualquier sexo, pero su imagen ha sufrido la proyección de los prejuicios de sexo del poder patriarcal.
Pero la mujer y la persona gay están subordinadas o incluso negadas en la Iglesia.
Hay decisiones morales que son absolutamente personales y por las que
se pedirán cuentas a cada persona.
¿Por qué no se ordenan mujeres?
No tendría mucho sentido conseguir que se ordenaran también mujeres sin cambiar las estructuras patriarcales de la Iglesia.
Usted era una brillante médica formada en EE. UU. ¿Por qué se metió a monja?
Vine aquí a Montserrat buscando tranquilidad para preparar el examen de Medicina Interna y descubrí y sentí que éste era mi sitio.
¿Tuvo usted un momento epifánico?
Las hermanas me pidieron , a mí, como médico una charla sobre el sida. Temí la ocasión.
¿Qué temía?
Que tuvieran reacciones excluyentes respecto a la homosexualidad, pero las
hermanas me preguntaron con infinito respeto y amor por los enfermos y por los homosexuales, que la Iglesia condenaba. Sentí que quería ser una de ellas.
[1] La discutible explicación oficial desde la óptica feminista es la siguiente: “Con el establecimiento de la agricultura y la ganadería surgió la necesidad de controlar los medios de reproducción. Se inició el control de la mujer por parte del hombre y se establecieron las relaciones de parentesco. El hombre se vinculó a la mujer y empezó a preocuparse de su manutención y de la de sus hijos. Posteriormente se instauró el matrimonio y el hombre liberó a la mujer del trabajo de búsqueda de alimentos para posibilitar un aumento del número de nacimientos. Así se inició la gran expansión demográfica y la dependencia femenina. El hombre tomó las riendas del poder y la mujer perdió sus derechos. Como consecuencia de la revolución patriarcal, se instituyó el matrimonio y la familia patriarcal. Surgió la división desigual entre los sexos, que relegó a la mujer al papel de procreadora, al tiempo que el hombre se responsabilizó de la búsqueda de alimentos.” Exposición “Dona, un cos, una vida” Barcelona, 2007, Fundació Santiago Dexeus, Comisaria: Isabel Cordero http://www.fundaciondexeus.org/cat/mujer1.html
[2] En su empeño por corregir esos excesos androcéntricos se ha sostenido que esas diferencias cognitivas y actitudinales –si existen- se reducirán a medida que la sociedad sea cada vez más igualitaria, restando así relevancia a las explicaciones biologistas (M. J. Barral e I. Delgado, 1998: “...las diferencias entre mujeres y hombres en ciertas capacidades cognitivas específicas han ido reduciéndose a lo largo de los últimos cincuenta años. Esta disminución de las diferencias estaría relacionada con una situación más igualitaria entre mujeres y hombres en el acceso a estudios, actividades laborales y actitudes sociales.”)
[3] Por ejemplo, si la neurología nos revela que el “cableado” del cerebro adolescente masculino se activa con las actvidades competitivas... ¿hemos de rechazar la competitividad en el aprendizaje y sustituirlo por el aprendizaje cooperativo, alegando que parece moralmente superior?. No sería más pertinente recuperar la competitividad entre los chicos y compensar sus excesos promoviendo la cultura del “fair play” (http://www.sportmagister.com/noticia.asp?id_rep=734).
[4] Junto a otros factores como su mayor fuerza física o su desesperación, a veces acompañada de brotes de agresividad descontrolados, sobre todo cuando siente desamparo y ve hundirse su limitado anclaje emocional, verdadero talón de Aquiles del hombre actual y que exige urgentemente un programa de reeducación.
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