Asistí ayer a la conferencia sobre “La habitación de los adolescente” impartida por Carles Feixa, en el marco de las jornadas que con el título “Adolescencia. Romper la incomunicación” ha organizado el Ámbito Maria Corral.
Es innegable que observar los cambios que ha experimentado la habitación del adolescente desde sus orígenes romántico burgueses (la vivienda urbana actual es un invento burgués que trunfó plenamente durante el Romanticismo y la industrialización[1], confinando las subjetividades individuales en celdas especializadas) hasta la actualidad, ofrece una perspectiva muy luminosa sobre los cambios protagonizados por la juventud desde entonces.
Feixa, que ya hace tiempo desarrolló el tema en diversos escritos, distinguió siete etapas:
1. La habitación del joven burgués.
Responde al modelo del museo personal, ordenado con aparente anarquía. El joven cobra conciencia de sus identidad acumulando objetos que tienen para él una poderosa significación y que alimentarán de energía su espíritu para afrontar su misión en el mundo.
La habitación de la joven burguesa parece más orientada a la confrontación con su bullicioso mundo interior. Conectando con sus emociones se predispondrá a afrontar su futuro matrimonio y el alejamiento definitivo de la casa paterna. El diario íntimo no puede faltar.
Pero, ya en el siglo XX, la habitación se convirtió sobre todo en un espacio dónde construir libremente la propia identidad, sin someterse al control paterno. Para las mujeres, ese espacio se convirtió en una reivindicación crucial.
Cuando Virginia Woolf escribió A Room of One’s Own (Una habitación propia),en 1929, pensaba sobre todo en la necesidad por parte de las mujeres de tener un espacio privado, no compartido, en el que poder empezar a construir una identidad personal autónoma e independiente en relación con la de sus padres, maridos y superiores. La reivindicación de una habitación propia no respondía tanto a unas necesidades materiales (que hasta entonces sólo respondían al modelo de la mujer escritora o burguesa) sino a unas necesidades simbólicas: dotar de ritos y espacios a un imaginario femenino emergente. Las imágenes del álbum fotográfico personal, los libros de la biblioteca particular, y las palabras del diario personal eran los lenguajes mediante los cuales se organizaba un museo de topografías íntimas (sobre el que habrían de basarse movimientos que ocuparían el espacio público, como las sufragistas y las feministas).
2. La austera habitación tradicional
Seguramente, la habitación “museo personal” con variaciones más o menos variaciones fue el modelo dominante entre las clases acomodadas hasta la década de 1960. Pero, confieso que las pocas habitaciones de compañeros con padres “ricos” que yo conocí (ya en los 70) lo cierto es que se caracterizaban por una notable austeridad, pequeños lujos aparte. No olvidemos que los chicos en los 40 y 50 leían “El joven de carácter” de Mons Tihamer Tóth
(http://es.catholic.net/biblioteca/libro.phtml?consecutivo=441&capitulo=5190)
¿Sabes que es el carácter? Un modo de obrar siempre consecuente con los principios firmes: constancia de la voluntad para alcanzar el ideal reconocido como verdadero; perseverancia en plasmar ese noble concepto de la vida.Lo que resulta difícil no es tanto formular estos rectos principios firmes para la vida, lo cual se consigue con relativa facilidad, sino el persistir en ellos a través de todos los obstáculos. «Es uno de mis principios y me mantengo en él, cueste lo que cueste.» Y como esa firmeza exige tantos sacrificios, por eso hay tan pocos hombres de carácter entre nosotros.No ser veleta, no empezar a cada momento algo nuevo; fijarse el objetivo y perseguirlo hasta el fin. Guardar siempre fidelidad a los propios principios, perseverar siempre en la verdad... ¿Quién no se entusiasma con tales pensamientos? ¡Si no costase tanto llevarlo a la práctica! ¡Si no se esfumasen con tanta facilidad bajo la influencia contraria de los amigos, de la moda, del ambiente y de mi propio «yo», egoísta y comodón!
En los sectores más populares, la habitación tradicional del chico o chica adolescente, sin embaro, fue en muchos casos una habitación compartida. Desde la primera comunión hasta la mili, o desde la primera comunión hasta el matrimonio, los hermanos sólo se separaban en función de su sexo. Me pregunto hasta qué punto la falta de intimidad y la imposibilidad material de entregarnos al narcisismo diletante, nos beneficiaron y/o perjudicaron.
3. La habitación del teenager (de James Dean a los Beatles)
En los años de 1960, con los movimientos de liberación juvenil que confluyeron
en después la contracultura, la reivindicación de una habitación propia pasó a ser el símbolo de un sujeto social emergente: la juventud.
Al principio, se trataba de empezar a conquistar espacios de autonomía frente a la generación de los padres, ya sea en el espacio público (del paseo por la calle mayor al reservado, del cine al cineclub, del baile tradicional a la boîte, del reservado a la discoteca), como en el espacio privado (de la habitación compartida a la habitación separada, de la habitación gobernada
por los mayores a la decoración propia, de la casa patriarcal a la casa intergeneracional).
Al principio los jóvenes empezaron a apropiarse emocionalmente de su
propia habitación, adornándola con pósteres de sus actores o grupos preferidos (James Dean, Marlon Brando, los Beatles, los Rolling Stones), con fotografías de sus amigos, con libros de formación o evasión que no recomendaban los padres sino los amigos (El diario de Dani, El Diario de Ana María, El señor de los anillos), con nuevas revistas juveniles (comics, revistas musicales, revistas de clubs de fans), con vestidos y material ornamental que ayudaban a crear una moda propia.
En la habitación uno podía invitar a los amigos, redactar cartas para novios o amigos, llevar un diario personal (guardado bajo llave), escuchar música (con el transistor que empezaba a transmitir las radio-fórmulas), e incluso organizar algún guateque (cuando los padres se marchaban de fin de semana y era posible apropiarse de toda la casa, aunque fuera provisionalmente).
El símbolo de este periodo es el Diario personal en el que abocan sus sueños, vetado a los padres. Aunque este proceso afectó más a la juventud de clase media, también los jóvenes trabajadores descubrieron el efecto narcisista de tener un espacio para consumir lo que el teenage market les empezaba a ofrecer.
Sin embargo, los padres seguían ejerciendo el control sobre este espacio,
fiscalizando lo que en él se guardaba y lo que en él se hacía (el uso del teléfono era inexistente o compartido). También ejercían el control de la economía juvenil (aunque estos tuvieran ingresos propios, eran los padres quienes lo administraban). http://www.ehu.es/CEIC/pdf
4. La habitación contracultural (de Kerouak a Reich)
Desde fines de los 60, los jóvenes empiezan a apropiarse definitivamente
de su habitación (de la que expulsan a sus padres). Los pósteres se transforman y politizan (de las estrellas de Hollywood a los cantautores de protesta, aparecen Mao, Marx y el que se convertiría en el emblema de la revuelta juvenil: el Che Guevara).
Al radiotransistor se añaden los primeros radiocasetes y tocadiscos (el pick-up), que empiezan a sustituir el juke-box como lugar público de la escena musical.
El volumen musical aumenta y los padres ya no tienen tanto poder para reducirlo ni pueden imponer qué suena. La decoración se hace más llamativa, en su vertiente kitsch, pop, hippie, progre o psicodélica.
El vestuario se radicaliza y las madres pierden su poder en la determinación del gusto estético de los hijos e hijas. En la biblioteca personal desaparecen las novelas rosa o de formación y aparece un nuevo tipo de literatura existencial (Kerouak, Hesse, Marcuse, Reich –la revolución social a partir de la revolución personal a través de la sexualida-) y de revistas contraculturales (los primeros fanzines), por no hablar de la prensa antifranquista clandestina (y de las vietnamitas). http://www.ehu.es/CEIC/pdf
5. Del piso de estudiantes a la comuna
En los años 70, con el reflujo posterior a mayo del 68, la vindicación
de una habitación propia deja paso a la lucha por una privacidad alternativa: pisos de estudiantes, buhardillas y comunas, compartidas por jóvenes de ambos sexos, se convierten en la nueva utopía.
La norma pasa a ser marchar de casa de los padres para construir una nueva privacidad comunitaria, por lo que la habitación propia deja de tener una importancia tan grande. Sin embargo, lo más típico de esta época es la conquista del espacio público, que tendrá su eclosión en el proceso de transición/reforma (el nombre que recibirá lo conocemos todos: la movida). La zona de vinos, la ruta por los pubs de la movida, se convierten en un nuevo hogar que se dota de significados íntimos.
6. La habitación postadolescente de Leonardo di Caprio o Jennifer López
Desde los años 80 se producen dos procesos paralelos: por una parte, la
eclosión del mercado del ocio y de espacios especializados en el consumo adolescente (es el tiempo de las tribus); por otra parte, el refugio en la habitación y la ampliación a la preadolescencia y a la última infancia de esta obsesión por un espacio autónomo.
Niños y adolescentes tienen cada vez más recursos económicos (transferidos
por sus padres) y como el espacio público de la ciudad se convierte cada vez
en más inaccesible para ellos (proceso de urbanización, desaparición del juego de calle, campañas de pánico moral, prohibición o retraso del acceso de los menores a los lugares de ocio, etc), redescubren las culturas de habitación que habían identificado a los jóvenes-adultos de generaciones anteriores (ahora ya no deben compartirlas con sus hermanos, pues el número de hijos por familia ha caído en picado).
En estos espacios concentran su consumo de ocio: juegos, comics, revistas de música o deportes, cadena hi-fi, fotografías, etc. Los ídolos retratados en los pósteres dejan de ser lideres políticos o artistas “comprometidos”, y vuelven a ser músicos de moda (Michael Jackson, Mecano), estrellas del cine (Di Caprio, Madonna), a los que se añaden los nuevos astros del deporte (Guardiola, Raúl). http://www.ehu.es/CEIC/pdf
7. La habitación digital de GH y OT.
En los últimos años la habitación de los adolescentes ha vuelto al primer
plano de la cultura juvenil, experimentado una gran metamorfosis. Como consecuencia de la emergencia de la cultura digital que hemos analizado, se ha hecho posible la comunicación interpersonal desde el propio espacio privado: del teléfono familiar controlado por los padres y situado en el comedor o en el pasillo se ha pasado
al teléfono celular personalizado que se puede usar desde la habitación; de la comunicación escrita por carta se ha pasado a la comunicación digital SMS, e-mail o chat.
Gracias a Internet, los adolescentes han aprendido a acceder a comunidades
virtuales que están mucho más allá de su habitación. Y gracias a los videojuegos (consola, Gameboy, Play Station), pueden practicar desde su casa lo que antes tenían que hacer en las públicas salas de juego. Se amortigua el conflicto generacional, pero aparecen nuevas brechas (cada vez más sutiles) que separan a padres e hijos.
Unos y otros comparten cada vez durante más tiempo el mismo espacio (si tenemos en cuenta el retraso en la emancipación familiar, están condenados a vivir más tiempo con sus padres que con sus futuras familias). Ya no están obsesionados en marchar del espacio compartido (entre otras cosas, porque no se lo pueden permitir) y buscan espacios propios que puedan compensarles: la cultura de la noche, los viajes y la habitación propia.
Un ejemplo muy ilustrativo de lo que venimos diciendo es el seguimiento
entre apasionado y lúdico que los adolescentes españoles hacen de programas como Gran Hermano o Operación Triunfo. Aunque no conozco todavía ningún estudio etnográfico sobre las audiencias frente a estos éxitos mediáticos, y aunque las reacciones son heterogéneas en extremo, pueden avanzarse algunas hipótesis al respecto.
De entrada, ambos programas tienen como protagonistas a jóvenes-adultos
(en otras palabras: solteros mayores de edad) que renuncian durante un tiempo a su privacidad (a su habitación propia) para exponerse frente a la mirada impávida de la televisión (sería divertido saber qué pensaría Orwell de este uso lúdico y voluntario de la gran máquina de poder absoluto que era el ojo del Big Brother de 1984).
Que estos chicos y chicas tengan una finalidad creativa (triunfar como cantantes) o bien ninguna (superar el tedio de no hacer absolutamente nada) no tiene en este caso ninguna importancia: lo relevante es que cuando llegan a la casa del GH (o a la Academia de OT) deben abandonar el reloj y el calendario que marcaba antes su ritmo cotidiano y entrar en otra temporalidad que se asemeja a la de la cárcel o la de la mili (aunque en este caso la reclusión sea voluntaria).
No es de extrañar que los guionistas de ambos programas (pues pese a parecer espontáneo lo que allí pasa tiene un guión más o menos rígido) se esfuercen a menudo en que la juventud así retratada represente determinados prototipos de género, edad, clase, etnicidad, o subcultura (el deportista, la pija, el macarra, la hippie).
Aunque al principio estos programas (sobre todo OT) fueron vistos como una ocasión para reencontrar la cohesión familiar perdida (“por primera vez en mucho tiempo padres e hijos vemos juntos un programa de TV”), los adolescentes son los que reciben un impacto más directo. Estos jóvenes-niños (menores de edad, que viven en casa de sus padres y sin relaciones amorosas ni profesionales estables) ven en los jóvenes-adultos de GH y OT (mayores de edad, en proceso de emancipación, a la búsqueda de una identidad amorosa y profesional) el modelo de que pueden/quieren llegar a ser (o bien de lo que no pueden/odian llegar a ser). Como las estrellas del rock en los 60, estos chicos y chicas son como ellos: pueden verse reflejados en sus inseguridades
y sus deseos de triunfar...
Deberíamos reflexionar sobre el significado de esta democracia electrónica: los adolescentes que todavía no pueden votar en las elecciones (y que cuando pueden hacerlos acostumbran a abstenerse) se vuelcan en estas votaciones digitales que les permiten hacerse la ilusión de que tienen capacidad de decisión (de que su voto cuenta para algo). Una ilusión que se alimenta de nuevo desde la habitación propia. http://www.ehu.es/CEIC/pdf
¿Cómo fue –o es- tu habitación adolescente amigo lector?.
[1] Históricamente, los jóvenes se habían caracterizado por no disponer de espacio privado. En la sociedad campesina acostumbraban a compartir la habitación (y a menudo también el lecho) con hermanos, sirvientes e incluso animales, bajo la estricta autoridad del pater familias. El proceso de urbanización no comportó mejoras: la vida cotidiana de los jóvenes tenía lugar sobre todo el espacio público (calles, tabernas,cafés). La sociedad industrial, que inventó la adolescencia, recluyó a los jóvenes burgueses en determinadas instituciones educativas (internados, colegios, asociaciones juveniles) e hizo lo mismo con los jóvenes obreros en otros espacios compartidos (fábricas, calles, cárceles). Aunque algunos movimientos literarios (particularmente el romanticismo) empezaron a concebir un nuevo Sigfrido adolescente que surgía de un espacio privado (un espacio del Yo), eran muy pocos los jóvenes que tenían una habitación propia, y todavía menos los que podían disfrutarla sin interferencia de los padres. Casi siempre la habitación era compartida por diversos hermanos y la vida se hacía fuera de la casa (Feixa, Carles: http://www.ehu.es/CEIC/pdf/16.pdf)
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