Tu cuerpo robusto y vencido retiene en cada repliegue la tersura de la vida y la memoria de sus gestos generosos.
Y ahora me lo confías sin remilgos, sin resistencia, abandonándolo dócilmente al quehacer de mis manos.
Noto el amor de tu piel en cada surco, en cada intersticio, en cada poro.
Me impresiona, mamá, la dignidad con que rindes las armas y dejas hacer al dolor.
Lo asumes y vives sin estridencia, sin combates inútiles, como parte de la vida.
Sólo vestida de ternura, veo en tus ojos que sabes, que das, que aceptas, que agradeces y perdonas.
Te lavo. Paso la esponja por todo tu cuerpo, por el vientre que me gestó y alumbró, por los pechos que me amamantaron.
En la galería, junto a la nevera de hielo, conseguías haces hablar a una pinza entre tus labios para animarme a comer la papilla.
Ahora sigues ahí, sentada en el pequeño sillón, inerme y silenciosa, regalando incondicionalmente toda la vida que te queda. Libando el néctar hasta dar la última gota de miel.
La pinza a veces vuelve a hablarme tiernamente y me dice cosas tremendas. La última me alcanzó especialmente: “procura no resultar odioso”.
Te dejas hacer y te regalas sin pedir nada a cambio. Parece que ya lo tienes todo.
¡Qué sensación tan extraña! Nunca imaginé que iba a cuidarte y que cuidándote, me seguirías cuidando.
5 comentarios:
Te brindo mi silencio, absolutamente cómplice.
Qué ternura. Es precioso que, de algún modo, os cuidéis mutuamente.
Un saludo amable.
Gracias Gregorio y Amaia. Siento vuestra compañía.
De vez en cuando entro a echar un vistazo. Siempre encuentro reflexiones sensatas y estimulantes. Nunca me había atrevido a intervenir. Hoy no me he podido contener.
Un abrazo, y gracias.
Gracias a ti. Tu comentario me anima. Otro abrazo.
Publicar un comentario