martes, septiembre 15, 2009

Hombres bloqueados. A propósito de "Gran Torino","The Visitor" y otras película recientes

Durante los últimos meses estamos asistiendo al estreno de algunas películas notables cuyos protagonistas son hombres emocionalmente bloqueados, en principio incapaces de asumir los cambios que la vida de les ha deparado y de reconducir sus vidas saludablemente. Sería excesivo decir que todas se centran en la crisis de la masculinidad tradicional, pero no cabe duda de que todas se aproximan a este tema en alguna medida. El ejemplo más claro es Gran Torino en la que Clint Eastwood nos presenta a Walt Kowalowski, un jubilado de la industria del automóvil y excombatiente de Corea que tras haber enviudado arrastra una vida amargada y huraña en un barrio que se ha transformado en un gueto de singulares inmigrantes asiáticos (los hmong) Kowalowski es un tipo duro –trasunto envejecido de aquel Harry Callahan “el Sucio” que dio tanta popularidad al Clint Eatswood actor- que ha acabado convirtiéndose en un viejo achacoso y crispado, siempre preparado con su rifle automático para defenderse de ese mundo hostil que en realidad abarca todo cuanto le rodea y no entiende (hijos, nietos, vecinos, etc.).


Kowalowski es un viejo “guerrero” enfermo y desubicado, que no ha sabido aceptar los cambios que la biología y las circunstancias de la vida le han impuesto, incapaz de despegarse de un pasado que le atenaza y de dar un rumbo positivo a los elevados niveles de testosterona que se pudren en su interior, a pesar de que su cronificada crisis andropaúsica debería haberlos reducido significativamente.


Pero su antiguo coraje se ha tornado en desconfianza y hostilidad permanente, su disciplina ha derivado en la obsesión neurótica de mantener siempre impecable su vivienda, sus taller y en especial ese coche – el Gran Torino- que ha convertido en su patrimonio más irrenunciable, porque le sigue devolviendo la cara luminosa de los sueños vencidos: es el objeto transicional, el bastón que le permite vencer la cojera vital que padece y compensar su terrible desvalimiento interior.


Para que Kowalowski fuera capaz de desprenderse de este objeto de apego, algo muy importante debería ocurrir en su interior y de eso precisamente trata la película, que nos explica como este viejo gruñón interiormente devastado abandona su bunquer solipsista, redescubre a los que le rodean, empieza a superar sus inercias neurotizantes y a reconquistar a través de ellos su autonomía y libertad interior y, en definitiva, a dar un sentido positivo a su existencia y a sanar así su alma.


De algo parecido trata la película The Visitor. Su protagonista, Walter Vale, también es un hombre mayor y viudo[1], sumido en un estado de crisis que parece insuperable. Pero, Walter es el anverso de Walt Kowalowski. En lugar de levantar y amurallar su casa-castillo, irritado con el mundo y siempre a la defensiva, Walter opta por invisibilizarse ante el mundo y parasitar la vida. Salvando las distancias, se parece a uno de esos “bartlebys” genialmente evocados por Enrique Vila Matas que arrastrados por una insolente inclinación a la nada se sumen en un silencio insuperable y definitivo. Walter Vale quizás en su mejor momento fue un profesor competente y respetable, pero desde que murió su esposa su vida ha perdido por completo su consistencia, y aunque no está todavía jubilado, en su interior Walter se ha despedido de su trabajo y de la vida, reservando sólo un atisbo de vitalidad para su obsesivo empeño en aprender piano a pesar de su escasas dotes (su profesora es clara al respecto), porque le permite evocar su vida vicaria al lado de su esposa.


Sin embargo, las circunstancias le van a obligar a alterar la rutina apática de sus días y enfrentarse a situaciones imprevistas. Walter ha conseguido que le reduzcan la jornada con la excusa de escribir un libro que jamás se ha planteado seriamente escribir, pero sus superiores, incapaces de seguir dando cobertura a su conducta fraudulenta, le piden que para guardar las apariencias al menos presente en un congreso una ponencia sobre sus supuestas investigaciones. A regañadientes Walter se verá obligado a abandonar su vegetativa vida provinciana y trasladarse a Nueva York, donde se albergará en un apartamento de su propiedad que hace años que no utiliza. Y allí comienzan las sorpresas que acabarán induciendo también al cambio a Walter.


Hasta el inicio de esa metamorfosis Val y Walter representan dos de las grandes tentaciones que acechan a los hombres cuando envejecen: la de la regresión malhumorada y defensiva hacia tiempos mejores (Val) o la del escapismo (Walter).


Y ambas estrategias también podrían contemplarse como un reflejo de los mecanismos de defensa dominantes en los hombres actuales –sobretodo en los que se enfrentan a las crisis de la mediana edad y la vejez-, incapaces de reconstruir su papel en el mundo cambiante que les rodea. A Val podemos contemplarlo como una metáfora de la masculinidad tradicional resistente que se atrinchera en sus posiciones, atribuyendo sus problemas a los demás y obviando cualquier posibilidad de diálogo; y a Walter como una metáfora de esa otra vía que consiste en evitar conflictos, negar consistencia a la propia identidad y hacerse invisible hasta prácticamente desaparecer. A cualquiera le bastaría con echar una rápida ojeada en su entorno para encontrar representantes de ambas tendencias.


Por supuesto, semejante lectura es sólo una de las muchas que admiten estas dos magnificas películas[2], tan ricas en matices y sugerencias, pero proponerla me parece pertinente porque los problemas que implica rearticular la condición masculina actualmente todavía no cuentan con directores que los formulen de manera explicita y, de momento, sólo aparecen tangencialmente, aunque cada vez con más frecuencia, como después señalaré.

Por otra parte, Val y Walter no hacen más que ejemplificar conductas características de las crisis andropaúsicas mal resueltas y que según la psicología evolutiva tienen como manifestaciones el desasosiego, el malhumor y la irritabilidad[3]; pero también una pérdida de confianza en el propio poder y capacidad, acompañada de una la disminución de la energía y de la motivación para seguir compitiendo y luchando, que pueden cristalizar en una pérdida de ilusión por la vida y en un estado depresivo más o menos generalizado. Se trata de crisis que con frecuencia pasan inadvertidas porque sus propios protagonistas las niegan o las encubren tras circunstancias o cambios enmascaradores (de trabajo, de pareja, de…), como si la causa del malestar fuera algo externo. Sin duda, nos falta todavía alfabetizarnos más en psicología evolutiva y aprender a identificar las características específicas de cada etapa vital, y en especial cuando se trata de los hombres porque se ha tendido a ignorar la relación entre sus patologías psíquicas, el género y la edad.


Es evidente que la causa del estado de crisis en que se encuentran Val y Walter es interna y no externa. Ambos han enviudado y a ambos la pérdida de su mujer les ha arrebatado la última posibilidad que les quedaba de seguir sintiéndose verdaderamente significativos e importantes, pero es fácil intuir que la viudedad no ha hecho más que agravar una crisis que tiene raíces más profundas. En algún momento de sus existencias, Val y Walter debieron empezar a sentirse insatisfechos con sus vidas, a pensar que les habían tocado malas cartas o que no las habían sabido jugar, a no encontrar el acomodo idóneo para su manera específica de desplegar su masculinidad, a sentir que no ocupaban en el mundo el espacio que les correspondía en tanto que hombres. Faltan todavía estudios sobre masculinidad y vejez, pero son muchos los autores que señalan la sensación de pérdida o de déficit de poder como uno de los factores decisivos que conducen a muchos hombres a estados de desconcierto, asilamiento, abandono y autodestrucción. Basado en la biología y/o en la cultura, parece que el mandato de sentirse importante gravita de forma especial sobre los hombres en su acceso a esta etapa de la vida.

Afrontar la vejez desde la percepción de estancamiento o merma de relevancia se convierte es un trance especialmente difícil para los hombres, sobre todo si tenemos en cuenta que suele ir acompañado de otro ingrato descubrimiento muy ligado a la construcción de su género como es la debilidad de los vínculos y de los estímulos, más allá de ese trabajo que ahora ya no les satisface tanto. Las mujeres suelen llegar a este período con una vida extralaboral bastante más rica y activa y no es extraño que, si la relación es buena, la pareja se convierta entonces en su último refugio y engarce con el mundo. Esa es sin duda una de las razones más poderosas por las que el hombre tiende más a reemparejarse, cuando pierde a su cónyuge.


Pero además de conmociones psíquicas, el tránsito a esta nueva etapa de la vida también comporta un paulatino declive físico (decaimiento sexual, problemas con las articulaciones y la musculatura, problemas cardiacos de distinta índole e intensidad, leves deterioros de la memoria, ligeros déficits de vista y oído, problemas de sueño, etc. )[4], que más allá de posibles estrategias distractivas sigue su curso inexorable. Algunos hombres intentan reafirmarse en su masculinidad, emparejándose con una mujer joven, opción que explica muchas de las infidelidades y rupturas matrimoniales de la mediana edad. Otros focalizan su atención en el ámbito profesional e intentan reafirmarse con nuevos logros en su carrera profesional, muchas veces a costa de la salud.


La andropausia y el envejecimiento se nos presentan, por tanto, como procesos en los que los cambios psíquicos y físicos se dan la mano. Hoy sabemos que en los hombres de a partir 40-55 años la hipófisis comienza a segregar menos cantidad de testosterona y hormonas gonadotropinas (hipogonadismo hipogonadotropo) y que esta menor estimulación de la gónadas se traduce en una pérdida de vigor sexual.Los psicólogos jungianos que asocian la energía fálica a la fuerza creativa propia de la masculinidad adulta, han intentado abordar los análisis de esta etapa esta doble perspectiva. Según ellos, una vez alcanzada la mediana edad, ya no se trataría tanto de dispersarse insistiendo en las dinámicas de la etapa precedente, como de aceptar la nueva situación, e invertir las energías en conocer las raíces del propio obrar y pensar, de descubrir lo no vivido, negado y reprimido hasta entonces y de convertir el diálogo con su sufrimiento en una vía para reequilibrarse sabiamente y reinstalarse en la vida integrando su inconsciente. Sería el momento de la relativización de su persona (afirmada hasta entonces a costa de la represión del inconsciente), de la aceptación de la sombra, de la integración del animus (parte masculina) y el ánima (parte femenina) , del crecimiento interior y de la apertura serena al prójimo. Aferrarse a las pautas de la juventud en ese momento es un error lamentable y un esfuerzo vano y contraproducente. “El que se agarra crispado a su vida, pierde la relación con su curva vital psicológica y biológica” dice Jung y añade:


“¿Quién no conoce a esos conmovedores hombres mayores que evocan constantemente sus tiempos de estudiantes y que solamente en esa memoria de sus heroicos tiempos homéricos pueden encender la llama de la vida, pero que por lo demás están acartonados en un filisteísmo sin esperanza”


Otro peligro es desatender el trabajo interior con el ánima, porque pueden producir tanto estrechez de miras, inflexibilidad, endurecimiento o incluso reformismo gratuito, como falta de vivacidad, dejadez, apatía y abandono:


“aparece por regla general endurecimiento precoz cuando no frialdad, actitudes estereotipadas, unilateralidad fanática, amor propio, espíritu de cruzada o lo contrario: resignación, cansancio, negligencia, irresponsabilidad y finalmente un “ramollissement” pueril con inclinación al alcohol” [5].


Será necesario o no llegar a la crisis de la media vida para descubrir la propia personalidad, pero el caso es que tanto Walt como Walter se hallan en esta situación. Ambos parecen reproducir muy bien los dos extremos patológicos de los que habla Jung cuando se refiere a los hombres que no cultivan su ánima. Y en ambos casos el encuentro y reconciliación con esa dimensión de sus existencias se va a producir de forma abrupta e imprevista en la que no faltará la mediación determinante de mujeres significativas. En el caso de Walt, el intento de robo de su coche por parte de su vecino Taho, un inmaduro muchacho de la etnia hmong, le permitirá trabar relación con Sue, su joven y sensata hermana, y gracias a ella librarse de sus prejuicios sobre sus vecinos y descubrir que “en ellos tal vez están los hijos que le abandonaron” (en palabras de Clint Eastwood). En el caso de Walter, el encuentro con los inmigrantes ocupas de su piso neoyorkino le llevará a relacionarse con la abnegada madre del sirio Tarek y con su novia, una chica callada que teme ser abandonada. Esas relaciones serán determinantes sobre todo a partir de la kafkiana detención de Tarek, poco después de un concierto callejero de djembe en el que también interviene Walter, porque Tarek ha conseguido sacarle de su estado depresivo contagiándole su pasión por la práctica de este instrumento de percusión (Walter por fin descubre que lo suyo es la percusión y no el piano –nunca es tarde-).


En ambos casos para salir de sus respectivos bloqueos será necesario que la percepción del dolor ajeno les despierte, y les rescate de su propio sufrimiento. Hasta entonces, Walt y Walter se habían dejado secuestrar por el peor de los carceleros: el dolor negado porque siquiera es identificado y reconocido como tal. Los budistas distinguen entre dolor y sufrimiento. El dolor es la señal física o mental de un malestar y su intensidad y duración puede variar enormemente. El sufrimiento surge de la resistencia interna a ese dolor y es más penoso cuanto mayor es la resistencia, o, dicho de otro modo, el sufrimiento es dolor multiplicado por la resistencia. Esta resistencia puede ser física o mental, consciente o inconsciente, pero suele alcanzar sus cotas más intensas y desestructurantes sobre todo cuando es mental e inconsciente porque en esos casos el círculo de la resistencia se retroalimenta fatalmente. La solución propuesta por los budistas es abrirse al dolor”, es decir dejar de ofrecer resistencia, dejando de lado nuestros juicios y relajando mente y cuerpo al máximo. Pero el problema se complica cuando la resistencia es inconsciente y no tenemos control sobre ella. El dolor negado, no reconocido o no asumido queda retenido y convierte a sus víctimas en sus rehenes, enclaustrándolas en un círculo maligno que las aísla en su mundo y las separa de la experiencia de los demás. En la tradición cristiana y siguiendo a San Agustín el mal se identifica con la curvatio in seipsum, el “curvarse hacia uno mismo” un torcido centrarse en sí cerrado a la otredad y la trascendencia. Desde esa perspectiva hay una correlación entre dolor negado, sufrimiento, aislamiento y mal. Se trata de un círculo vicioso del que puede resultar muy difícil salir sin ayuda externa, sin un prójimo que nos muestre el camino de salida. Y ese otro en ambas películas es alguien que padece y que necesita apoyo. La exposición al dolor ajeno se convierte tanto para Walt como para Walter en la vía para abrirse al propio dolor y de superarlo empleando sus energías no en resistencias inútiles y paralizantes, sino en beneficio del otro, de los demás. El dolor aunque no desparezca pierde de ese modo sus aristas más hirientes, su sinsentido. Se trata, de seguir el itinerario de otra alma desde el alma propia y en definitiva, de abrirse al juego amoroso, al amor entendido como “una radical despotenciación del yo, cuyas fábulas de identidad van a tener en adelante que vérselas con el otro.”, un implicarse, un “arriesgar la vida en una donación de sentido a una parte del cosmos”.[6] Joan Carles Mèlich siguiendo a Emmanuel Levinas habla de otro que “interrumpe el tiempo de la propia subjetividad, del Ego, lo descentra de su individualismo y de su egocentrismo, de su logocentrismo y de su narcisismo”[7] En la intimidad sufriente que se relame las heridas narcisistamente recluida en si misma, irrumpe el Otro como interrupción y epifanía que quiebra las inercias de la subjetividad solipsista e invita al descentramiento del yo, a la relacionalidad entendida como responsabilidad, al ejercicio de la compasión y de la misericordia[8]. Es la voz ética que reclama respuesta y que fundamenta las éticas de la alteridad, del cuidado, de la compasión, de la acogida, de la hospitalidad, de la solidaridad, de la fraternidad, de la vida[9]. Andrés Ortiz-Osés habla de ética de la implicación o de la coimplicación, que hace referencia precisamente a la actitud del hombre como “implicador implicado en la (re)creación del mundo” a través del amor, archisímbolo del sentido, proyección aferente y apertura radical a la otredad. El amor actúa como la Instancia suprema que nos invita a afirmarnos en otro que nos coafirma o confirma, divinidad-cómplice[10] que nos alienta a la concreación del mundo y nos habla a través de los símbolos de coimplicación[11] y fatriarcalismo. Muy oportunamente Ortiz Osés cita el poema “Trasvida” de José Hierro:


Después de todo, todo ha sido algo

realizado en favor de alguien:

aunque responda a diferente quién,

lo importante es que ha valido de algo.

Algo ha valido porque aún vale algo

lo que se hizo por quién sabe quién:

algo valió la pena hacer por alguien

para no reducirlo a mero algo.

Algo quedó de lo que fuera algo

realizado a favor de un quién

aunque sólo fuera algo de algo.

Qué más da que no fuera más que algo,

si permanece bajo el algo el alguien

que supo hacer con persona un algo.

(Que algo es algo para el quien de alguien) [12]


Como ya he dicho, Walt y Walter parecen concebidos para hacernos reflexionar sobre la condición humana en general y no tanto sobre la condición masculina en particular. Pero más allá de las posibles intenciones de los directores y guionistas, el caso es que Walt y Walter son hombres cuyas circunstancias y situaciones reflejan los problemas y frustraciones propias de los hombres en la edad madura en tránsito a la vejez como ya he señalado anteriormente, y de algún modo también las inercias masculinas en la encrucijada actual.


En cualquier caso y aunque el propósito de estas películas haya sido el de incidir en males actuales como el individualismo, la tendencia al aislamiento, la falta de contacto con la propia intimidad, el bloqueo emocional o la falta de solidaridad e insuflar nuevas esperanzas postulando la apertura al otro, la elección de dos hombres envejecidos y frustrados como metáfora y paradigma del individuo contemporáneo no es en absoluto inocente. Es ya un lugar común atribuir los malestares del ser humano actual a una cultura de cuño patriarcal que ha hecho de la razón, la ciencia y la técnica sus emblemas y que nos ha conducido a un mundo de individuos aislados, desconfiados e insolidarios, caracterizado por las relaciones de explotación y de dominio.

De acuerdo con este planteamiento, la salida de esta profunda crisis sólo será posible dejando emerger las conductas y los valores de matriz femenina (apertura, cuidado, fraternidad, solidaridad, ...), sofocados o negados en la práctica por este mundo de impronta masculina, que sólo los invoca de manera retórica. No olvidemos el papel mediador y sanador que desempeñan las mujeres en ambas películas.


Sin embargo, bastaría un examen mínimamente exigente para advertir la arbitrariedad de este esquema tramposo, simplificador y maniqueo, que se repite sin cesar en multitud de productos culturales, quizás porque su osada parcialidad lo hace especialmente seductor. Atribuir preferentemente a las mujeres unos valores que son universales[13], naturalizarlos en femenino es un exceso difícilmente justificable, ni siquiera como eco degradado y sesgado de la teoría del animus y el anima jungianos o de la doctrina oriental del ying y del yang, que siempre presentan los dos principios interactuando en cada individuo. Los valores son invitaciones a superarse de matriz ni sólo femenina ni sólo masculina, dirigidas tanto a mujeres como a hombres. Otra cosa muy distinta es que hombres y mujeres los realicen y modulen de manera distinta. Precisamente esta postulación agenérica de los valores que cada persona asume y realiza desde sus peculiaridades es una de las aportaciones más interesantes de la cultura occidental. Como explica Sergio Sinay[14] no se trata de que los hombres incorporen ahora los valores femeninos, sino de que desarrollen los valores postergados en los modelos de masculinidad vigentes y de que lo hagan desde las peculiaridades de su condición masculina (y lo mismo cabría decir de las mujeres). Vivimos momentos de cambio acelerado que están suponiendo la destrucción y/o trasformación de las antiguas formas de sociabilidad e instalación en el mundo, situación que nos obliga a replantearnos qué valores nos conviene potenciar en esta particular coyuntura histórica y, por supuesto, a revisar los modelos de masculinidad y feminidad vigentes, asunto en el que el margen de maniobra no es absoluto -como pretende la ideología de género-, pero sí muy grande. Valores que parecieron prioritarios en otras épocas quizás deban perder peso o reformularse en otros términos, porque han perdido parte de su funcionalidad en las circunstancias actuales.


Pero este reto será muy difícil de afrontar desde un discurso que asocia la promoción de estas nuevas pautas de conducta a un combate entre los valores de las mujeres (buenos) y los valores que de los hombres (malos), y que para justificarse históricamente crea el mito de un pasado matriarcal idílico clausurado por una colosal conspiración de los hombres y la violencia posterior del patriarcado opresor. No se le puede negar al feminismo radical su habilidad para rentabilizar el vacío y desconcierto ético creado por los traumáticos cambios actuales y erigirse en portador de una buena nueva[15] que avala sus tesis y sirve espléndidamente a sus intereses, pero es evidente que su doctrina maniquea sólo contribuirá a reforzar la idea de la malignidad de la condición masculina y a confundirnos todavía más. Su mixtificación de la historia además contribuye a crear la ilusión de que las mujeres sólo han ocupado la posición de víctimas oprimidas e incontaminadas en el pasado, obviando que también ellas han contribuido a edificar y mantener el antiguo orden de las relaciones de género; que su implicación en esas estructuras de larga duración las modeló poderosamente; y que, por tanto, también ellas deberán hacer un esfuerzo personal notable para cambiar y hacer realidad nuevas articulaciones de los valores.

Sin embargo, el éxito de tales planteamientos lleva habitualmente a situar a las mujeres en el bando bondadoso y a los hombres en el malvado. Lo contrario sería contravenir las leyes de la corrección política vigente. Si revisamos estas u otras películas similares veremos que son los hombres los que suelen aparecer como culpables de todos los males y casi nunca como víctimas y, si lo hacen es a causa de su propia masculinidad o, en el mejor de los casos, de la masculinidad ajena, personal o estructural. En contraste con ellos, las mujeres suelen aparecer como víctimas / o mediadoras / o salvadoras, trasladándose el mensaje de que la única opción éitcamement tolerable para los hombres es la de luchar por su propia desmaculinización y la de la sociedad en su conjunto.


Una película reciente que ejemplifica muy bien este esquema es por ejemplo la alemana Los cerezos en flor, en la que aparece Rudi, insignificante funcionario de una pequeña población rural alemana, que representa a las mil maravillas a esos convencionales patriarcas, a los que su discreción e inconsciencia no absuelve en absoluto de las carencias, renuncias y sufrimientos que provocan a su familia –su mujer e hijos- sus actitudes ególatras, distantes y enajenadas, tan típicamente masculinas. Los hijos ya se han independizado y él ahora vive regaladamente gracias a Trudi, su abnegada mujer, que le sigue mimando con primor. Cuando se le descubre un tumor maligno que hace preveer un rápido desenlace fatal, su esposa opta por ocultarle la situación y ofrecerle un final lo más satisfactorio y feliz posible. Ambos realizan una frustrante visita a sus hijos que viven en la ciudad, en la que se hacen patentes los problemas de comunicación con los hijos derivados del solipsismo invencible del padre, algo que sólo su mujer ha sabido manejar (un esquema muy conocido) y después viajan a una población de a costa para pasar unos días. Y allí ocurre lo imprevisto. No es el quien muere, sino su mujer trastocando el curso de los acontecimientos que parecía más previsible. Repentinamente, este hombre que ignora su grave enfermedad física pero sobre todo las lacras de su alma, se descubre sólo y desarmado, sin la mediación de esa mujer que le mantenía conectado a la vida y le permitía seguir sintiéndose alguien. Será entonces en ese estado de desolación cuando conseguirá hacerse cargo de las renuncias que aceptó su mujer para hacerle feliz, asumir su condición culpable e iniciar su proceso de redención. Otras mujeres –primero, una amiga de su hija que compartía aficiones con su mujer y, después, una misteriosa artista callejera que hace las veces de un hada madrina- serán decisivas para acompañarle en su proceso de conversión y redención que pasará por hacer realidad los sueños sacrificados por su esposa. En definitiva, una parábola que ilustra muy bien el “desinteresado” itinerario salvífico que se ha concebido para los hombres

desde la buena nueva feminista.


La insistencia en este esquema maniqueo ha acabado por silenciar al hombre inocente que sufre en cuanto hombre, que es víctima porque es hombre[16]. Mostrar este tipo de sufrimiento se ha convertido en pornográfico, en un nuevo tabú. El dolor asociado a la masculinidad sólo esta permitido mostrarlo desde la culpabilidad, nunca desde la inocencia ni desde de la condición de víctima. No hay palabras para nombrar y narrar los sufrimientos de los hombres inocentes, de los hombres víctimas, para aliviarles, para describir los espacios y tiempos habitados por su dolor, para describir los nichos en los que se estanca y concentra su sufrimiento (pisos compartidos por divorciados sin apenas recursos, grupos de hombres, tribunales, cárceles, o los lugares de toda índole dónde tantos hombres se evaden y narcotizan). ¿Para cuando por ejemplo una película que reflejen las tribulaciones de los padres divorciados a los que se les hurta la posibilidad de ejercer dignamente paternidad? ¿Para cuando películas traten sin tapujos de maldades femeninas? ¿Para cuando películas que presenten las cárceles no sólo tanto como un escenario marginal más o menos exótico, sino sobre todo como receptoras de un fracaso genuinamente masculino? ¿Para cuando películas que presenten a los chicos como perdedores en la etapa adolescente?. ¿Para cuando películas que muestren a esos hombres que diariamente arriesgan sus vidas en trabajos casi exclusivamente masculinos? ¿Para cuando películas que den un valor positivo al dolor de hacerse hombres y lo enmarquen en un proceso positivo de crecimiento y maduración?


Las únicas películas recientes que parecen adoptar esta perspectiva (Nick y Norah, El Pagafantas o la ya más antigua Más vale pena que gloria) se sitúan en la etapa de la adolescencia[17] y lo hacen con más condescendencia que empatía, desde un distanciamiento irónico o burlesco que les lleva a insistir en un tópico humorístico explotado hasta la saciedad: el efecto ridículo que produce un hombre que fracasa reiteradamente en su intentos por construirse y afirmarse como hombre. No es malo desdramatizar, pero no cabe duda que la tarea de hacerse hombres merecería también otras miradas más cómplices y potenciadoras, que animaran a desarrollar los valores positivos de la masculinidad.



[1] Es llamativa la escasez de literatura especializada sobre la viudedad masculina, a pesar su interés extraordinario para conocer los problemas de la masculinidad adulta. La lectura del siguiente texto nos puede dar alguna idea de ello: Crónicas de la Vejez de por Artesano J. F.

http://es.geocities.com/artesanojf/cronicas_de_la_vejez.pdf

Sobre cine y vejez puede consultarse: “La imagen de la vejez en el cine" http://www.uv.es/seoane/boletin/previos/N83-1.pdf

[2] Es interesante la interpretación sugerida por algunos críticos que presenta a Walter como una metáfora de la ciudadanía estadounidense encerrada en sí misma y entregada a una supervivencia escapista desde la conmoción del 11 de septiembre.


[3]Se habla de Síndrome de irritablidad masculina (SIM) para referirse al “conjunto de síntomas que padecen los varones alrededor de los 40 o 50 años, especialmente la labilidad emocional e hipersensibilidad y que pueden estar disimulando un cuadro depresivo. Lo que ahora se conoce como SIM es algo que se venía observando hace un par de décadas en ese segmento etario masculino, con signos de disminución de la vitalidad, cambios en el humor y frustración existencial. Muchos asocian este cuadro a un problema endocrino: la disminución del nivel de testosterona asociado a la edad. Se estima que el cambio de este nivel de manera normal a partir de los 40 años es de un 1,5 % anual y que cuando este guarismo es superior y se combina con otros síntomas estamos en presencia de la andropausia. Estos síntomas son fenómenos observables: disminución del deseo sexual, disfunción eréctil, alteraciones en el estado de ánimo, fatiga, somnolencia, desconcentración y reducción de la capacidad intelectual, ansiedad y depresión.”


[4] Kusnetzoff, Juan C.: Andropausia Editorial Del Nuevo Extremo, 2001, http://books.google.es/books?id=jVpvhQBCJR0C&dq=andropausia&source=gbs_navlinks_s

[5] Estas citas Jung proceden de GRÜN, Anselm: La mitad de la vida como tarea espiritual: La crisis de los 40-50 años, Narcea Ediciones, 1998. Allí se reproduce otro texto interesante de Jung sobre se queja de las alabanzas a los hombres viejos que se comportan como jóvenes, actitudes a las que él califica de: “descalabros psicológicos de la naturaleza, perversos e incongruentes. Un joven que no lucha y vence ha derrochado lo mejor de su juventud y un viejo que ante el misterio de los arroyos que descienden sonoros de la cumbre no sabe escuchar es un sinsentido, una momia espiritual, no es más que un pasado anquilosado, Permanece fuera de su vida repitiendo maquinalmente hasta la más superficial de las vulgaridades.” (p. 102). Fueron los hindúes los primeros en distinguir tres épocas en la vida de las personas. Una primera de crecimiento, la segunda de actividad y de proyección y la tercera de búsqueda interior de si mismas. De esta división también se hace eco Ortega en su teoría de las generaciones.


http://books.google.es/books?id=YV7I2DzcQc8C&dq=grum+mitad+de+la+vida&printsec=frontcover&source=bl&ots=GQddhym5xR&sig=Qy-53XVv7cdQbBWeQ8dn


[6] BAYÓN Fernando Para una hermenéutica del alma, Universidad de Deusto-Bilbao, http://e-spacio.uned.es/fez/eserv.php?pid=bibliuned:20572&dsID=para_una_hermeneutica.pdf

[7]MÈLICH, Joan-Carles: Totalitarismo y fecundidad: la filosofía frente a Auschwitz, Anthropos, 1998, p. 112 http://books.google.es/books?id=RKUMZuOkF64C&printsec=frontcover&hl=ca#v=onepage&q=&f=false

[8]DUCH Lluís Llums i ombres de la ciutat, L'Abadia de Montserrat, 2000 vol. 3 – 2000, p. 350-351.

http://books.google.es/books?id=VropSCHQOOsC&pg=PA350&dq=melich+duch&ei=p8-SSoS2FZLYygTdyZW3Bw&hl=ca#v=onepage&q=&f=false

[9] http://www.konvergencias.net/eticadelvahe.htm, http://www.bioeticaweb.com/index2.php?option=com_content&do_pdf=1&id=4690. Entre los autores que las propugnan se encuentran Arthur Schopenhauer, Martín Buber, Max Scheler, Emmanuel Mounier, Apel, Jürgen Habermas, o el filósofo español Daniel Innerarity.

[10] El gran problema teológico es haber reificado a Dios: pero Dios no es realmente sino idealmente, no tiene realidad sino surrealidad, no tiene ser ni estancia porque es una instancia: la primera y última instancia”. EnORTIZ-OSÉS, Andrés: Amor y sentido: una hermenéutica simbólica

[11] Philippe Walter (http://www.cccb.org/es/autor-philippe_walter-32932 http://store.innertraditions.com/Contributor.jmdx?action=displayDetail&id=1518), un autor muy apreciado por Ortiz-Osés, habla a partir de las últimas investigaciones neurológicas de un alfabeto o código cortical en el cerebro humano que estaría en la base de nuestros símbolos compartidos y en definitiva de los universales humanos. Véasehttp://www.cccb.org/es/curs_o_conferencia-universales_humanos-29885. La confluencia de esta línea de investigación con las aportaciones de los estudios lingüísticos y la antropología simbólica puede ser muy fructífera. Por cierto, sería muy interesante reemprender desde esta nueva perspectiva el estudio de las diversas formulaciones de la condición masculina y la condición femenina (y de las relaciones entre ambas) e intentar deducir cuáles son las constantes susceptibles de ser consideradas universales en el modo de concebirlas.


[12] Ortiz-Osés, Andrés: Amor y sentido: una hermenéutica simbólica, 2003, http://books.google.es/books?id=kHd_2KNJ8AgC&dq=Amor+y+sentido:+una+hermenéutica+simbólica&printsec=frontcover&source=bl&ots=k9yZCaH6uU&sig=vaZU_Tli1s1n8b-Gfr6pUc58xss&hl=es&ei=OyqxSvzZD5WM4Aan0K2CDg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1#v=onepage&q

[13] El discurso de los valores femeninos tiene ya un largo recorrido y está muy ligado a la noción de patriarcado -de la que ya me ocupé en posts anteriores- acuñada por el feminismo cultural (http://www.funjdiaz.net/folklore/07ficha.cfm?id=2175). Una escritora que ha contribuido a su articulación y exitosa difusión ha sido Riane Eisler, autora de betsellers como El caliz y la espada o El placer sagrado, en los que siguiendo a autoras tan cuestionadas y desacreditadas como Marija Gimbutas especula sobre un paradisíaco pasado matrístico, caracterizado por el culto a la diosa madre y valores solidarios que ella llama gilánicos que propician las relaciones igualitarias y amorosas. Según Eisler, ese mundo idílico fue violentamente sustituido por otro basado en el nuevo régimen del patriarcado o “androcracia” y por su organización jerárquica y sus relaciones de sumisión y dominio, modelo todavía vigentes en casi todo el mundo. Son numerosas las feministas que desde la comunidad científica han criticado este intento de disfrazar de ciencia la falacia de un pasado matriarcal y de desarrollar así un nuevo pensamiento mítico acorde con su causa (“el nuevo mito de nuestros tiempos”). El conocido psicólogo Claudio Naranjo, autor de la obra La agonía del patriarcado, ha recogido y sintetizado los últimos desarrollos sobre esta pesudohistoriografía New Age para avalar sus reflexiones sobre los males del mundo actual en Sanar la civilización (ediciones La Llave, Vitoria-Gasteiz, 2009), obra en la que propone iniciar una nueva etapa atrás etapa no basada en la mente patriarcal, sino en el desarrollo de la conciencia individual que equilibre los tres amores que se corresponden con nuestros tres cerebros o tres personas interiores -padre, madre e hijo- (al cerebro instintivo o reptiliano corresponde el Eros; al cerebro emocional o cerebro medio -que es el cerebro mamífero-, el ágape; y al cerebro propiamente humano o neocórtex, el “amor valorizante”, que mira al cielo, a diferencia del “amor instintivo” que mira la tierra, o “el amor materno” que mira a la cría). Naranjo siguiendo a Joseph Campbell llega a precisar el momento en que se abrió camino la mente patriarcal: la Edad de Hierro, a finales del II milenio a. de C.

Otras referencias:

http://webs.uvigo.es/pmayobre/textos/maria_novo/la_mujer_como_sujeto_sujeto_o_realidad_maria_novo.doc

http://www.google.es/search?hl=es&q=+"valores+femeninos"&btnG=Buscar&meta=

http://www.pensarpensar.org/joomla/content/view/61/41/

[14] SINAY, Sergio: Esta noche NO, querida, El fin de la guerra de sexos y la aceptación de los valores masculinos, edit. RBA, Barcelona, 2006, p. 167.

[15]La pretensión arcaizante de crear en estos tiempos otra nueva fe con sus correspondientes nuevos mitos que tergiversan la historia, unida a la postmoderna de deconstruir rigurosamente el pasado patriarcal, constituye una provocación en toda regla.

[16] Creo que no hay mejor test para evaluar la fiabilidad ética de una doctrina que la de analizar si contemplan en su despliegue el sufrimiento de los que no encajan en sus principios y objetivos o prefieren ignorarlo. En ese sentido, el feminismo en el poder hasta ahora se ha caracterizado en sus políticas y desarrollos legislativos por su notable indiferencia al sufrimiento del hombre, al que demás se ha situado permanentemente bajo sospecha.

las circunstancias particulares realiza desde la despliegue va acompañada de indiferencia al sufrimiento de dolor comporta la culpabilización indiscriminada de determinadas personas y seres humanos importantes persoimportantes aplicación justifica el sufrimiento de inocentes.

[17] Sólo una de las películas recientes de adultos me ha parecido que incorporaba esa perspectiva: El primer día del resto de tu vida, un melodrama familiar francés muy recomendable. Las figura del padre, un taxista que tiene cuentas pendientes con el agobiante “abuelo”,- también se sitúa en una etapa vital cercana a las analizadas –la cincuentena- y es abordada con notable sutileza, empatía y equilibrio –su mujer está viendo su propia crisis de los 50-, reflejando muy bien las inquietudes propias del hombre maduro. El tratamiento que se hace de los hijos –una adolescente y dos chicos más mayores- enriquece y completa de forma muy creíble el cuadro, mostrando las formas diferentes de madurar de hombres y mujeres.

5 comentarios:

Emilio dijo...

Tus escritos me producen una agradable cosquilleo fruto seguramente de la pasión y la inteligencia con la que están hechos y que tengo la sensación trasmites muy bien, al menos para mí. Veo que te mueves con una extraordinaria soltura en dos campos que a mí me están bastante vedados: la psicología y el cine, cosa que no me impide, al menos es lo que pienso, valorar tus escritos en lo que valen.


Creo que el momento presente a pesar de lo ingrato que está siendo para los hombres y la condición masculina, ofrece sin embargo una buena ocasión para que nos replanteemos en profundidad cómo queremos ser y hasta dónde estamos dispuestos a aceptar sacrificios que posteriormente terminamos pagando muy caros en forma de merma de salud, por ejemplo.


Me llama poderosamente la atención que el feminismo de género que nos gobierna no está dudando ni lo más mínimo en restituirnos roles y actitudes que hasta hace bien poco eran identificadas como patriarcales: por ejemplo la presunción de la fuerza o más todavía la del valor, fuerza y valor que deberíamos poner al servicio de la mujer cuando la ocasión así lo requiriese. A la inversa, ni se concibe.


Estoy pensando en las acusaciones de cobardía contra el muchacho que no se atrevió a enfrentarse con el energúmeno que golpeó y dio una patada a una inmigrante en el metro, o el desprecio en el Gran Torino con que el propio Walt se refiere al novio de la hermana de Taho por no enfrentarse abiertamente a los agresores que en un determinado momento los asaltan en la calle y comienzan a meterse con ella, o al propio hecho de que admitamos que la prensa hable de víctimas civiles exclusivamente cuando se refiere a mujeres y niños, o que esté establecido que la guerra es cosas de hombres aún cuando, como sucede en la actualidad, los ejércitos son mixtos y profesionales. Incluso que en una situación como la guerra de la ex –Yugoslavia el ejército noruego ante una posible contaminación química retirase antes a las militares profesionales que a los soldados de reemplazo…


Pero también al silencio y ocultamiento en otra muchas ocasiones: por ejemplo cuando un padre se lanza al rescate de su hijo que lo ve ahogándose y finalmente quien pierde la vida es él, o el hecho de que entre las víctimas del Titanic el porcentaje de varones fue altísimo porque se respetó lo de “las mujeres y los niños primero”.
En fin, no quiero prolongarme más.

Pienso que los hombres, deberíamos aceptar que estamos en profunda desventaja con las mujeres en lo que se refiere al cuidado de nuestro cuerpo y más todavía de nuestro alma y debiéramos abrir un debate sobre esos temas y establecer qué queremos y dónde pretendemos que estén los límites. El género ya lo está haciendo por nosotros y el hombre que sale no es muy diferente del que todos entendíamos encarnaba el estereotipo patriarcal, al menos en lo que a la relación con ellas se refiere y que ha de ser: fuerte y valiente, pero sobretodo protector. Si es hora de replantearnos todo: en este terreno es donde más espacio hay para profundizar.


Por cierto en relación con lo que comentas de la película francesa decir que lamentablemente algunos productos culturales franceses particularmente cine, referido a temas tan candentes como la crisis de la escuela o los problemas en las relaciones familiares, están pasando por nuestro país con una difusión mínima y desde luego incapaces de competir con los de origen americano, aún cuando parezcan mucho más interesantes.

Plutarco dijo...

Incluyo un enlace a una publicación americana sobre la creciente infelicidad de las mujeres...cuyas causas se alajan de la machacona propaganda feminista nacional: http://www.huffingtonpost.com/marcus-buckingham/whats-happening-to-womens_b_289511.html
Espero que sea material que puedas usar en algún futuro post.

Manu dijo...

No sé si se me escapa algo, pero mi interpretación de la película Gran Torino fue muy distinta. Me llamó mucho más la atención el mensaje de lo importante que puede llegar a ser una figura paterna positiva para que un chico, sobre todo en entornos marginales, pueda evitar los problemas que se encuentran en esos ambientes.

Glenn Sacks, uno de los bloggers más leídos de todos los que tratan los problemas de los padres, insiste continuamente en ello en su blog, por ejemplo en esta entrada:

http://glennsacks.com/blog/?p=4172

Según Sacks, la ausencia del padre es un factor decisivo en los casos de violencia juvenil, y Gran Torino es un ejemplo perfecto de esto.

Anónimo dijo...

Ya que hablamos de películas, me parece conveniente recordar aquí la titulada "FAQ": una utopía negativa sobre cómo sería realmente ese matrircado al que hoy tantos aspiran. Pueden verse detalles de ella aquí:

http://www.faqthemovie.com/

(Athini Glaucopis)

ENRIQUE JIMENO dijo...

Emilio, como ya ves, cada vez distancio más mis intervenciones en el blog. Perdona mis pausas pero últimamente dispongo de menos tiempo. Te agradezco mucho tu extensa reflexión que comparto plenamente. Los malestares masculinos tienen poca prensa porque se ha impuesto una caricatura interesada del hombre,que lo ancla en los suspuestos privilegios de los estereotipos tradicionales y en una supuesta resistencia al cambio,una estrategia que sirve para justificar entre otras cosas el desigual trato ante la ley y las campañas incesantes de carácter misándrico, que padece

Manu, totalmente de acuerdo en cuanto a la importancia de la figura paterna, un aspecto en el que mi análisis se ha centrado menos y que la película refleja en la etapa de Walt ya en proceso de desbloqueo y redención. Yo he puesto más énfasis en su tránsito del bloqueo al desbloqueo y en la mediación de Sue.

Gracias Plutarco y Anónimo (Athini Glaucopis)por los enlaces.