Me ha sorprendido encontrar en la revista “Hombres igualitarios” un artículo[1] en el que se utiliza la expresión “mujeres patriarcales”. El autor, Julián Fernández de Quero, desde su apuesta por la equidad de géneros y su identificación con los postulados feministas dominantes –dos opciones más difíciles de conciliar de lo que parece-, se atreve a criticar no sólo las conductas masculinas, sino también las femeninas. El hecho me resulta tan sorprendente que me ha parecido oportuno dedicarle una atención especial. Hasta ahora en la mayoría de las publicaciones de los “hombres profeministas” se ha tendido a practicar sólo el autoanálisis crítico y culpabilizador, dejando fuera de su mirada escrutadora a las mujeres, a las que sólo parecía permitido tratarlas como oprimidas. Que en una publicación como esta, las mujeres dejen de representar el rol víctimas y se conviertan en opresoras o al menos en cómplices de un sistema de opresión constituye todo un alarde de libertad e independencia. Veremos si la iniciativa tiene continuidad, porque una las incongruencias más clamorosas del feminismo es su resistencia a salirse del guión o a aceptar críticas, máxime si se realizan en nombre de la igualdad y desde los movimientos de hombres, y aún menos si estos se declaran feministas. Recuerden lo que hace poco dijo Miguel Lorente, -delegado del Gobierno para la Violencia de Género-: "los nuevos machistas se presentan como feministas".
Si los hombres autoproclamados feministas fuesen capaces de resistir esas descalificaciones intimidatorias y se atreviesen a denunciar esas contradicciones e incoherencias del feminismo que les impiden a los hombres coparticipar en la construcción de una sociedad regida por la equidad de género, aún sería posible regenerar el feminismo y rescatarlo de su ficción exclusivista, rencorosa y victimizadora.
Pero, no lancemos aún las campanas al vuelo. El artículo al que me refiero no parece guiado por este propósito. De hecho, a lo largo del texto el autor despliega sus argumentos siguiendo la más estricta ortodoxia radical feminista y aunque declara como objetivo último de su crítica contribuir la creación de un mundo de “personas, individualmente diferentes y socialmente iguales”, le resulta dificil sustraerse en su análisis a los tópicos misándricos habituales: dominación masculina, poder patriarcal, etc. Aunque hay que conceder que hace algo infrecuente en los discursos al uso y es invocar como origen último de esta deriva cultural “los cambios evolutivos acaecidos en el origen de la especie humana” y “nuestra herencia filogenética sexo-reproductiva”. De todos modos, esta inusual apelación a la biología no excusa ni un ápice a los hombres de la conducta malévola que le atribuye el feminismo radical, sino que les convierte en doblemente culpables. Veamos.
Según el autor uno de los rasgos más decisivos de esa herencia biológica sería “la pulsión copulatoria” de los varones. Este sustrato biológico vendría a ser el “pecado original” de los hombres, un desorden, una mácula de la que se libran las mujeres y que enrarece las relaciones con ellas. Pero los varones no pueden declararse inocentes ante esta carga que la naturaleza les ha impuesto, porque en lugar de asumir esta tendencia como perversa e intentar dominarla, la han convertido en el núcleo de su modelo de sexualidad y han optado por controlar y dominar a las mujeres para poder dar rienda suelta a sus instintos. Ese sería el origen último de la cultura patriarcal desarrollada por los hombres e impuesta a las mujeres. Uno de sus rasgos distintivos es la construcción de una sexualidad “coitocentrista” que reduce a las mujeres a objetos sexuales de unos hombres que sólo aspiran a descargar su tensión sexual mediante un coito rápido.
Que la pulsión copulatoria sea un asunto “de hombres” y no de ambos sexos no merece excesivas explicaciones por parte del autor, como tampoco el que el control de la sexualidad haya pasado a convertirse según sus afirmaciones en una prerrogativa masculina. Al parecer se trata de obviedades: los hombres imponen sus propósitos mediante la seducción, la manipulación, el engaño, el chantaje emocional, o directamente por la vía de la violencia.
Bastaría consultar cualquier tratado actualizado de biología evolutiva, etología o neurología humana para constatar los excesos maniqueos y reduccionistas de la rica y compleja sexualidad humana en que incurre el autor. Pero, Fernández de Quero no se siente interpelado por estas aportaciones, y establecidas sus premisas acusatorias, prosigue sus denuncias refiriéndose a la incomunicación y la agresividad que provoca el coitocentrismo y a su cadena de efectos maléficos: desigualdad entre hombres y mujeres; rivalidad entre varones; envidia y rencor de los hombres vencidos en competencia por las mujeres; desprecio de los varones fracasados; empobrecimiento emocional de los hombres incapacitados para expresar ternura e ir más allá de la mera camarería entre compañeros de conquistas; concepción de la estabilidad de la pareja como una rendición y pérdida de libertad, sólo aceptada como medio para acceder al estatus del padre; justificación de la infidelidad, etc. El coitocentrismo se convierte así en la causa universal que explica todos los males que provocan y padecen los hombres. Y ya sabemos, un rasgo común de los enfoques ideológicos es retrotraerlo todo a una única causa.
Cómo ya he explicado en otros posts, el imaginario feminista padece una incapacidad al parecer insuperable para articular explicaciones que no partan de la victimización de las mujeres y el recurso permanente a los términos estrella que lo explican todo sin necesidad de evidencia alguna: violencia, dominación, patriarcado... Según parece, es un peaje que ningún feminista puede ahorrarse y el autor del artículo no escapa a esa ley, aunque él opta por convertir el término “coitocentrismo” en el protagonista principal de su argumentación, algo no tan frecuente en los discursos feministas. Hasta ahora ha sido una expresión sobre todo utilizada por los sexólogos[2] para definir esa sexualidad pobre y encorsetada que sólo asocia el sexo a penetración y orgasmo con la pareja heterosexual, en contrate con aquella sexualidad rica y lúdica que no se impone condiciones, ni restricciones. El feminismo encontró en este término una formula idónea para referirse a la sexualidad dominadora de los hombres -centrada en el falo, el coito y la eyaculación: sexualidad falocéntrica-, aunque con la posibilidad de incluir también a las mujeres en su campo semántico, porque es más inespecífico que el término falocéntrico. Como uno de los propósitos del artículo es criticar las actitudes femeninas de colaboracionismo con el sistema patriarcal, sin duda el autor ha optado por este término ante la ausencia de palabras que sirvan para denominar a las mujeres que traicionan el proyecto feminista. El asunto no es baladí, porque este desierto léxico revela hasta que punto es difícil salirse del guión victimista desde el feminismo: no hay palabras para nombrar la culpabilidad de las mujeres porque los únicos culpables son siempre los hombres. No sé si el autor del artículo es plenamente consciente de lo que hace, pero pese a sus preceptivas concesiones, al utilizar el término coitocentrista incluyendo a las mujeres está saliéndose “peligrosamente” del guión, y yo le agradezco que se tome esta inusual libertad. En cualquier caso su filigrana léxica no es la más afortunada, porque convertir la pulsión copulatoria en un rasgo específico sólo de los hombres constituye un notorio desatino y pretender convertirlo en la base sobre la que descansa la construcción del patriarcado obviamente también. Olvida el autor que el orgasmo femenino unido a su celo permanente –que sí cita- precisamente singularizan a la hembra humana en relación a las hembras de los demás primates[3] y revelan la existencia de una rica sexualidad coital femenina.
Más que maliciar la sexualidad coital deberíamos preguntarnos por las causas de este prejuicio coitodemonizador. Como señala Ambrosio García Leal, la tendencia a presentar a los machos como seres promiscuos, egoístas e irresponsables en conflicto con unas hembras fieles y responsables contaminó la biología evolucionista y la naciente sociobiología a pesar de que carecía de base científica que la avalase. Este planteamiento -como explica Tim Birkheard en su obra Promiscuidad (ed. Laetoli, Pamplona, 2007)- partía de la presunción victoriana de Darwin de que las mujeres son naturalmente monógamas, pero finalmente se ha impuesto la evidencia de que las hembras son promiscuas y utilizan una gama asombrosa de estrategias, antes y después de la cópula para escoger al padre de sus hijos. Además, parece obvio que ninguna estrategia reproductiva evolutivamente estable es viable si no beneficia a ambos sexos. La sociobiología de los ochenta –basada en una concepción radicalmente individualista de la selección natural que enfatizaba los conflictos de intereses entre agentes egoístas- [4], recicló la tesis victoriana y la convirtió en el fundamento de una “guerra de sexos” (por ejemplo, según R. Dawkins las hembras intentan condicionar la cópula a los signos de fidelidad conyugal de los promiscuos machos, mostrándose esquivas para probarlos)[5] y cómo se ve este planteamientos siguen utilizándose para connotar negativamente la conducta sexual masculina. Se trata de algo carente de sentido, porque, en términos evolutivos, sólo parece posible explicar la sexualidad humana como una empresa esencialmente cooperativa, en la que las estrategias de apareamiento no son resultado de una guerra de sexos, sino de la confluencia de los intereses masculinos y femeninos. Convertir a los hombres en seductores manipuladores de las hembras en busca de sexo rápido o en violadores compulsivos y pretender que ese es el sustrato patriarcal de nuestras culturas constituye toda una osadía.
Sin embargo, nuestro autor insiste en el mito del varón promiscuo y la hembra monógama que además le permite explicar la visión masculina del emparejamiento estable como una concesión penosa, aliviada y compensada con relaciones extraconyugales que deben ocultarse a la pareja pero de las que es natural presumir ante los amigos.
Pero dejemos de lado los peajes misándricos de estas argumentaciones, y centrémonos en su descripción de las mujeres “coitocéntricas”, que prefiere llamar “patriarcales”, porque para él la gestación de las actitudes coitocéntricas de las mujeres no tiene su origen en sus pulsiones sino en la división sexual que les han impuesto los hombres para instaurar su sistema de dominio patriarcal. El rasgo que mejor define a las mujeres patriarcales es que hacen girar toda su vida en torno a la gestación y la crianza de los hijos, único cometido y forma de realización que el patriarcado les permite.
El menosprecio de las pulsiones femeninas vuelve a impregnar de victorianismo darwiniano sus intentos de explicación, complementándolo con la invocación del patriarcado, esa noción mágica y multiuso que nunca se precisa suficientemente y que en realidad equivale a algo tan simple como proclamar “la maldad de los hombres”, aunque encubriendo tal simpleza bajo el aparente rigor de una abstracción supuestamente científica.
Llevo tiempo rastreando las aportaciones que se han hecho sobre la institución del patriarcado y hasta ahora no he conseguido encontrar más que explicaciones “de caja negra” (ver post sobre el amor romántico) y especulaciones diversas en las predomina la ideología misándrica. Me entretendré algo en revisar la cuestión, aunque en un futuro post me ocuparé del asunto con más detalle.
Al igual que el autor, unos pocos siguen asociando el patriarcado a la división sexual del trabajo como lo hiciera en su momento la feminista y disidente comunista Alejandra Kollontai, a pesar de que la diversificación de posturas sobre este extremo ha sido enorme. El feminismo radical de los 70 (Kate Millet, Sulamith Firestone, Catherina MacKinnon, etc. ) adoptó y desarrolló esta interpretación, convirtiendo la división sexual del trabajo en la vía que mediante rígidos patrones de género y el control de la reproducción y de la sexualidad femenina llevó a la organización jerárquica masculina de la sociedad. Este enfoque se completó con la alusión a los efectos psíquicos de este reparto asimétrico (más adelante me referiré a esta alianza entre feminismo y psicología). Según Firestone, como los hombres y las mujeres sólo desarrollaran la mitad de si mismos en sus psiques: los hombres exacerbaron su racionalismo y agresividad y atrofiaron su sensibilidad emocional; y las mujeres, en cambio extremaron su sentimentalismo y pasividad.
El feminismo radical insistió en presentar este proceso como una creación cultural y una imposición histórica de los hombres sin fundamento en la herencia biológica, eludiendo que hay ciertos indicios de la división sexual del trabajo en nuestros familiares primates más próximos –los chimpancés cazan más a menudo cuando tienen cerca de una hembra receptora[6]- y que entre desde la aparición del homo erectus[7] es ya muy evidente.
En su momento, la comunista Kollontai al defender el vínculo causal entre división sexual del trabajo y patriarcado tuvo que enfrentarse a la ortodoxia marxista de sus correligionarios, que seguían las formulaciones que realizara Engels en El Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado (1884), según las cuales el patriarcado se instituyó con el surgimiento de la propiedad privada, cuando los hombres reemplazaron la caza por la exitosa ganadería y aprovecharon la nueva posición que les brindaba esta especialización productiva para imponer sus privilegios a las mujeres. Lo hicieron sustituyendo la propiedad comunal del clan o la tribu –en las que la división sexual del trabajo no comportaba la opresión de las mujeres, cuyo trabajo era valorado y respetado - por nuevas unidades productivas basadas en la propiedad privada y la familia monógama, en las que el papel de la mujer quedó confinado a una infravalorada esfera reproductiva y doméstica, bajo el control del varón y cabeza de familia siempre en competencia con otros cabezas de familia (sociedad jerarquizada) y obsesionado por asegurar la perdurabilidad de su patrimonio, trasmitido en forma de herencia a la descendencia masculina. Engels concibió esta explicación partiendo de las obras de Bachofen y Morgan que defedían la existencia de un matriarcado primitivo. En la horda la descendencia sólo podía tenerse en cuenta por la vía materna, ante incertidumbre de la paternidad, hecho que avalaba la existencia de una etapa de ginecocracia en la que las mujeres gozaron de respeto y poder[8]. Según Engels, los hombres para hacer efectivo su dominio tuvieron que abolir la descendencia por vía materna, imponiendo la monogamia de la las mujeres (en los hombres, la monogamia se complementada con el adulterio y la prostitución) la patrilocalidad y el linaje masculino. Desde entonces, la mujer fue convertida en un simple instrumento de reproducción, en esclava del hombre, que también tomó las riendas de la casa.
Pero, cómo explica la prehistoriadora feminista María Encarna Sanahuja, la mayoría de las premisas de Bachofen, Morgan y de Engels se han demostrado etnográficamente erróneas. La propia antropología marxista y del género ha criticado y rectificado una y mil veces sus explicaciones (Gough, 1975; Leacock, 1972; Sacks, 1975; Meillassoux, 1975; Aaby, 1977), pese a lo cual siguen gozando de una inmarcesible popularidad, seguramente porque –como reconoce Sanahuja- los planteamientos de Engels permiten presentar la dominación masculina “desnaturalizadamente” y no como derivación “natural” de la herencia biológica, una tesis irrenunciable del feminismo[9].
Una autora que sin abandonar esa perspectiva, ha intentado defender desde el rigor de los datos la tesis de un sistema patriarcal históricamente impuesto ha sido Gerda Lerner, y su obra La creación del patriarcado de 1989[10] sigue siendo la referencia más respetable de quienes defienden esta postura. Lerner sostiene que antes del patriarcado ya existía la división sexual del trabajo, pero a diferencia de Engels defiende que la opresión de las mujeres es anterior a la propiedad privada y a la formación de clases sociales. Según Lerner la secuencia de los acontecimientos partiría de una situación inicial –homínidos anteriores al homo sapiens sapiens- en la que la unidad social básica estaría formada por las madres y sus crías, que no se mantuvo porque con los homo sapiens sapiens y su mayor habilidad para la caza, se demostró más eficaz para la supervivencia proceder a una primera división del trabajo, por la cual se especializaron en la función de madres y se dedicaron a aquellas actividades compatibles con la crianza, como la caza menor y la recolección de vegetales, frente a la caza y la defensa, que se convirtieron en actividades masculinas. Según Lerner, los grupos que se organizaron así fueron los que mejor se adaptaron y sobrevivieron.
Pero, cuando los hombres empezaron a ejercer un férreo control sobre las mujeres fue en el Neolítico, con el desarrollo de la agricultura, porque ellas se convirtieron en las proveedoras de la mano de obra necesaria para las nuevas tareas. Los hombres se apropiaron de la capacidad sexual y reproductora de las mujeres para garantizar el control de su descendencia y las mujeres aceptaron el nuevo régimen porque se convirtió en el único modo de acceder a los recursos naturales. El intercambio de mujeres se convirtió no sólo en un medio de evitar los conflictos intertribales sino en una garantía de prosperidad porque las sociedades con mayor número de mujeres podrían producir más hijos y acumular más excedentes. Las propias mujeres se convirtieron en un recurso que los hombres adquirían como adquirían la tierra. Las mujeres empezaron siendo intercambiadas o adquiridas para beneficio de sus familias, y más tarde también se convirtieron en un codiciado botín de las guerras de conquista porque pasaban a convertirse en esclavas (los hombres inicialmente eran asesinados) que prestaban servicios sexuales y proporcionaban hijos a sus amos. Según Lerner, los hombres primero aprendieron a esclavizar mujeres de los pueblos vencidos y después siguieron ese modelo con los hombres, y más tarde también lo aplicaron a los subordinados de sus propias sociedades.[11] Según Lerner, fue entonces cundo se creó propiamente el patriarcado. Un proceso histórico que se tuvo lugar entre el 3.1 00 y el 600 a.n.e. partiendo del Próximo Oriente -aunque con notables oscilaciones temporales según los lugares- y que a partir de la cosificación de las mujeres, llevó a la creación de la familia patriarcal, a la aparición de la propiedad privada, a la jerarquización de la sociedad y la instauración de las clases sociales, a los estados y a los imperios.
La sugestiva síntesis de Lerner sin duda aventaja en coherencia y rigor a todos intentos anteriores –y posteriores- de explicar históricamente la instauración del patriarcado, pero sigue dejando muchos cabos sueltos, además de acumular errores manifiestos y afirmaciones indemostrables. Sin ir más lejos, hoy sabemos que no hubo que esperar al homo sapiens sapiens para encontrarnos con cazadores competentes porque ya hace un millón de años nuestros ancestros eran “consumados cazadores de animales grandes”[12] y también sabemos que ya hace 2 millones de años e incluso antes la carne ya tenía mucha importancia en la dieta de nuestros antepasados (Wrangham, ya citado[13], y nota 6), por lo que es perfectamente razonable plantear la hipótesis de la división sexual del trabajo incluso antes de la aparición del homo erectus[14], al igual que el aparente dominio masculino, como ya he sugerido antes. Hasta una feminista militante como Sara Hrdy, desde su condición de primatóloga ha reconocido que... “Muchas asimetrías básicas entre ambos sexos están basadas en la explotación reproductiva de un sexo sobre el otro y se remontan a un tiempo anterior a la condición humana. El hecho de que los machos sean casi universalmente dominantes sobre las hembras en todo el orden primate no significa que a veces los machos se escapen sin ser utilizados por las hembras. Puesto que somos típicamente primates, parece necio continuar enfocando nuestra atención en aquellos rasgos de nuestra forma de ser que resultan atípicos en otros primates. La autoridad que ejercen los machos humanos puede parecer únicamente humana, pero sus orígenes no lo son.” [15].
Pero Lerner, cuando escribió su obra, prefirió obviar a autores como Robin Fox[16] y otros que ya en aquel momento explicaban las formas de hegemonía masculina partiendo de la herencia natural de nuestros ancestros, y optó por presentarlas como una creación histórica sin base en la herencia biológica -como ya hiciera Engels-, poniendo el acento en el papel de la agricultura. Algunos han intentado precisar más y han enfatizado la importancia de un elemento técnico como el arado en el paso de las sociedades horticultoras a las agrícolas (E. Hahn, G. Lenski, Sara Morace, Helen Fisher, etc.). Otros se han centrado en otros factores como el tabú del incesto y el parentesco (Lévi-Strauss), la metalurgia, la doma del caballo y el arte de la guerra (Marija Gimbutas), la cultura (Sherry Ortner), la relación entre sexo y descendencia (A. garcía Leal), la diferencia sexual (Carole Pateman), el amor humano (Anna Jónasdóttir), etc. Casi todos han pecado del mismo exceso: presentar sus hipótesis como hechos probados, a pesar de la falta de datos concluyentes.
Al menos, Lerner tuvo la humildad de reconocer que no hay ninguna evidencia arqueológica concluyente, ni suficiente para elaborar un modelo científico que explique cómo se instauró el patriarcado, observación que quienes citan a Lerner casi siempre ignorar, y no digamos quienes optan por otras fuentes más pontificadoras o por sus derivados catequéticos, como el autor del texto.
Y otro mérito de Lerner es el de intentar huir de los planteamientos victimizadores. Para ella la instauración del tránsito patriarcado fue una responsabilidad compartida por hombres y por mujeres. Otros autores como Ken Wilber -del que he tenido conocimiento gracias a Enric Carbó (vean su excelente trabajo sobre el SAP)- abundando en este enfoque, han presentado los arreglos entre hombres y mujeres como estrategias exitosas que beneficiaron a ambos[17] y no como la consagración de los privilegios masculinos, sino como la asunción de pesadas cargas:
“las mujeres no eran corderos ni los hombres eran cerdos. El «patriarcado» fue una co-creación consciente de los hombres y de las mujeres frente a circunstancias realmente duras. .... en estas sociedades «patriarcales», los hombres lo tenía mucho peor que las mujeres. Digamos, para comenzar, que los hombres eran los únicos a quienes se reclutaba para la defensa y que sólo a ellos se les pedía que arriesgaran su vida por el Estado. La idea de que el patriarcado era un club de señoritos en la que sólo había diversión, diversión y diversión se basa en una investigación muy pobremente documentada e ideológicamente muy sesgada.”[18]
Creo que más allá de los detalles del proceso, el enfoque más razonable es situar las soluciones exitosas entre hombres y mujeres en el marco de un horizonte evolutivo de interés mutuo. Como razona Ambrosio García Leal hablando de la sexualidad de los homínidos: “ninguna estrategia evolutiva puede permitirse favorecer sólo a uno de los dos sexos: o ganan los dos o pierden ambos”.
Hechas estas prolijas aclaraciones –que como ya he dicho serán ampliadas en un futuro post- prosigo con el artículo de Julián Fernández de Quero. Según el autor:
La radical división del trabajo que efectúa el patriarcado entre trabajo productivo para los hombres y trabajo reproductivo para las mujeres, convierte la crianza en la única forma de realización personal femenina, necesitada del concurso masculino en su inicial etapa fecundante y posteriormente como sostén económico de la crianza. Esta necesidad le lleva a organizar sus relaciones eróticas a partir de las actitudes coitocéntricas siguientes:
1. Las mujeres patriarcales tienden a cosificar a los varones como simples machos reproductores, necesarios exclusivamente para la fecundación y como agentes económicos para el sostenimiento de los costes de la maternidad.
2. Para conseguir el semental necesario, las mujeres patriarcales aprenden desde niñas a cultivar y desarrollar su atractividad física como la única forma de sentirse deseada y buscada por los varones . Es decir, ellas mismas introyectan las normas de género que les lleva a desear convertirse en Objetos sexuales y para conseguirlo mantienen una actitud activa y creativa de autocosificación.
3. En las relaciones eróticas, las mujeres patriarcales priorizan las vinculaciones afectivas estables, necesarias para la protección y provisión de la maternidad, mediante el cultivo de sentimientos amorosos, tiernos, de cuidado y protección, pero, para conseguirlas, utilizan incorrectamente conductas de seducción erótica y lo que consiguen de los varones es provocar su deseo sexual y su pulsión copulatoria, en vez de la respuesta afectiva que buscan.
4. Entre las mujeres patriarcales, las relaciones se encuentran dificultadas por el afán competitivo de convertirse en los Objetos eróticos más atractivos para los varones. Continuamente se están comparando en su atractivo físico, en su indumentaria, en las formas de maquillarse y de resaltar los aspectos más llamativos de su cuerpo, y derrochan tiempo y energía generosamente en lograr el máximo grado de atractividad para conseguir el macho más procreador, proveedor y protector del mercado de la fertilidad. Los concursos de belleza son la máxima expresión de esta actitud.
5. Esta obsesión por mantener su atractividad física como elemento central de su vida (sobre todo, en la juventud, cuando aún no ha conseguido la meta de la maternidad) influye negativamente en el conjunto de sus relaciones sociales (laborales, familiares, amistosas, etc.) generando una serie de conflictos de mayor o menor intensidad, pero siempre desagradables y desestructurantes de su equilibrio psíquico.
6. El cumplimiento de su pulsión reproductiva mediante el ejercicio de la maternidad puede llevar a las mujeres patriarcales a desarrollar actitudes erotofóbicas de abandono de su atractividad física, rechazo de las relaciones eróticas con los varones y dedicación exclusiva a sus tareas de crianza. Conseguido el fin deseado, ya no necesitan gastar tiempo y energía en mantenerse como Objeto sexual y menos ahora que todo su tiempo es requerido por las crías.
7. Este abandono de su papel de Objeto erótico al centrarse en la maternidad, induce al varón a romper los lazos de fidelidad establecidos en la pareja estable y buscar otros Objetos sexuales que satisfagan su Pulsión Copulatoria. Algunas mujeres patriarcales, ante el temor de perder el sostén económico y material masculino necesarios para que ella pueda dedicarse a la crianza en exclusividad, las lleva a tratar de compatibilizar ambas funciones, de crianza y de objeto sexual, mostrándose calculadoramente seductoras y fingiendo los orgasmos para mantener satisfecho al varón.
8. En algunas mujeres patriarcales, el aprendizaje desde la infancia del cultivo de su atractividad física puede convertirse por exceso en una actitud compulsiva por el mantenimiento de la estética, perdiendo su carácter de medio para conseguir el fin reproductor para pasar a ser un fin en sí mismo. Estas mujeres pueden llegar a renunciar a la maternidad y centrar sus actividades en cultivar su rol de Objeto erótico, atractivo y deseante para los varones, con carácter permanente y sustitutivo de la maternidad. Para este grupo de mujeres la decadencia física a partir de una determinada edad se convierte en su peor enemiga, fuente de angustias, traumas y actividades compulsivas de evitación mediante el uso de toda la parafernalia restauradora inventada por el mercado, desde las dietas, gimnasios y maquillajes, hasta la cirugía estética en sus múltiples modalidades. Este afán neurótico por permanecer con una apariencia de juvenil atractivo, les impide relacionarse desde la sinceridad, la igualdad y la honestidad, dificultando sus relaciones con el engaño, la hipocresía y el ocultamiento.
9. Para las mujeres patriarcales cuya finalidad es la maternidad exclusiva y excluyente, las tareas de crianza las realizan con actitudes tan posesivas y sobreprotectoras que ejercen una influencia muy negativa en sus crías, bloqueando su desarrollo hacia la autonomía adulta y convirtiéndolas en personalidades inmaduras y dependientes. El momento de emancipación de las crías lo viven como ruptura y pérdida, generando en ellas el síndrome del “nido vacío”. Por otro lado, la ausencia de relaciones adultas con sus iguales en otros ámbitos sociales debido a la exclusividad de sus tareas maternales, se convierten en el principal impedimento para reintegrarse en la vida social cuando las crías se emancipan, lo que les induce a ofrecerse como madres sustitutas para cuidar de las crías de sus hijos e hijas, ejerciendo de abuelas criadoras, no por solidaridad sino por propia necesidad psíquica de recuperar una función perdida.
10. Por último, la autocosificación como Objeto erótico por y para los varones, supone la ausencia de un verdadero desarrollo autoerótico, centrado en el cultivo de su propia sexualidad y no en ser atractiva para despertar el deseo de los otros y no el suyo propio. Esta carencia asociada al prejuicio de que el deseo sexual es una necesidad biológica masculina y no femenina, les lleva a no cultivar prácticas autoeróticas como el cultivo de las fantasías y la masturbación, impidiéndoles sentirse eróticamente autónomas y autosuficientes y llevándoles a generar actitudes pasivas y dependientes en sus relaciones sexuales a partir de considerar que son los varones los que saben hacer las cosas y los responsables de su placer.
Una vez establecido que el único interés de los varones patriarcales por las mujeres se reduce a su prestaciones como juguetes eróticos (generalidad de las mujeres) y en el caso de las esposas, al de abastecedoras de hijos legítimos y candidatas seguras a ser engañadas, a las mujeres les queda la opción de rebelarse o la de optimizar indignamente las ventajas de este régimen e introyectar para ello el venenoso perfil que los varones le han diseñado. Pero, después de dibujar con trazos tan gruesos el miserable régimen patriarcal instaurado por los hombres, hablar de que las mujeres pueden obtener beneficios de situación tan vejatoria, resulta poco convincente. Si fuera cierto que el patriarcado sólo ha implicado opresión para las mujeres, no tendría sentido plantearse que pudiesen obtener provecho alguno de tal régimen. Sin embargo, el autor se explaya con tanto pormenor retratando esas “abominaciones” introyectadas al que se entregan las mujeres “patriarcales” -, que al final lo que realmente prevalece es su voluntad de diseccionar y criticar las actitudes femeninas que obstaculizan la superación de los estereotipos de género tradicionales.
Con un lenguaje inusualmente duro, se denuncia la apropiación exclusivista de la función parental realizada por estas mujeres, lo que supone conceder sólo auténtico valor a la maternidad y “cosificar a los varones”, reduciéndolos al papel periférico de meros suministradores de esperma fecundante y de dinero. De este protagonismo excluyente de las madres se derivan otros males como la tendencia a criar a los hijos desde la posesividad y la sobreprotección, a falta de la figura complementadora del padre, cuya significatividad parental ha quedado anulada.
No creo que nadie pueda negar el fuerte arraigo de este modelo tan poco esperanzador. Lo curioso es que Fernández de Quero presente la cosificación y eclipse del varón en el ámbito familiar como consecuencia del patriarcado. ¿Cómo el posible que el régimen de presión, control y privilegios auspiciados por los padres culmine con la negación de la figura del padre? ¿Es el patriarcado el enemigo que urge batir para propiciar el cambio?
El autor sin duda acierta al describir y criticar el modelo familiar maternalista, pero yerra en su apelación al patriarcado. En primer lugar, porque el término patriarcado ha perdido poder explicativo. Víctima de la militancia misándrica, esta expresión ha padecido tal proceso de degradación semántica que ahora y como ya hemos explicado sólo evoca la maldad del hombre, vía que propicia la victimización o la flagelación, pero no la reflexión. En segundo lugar, porque lo que verdaderamente sorprende en el mundo desarrollado occidental no es la pervivencia del patriarcado, sino su acelerada ý contundente demolición. En su día, autores tan poco queridos por el feminismo radical como Robert Bly[19], Robert Moore y Douglas Gillette[20], de la llamada corriente de la masculinidad mitopoética[21], ya lo explicaron apelando a la trascendental sustitución del “padre presente” de las sociedades tradicionales -con las que los hijos mantenían un intenso contacto- por la del “padre ausente” de la sociedad industrial, que se iba de casa temprano y no volvía hasta muy tarde por la noche, dejando en todos una fuerte impresión de desamparo emocional y de autoexclusión afectiva en el niño (Bly, 1991, p. 120). La feminista E. Badinter en XY La identidad masculina (1992) lo explica muy bien siguiendo a los autores mitopoéticos:
“Desde mediados del siglo XIX, la sociedad industrial imprime a la familia nuevas características. Obliga a los hombres a trabajar durante el día entero fuera del hogar, en manufacturas, en la mina, en despachos, etc. Los contactos entre los padres de familia urbanos y sus hijos se ven considerablemente reducidos, y el padre se convierte en un personaje lejano cuyas ocupaciones son a menudo misteriosas para su prole. Esta nueva organización del trabajo engendra, de facto, una radical separación entre sexos y roles. Mientras que en el siglo XVIII el marido y la esposa trabajan juntos en la granja, el mercado o la tienda, ayudados de sus hijos, cincuenta años más tarde, el mundo se divide en dos esferas heterogéneas que se comunican poco: la privada, que es el hogar familiar regentado por la madre; la pública y profesional, reino exclusivo de los hombres. Por un lado, la mujer madre y doméstica; por el otro, el hombre trabajador y que proporciona el alimento (breadwinner). Según el deseo de J.-J. Rousseau, ella encarna la ley moral y el afecto, él la ley política y económica.
Cuanto más avanza el siglo, menos se mencionan en los manuales familiares los deberes paternos y, a cambio, más se trata a las madres como providencialmente dotadas de todas las cualidades necesarias para educar a los hijos de ambos sexos. En Europa, como en los Estados Unidos, está de moda la buena madre que se sacrifica en cuerpo y alma por sus hijos. Si bien es verdad que en Francia se insiste más sobre el sacrosanto instinto maternal, mientras que en la América puritana se exalta sobre todo la pureza moral de la madre, en ambos lugares se asiste a una ampliación de las responsabilidades maternas. A su función alimenticia se le añade la de educadora y, a menudo, la de proveedora de instrucción. La sociedad industrial, alejando el padre del hijo, ataca el poder patriarcal. Es el fin del patriarca todopoderoso que impone la ley a su esposa y a sus hijos. ... La fuerza física y el honor son reemplazados por el éxito, el dinero y un trabajo que da valor y que justifica el alejamiento del padre.” (págs. 111-113)
Es un error reducir el arreglo denominado patriarcal sólo a un régimen de privilegios masculinos opresivos sin ninguna contraprestación a cambio, porque esa caricaturización[22] maliciosa nos impide visualizar la complejidad de los procesos que se han desencadenado desde que entró en crisis. El arreglo patriarcal fue bastante más complejo y rico que los horrores que nos cuentan. La elaboración cultural de la figura del patriarca siempre estuvo asociada a deberes específicos que podían ser enormemente arduos, densos y emocionalemente complejos (sostener y sacar adelante el hogar; defenderlo de posibles atacantes, enseñar o dar un oficio a los hijos; ser ejemplo de contención, valor, fortaleza, equilibrio y ecuanimidad; saber ejercer la autoridad y hacerse respetar por los hijos; educarlos y corregirlos sin caer en la arbritariedad, ni la tiranía; etc [23]).Si intentaramos explicar los arreglos duraderos entre hombres y mujeres desde el interés mutuo y no a partir de conjuras masculinas, seguramente entenderíamos mejor el proceso que nos ha llevado hasta el actual eclipse del padre, un fenómeno de extraordinarias repercusiones en todos los ámbitos.
En las sociedades tradicionales, el arreglo patriarcal llevaba milenios demostrando su plausibilidad, pero como ya hemos señalado desde la revolución industrial empezó a dar señales de agotamiento y a declinar. La figura del padre comenzó entonces a devaluarse y a desprestigiarse –fenómeno reflejado en las leyes, el arte y la literatura de formas muy diversas[24]-, pero a pesar de todo, siguió conservando cierta relevancia formal y simbólica porque mantuvo dos funciones específicas: la de fecundar a la esposa y la de proveer económicamente al nuevo hogar. Ambas funciones sólo podían ejercerse satisfactoriamente en el seno del matrimonio e implicaban la subordinación de la sexualidad femenina a un proyecto estable de vida en común. Sin embargo, los anticonceptivos permitieron liberar esa sexualidad del vínculo con un hombre de referencia, y a nivel simbólico ese hombre de referencia también dejó de ser necesario para ser convertirse en madre porque la fecundación artificial empezó a ser posible. Además, el hombre también perdió la exclusiva como proveedor económico del hogar y esa función pasó a ser compartida con las mujeres. Fue el golpe definitivo. Desde entonces, el arreglo patriarcal perdió su sentido y dejó de ser viable, pero todavía no se ha conseguido estabilizar un nuevo modelo de relaciones entre hombres y mujeres y esta carencia, que gravita pesadamente sobre toda la sociedad, es una de las principales fuentes de desconcierto de nuestra época (crisis de la autoridad; crisis de las instituciones; crisis de la educación; crisis del de deber; modernidad líquida; etc.). La gran oleada de impugnación antiautoritaria y antifamiliarista de los años 1965-1975 hizo el resto[25]. La profundidad de los cambios que sustentan la crisis del arreglo patriarcal no admiten la vuelta atrás y encontrar nuevas fórmulas de relación se ha convertido en uno de los retos más trascendentales de nuestra época. Si queremos abordar este tránsito con rigor, creatividad y sensatez, no creo que sea un buen camino hacer de la resistencia del patriarcado a desaparecer la causa de todos lo males, porque se trata de un diagnóstico puramente ideológico.
En 1992, en un libro titulado Quels pères, quels fils (1992, traducido en España como El nuevo padre, ediciones B), la feminista Evelyn Sullerot se interrogaba acerca de las razones “del ocaso de los padres al que asistimos en la actualidad, ocaso que afecta a la vez a su condición civil y social, a su papel biológico en la generación, a su papel en la familia, a su imagen en la sociedad, a la idea que se hacen ante sí mismos de la paternidad, de su dignidad, de sus deberes y de sus derechos, a su propia percepción de su identidad como padres, al modo como sienten sus relaciones con las madres de sus hijos y con las mujeres y a la forma en que imaginan el futuro de la paternidad". Sullerot subraya la gravedad de este proceso porque según ella el nacimiento del padre fue el gran fenómeno que preparó la hominización, y del que surgió la familia, caracterizada por el reconocimiento y aceptación de las funciones del padre y de la madre como progenitores de una prole, a los que encontramos ya definitativamente consolidados con el homo sapiens. Desde la aparición de esta obra, los ensayos y estudios sobre el declive de la figura paterna se han multiplicado.[26]
Para Sullerot, la mujer se ha situado en el centro absoluto de la procreación y de la parentalidad, pasando de ser dominada a ser dominadora absoluta en este ámbito. Ella decide tener o no tener el hijo y es ella la que domina en la relación entre padres e hijos. "La madre se ha convertido en un progenitor completo que desempeña todos los papeles” y el padre ha pasado a ser definitivamente contemplado como “un progenitor insuficiente". Tras un implacable proceso de desvalorización hemos pasado del padre ausente de la industrialización al padre incompetente e irrelevante de nuestros días, que gira como un satélite menor alrededor de la omnipotente figura de la madre. El maternalismo ha triunfado definitivamente invadiendo todas las parcelas del imaginario social. En la publicidad y en las series televisivas el padre ha dejado de ser representado como una figura digna de respeto y ahora aparece como alguien egoísta, torpe y ridículo, siempre en deuda con una madre eficiente e imperdonablemente sobrecargada. Y las leyes no han hecho más que sancionar esta visión devaluadora del padre.
Esta deriva maternalista de largo recorrido todavía ha fragilizado más la figura del padre cuando se ha combinado con la psicologización creciente de la vida y los nuevos valores individualistas de autonomía, independencia y autorrealización, que nos invitan a relativizar nuestros vínculos y a reemprender nuevas singladuras vitales si la frustración asoma. El dato es conocido: la mayoría de los procesos de separación y divorcio se inician a instancias de la madre, favorecida por unas leyes que le permiten su estatus de dominio sobre los hijos y el patrimonio familiar aunque el vínculo conyugal desparezca.
En su obra Intimidades congeladas (Katz, Buenos Aires, 2007), Eva Illouz explica cómo el feminismo de la segunda ola estrechó sus relaciones con la psicología e hizo coincidir su tipo de reflexividad y su narrativa de emancipación con la reflexividad y la narrativa terapéutica de los psicólogos.[27] Desde entonces, la gran tarea que se impuso el feminismo fue la de que las mujeres tomasen conciencia de sus propios sentimientos y pensamientos (a ello contribuyeron los grupos de concienciación), liberando el verdadero yo de los sentimientos de miedo, vergüenza o culpa derivados de una relación de poder asimétrica que se rige por valores masculinos.
El antiguo discurso de la reciprocidad, la donación y el sacrificio fue sustituido por el de la igualdad y de las relaciones emocionalmente saludables, que supeditaba la salud emocional de la pareja a la satisfacción de los propios deseos, necesidades e intereses en un intercambio equitativo, en el que todo debe ser analizado, negociado y reevaluado. Igualdad, afirmación de los propios derechos, autoestima, imparcialidad, neutralidad, comunicación emocional, buen sexo, expresión y superación de las emociones ocultas, y autoexpresión lingüística[28] se convirtieron en las nuevas cuestiones fetiches que centraron de ahora en adelante la vida de pareja.
Un balance desde entonces frecuente en estos núcleos afectivos familiares replegados sobre sus intereses privados ha sido el del agotamiento del amor y del deseo y el sexo desencantado -sancionados a menudo con separaciones y divorcios-, un fracaso del que se culpa en especial al padre –progenitor ausente o fuera de onda-, y que justifica la capitalización de las relaciones afectivas con los hijos por parte de la madre, acentuando aún más la maternalización de la familia. En el nuevo escenario, “la madre lo es todo y el padre se encuentra desconcertado y sin saber cuál es su papel. Un padre confuso al lado de una madre segura.”[29] Aunque, “sin la autoridad del padre, que ha dejado de existir como tal , y sin que la madre la pueda suplir, el resultado es que los hijos están condenados a permanecer en el útero materno el máximo tiempo posible.” [30]
Según Illouz, “este nuevo modelo de intimidad encajó de contrabando en el dormitorio y la cocina el lenguaje liberal y utilitarista de derechos y negociaciones propio de la clase media... Del mismo modo que el ethos terapéutico había implantado un vocabulario de emociones y la norma de la comunicación dentro de la empresa, empleó una aproximación racional y casi económica a las emociones dentro de la esfera doméstica” (Saving the Modern Soul, p. 130)[31]. Un proceso que aceleró el tránsito a la modernidad líquida, en la que lo que priman son los individuos y “la responsabilidad ante uno mismo” (Zygmunt Bauman en El arte de la vida):”las opciones responsables...son aquellos pasos que servirán los intereses y satisfarán los deseo del actor, y evitarán la necesidad de transigir descartando al mismo tiempo el sacrificio”[32].
La alianza entre feminismo y psicología guiada por semejantes desiderátums ha contribuido a crear una narrativa de sufrimiento[33], que ha alimentado y legitimado aún más la percepción de las mujeres como víctimas de los hombres y de su sistema de valores patriarcales que hacen inviables unas relaciones equitativas y saludables.
De hecho esa es la argumentación de fondo a la que se ajusta el artículo de Fernández de Quero, en el que no es difícil descubrir la alianza entre psicología y feminismo: “Una persona segura de sí misma, con un nivel de amor propio adecuado y una buena autoimagen, es la que puede establecer relaciones eróticas y afectivas con las demás desde la empatía y el altruismo y no desde la subordinación cognitiva, la dependencia afectiva y la sumisión conductual.”
Se podría objetar que la corriente terapéutica también ha tenido eco entre los hombres y es cierto, porque la mayoría de los movimientos de hombres surgidos como reacción al eclipse del padre han adoptado el discurso terapéutico. Pero, se trata de un discurso de matriz feminista que parece partir de un principio inamovible: los hombres pueden ser víctimas, pero lo son a causa de ese producto de su propio desvarío que es el patriarcado, el mal absoluto y, por tanto, siempre prevalecerá la culpabilidad de los hombres sobre la de las mujeres. Cuando los hombres denuncien los abusos de las mujeres, deberán asumir que ellas no son más que cómplices de un sistema abusivo y perverso, ideado para perpetuar los privilegios masculinos. Este es justamente el planteamiento de Fernández de Quero al hablar de las mujeres patriarcales.
Pero reconozcamos que incluso desde esta perspectiva masculina tan autoinculpadora, Fernández de Quero ha conseguido encontrar argumentos en el feminismo y en la cultura terapéutica para criticar lo que yo denomino maternalismo y él patriarcalismo femenino. Lo llamativo en este asunto es la sordera cuando no la hostilidad manifiesta del feminismo hegemónico antes este tipo de críticas. El modelo de relaciones promovido tras las rupturas matrimoniales constituye un buen “elemento de contraste” para comprobarlo. Podría pensarse que un feminismo impregnado de cultura terapéutica debería favorecer las soluciones más flexibles e innovadoras. Podría esperarse que apelara a la corresponsabilidad del padre en la atención y educación de los hijos tras las rupturas familiares y que condenara los roles tradicionales de la madre “abeja reina” y del padre ausente. Podría confiarse en que virtud de su inspiración terapéutica fomentara la cultura de la mediación y del acuerdo mutuo. Pero, contra estos pronósticos, el feminismo hegemónico siempre ha hecho frente a este envite reforzando los roles tradicionales y apostando por el litigio ventajista, porque, en realidad, el cambio que promueven no contempla la pérdida de los privilegios maternalistas o “patriarcales”, por mucho que eso entre contradicción con sus propios principios. El mismo feminismo que reclama implicación doméstica y familiar de los hombres, les dificulta el ejercicio de función parental en los casos de separación y divorcio, reduciéndoles al papel de financiadores ausentes. Cuando he planteado esta cuestión a feministas con las que trato, nunca he conseguido más que respuestas elusivas o apelaciones a la necesidad de discriminación positiva en favor de la mujer en compensación por la opresión milenaria padecida a causa de un régimen patriarcal que urge demoler definitivamente. Pero esta pobre argumentación victimista pierde de vista un principio tan obvio como el de que en las relaciones personales, y más en una situación de conflicto, es muy elevado el riesgo de que “cada miembro de la pareja manipule al otro cuanto pueda y se le permita”[34] y que si no se establecen límites a ambos, el que se encuentre en situación más ventajosa, más abusará. Y además ignora otras cuestiones trascendentales: ¿Hasta cuándo tendrán los hijos que pagar con la marginación de sus padres el pecado patriarcal de la humanidad? ¿Es aceptable facilitar a un género que utilice a los hijos para castigar al otro?.
Un ejemplo del victimismo llorón con el que muchas mujeres “progresistas” defienden el ventajismo maternalista más retrógado nos lo proporcionó la escritora Luisa Castro en un revelador e impagable artículo titulado La propiedad de los hijos (EL PAÍS - Opinión - 11-06-2008), donde entre otras cosas comenta:
"Las demandas de separación en España en un 90% de los casos las inician las mujeres. Ninguna que lo haga es ignorante de lo que le espera después de la separación. Pero las separaciones se producen por algo, y la ley ampara este derecho al divorcio desde 1979. Si la madre, ciudadana libre que decide por sí misma y que piensa en su bien y en el de sus hijos, establece su domicilio en un lugar diferente al del padre, por razones de trabajo, afectivas o simplemente por rehacer su vida lejos de un padre acosador, evidentemente éste se ve menoscabado, pero la distancia no actúa así en los hijos. Lo que éstos agradecen ante todo es la paz, el sosiego de una casa segura y de un ambiente grato, en el que no se vean constantemente utilizados o chantajeados por las disputas de dos padres que si tenían problemas cuando convivían, raras son las situaciones en que no los seguirán teniendo una vez separados. Tomar una decisión de este tipo para una madre nunca es fácil, pero a veces es la única posible para mantener su integridad afectiva y psicológica y así asegurarles a sus hijos la suya.
El derecho del menor hasta hoy aconseja que los niños de corta edad crezcan en contacto con su madre, el primero de los vínculos afectivos que uno establece con el mundo que le rodea. Así lo ha hecho la naturaleza. Pero como tantas cosas que ha hecho la naturaleza también esto se puede deshacer. Cambiar las leyes para compartir la custodia de los hijos pudiera ser la opción hacia la que se encamina una sociedad en que la igualdad entre hombres y mujeres fuera total.
Permítanme, sin embargo, que dude mucho de que esta solución deba imponerla el Estado. Son los padres los que deben consensuarlo. Si no es así, poner a los padres y a las madres en pie de igualdad en el tema de la custodia sólo complica las cosas para los hijos. Directamente se convierten en una mercancía, un bien o una carga según convenga. Si estaban en una guerra cuando convivían los padres, seguirán expuestos a ella cuando éstos vivan en domicilios separados.
¿Desde cuándo los hijos necesitan al padre y a la madre a partes iguales? ¿Están en inferioridad de condiciones cuando no es así? Pudiera parecer que los derechos recientemente adquiridos por la mujer (su derecho al divorcio, al aborto, al trabajo) fuera una conquista excesiva que esta sociedad patriarcal no acaba de digerir. Pudiera parecer que esta sociedad que tiende a la igualdad, deseara corregirla cuando del tema más peliagudo se trata, de la familia, de la sagrada familia. El Pater Familias romano, árabe o protocristiano surge de sus cenizas y exige lo suyo, lo que es de su propiedad.
En un hipotético caso de que se estableciera la custodia compartida me atrevo a pronosticar que serán muchas menos las separaciones pero muchas más las familias infelices, y cada una a su manera, como decía Tolstoi.”
Grave debe ser la situación cuando una persona con aparente solvencia intelectual es capaz de hacer pública en un periódico de gran difusión una argumentación tan cínica y ofensiva y descaradamente parcial, sin pudor alguno. Pero las actitudes misándricas están ya tan asentadas en el imaginario actual, que semejantes excesos apenas generan ya reacciones. Afortunadamente, en esta ocasión sí hubo una réplica adecuada en un artículo posterior de Àssun Pérez Aicart (El País, 17-06-2008), en el que además de criticar cada uno de sus inaceptables argumentos le recordaba a Luisa Castro una obviedad sangrante: “...en los Estados democráticos es inconcebible que el derecho de una parte se haga depender de la autorización de la otra parte en litigio, pues en ese caso hay una parte que es a la vez juez y parte. Justo lo que ocurre en nuestro país con la custodia compartida, pues su concesión depende del beneplácito de la madre.”[35] Y añadía: “Es una aberración defender, bajo pretexto de una presupuesta inocencia sobreprotectora de la madre, que el niño necesita ser llevado a una burbuja totalmente controlada por esta última, lejos de la perniciosa influencia del padre, siempre sospechoso, cómo no, de impulsos de dominación irreductibles y primordiales. El niño no necesita el control exclusivo de la madre. Ni del padre. El niño necesita la participación de los dos en su crianza, en su cuidado y en el roce cotidiano.”
Pero, vivimos tiempos en los que el sentido común que alientan las palabras de Àssun Pérez ha sido secuestrado por la presión mediática radical feminista. No nos extrañé por tanto que síndromes como el de Medea[36], el de la Alienación Parental o el de la madre maliciosa[37] enturbien con frecuencia las relaciones de muchas exparejas. El grado de desprestigio y desprotección jurídica de los hombres es tal que muchos renuncian a denunciar tales situaciones, porque saben de sus escasas posibilidades de éxito.
El feminismo hegemónico que acusa sin cesar al género masculino, cuando ha ocupado el poder el poder no ha mostrado ningún interés por promover medidas de conciliación laboral que permitan a los hombres ejercer más plenamente su parentalidad. Desde su estrategia de victimización y ventajismo no tiene interés promover semejante cambio.
Por último, habría que señalar un fenómeno silenciado del que muchos hombres podrían hablar extensamente: la resistencia de tantas mujeres a dejar de ser la máxima autoridad del hogar compartiendo la parentalidad con el padre, porque “sienten su preeminencia maternal como un poder que no quieren compartir, aunque sea a costa de un brutal cansancio físico y psíquico” y su disminución o pérdida como un amargo motivo de fricciones e insatisfacciones conyugales (Badinter, op. cit., págs. 218-219). No olvidemos que la tan cacareada desigualdad salarial entre hombres y mujeres en no poca proporción deriva de la reducción de trabajo y salario que muchas mujeres solicitan libre y voluntariamente para vivir más plenamente su maternidad[38].
Si el modelo maternalista sigue teniendo todavía un peso extraordinario, la explicación no se encuentra en la persistencia de estructuras patriarcales invisibles y reacias al cambio[39], sino en leyes, actitudes y procederes que ensombrecen y ningunean la figura del padre con la connivencia del feminismo hegemónico. Lo más curioso es que en los círculos feministas no se cesa de hablar de la figura del padre ausente, como si fuera fruto de la irresponsabilidad ancestral de “los machos promiscuos” del principio.
Pero, sería injusto atribuir sólo este tipo de discurso al feminismo. La lucha por la dignidad que alentó este movimiento en sus albores también ha propiciado otros análisis que sí incluyen a los padres, sin trampas, ni contradicciones. Me refiero por ejemplo al colectivo “LAS OTRAS FEMINISTAS”. Vean como argumentan a favor de la figura del padre y en contra del rancio feminismo “revanchista y vengativo” que nos domina:
“Se ha dicho que un divorcio sin causa deja a las mujeres al albur de los deseos masculinos, que equivale al repudio o que priva a las mujeres de conseguir ventajas señalando un culpable. Se ha mostrado abierta desconfianza ante la mediación familiar, por considerar que la mediación sólo se puede dar entre iguales y las mujeres siempre están en una situación de inferioridad. Pero la mayor oposición de este feminismo se ha manifestado ante la idea de la custodia compartida de los hijos e hijas menores de edad. Las críticas se han basado, principalmente, en dos aspectos. Por una parte, se ha argumentado que privar a las mujeres de la exclusividad en la custodia equivale también a privarlas del derecho al uso del domicilio conyugal y a la pensión de alimentos, con lo que su situación económica puede llegar a ser dramática. No queremos en modo alguno negar que la situación de algunas mujeres tras un divorcio puede ser muy difícil, pero no está de más señalar que, con frecuencia, es la custodia exclusiva de hijos e hijas la que dificulta que la mujer pueda rehacer su vida o mantener su vida laboral, adquirir formación, encontrar trabajo, sin olvidar lo difícil que resulta enfrentarse en solitario a la responsabilidad de su cuidado y educación. En este sentido, tener la posibilidad de compartir la custodia de los menores con el padre puede facilitar que las mujeres retomen las riendas de su vida, se formen, encuentren empleo, se relacionen con otras personas, disfruten de tiempo de ocio y no se dediquen en exclusiva a su papel de ´madre´. Además, según todos los estudios, existe un mayor compromiso paterno a la hora de responder al pago de las pensiones cuando la custodia es compartida, y parece lógico pensar que un padre cuidador de sus hijos se comprometa en todos los aspectos que competen a éstos cuanto más cerca esté de ellos.También se ha argumentado que las madres tienen una relación más estrecha con los hijos e hijas que los padres, pues son las que habitualmente se ocupan de ellos, e incluso se ha llegado a decir que, en realidad, los padres no los quieren, y solamente tratan de evitar pagar la pensión de alimentos. Parece una conclusión aventurada afirmar, partiendo de la mayor relación de las madres con los menores, que éstos han de estar siempre mejor con la madre que con el padre o que los padres quieren menos a sus hijos. También nos parece abusivo atribuir a los hombres, con carácter general, intenciones espurias al solicitar la custodia y pensar que a las mujeres sólo las mueve el amor filial. No nos cabe duda de que en éste, como en otros casos, se puede intentar utilizar la ley en provecho propio, falseando la realidad y no contemplando todos los condicionantes, pero aquí, como en cualquier otra situación, será labor de lo profesionales del derecho defender las necesidades de las personas situadas en peores condiciones, en general las mujeres que, por haber cuidado de la familia, se encuentran sin medios propios de vida. Estas opiniones vertidas desde el feminismo nos parecen carentes de matices y excesivamente simplificadoras, pues atribuyen la situación de las mujeres a un único factor: los deseos de dominación masculina y tienden a presentar a los hombres y a las mujeres como dos naturalezas blindadas y opuestas: las mujeres, víctimas; los hombres, dominadores.
La imagen de víctima nos hace un flaco favor a todas las mujeres, pues no tiene en consideración nuestra capacidad para resistir, para hacernos un hueco, para dotarnos de poder, porque no ayuda tampoco a generar autoestima y empuje solidario entre las mujeres. Demasiado tiempo hemos sido consideradas menores de edad o desprotegidas y sometidas a una excesiva tutela de las leyes. Y lo mismo se puede decir de la visión simplificadora de los hombres; no existe, en nuestra opinión, una naturaleza masculina perversa o dominadora, sino ciertos rasgos culturales que fomentan la conciencia de superioridad y que, exacerbados, pueden en ciertos casos contribuir a convertir a algunos hombres en verdaderos tiranos.Desde nuestro punto de vista, el objetivo del feminismo debe ser el de acabar con las conductas no igualitarias, con las conductas opresivas y discriminatorias; debe ser el de conseguir la igualdad entre los seres humanos, no aniquilar a quienes discriminan u oprimen. Nosotras no deseamos configurar un feminismo revanchista y vengativo, deseamos simplemente relaciones en igualdad, respetuosas, saludables, felices, en la medida en que ello sea posible, relaciones de calidad entre mujeres y hombres.”
http://www.cmpa.es/otrasfeministas/
Señor Fernández de Quero, si algo urge superar ahora es el feminismo patriarcal: “un feminismo que no puede vivir sin el enemigo, quedándose en las reglas que él define”, en palabras de la política india Vandana Shiva[40]. Quizás entonces logremos reedificar la figura del padre en el nuevo marco de relaciones que estamos construyendo.
[1] “Alternativas al Coitocentrismo como actitud que dificulta las relaciones humanas”: http://boletin.ahige.org/index.php?option=com_content&task=view&id=803&Itemid=1
[2] No olvidemos que Julián Fernández de Quero es el presidente de SEXPOL, fundación privada que se pretende “elevar el nivel de bienestar sexual y afectivo de personas, familias y colectivos, favoreciendo el desarrollo de los valores y su integración social desde criterios de calidad de vida y de salud, ...entendiendo que la integración social debe plantearse la consecución plena de los derechos humanos y los valores democráticos...”(en http://www.sexpol.net/index.asp?cod=1&subcod=2 )
[3] Los orgasmos y más aún los orgasmos mediante cópula heterosexual parecen un fenómeno extraño en el resto de las hembras de primates. Sólo en el caso de las hembras de bonobo parece probable la existencia de orgasmos, aunque en este caso parecen deberse a una estimulación directa del clítoris en relaciones homosexuales, cuya finalidad parece ser la de crear un sentimiento de vínculo entre las hembras. Esta función vinculadora en las hembras de bonobo justifica pensar que los orgasmos asociados a la sexualidad coital de las mujeres y de los hombres -innecesariamente intensos y prolongados en comparación con la tibia respuesta de los machos de la mayoría de especies- podría haber adquirido una función vinculadora heterosexual análoga (GARCÍA LEAL, A: Sesgos ideológicos en las teorías sobre la evolución del sexo. Tesis doctoral. UAB, 2005, p. 147). Para explicar la aparición del orgasmo femenino humano los biólogos evolucionistas también han aducido el efecto succión que el orgasmo produce durante el coito y que facilita que los espermatozoides fecunden un eventual óvulo, dando ventaja a los varones capaces de conseguir que sus parejas lleguen al orgasmo a la vez o justo después que ellas (la eyaculación se puede precipitar en respuesta al orgasmo femenino y además el efecto de succión se mantiene incluso aunque la eyaculación se produzca un minuto después del orgasmo femenino).
[4] http://www.desdeelexilio.com/2008/10/13/sexo-entrevista-a-ambrosio-garcia-leal/
[5] http://www.isftic.mepsyd.es/w3/recursos/bachillerato/filosofia/aula_filosofia/notasalpie/dawkins-hume.htm
[6] GHIGLIERI, M.P.: El lado oscuro del hombre, ed. Tusquets, Barcelona, 2005, p. 52. y http://www.elpais.com/articulo/sociedad/chimpances/intercambian/sexo/carne/elpepusoc/20090408elpepusoc_3/Tes
[7] www.smartplanet.es/redesblog/wp-content/uploads/2008/09/entrev012.pdf y Parkin, Robert; Stone Linda; ARANZADI; Juan; Montolío Celia: Antropologia del parentesco y de familia, ed. Ramón Areces, 2007 (http://books.google.es/books?id=klICJW7pMGwC&hl=ca), en especial sus refrencias a Robin Fox (p.714).
[8] MARTÍN CASARES, A.: Antropología de género, Cátedra PUV, Valencia, 2006, p. 127, 173 y siguientes. http://books.google.es/books?id=pOpP--wkjc4C&pg=PA173&lpg=PA173&dq=antroplog%C3%ADa+de+g%C3%A9nero+morgan&source=bl&ots=P1KX_fAdML&sig=iovnW0FrJo48Qz49ueqU37Ew3Yg&hl=es&ei=iev-SaWnOJGUjAfgmP2xAw&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=1
[9] Cuerpos sexuados, objetos y prehistoria, Universitat de València, 2002, p. 247. http://books.google.es/books?id=ObltRYH8tAYC&printsec=frontcover&dq=sanahuja+prehistoria#PPA98,M1
[10] http://faculty.mdc.edu/jmcnair/Joe10pages/the_creation_of_the%20Patriarchy.htm
[11] http://faculty.mdc.edu/jmcnair/Joe10pages/the_creation_of_the%20Patriarchy.htm
[12] GARCÍA LEAL, A: Sesgos ideológicos en las teorías sobre la evolución del sexo. Tesis doctoral. UAB, 2005, p. 123.
[13] http://www.smartplanet.es/redesblog/wp-content/uploads/2008/09/entrev012.pdf
[14] Aunque durante las décadas de los 80 y 90 desde el feminismo se intentó desacreditar la importancia concedida a la caza, ensalzando la contribución de la mujer recolectora, y convertir a los primeros homínidos en meros carroñeros, actualmente las evidencias arqueológicas han vuelto a revitalizar la importancia de la caza ya entre los primeros homínidos y del predominio masculino en este terreno (Desmond Clark, Henry Bunn, Standford –alumno de Goodall-). Véase: DOMÍNGUEZ-RODRIGO, M. El origen de la atracción sexual humana, ed. Akal. 2004, p. 111.
[15] HRDY, S.B.: The women that never envolved, Cambridge, Mass., Harvard University Press (1999). Citada por DOMÍNGUEZ-RODRIGO, M. El origen de la atracción sexual humana, ed. Akal. 2004, p. 89.
[16]Parkin, R. y otros: Antropologia del parentesco y de familia,Editorial Ramón Areces, 2007, p.714.
http://books.google.es/books?id=klICJW7pMGwC&pg=RA1-PA714&lpg=RA1-PA714&dq=erectus+%22divisi%C3%B3n+sexual+del+trabajo%22&source=bl&ots=fdiqJrm6PC&sig=fGpE9bZHxCwQ6fOQ9lpAovXaqhc&hl=es&ei=wpgRSuqEEKORjAeni-XkCA&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=7#PRA1-PA714,M1
[17] Wilber reitera la tesis del arado, pero como puede comprobarse sus conclusiones son muy diferentes a las de las autoras feministas canónicas como Sara Morace.
[18] WILBER, K.: Breve historia de todas las cosas, 2008, p. 81.
[19] BLY, R.: Iron John, Gaia ediciones, Barcelona, 1998 (1990, 1ª ed. en inglés)
[20] MOORE, R. -GILETTE, D.: La nueva masculinidad, Paidos Contextos, Barcelona, 1993(1990, 1ª ed. en inglés).
[21] http://chicosymasculinidades.blogspot.com/2007/10/6-teoras-sobre-la-masculinidad-la.html
[22] Dice Ken Wilber en Breve Historia de todas las cosas (Kairós, Barcelona, 1997, p. 81) “las mujeres no eran corderos ni los hombres eran cerdos. El «patriarcado» fue una co-creación consciente de los hombres y de las mujeres frente a circunstancias realmente duras. .... En estas sociedades «patriarcales», los hombres lo tenía mucho peor que las mujeres. Digamos, para comenzar, que los hombres eran los únicos a quienes se reclutaba para la defensa y que sólo a ellos se les pedía que arriesgaran su vida por el Estado. La idea de que el patriarcado era un club de señoritos en la que sólo había diversión, diversión y diversión se basa en una investigación muy pobremente documentada e ideológicamente muy sesgada.”
[23] http://209.85.229.132/search?q=cache:icKxyyb8sdIJ:www.davidcox.com.mx/folletos/f14_cox-padres_q_agradan_a_dios_v1r.pdf+deberes+del+buen+padre&cd=7&hl=es&ct=clnk&gl=es
[24] DOMÍNGUEZ GONZÁLEZ F.: La génesis del héroe bastardo http://www.um.es/tonosdigital/znum12/secciones/Estudios%20H-Heroe%20bastardo.htm
[25] ROUDINESCO, E.:La familia en desorden, ed. Anagrama, Barcelona, 2004, p.172.
[26] “Esta literatura era prácticamente inexistente hace un par de décadas, pero ahora, ante la gravedad del problema, los estudios y las investigaciones se multiplican. A los trabajos de Faludi, Aanderud, Anatrella, Matussek y muchos otros que menciona el autor, se podrían añadir también, por ejemplo, los de Campanini, Scabini y Donati en el área italiana o Evelyn Sullerot en el área francesa.” http://www.arbil.org/(69)cord.htm
[27] p. 65. http://books.google.es/books?id=3g1denSs5KsC&printsec=frontcover&dq=intimidades+congeladas#PPA65,M1
[28] p. 71.
[29] CAMPS, V.: Creer en la educación, ed. Península, Barcelona, 2008, p. 37-38
[30] CAMPS, V.: Creer en la educación, ed. Península, Barcelona, 2008, p. 37-38. También en No levantarás la mano contra tu padre, J.L. Barbería, EL PAÍS, 7-6-2009 :
Hemos sustituido el modelo autoritario del "ordeno y mando" por una práctica permisiva y sin límites, igualmente nefasta a efectos educativos. "El principio de autoridad se ha debilitado y ni la sociedad ni la familia han sabido establecer otros valores y límites. Las agresiones a los padres y la violencia de género aumentan porque nos estamos equivocando gravemente en la educación", advierte José Vidal, médico y director de la cárcel de Morón de la Frontera. "La mayoría de los menores delincuentes surgen en un modelo permisivo e indulgente que genera niños individualistas y hedonistas, incapaces de aceptar la frustración", explica Ana Rodríguez, pedagoga del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia. "Como el modelo autoritario de familia no ha sido sustituido por un modelo alternativo verdaderamente educativo, muchos padres no saben qué deben hacer con sus hijos, más allá de transmitirles los afectos. Detectamos con frecuencia un problema de ausencia de la figura paterna, bien porque la pareja se haya separado, porque se trata de una familia monoparental o porque el padre o la madre se inhiben o están muy ocupados en el trabajo", afirma la fiscal Consuelo Madrigal. Según los psicólogos sociales, a eso habría que añadir el declive de la figura del padre que, a menudo, no encuentra su lugar en un cuadro de relaciones familiares más desdibujadas y horizontales. http://chicosymasculinidades.blogspot.com/2009/06/el-maltrato-los-progenitores-cometido.html
[31] http://www.temas.cl/enero/libros/213.html
[32] Ed. Paidós, Barcelona, 2008, p. 130 y http://books.google.es/books?id=PVXtT8GVVOcC&pg=RA2-PA544&lpg=RA2-PA544&dq=illouz+bauman&source=bl&ots=-M51tjtHSm&sig=TeKFv-8KzhwXx5phA-69hoGdS9g&hl=es&ei=DMAhSqjVMMWgjAeI-P2rBg&sa=X&oi=book_result&ct=result&resnum=4.
[33] “Al plantear como objetivo un ideal de salud indefinido y expansivo, todos y cada uno de los comportamientos pueden ser catalogados, por el contrario, como ‘patológicos’, ‘enfermos’, ‘neuróticos’, o, más simplemente, ‘disfuncionales’ o ‘no-autorrealizadores’. La narrativa terapéutica plantea como meta del yo el alcanzar la ‘normalidad’, pero como esta meta nunca recibe un contenido positivo, de hecho produce una amplia variedad de personas no realizadas y, por ello mismo, enfermas. La narrativa de autoayuda no es el remedio para ningún fallo o miseria; más bien, la misma insistencia en perseguir niveles de salud y auto-realización cada vez más altos, produce narrativas de sufrimiento” (pp. 176-7). http://www.temas.cl/enero/libros/213.html
[34] “¿Son tan maltratadoras las mujeres como los hombres?” le preguntan en a Jose Luis Linares autor de Las formas de maltrato (Paidós, Barcelona, 2006) y contesta: ”Por supuesto. El maltrato es algo mucho más complejo que la caricatura del macho con sus bíceps zurrando al débil. Las mujeres tienen sus armas y una gran capacidad de infligir daño psicológico y relacional.” La Contra de La Vanguardia (15-9-2006)
[35] Véase: http://buenamente.blogspot.com/2008/06/los-hijos-compartidos-frente-los-hijos.html
[36] Síndrome de Medea. Jacobs en Nueva York y Wallerstein en California informaron casos de lo que ellos llamaron el Síndrome de Medea. Las Medeas modernas no desean matar a sus hijos, pero sí quieren venganza de sus ex esposas o esposos y lo logran destruyendo la relación entre el otro progenitor y el niño. Se inicia con el matrimonio en crisis y la separación subsiguiente, cuando los padres pierden, de vista el hecho de que sus hijos tienen necesidades distintas a las propias y piensan en el niño como una extensión del propio yo. Estos progenitores liberar su intensa ira de manera desorganizada pero crónicamente disruptiva, que bombardea a los niños, más que les protege con la cruda amargura y el caos de los sentimientos de los progenitores para con el ex cónyuge y con el divorcio mismo. http://www.geocities.com/papahijo2000/psicolog.html?200930
[37] Síndrome de la Madre Maliciosa. Turkat, (1994) denominó esta perturbación y la clasificó como una forma moderada de interferencias en las visitas, en comparación con el síndrome de la madre maliciosa en relación con el divorcio. En el contexto del divorcio, se relaciona con una clase especial de progenitores alienadores, que emprenden una campaña multifacética y despiadada de agresiones y engaños contra el ex cónyuge, como medio de castigarle por el divorcio. Litigación excesiva, involucración del niño y terceras personas, utilización del fraude y de la mentira". Citado por Rand, Conway. D. (1997: I). http://www.geocities.com/papahijo2000/psicolog.html?200930
[38]“Introducir Discriminación”, Xavier Sala i Martin, (La Vanguardia, 17 Marzo 2006) http://www.columbia.edu/~xs23/catala/articles/2006/discriminacion/discriminacion.htm
[39]Aunque no faltan los intentos restaurar modelos tradicionales o de simple resistencia al cambio, allí donde se ha producido lo que los demógrafos denominan Segunda Transición Demográfica, la modificación de los patrones de conducta en el sentido que se ha señalado parece producirse de modo irreversible y sin retrocesos significativos. Entre los escasos intentos recientes de recuperación del modelo tradicional, destaca la reivindicación de la figura de la madre realizada por la periodista alemana Eva Herman, autora de El principio de Eva (Ediciones B.2008), obra de gran éxito en Alemania en la que denuncia la frustración que ha supuesto para muchas mujeres anteponer la carrera profesional a costa de sacrificar la función maternal. El desarrollo de estos planteamientos ha llevado incluso a acuñar términos como el de retrofeminismo. Las obras dedicadas a revalorizar la figura del padre no han conseguido un éxito equivalente, una prueba más de la notable debilidad de su posición. Por tanto, hoy por hoy incluso la revalorización de la llamada familia tradicional, sigue pasando por el binomio “madre omnipresente – padre disminuido”. Sea mayor o menor la resistencia, una constante en el tránsito a las nuevas estructuras familiares es el “eclipse del padre” (véase CORDES, P.J.: El eclipse del Padre, ed. Palabra, Madrid, 2003) . La mujer ha conseguido mejorar su presencia en el espacio público, pero sin asumir de verdad la renuncia a su hegemonía en el espacio doméstico. Esta solución provisional está en consonancia con las reformulaciones híbridas de lo femenino que describe Gilles Lipovetsky en La Tercera Mujer: permanencia y revolución de lo femenino (Anagrama, Barcelona, 2002). Con no pocos desajustes y quebrantos para las propia mujeres, se ha demostrado una fórmula plausible a corto plazo, pero parece evidente que aún esta muy lejos alcanzar el mínimo exigible como proyecto vital de vida en común equilibrado y saludable, como deja entrever Una mujer como tú, de Neus Arqués (Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 2009, http://www.neusarques.com/ y “Se buscan mujeres de EXCEPCIÓN”: http://chicosymasculinidades.blogspot.com/2009/03/se-buscan-mujeres-de-excepcion.html), obra en la que se denuncia el engaño suicida que consiste en hacer creer a las mujeres que pueden llegar a todo, promoviendo una fraudulenta mujer ideal que auna todos los atributos tradicionales posibles unidos y la excelencia profesional sin experimentar sin conflictos ni renuncias. Parece que este vano ejercicio de suficiencia tiene los días contados y tarde o temprano se impondrá la necesidad de contar humildemente con los dos miembros de la pareja. La nueva vertebración de la familia deberá pasar por facilitar desde todas las instancias el ejercicio compartido por hombres y mujeres del poder doméstico, como ya ha empezado a ocurrir en la esfera pública.
[40] “Un feminismo que olvida que el patriarcado no ha ocupado nunca la realidad entera, ni, tampoco, la vida entera de la mujer”, en RIVERA, Milagros: La diferencia sexual en la Historia, Universitat de València, 2005, p. 66 http://books.google.es/books?id=9FE6CZsSdj8C&printsec=frontcover#PPA66,M1
9 comentarios:
Qué alegría encontrar una entrada nueva en esta bitácora: se hacen esperar, pero siempre merecen la pena.
Cuando se habla de las diferentes "morales" sexuales, siempre se da por descontado que la promiscuidad en el varón está bien considerada, en tanto que la mujer está esclavizada a la monogamia (y de esta asimetría, cómo no, se obtiene abundante munición para el victimismo feminista). Sin embargo, creo que es más que discutible que las cosas fueran así de sencillas: desde luego, la Iglesia siempre fue muy clara en imponer las mismas normas morales a hombres y mujeres.
athini_glaucopis@hotmail.com
Pasé a saludar y me he encontrado con este trabajo impresionante, como siempre. Aunque se antoja debatir, porque no comparto ciertos puntos, me encanta tu claridad y profundidad.
Un abrazo.
Elsa
Agradecerte de nuevo la profundidad y el rigor de tus exposiciones.
Por lo demás sólo dos breves acotaciones: este debate está sostenido por varones sin que la invisibilidad femenina pueda ser achacada más que a su propia actitud, y en lo que respecta a lo que sostiene Fernández de Quero creo que difícilmente se puede vislumbrar ningún propósito de autocrítica ni de apertura a nuevas ideas. En su caso como en general en las teorías del género, el carácter abusador y explotador del varón no son circunstancias que haya que demostrar, sino los datos de partida que explican la pretendida realidad de género. Da igual por eso el ámbito a que se refiera el análisis, o la procedencia geográfica o histórica, el hombre es abusador por naturaleza (aunque de momento no hayan resuelto la contradicción que se produce en quien sostiene algo así, al tiempo que pretende que todas las diferencias entres el hombre y la mujer son culturales).
Gracias por vuestros comentarios. Retomo de nuevo el blog tras un prolongado silencio, aunque me temo que mis futuros posts se sucederán con alguna que otra pausa.
Apreciado "Athini Glaucopis", como habrás comprobado en el desarrollo del post, las últimas investigaciones contemplan la promiscuidad como un rasgo compartido por hombres y mujeres.
Otro saludo apreciada Elsa. Estaré encoantado de debatir sobre el tama contigo.
Apreciado Emilio, aunque es cierto que Fernández de Quero no se aparta en lo fundamental del guión al uso, hay que reconocerle que acaba abordando cuestiones poco tratadas por los "hombres profemninistas". Ya es algo. Además, últimamente este movimiento ha empezado a realizar una autocrítica -todavía tímida es verdad- de sus confusas posiciones sobre la custodia compartida. Algo se mueve.
Reconfortante volver a leer tus post. Suelo re distribuir el enlace, para aumentar su difusión entre personas concienciadas por la evolución armónica de la sociedad (me alegra en este sentido que hayas descubierto a Ken Wilder). Con estilo menos destallado que el tuyo, recientemente he publicado un comentario en mi blog, "Tele basura de género", que quizás te inspire para otra de tus esperadas entradas. Este es el enlace: http://plutarco-cosasdesexo.blogspot.com/2009/09/telebasura-de-genero.html
Estimado Enrique,
Agradecería me contactaras vía mail en cristina.tenas@ono.com
Soy conocedora del seguimiento que haces de mi blog y por ello quisiera solicitarte que me echaras una mano, pero debiera de ser vía mail por la importancia del asunto.
Muchas gracias y disculpa la osadía pero si llegas a contactarme comprenderás el por qué de la misma
Cristina
Vaya tratas de compartir culpas con la mujer, pero todo antepasado masculino ha hecho tanto daño que es imposible equipararlo.
¿feminismo pariarcal? no es otra cosa de machismo patriarcal, pero ahora quiere desarcerse de la mujer para tener mas tiempo para su lujuria y sexualidad desmedida.
Siempre digo que el matriarcado fue una epoca bello bien existencial y no como el patriarcado desagradable y castradadora, por eso se la recuerda a diario y para dejar bien su patente lo potenciaron con la religion, la politica, la sociedad solo benefia al hombre.
Si las mujeres llegasen a ser " femenismo patriarcal " es porque el hombre la alecciono durante milenios.¿a lo mejor le convenga al patron que su esclavo sea asi agresivo?
Solo un hombre inteligente esta al servicio de la madre y de su hijo .
La madre es la raiz de la humanidad, y si el humano sigue siendo psicologiacmente el mismo es porque han bloqueado el cerebro de la madre durante milenios.
No aportas nada todo es puro copie y paste de otro que a su vez proyecto su vision en hechos pasados desde una perspectiva distorsionada por el patriarca, el ser humano debio ser otra cosa y no lo que es.
Los libros estan llenos de historias falsas, puras mentiras que la mayoria adoctrinada por la mente patriarcal lo ha aceptado.
Y si el hombre ahora pseudo-libero a la mujer es porque se harto de la responsabilidad de cuidar de sus docenas de hijos, ahora con la pseudo-liberacion de la mujer puede saltar de cama en cama.
Mejor seria dejar de vomitar con los que otros dicen en sus profundos traumas y mejor situarse en lo existencial (lavado de cerebro total sin idologias, apologias, sin dioses e ismos)
Tiene que haber algo mas y ese algo mas tiene que ver con la madre ella esta mas cerca porque la existencia la eligio para dar vida y como ya sabemos dar vida tiene sus beneficios, esto es lo que enloqeucio tanto al hombre.
Los cuentitos de los libros y autores y mas autores no me llenan en el entorno en que se argumento deja mucho que desear, no es valido.
Toda la historia de la humanidad es una falsedad el dominio de lo masculino sobre lo feminino es la raiz de ello.
Nadie deberia aceptar semejante insulto a la humanidad.
La mujer es la raiz de la humanidad y el hombre a lo sumo las ramas ( y no es insulto) ..son del mismo arbol pero el padre se dedico a practicar "bonsai".. y he aqui los resultados => suicidio global.
la mujer patriarcal es aquella que en el ánsia de reconocimiento social y poder (este siempre es patriarcal) no critica el modelo de opresión sino que, lejos de tratar de ser libre, se adscribe a este conquistando parcelas de poder. consiste en el esclavo que busca ser amo, no ser libre.
el modelo patriarcal oprime a todos, tanto hombres como mujeres, pero sobre todo a sus hijos, que asimilan la dominación que se hace sobre ellos como algo inherente a la conducta humana, y por lo tanto la reproduciran en el futuro mediante el ánsia de dominación sobre otros.
la autoridad sobre los niños que se suponen que han de tener los adultos (que se postula como imprescindible para el desarrollo "normal" del menor) es la semilla del patriarcado.
en esta sociedad los niños son agredidos tan constante y abusivamente que su rebelión debería alertarnos sobre el trato que reciben, ya que la represión de la rebelión del niño por sistema sin plantearse en absoluto la opresión que ha llevado recibiendo es agravante e inoculadora del modelo de opresión patriarcal.
http://caso.omiso.org
Publicar un comentario