jueves, octubre 30, 2008

A los padres se les ha metido en la cabeza que deben "gustar" a sus hijos


Lo comenta Aldo Nauri en LA VANGUARDIA. La entrevista y los artículos que la acomapañan no tienen desperdicio.

http://www.lavanguardia.es/premium/epaper/20081029/53568566257.html

Soy tu padre, no tu amigo.

Cuando los niños sobreprotegidos acaban siendo adolescentes conflictivos

NÚRIA ESCUR - Barcelona

Cuentan que en su consulta, ante la pregunta de una madre preocupada - "¿cómo debo educar a mi hijo?"-el mismo Freud contestó: "Como le de la gana. ¡De todos modos estará mal!". Ante esa imposibilidad de ser infalible, surgen corrientes que empiezan a poner en tela de juicio prácticas educativas gestadas en la década de los sesenta como revulsivo contra una educación represiva y humillante. Nacieron para corregir la pésima herencia del jarabe de palo y "la letra con sangre entra". Ahora, en la otra orilla, nos encontramos con niños de infancia plácida que crecen en burbujas permisivas, sin un solo límite y con más capacidad de acción que de reflexión. Se diseñan adolescentes tiranos que se creen con la autoridad moral de manejar el mundo, y a quienes viven en él, a su antojo.

Teresa Pont Amenós ha trabajado durante diez años en los juzgados de Barcelona. Los ha probado todos: de menores, de familia, instrucción, penales. La reclamaban -por su experiencia como psicoterapeuta y especialista en criminología-en casos de adolesentes conflictivos. "Lo que me sorprendió es que, en muchos casos, al lado de un delincuente joven había una madre permisiva. Madres que me preguntaban ¿cómo puede ser, si lo ha tenido todo? Esa era mi alerta, la frase. Precisamente por eso, señora".

Los profesionales empiezan a enfrentarse a un cambio en el perfil prototípico de adolescente conflictivo. "Antes era sinónimo de familia desestructurada, barrio bajo, nulas posibilidades. Ahora nos encontramos con familias acomodadas, chicos con formación y, eso sí... sin límites". Insiste Pont en que la sociedad actual favorece un círculo vicioso: padres estresados que llegan a casa tarde y de mal humor "y para calmar su sentido de la culpabilidad le compran todo lo que pide. Esos chicos nunca interiorizarán valores intangibles como el esfuerzo, la espera, el ahorro. No tienen ni idea de eso".

Una advertencia rodea las reflexiones de pedagogos y juristas: si no pones límites a tu hijo le estás haciendo un mal favor. Le dejas indefenso ante las frustraciones futuras. Sin recursos para afrontar la crisis actual o las que queden por venir. Por eso recomiendan un cambio de actitud: "Los padres no deben tener miedo al ´no´. Hay chicos que están pidiendo a gritos que les frenen porque ya se han perdido. Pero si el ´no´ va acompañado de palabras, recuérdale que tu eres su padre o su madre, no su amigo".

O somos conscientes de esta circunstancia -insiste Teresa Pont-o "cada vez nos vamos a encontrar en los juzgados con más chicos rebeldes, hijos de familias acomodadas, convertidos en skins peligrosos. Lo peor de sus padres es que van tan desbordados que les admiten todo. Pero se olvidan de darles criterio. En eso son huérfanos".

Cada vez hay más niños con síndrome del emperador. se creen el centro del mundo. Aldo Naouri, pediatra y máxima autoridad en Francia, se ha atrevido a augurar que si no se toman medidas - "si la mala educación de las generaciones continúa"-peligrarán incluso los niveles superiores de enseñanza. En 20 años puede no haber nadie en condiciones de dedicarse a la investigación". Sugiere que estamos criando futuros fascistas: "Al fin y al cabo ¿qué es un fascista si no un individuo inmerso, por muy adulto que sea, en su infantil poder absoluto". Los adolescentes, añade, no sólo creen que pueden tenerlo todo sino que tienen derecho a todo.

Anna Berga, doctora en Sociología, profesora de las Escoles de Treball Social i Educació Social de la Fundació Pere Tarrés, advierte que en cuanto a violencia juvenil hay mucho falso mito. "La conducta incivilizada ahora sí se considera un problema nuevo.Cuando las conductas aberrantes las protagonizan jóvenes de clase media, de entornos familiares ´normalizados´ no encontramos explicación y acabamos por emplear el calificativo de violencia gratuita. Pero no es más que nuestra incapacidad para comprender sus razones".

Pasar de modelos autoritarios al vacío de autoridad -explica la socióloga-, además de la incertidumbre moral actual, ha hecho mucho daño a una generación de adolescentes que crecen con la dificultad de identificar límites. Tener autoridad es eso: un modelo, ser un referente válido. En ese sentido la autoridad es la base de toda educación".

Padres que quieren ser amigos, que ceden por no entrar en conflicto o "separados con diferencia de criterios, en alianza con el hijo y contra la otra figura parental -explica Pons-y que el único modo que encuentran para expresar sus afectos es el material" pueden perpetuar una actitud: pequeños tiranos hoy, grandes dictadores mañana.


ACTUAR PRONTO

En la década de los 50, Donald Winnicott, reconocido pediatra y psicoanalista, ya estudió las manifestaciones antisociales infantiles. Insistía en un punto: cuanto más se tarda en poner límites más difícil es llegar a reparar una situación de carencia (ausencia de límites, excesiva permisividad…), más difícil instalar la disciplina necesaria para frenar esa tendencia


EN LOS JUZGADOS "Al lado de un joven delincuente había una madre permisiva", explica Teresa Pont

VIOLENCIA GRATUITA "Así la definimos cuando son jóvenes de entornos normalizados"


ENTREVISTA A ALDO NAOURI

"La relación filial no puede ser horizontal"
N. ESCUR - Barcelona

Considera que hemos sido demasiado blandos con nuestros hijos. Que debemos volver a la disciplina y el rigor y que no por ello nos van a querer menos. Es pediatra y la máxima autoridad en relaciones interfamiliares en Francia, país donde su último libro ha abierto la caja de Pandora. Para Aldo Naouri (Libia, 1937) la frase Somos amigos como colofón entre padres e hijos ha sido "el peor maltrato que se puede inflingir a un niño". Pide una revisión.

¿Cuántos niños maleducados pasaron por su consulta?

De maleducados he visto más padres que hiios. En Francia me conocen como el pediatra de los padres.Calculo que he tratado unos 15.000 casos.

¿Nos odiarán nuestros hijos por ser más severos?

En absoluto. Con los años les darán las gracias. Todo hijo está condenado a amar y odiar a la vez a sus padres y, después, seguir su propio camino. No existen niños que puedan decir que han tenido padres perfectos.

LA HERENCIA DE LOS SESENTA Lo peor es que a los padres se les ha metido en la cabeza que deben "gustar a sus hijos"

Sería una desgracia

Totalmente. A menudo los que tienen esa sensación de padres ideales después no tienen hijos.

¿Por qué dice usted que un hijo atribuye a la madre lo permisivo y la negación al padre?

Estamos nueve meses en un vientre y allí establecemos una comunicación de gran fiabilidad: el niño interioriza la garantía de que la madre le va a decir que sí a todo, durante toda su vida. Predestina al padre a los no.

Los rols deben cambiar

En nuestra sociedad, hasta hace unos 50 años, el padre estaba apoyado por el cuerpo social. Hoy ya no hay nada de eso.

¿Cuál es la peor herencia de la pedagogía de los años sesenta?

Que a los padres se les ha metido en la cabeza que deben "gustar" a sus hijos. En una falsa idea de la democracia se ha creído que había que tratar al niño de igual a igual. Nefasto.

¿La relación padres-hijos no puede ser horizontal?

Jamás. En un vuelo en avión al piloto no se le ocurre, en nombre de la democracia, invitar a un pasajero a que pilote él.

Le leo: "No le mandes algo a un niño acabando la frase con con un por favor, cariño"

Odiamos tanto las dictaduras que hemos olvidado que la autoridad es necesaria.

Entonces no hay que darles excesivas explicaciones

Usted puede explicarle a un niño de dos años y medio cómo llega un bebé al mundo. Pero siempre entenderá que es por el conducto anal. ¡Ese experimento es universal! Cuando un niño no está preparado para una explicación busca él mismo la respuesta...

Antes se nos decía "en la vida no se puede tener todo"

Eso curtía. Ahora se les dice "haz lo que quieras, mientras seas feliz", "puedes tenerlo todo". ¡Que incierto! Paradójicamente, los movimientos de izquierdas que preconizan la libertad son los aliados objetivos de la sociedad de consumo.

¿Qué es lo peor que le han imputado esos movimientos?

El 96% de la población -incluída prensa-me dió las gracias por decir en voz alta lo que llevan tiempo pensando. El4% restante me insulta sin argumentos: anticuado, reaccionario...

¿Por qué no mostrarnos desnudos ante nuestros hijos?

La curiosidad es un motor. Si la satisfacemos le restamos instrumentos de madurez: bloqueamos su deseo de saber. Lo que se llama la pulsión epistemofílica. La habitación conyugal debería estar siempre cerrada.

"A un adoptado dile que lo es sólo una vez ". ¿Por qué?

Porque si se lo repite demasiado pensará que es distinto como si eso fuera una tara.

¿Hasta cuando estamos a tiempo de corregir?

Siempre, sólo que tendrá más trabajo si no ha invertido en sus tres primeros años de vida.

Divide la sociedad entre neuróticos y perversos.

Los neuróticos -los que le decimos al niño que no puede tenerlo todo-tenemos un mecanismo con fantasma (que permite aceptar la frustración) y el perverso hace lo que quiere.



ANÁLISIS. Un legado en cuestión

Lluís Uría

Francia vuelve a abrazar el principio de la autoridad. ¿Una moda pasajera? ¿Un violento vaivén del péndulo cuarenta años después del prohibido prohibir?Los herederos de la generación de Mayo del 68, en todo caso, parecen mayoritariamente inclinados a abominar del legado libertario de sus padres y buscar nuevos referentes en los valores del pasado. ¿Cómo entender, si no, la adhesión suscitada en la campaña del 2007 por Nicolas Sarkozy y Ségolène Royal, defensores - cada cual desde su campo- de la autoridad, el orden y la disciplina?

El mismo fenómeno se está produciendo también - y con más virulencia que en ningún otro ámbito- en la educación infantil. Los canales de televisión rivalizan en programas - Supernanny,Gran Hermano-donde los nuevos héroes meten en cintura a los vástagos descarriados de familias exangües, mientras en las librerías proliferan los títulos contra la tiranía del niño rey y el desamparo de unos padres sin norte. El pediatra Aldo Naouri, de cuyo libro Educar a los hijos: una tarea urgente se han vendido 120.000 ejemplares en Francia, es uno de los principales exponentes. Pero no el único. Si Naouri reivindica la conveniencia de frustrar a los hijos y dar órdenes sin explicaciones, el psicólogo clínico Didier Pleux, autor de un panfleto titulado Generación Dolto,defiende tesis similares y atribuye toda la responsabilidad de la desorientación actual al método permisivo instaurado por Françoise Dolto.

Miles de franceses bebieron, entre los años 1976 y 1978, de las ideas de la psicoanalista Françoise Dolto (1908-1988) en sus célebres emisiones radiofónicas diarias de France Inter, donde respondía a las inquietudes de los padres y aconsejaba sobre el mejor proceder. Dolto instauró el principio de que el niño es una persona entera, sujeto de derechos, al que debe concedérsele toda la autonomía posible y darle explicaciones sobre las decisiones que le atañen. Una revolución que desmontó de arriba a abajo los principios de la educación tradicional.

Hoy, una nueva generación de psicólogos y pediatras cuestionan el legado de Dolto y atribuyen al éxito de sus postulados - bien o mal digeridos- los problemas actuales. Sus defensores, por el contrario, alegan que Dolto ha sido efectivamente mal leída y mal interpretada y que nunca propugnó la ausencia de reglas y las desaparición de la autoridad. Una autoridad que defienden...

BIBLIOGRAFÍA

Teresa Pont Amenós. PROFILING. EL ACTO CRIMINAL. Ed. UOC.Perfiles distintos

Aldo Naouri. EDUCAR A LOS HIJOS. UNA TAREA URGENTE.Ed. Taurus

Anna Sans Fitó. PER QUÈ EM COSTA TANT APRENDRE?.Ed. Edebé

Jordi Royo. ELS REBELS DEL BENESTAR.Ed. Alba. Claves para la comunicación con los nuevos adolescentes.

El manual de Aldo Naouri

"No anuncies un castigo si no eres capaz de cumplirlo. La palabra es algo sagrado para un niño"

"No dejes al niño que decida solo su ropa desde los primeros años de su vida porque acabará cuestionando incluso la tuya"

"No expliques demasiado tus decisiones y si debes hacerlo, que sea siempre después de ejecutarlas. Una orden es una orden"

"El castigo jamás debe ser físico. No levantemos un castigo hasta que nosotros mismos nos hayamos calmado"

La Ley de Educación Catalana (LEC): direcciones fuertes, autonomía de centros y evaluación del profesorado.



En pedagogia la realitat tendeix a adaptar-se a l'estat d'ànim de la ciutadania



Se nos está explicando que la futura LEC nos permitirá salir del pozo en que nos encontramos gracias a la fórmula que del título de este post y a muchos defensores de una educación más exigente esa música les seduce[1]. Si los profesores se resisten –piensan- es por mero corporativismo y lo hay que hacer es dar una oportunidad a este inédito y ambicioso proyecto, sin dejarse chantajear por los docentes, a los que ya ni siquiera sindicatos como UGT y CC.OO respaldan.


¡Qué engañados están! El profundo malestar de muchos docentes con este proyecto de ley no deriva sólo de la pérdida de conquistas decisivas (no privilegios) en el ejercicio de nuestra profesión -como la participación efectiva en la orientación de nuestra acción pedagógica-, sino de que muchos ya hemos tenido la mala experiencia de sufrir ese modelo, aunque hasta ahora sólo en su forma atenuada.


Si alguien conoce un poco este medio, sabe que desde hace tiempo el Departament ha venido impulsando los planes de autonomía de centro y que allí donde ha habido claustros débiles o debilitados –más que direcciones “fuertes”- no ha sido difícil la puesta en marcha de semejante modelo, que se traduce en subordinar el dinero que se recibe (a veces mucho) al éxito escolar, una transacción que en condiciones normales difícilmente acepta el profesorado.


¿Y cómo se han debilitado esos claustros?. De un modo muy simple: aumentando el número de profesorado cautivo de las direcciones. Desde hace algunos años la cantidad de profesorado provisional, cuya continuidad o valoración depende de la dirección, no ha hecho más que aumentar. Poco a poco las reuniones de claustro han pasado de ser un lugar dónde se deciden asuntos importantes a un rito enojoso y prescindible que sólo se práctica el mínimo establecido por ley. Mientras tanto, esas direcciones han profundizado en su servil carrera por apuntarse a cuantas iniciativas de marketing educativo promueven sus superiores en el Departament [2] y acumular reconocimientos, aunque esas competiciones tengan poco o nada que ver con las necesidades del centro o el rendimiento real de los aprendizajes. El resultado: un divorcio cada vez mayor entre las direcciones y los claustros, y una insatisfacción creciente del profesorado, pero eso sí prudentemente silenciado.


Aumentando, por tanto el poder de las direcciones como plantea la LEC, esta dinámica no hará sino afianzarse y lo que se presentaba como direcciones fuertes y autonomía de centros acabará en direcciones fidelizadas y pequeños reinos de taifas, donde un profesorado aún más devaluado y precarizado hará lo posible por sobrevivir y no complicarse la vida. Más que la educación de los alumnos, ahora lo priorotario será la evaluación y la particular carrera docente (o “sálvese quien pueda”) y los tan invocados equipos docentes se convertirán en una vacua representación. Algo de eso hace ya tiempo que está pasando.


En cuanto a los contenidos de la educación pocas garantías pueden esperarse de semejante escenario. La Administración quiere resultados rápidos en la reducción del fracaso escolar y con los nuevos mecanismos de presión que la ley le otorga sin duda los conseguirá. Otra cosa es lo que el alumnado aprenda. Por cierto, es revelador que la nueva “Agència d’Avaluació” prevista en la LEC -que debería valorar esos aprendizajes- dependa del Departament d’Educació y no del Parlament.


En un artículo reciente, Xavier Bru de Sala señalaba que después de años de confusión, Europa volvía a recuperar la lectoescritura y el cálculo y confiaba en que Cataluña también avanzase por ese sendero. Y hoy, Gregorio Luri recuerda en el Avui que el liderazgo educativo lo ocupan países que “sustentan su confianza en la educación sobre cuatro pilares bàsicos: la autoridad de la escuela, la del maestro, la del contenido y la de l'administración educativa.” Me temo que con la LEC ni el calculo ni la lectoescritura mejorarán y que nuestra cojera se agravará.


Y en cuanto a los los centros privados, de entrada no se les toca ni un pelo, por eso han pactado. Ellos si podrán mantener la enseñanza tradicional y el sistema segurirá dualizado.



¡Huelga el 13 de noviembre!.





[1] Léase por ejemplo Victoria Camps, Xavier Bru de Sala o Salvador Cardús, entre los que han manifestado su fe en la futura LEC, a pesar de que sus propuestas pedagógicas no son las que hoy por hoy propugna el Departament ni nada a qpunta a que lo haga en el futuro.

[2] Es curioso, pero se da por supuesto que cualquier iniciativa novedosa que alegre el escenario educativo es buena por el mero hecho de ser innovadora, aunque nadie se preocupe nunca de evaluar su eficacia real. No hay más que repasar los cursos de formación del profesorado para descubrir hasta dónde nos ha llevado este papanatismo. Estoy convencido que si la enseñanza aún resiste no es gracias a los rabiosamente innovadores, sino a los discretos y sufridos profesores tradicionales que conseguido mantener a flote sus principios. Pero el Departament sigue alentando las soluciones mágicas. No estoy en contra de la innovación educativa, de hecho, siempre la he practicado e impulsado, pero he intentado hacerlo de modo gradualista y con mucha prudencia.

miércoles, octubre 22, 2008

Transitando identidades

Me explican la Llei d'Educació

Por aquello de juzgar con rigor, asisto a una charla-coloquio sobre la futura Llei d’Educació a cargo de un cualificado miembro de la Administración Catalana. Prometo que lo hago con la mejor disposición, incluso con la expectativa de llevarme alguna sorpresa agradable y descubrir aspectos inéditos en este “ambicioso proyecto”. Resultado: el asunto pinta peor de lo que me imaginaba. A tenor de lo explicado parece que el desconcierto educativo se podrá superar dando mucho poder a las direcciones y “atando corto a los profesores”[1] (evaluaciones –entre otras cuestiones de “la empatía con los alumnos”[2]-, precarización laboral, creación de plazas-premio a los mejor adaptados al régimen, etc.). Lo que nadie explica es en que qué se va a emplear esta acumulación de poder jerárquico y en qué nos tendremos que emplear los sumisos profesores. ¿Cuál es el tubo por el que nos van a hacer pasar?. ¿En qué se va a emplear la pérdida de nuestros derechos laborales? De eso, qué es lo realmente importante –los contenidos de la educación, los niveles de exigencia académica, la disciplina-, ni una palabra. ¿Para qué si vamos a tener "autonomía de centros", el otro gran pilar de la ley)?. “Además no os inquietéis, los únicos que tienen motivos de preocupación son los malos profesionales –"que los hay", insiste-, los otros van a hacer carrera” (¿docente?, me pregunto). Y el claustro no va a perder poder, incluso va a tener más que antes (manifiesta falsedad que el ponente largó sin ruborizarse, en un tono cargantemente paternal y campechano).

Uno llevado de un movimiento reflejo rancio preguntó: ¿va a haber financiación?. Complacido nuestro miembro cualificado respondió: “estamos en ello”. ¿Y de privatización de la enseñanza?. “Nada, no te agobies: la concertada va a seguir como hasta ahora e incluso les obligaremos a aceptar más inmigrantes”. Otro llevado de la alegría reinante en la sala –hay mucho entusiasta- pregunta: ¿y por fin tendremos “autonomía curricular”?. Prudente, nuestro hombre desvió la atención hacía cuestiones más confortables.


Lo veo claro: la huelga se convierte en un deber moral inexcusable.

[1] Ya sabemos, el principio de la jerarquía invertida: a menos presión sobre los alumnos, más presión sobre los profesores.

[2] Digo yo que también se podría evaluar la empatía de las direcciones con los profesores, la de los inspectores con los inspeccionados, la de la administración educativa con los administrados, ... etc. Con efectos salariales, claro.

lunes, octubre 20, 2008

Victoria Camps y la "consistencia" en educación

La funcionaria Victoria Camps (de la Universidad Autónoma de Barcelona) acaba de publicar un valioso opúsculo titulado Creer en la educación, donde tiene el valor de decir de forma amena, concisa y desacomplejada las obviedades mil veces repetidas por los objetores de nuestro régimen educativo, que tantas energías nos consume. Es algo que puede permitirse sin irritar ni causar escándalo por su incuestionable condición de socialista, feminista y de brillante defensora de las virtudes públicas. Una buena noticia, sin duda, porque parece que eso de hablar “sin complejos” en educación se había convertido en seña de identidad de los neocon, mientras la izquierda oficial había quedado fijada en el angelismo pedagógico y en las demagogias de la corrección política.


Pues bien, Victoria Camps se despacha a gusto desmontando con una solvencia y agilidad sorprendente los mitos y tópicos “progresistas” que han empantanado el mundo de la educación en las últimas décadas.


Para empezar arremete nada menos que contra la permisividad parental, el oscurecimiento de la figura del padre y la matriarcalización de la familia que ha conducido al binomio “padre confuso y madre segura” (“sin la autoridad del padre, que ha dejado de existir como tal, y sin la madre que la pueda suplir, el resultado es que los hijos están condenados a permanecer en el útero el máximo tiempo posible” p. 38).


Frente a la sesentayochista “obsesión por romper barreras y eliminar prohibiciones” y defender el espontaneísmo, reivindica los buenos modales y el gobierno de la emociones, algo inviable sin represión, normas y sanciones.


Siguiendo a Burjau y su Elogio de la cortesía abomina del compadreo y postula aprender a mantener las distancias, respetar el espacio del prójimo y permitir reconducir las emociones y los sentimientos.Frente a los malestares de la cultura, reivindica la cortesía y la buena educación que nos permite superar la animalidad.


Critica la confusión creada por haber abierto de par en par las puertas de la escuela a un batiburrillo de abstrusas teorías pedagógicas acompañadas de sus correspondientes órdenes y preceptos administrativos, que nos han llevado a olvidar que “la formación de la persona siempre ha sido un asunto más práctico que teórico” (p. 56), y que han extendido la sensación de que la educación es una responsabilidad y asunto de expertos, cuando “la responsabilidad primaria y fundamental es de los padres”, que nunca pueden abdicar, porque son insustituibles.


Pero Victoria Camps también se rebela contra la tentación del fatalismo y la impotencia. Frente a los que como Sánchez Ferlosio consideran imposible luchar contra la fuerza del grupo de edad o el imponente poder determinante del mercado, defiende la posibilidad de los educadores de actuar e ir a la contra, porque eso es lo que ha hecho siempre la verdadera educación: “actuar contra corriente, contra una corriente dominante siempre propicia a corromper y a desviar definitivamente la condición humana” (p. 62). “Es absurdo –y sobre todo cómodo- demonizar el mercado, la publicidad, la televisión, internet o los videojuegos y dejar de actuar” (p.63).


Para empezar, reclama volver a convertir la “formación del carácter y del gusto” en uno de los pilares de la tarea educativa (p.66): “creo que el problema de la televisión y de la adicción a las pantallas … es el hecho de que naturalizan lo que no es natural, sino una construcción cultural y humana. Naturalizan la violencia, el sexo, el lenguaje obsceno, la perversidad humana y el consumo excesivo y descontrolado. … Los niños no saben distinguir el bien del mal, lo correcto de lo incorrecto y lo que es peligros de lo que no lo es.. (66-67).


Hemos fomentado la liberación de la presión social y lo normativo sin reparar en que sin nada que ponga freno a los impulsos lo que sale a la luz es la violencia trivial, gratuita (“naturalizada”). Por eso más que nunca conviene subrayar la responsabilidad de la familia y de la escuela son en el ámbito de la formación del carácter y del gusto. Los regalos desmesurados, el consumo descontrolado de televisión e internet, repletos de contenidos de mala calidad, reflejan una abdicación que explica el perfil de esta generación zapping: la inconstancia, la escasa capacidad de sorpren­derse, la exigencia de resultados rápidos, la incapaci­dad para involucrarse en actividades largas, la faci­lidad para aburrirse y cansarse de cualquier ego (p. 73).


Si se abdica de esta responsabilidad, quien educa es la mano invisible del mercado cuyo único interés es crear consumidores. Las ofertas del mercado para incentivar continuamente el deseo y alentar el “fascismo de la posesión inmediata” (Rafael Argullol), la pasión por tenerlo todo aquí y ahora, el comprar cosas sin descanso, que se impone como la única estrategia visible de aplacar el tedio vital. Frente a esa deriva, Camps invoca la contención y el autodominio, únicas bases posibles de la buena educación y del anhelo de felicidad duradera. Frente a la satisfacción pasiva de caprichos –sepulcro del deseo- los adultos deberían enseñar a los jóvenes a obtener lo que anhelan con su esfuerzo y a disfrutar de lo conseguido (la felicidad de los estoicos).


Pero la pedagogía "progre" ha sustituido el esfuerzo por la motivación (“motivar, finalmente, no quiere decir nada más que facilitar el trabajo o reducirlo, condescender a la falta de estímulo y sucumbir a la mediocridad”, p 100) favoreciendo un individuo que tiende a “inhibirse de si mismo” (presentismo, velocidad, drogas, alcohol, distanciamiento, discontinuidad, olvido... según Bauman). Se ha puesto demasiado énfasis en los valores finalistas (pacifismo, tolerancia ecología, salud, lealtad...) olvidando que si se prescinde de los valores instrumentales que los hacen posibles, (esfuerzo, constancia, responsabilidad, compromiso, participación, abnegación, aceptación del límite, autodominio, trabajo bien hecho...) aquellos se quedan en mera retórica vacía (Javier Elzo, p.103).


Frente a los estilos parentales sobreproteccionistas o meramente coexistencialistas, caracterizados por su alergia a decir “no” y por el abandono de los niños a sus inercias espontáneas, se ha practicar una educación basada en el sentido del límite, el ejemplo y los modelos de comportamiento y, en definitiva, en la creación de esos valores instrumentales o, dicho de otro modo, de esas actitudes y disposiciones que desde Aristóteles llamamos virtudes y que contituyen el eje del comportamiento moral y de la formación del carácter de la persona.



Para reforzar su argumentación, Victoria Camps cita con frecuencia a Neil Postman y su libro La desaparición de la niñez, donde se afirma que la imprenta comportó la alfabetización progresiva de la población y creó la noción de infancia como etapa asociada desde entonces al aprendizaje de la lectura, vía por la que el niño conquistaba la condición de adulto. Ser un buen lector implicaba “un fuerte sentido de la individualidad, la capacidad de pensar lógica y secuencialmente, la capacidad de distanciarse de los símbolos, la de manipular métodos de abstracción eminentes, la de postergar la satisfacción(Postman), “leer implica silencio, regulación, contemplación, es decir, disciplina y vencer los impulsos más espontáneos(p. 107). Pero el imperio de la televisión (la sustitución del homo sapiens por el homo videns, en palabras de Sartori) ha sustituido ese universo reflexivo por imágenes y anécdotas de accesibilidad universal, arruinando la distinción entre adultos y niños.


“Con la televisión todo está a la vista, los filtros no existen, ...la vergüenza se diluye y desmitifica, el sentido del pudor desaparece”, ... la “vergüenza de ir desnudo, de la sexualidad, de la violencia, de la poca decencia” (p. 108).


Pero, perdido aquel orden intelectual jerárquico entre los que saben y los que no saben, entre los buenos y los malos modales, entre adultos y niños, nada avala el ejercicio de la autoridad. Inmersos en este desconcierto, la solución no pasa por rodearnos de expertos y especialistas para ocultar nuestras negligencias, sino en educar de verdad en los valores más básicos y necesarios.


Sin embargo, la tendencia a evadir las responsabilidades educativas se impone en las familias: “las reglas están mal vistas, al igual que los castigos... todo se negocia”, “una tarea inagotable que agota al más paciente”. Y “la educación subrogada” es lo más común: se abandona todo en manos de la escuela, de canguros, de tutores, profesores particulares... Aunque lo peor no eso, sino que no se trata de una auténtica subrogación: los padres, que han convertido a sus hijos en reyes y ahora etán más formados, no dejan a sus hijos en manos de los prefesores confiadamente, sino con recelo, cuestionándolos si no obtienen los resultados apetecidos.



El problema se ha agravado, porque la propia escuela tampoco ha sabido preservar su especifica misión, diferente y distanciada de la familia. “Ha habido demasiada condescendencia hacia la camaradería, la tendencia a gustar y a ser simpático, cuando de lo que se trataba es de enseñar: enseñar nuevos conocimientos y enseñar a convivir. Lo único que ha conseguido la nueva educación ha sido acortar la distancia imprescindible entre educador y educando, entre el profesor y el alumno, una distancia mayor por descontado, que la que debe darse entre padres e hijos” (p. 120) .


Ir a la escuela -afirma Victoria Camps. debería significar dejar atrás el ambiente familiar y entrar en un ambiente diferente donde el objetivo no es entretener, ni jugar, sino adquirir habilidades y conocimientos, además de aprender a convivir. Eso significa ejercitar la memoria, el esfuerzo individual, hábitos de estudio, y la represión sin paliativos de los comportamientos violentos, y contrarestar la cultura del fast-thinking (espectáculo y diversión constante, información superficial y fragmentada, etc.) con auténticos conocimientos.


Al fin y la cabo -y cómo recordó Hannah Arendt en su lúcido texto “La crisis de la educación”-, la verdadera educación debe servir para “conservar los valores y las costumbres que no querríamos que desapareciesen de nuestro mundo” (p. 121). Y semejante cometido sólo podrá llevarse a término si se asume que la escuela es un espacio más impersonal que el de la familia, donde podrá haber un contacto personal parecido pero no igual al familiar, porque “precisamente porque la escuela es un ámbito más anónimo, tiene más fácil poder introducir un orden, unos hábitos y unas reglas más inflexibles que las familiares (p. 125). Es interesante la clara toma de posición de Victoria Camps en este extremo tan poco acorde con los vientos que soplan: “conviene que los padres acepten la impersonalidad de la escuela, que no se entrometan en exceso y donde no deben y dejen la iniciativa a los que sabe, que son los profesores” (p. 125).


Se trata, en definitiva, de enseñar a ser libre, autónomo, a pensar y decidir por uno mismo y con buen criterio. Y conquistar esa libertad significa aprender a sujetarse a reglas (el propio lenguaje humano –nuestra característica humana más específica es un comportamiento sujeto a reglas, como señaló Wittgenstein), desarrollar una conciencia moral (Piaget, Kohlberg) que nos sensibilice ante la posibilidad de dañar con nuestras acciones al prójimo y que nos guíe en la elección de la mejor manera de vivir.


De hecho, educar significa “inculcar criterios para saber escoger”, pero nuestra sociedad “se ha preocupado más de crecer económicamente que de orientar a la juventud y dar pautas de conducta y finalidades constructivas y duraderas, no efímeras” (p. 140). No nos debe extrañar por tanto la proliferación de hijos “tiranos” (“el síndrome del emperador” según expresión de Vicente Garrido) caracterizados por su insensibilidad emocional, ausencia de miedo al castigo, y por la aspiración permanente a conseguir todo lo que desean de forma inmediata. Es el resultado de la renuncia a la formación del carácter, una carencia que no puede suplirse con las farmacopeas de urgencia de los libros de autoayuda y que se traduce en incapacidad para otorgar reconocimiento al que actúa de un modo valioso u ocupa una posición de autoridad, e incluso para algo tan básico como “tratar al otro como te gustaría ser tratado”, con independencia de su mérito o posición (respeto de reciprocidad).


“Ha disminuido considerablemente el sentimiento de que las reglas deben cumplirse, gusten o no. Cuando no se aprende a respetar al superior que impone las reglas es lógico que tampoco estas merezcan ningún tipo de consideración y se piense que es normal y lógico, incluso y divertido y gracioso, transgredirlas”. (p.153).


El proceso de igualación y la ausencia de restricciones ha llegado tan lejos que los padres han acabado convertidos en esclavos de sus hijos. Y “si no nos es posible mantener a cada cual en su sitio ¿Cuál será la base del respeto? Si les otorgamos a todos el mismo estatus y el mismo prestigio ¿por qué vamos a tener que respetar a nadie?.” (p. 151).


No nos extrañe que en semejante contexto, el educador haya dejado de tener autoridad para convertirse en un asesor. El problema es que asesorar no es la función primordial que debe asumir un docente. “El niño necesita el referente de quien posee la autoridad y, cuando esta falla, se queda sin criterio para escoger los modelos adecuados”. Urge reintroducir la pedagogía del respeto y “enseñar a respetar es enseñar a no hacer todo aquello que significa menospercio o indiferencia hacia los otros” (p. 156). “No es aceptable que todo lo que está relacionado con la disciplina, el esfuerzo personal y la obediencia al educador sea una cuestión discrecional sobre a la que nadie le apetece pronunciarse claramente” (p. 171).



Esta situación se ha visto agravada por la errónea interpretación de lo que significa equidad en educación por parte del progresismo y que ha llevado a obligar a estudiar a todos lo mismo hasta los 16 años, tanto a los que quieren estudiar como a los que no, llevados del falso prejuicio de que una educación más “diversificada” sería contraria a la igualdad de oportunidades (p. 167). Camps es contundente: “es más discriminatorio obligar a un alumno que suspende curso tras curso a continuar yendo a unas clases por las que no tiene ningún tipo de interés, que dejarle iniciar una formación diferente que le permita después incorporarse la mercado laboral como carpintero o como informático y no como mano de obra barata porque le faltará la formación requerida (p. 169). Camps añade citando a Lacroix: “se ha abandonado el ritual de distribución de premios. En las aulas reina un clima tiránicamente igualitario. La excelencia, el esfuerzo y el talento ya no son demasiado apreciados (p. 179).


La autora lanza también una dura carga de profundidad contra otro de los fetiches de la cultura dominante: el culto de las emociones. La obsesión por lo sentimientos -de regusto romántico- lo ha invadido todo en detrimento de la objetividad y de la inteligencia racional y reflexiva, que exigen esfuerzo, constancia y, por tanto, control de la emotividad. Ahora consideramos desaconsejable el control de las emociones y optamos por que la persona “aprenda a conocerse y a sacar el máximo partido de su afectividad en lugar de dominarla. Se trata de una manifestación más del apogeo del culto al yo, del individualismo irrestricto que bajo el grito de “¡liberad vuestras emociones!” nos ha acabado conduciendo a la búsqueda incesante de las emociones intensas (emociones-choque): miedo, cólera, asco, agitación, excitación, furor (exhibiciones de violencia, sangre a borbotones, sexo degradante, conductas repulsivas, abolición de cualquier límite y prohibición) en lugar de las emociones contemplativas (el recogimiento y la admiración por las cosas nobles y valiosas) asociadas a la razón.


Esta explosión de irracionalismo arranca de Nietzsche y de Freud, que dedicaron todo su esfuerzo a desacreditar a la razón moderna e ilustrada. Contaminados por su influencia se ha asumido sin crítica que el pensamiento occidental se forjó a favor de la razón y en contra del sentimiento. Pero no es cierto: “ no hay ningún filósofo de la moral que no haya tenido en cuenta que el ser humano es sentimiento y no sólo razón”. Camps invoca a los estoicos, a Spinoza, a Adam Smith, a Hume, a Tocqueville, etc, pero sobre todo recurre a Aristóteles y a su teoría de las pasiones (Retórica), que nos invita a conocerlas, entenderlas, y a emplear recetas para usarlas correctamente bajo el criterio del “término medio” (lo que implica autocontrol de los propios sentimientos) y la guía de la razón. Por cierto, señala Camps, si aplicamos esos criterios descubriremos el déficit actual de “emociones positivas” como la vergüenza constructiva (turbación por un fallo cometido), la indignación (desagrado por lo que no está bien), el miedo justificado (causado por la presencia o inminencia de un mal) y la compasión (“sentirse responsable frente a otro que lo pasa mal” en palabras de Levinas). Convendría –añade Camps- recuperar también un término que parece desfasado: la disciplina: “ser disciplinado significa haber asumido una cierta austeridad con uno mismo y los demás. Quiere decir estar emocionalmente educado” (p. 190).



Y para concluir, Camps nos habla del valor del ejemplo. Dar buen ejemplo y dedicar tiempo a la educación son las dos únicas receta para afrontar una educación responsable. Eso implica saber qué es lo mejor y lo peor y cooperar entre todos. Sin embargo, eso no ocurre: “es flagrante la incoherencia que existe entre demanda que la sociedad hace los padres de que sean guía de una moralidad y corrección para sus hijos y el bombardeo de mensajes que llegan a los hogares en sentido contrario (p. 201)


Recordando a Richard Rorty (y su obra La educación entre la socialización y la individualización), Camps sintetiza en una frase una de las principales líneas argumentales de este libro: “educar es socializar con el fin de que una persona acabe siendo un individuo autónomo y factor de su propia vida” (p.201). Una idea que los conservadores no entienden, aferrados a verdades del pasado que no pueden ser cuestionadas; pero tampoco los progresistas, que no creen en verdades y entienden la educación sólo como la realización del yo auténtico –encarnación de la libertad para ellos-, contemplando cualquier contenido como una imposición que constriñe el yo.

Su "educación en la nada" olvida que la socialización debe preceder a la individualización y que sin constricciones no es posible educar para la libertad.


Camps concluye apelando a recuperar la fe en la educación. Si abdicamos, nuestros hijos quedarán atrapados por la tiranía del mercado y las inercias de la pensamiento postmoderno dominante: débil, relativista, destructor inmisericorde con el pasado, pero incapaz de arriesgar ideas constructivas de futuro. La solución pasa por un cambio de perspectiva y de interpretación de lo que sucede. Educar siempre es enseñar alguna cosa como dijo Hannah Arendt y, en ese sentido, el escepticismo y el relativismo son malos aliados.


Entre esos contenidos urge enseñar a superar el consumismo para el que nos socializa el mercado, haciendo ver que la alegría y el bienestar pueden venir de uno mismo y no de las cosas externas. Urge enseñar el valor del respeto, que exige el gobierno de las emociones, y mostrar que libertad no se ha de confundir con “sálvese quien pueda” o “cada cual a lo suyo” sino como la posibilidad de caminar hacia el bien (dejemos de aplaudir a los transgresores, frecuentes estrellas de los dibujos animados y de tantas series). Y urge cultivar el valor de la igualdad que pasa por inculcar sentimientos solidarios y de buena convivencia y por evitar los sistemas educativos duales.

Hasta aquí mi compactado y prolijo resumen de esta obra de la que, en coherencia con lo que he escrito en este blog hasta ahora, sólo me cabe declararme un adepto entusiasta. La claridad de ideas de que hace gala Victoria Camps espero que actúe como revulsivo de quienes siguen atenazados por las ortodoxias progresistas y ayude a transitar por otros senderos menos tortuosos que los actuales.

Si se sige convertiendo la educación en una misión extenuante y casi imposible, como está ocurriendo ahora, difícilmente los educadores podremos ilusionarnos con nuestro trabajo. La educación ha perdido consistencia (solidez, estabilidad, trabazón entre sus elementos) y para recuperarla deberíamos seguir el camino sugerido por Victoria Camps . Pero no nos engañemos, eso implica un poderoso golpe de timón al rumbo de la educación actual, algo que no es previsible que se produzca hasta que el deterioro sea mucho mayor. Nuestras administraciones educativas siguen prisioneras de la pedagogía progresista y creen que el fracaso de los resultados que obtienen se deben a la incompetencia de los profesores, que se resisten a ajustarse a los principios de su fe pedagógica. La nueva ley de Educación catalana va en esa dirección. Quizás con un profesorado más precarizado –“menos” funcionario- y doblegado a las direcciones piensan que se resolverá el problema. Ya hay experiencias: la semana pasada me hablaban de un centro del Vallès que consigue ¡un 99% de graduados en secundaria!, hoy por hoy el único referente de excelencia educativa que realmente importa a las administraciones públicas (la administración catalana condiciona las ayudas para los proyectos de autonomía de centros al porcentaje de graduados). Ignoro qué conoce sobre estos pormenores Victoria Camps, pero me temo que poco, porque para sorpresa mía la he visto muy predispuesta a apoyar la futura Llei d'Educació y a cuestionar el papel de los funcionarios ("L'educació no necessita funcionaris"entrevista de Avui). Debería saber la Sra. Camps que si la debacle de la educación no ha siso mayor es gracias a la abnegación de muchos funcionarios resistentes que todavía creen en la educación que ella preconiza. Veremos que pasará cuando los políticos de turno puedan hacer y deshacer aún más en este terreno (la Llei d'Educació lo permitirá).


Pero yo, Sra. Camps –compañera en la función pública-, no abdico. Mientras el marco educativo siga mayoritariamente por los derroteros actuales, yo seguiré buscando espacios en las aulas para aplicar sus subversivas ideas e impulsando medidas posibilistas que permitan superar el régimen educativo actual. Espero su ayuda. Por favor, sea coherente y al menos no colabore con “el enemigo”. Le recuerdo que el Departament d’Educació no recomienda precisamente su libro, sino otro de la cuerda opuesta: el lacrimógeno Mal de escuela de Daniel Pennac.