lunes, julio 14, 2008

Instinto maternal e instinto paternal = instinto parental

Una de las obras que más impacto dejó ha dejado en el movimiento feminista fue la que dedicó Elizabeth Badinter al instinto maternal. En ¿Existe el instinto maternal? (1980), Badinter pretende demostrar que el mitificado afecto maternal no tiene nada de natural e instintivo y que este mito ha constituido una estrategia patriarcal habilísima para transferir a las mujeres la carga del cuidado de los hijos. El modelo del amor maternal –dice Badinter- es una construcción cultural exitosa que las mujeres han interiorizando como un mandato social que les presiona a postergar sus propios deseos y a entregarse al cuidado continuado de la prole y, en definitiva, a especializarse en los deseos y necesidades de los otros. Según Badinter, en el éxito definitivo de este artefacto cultural, las ideas de Rousseau -al reclamar más atención y cuidados hacia los niños- jugaron un papel determinante y contribuyeron a asignar a las madres de modo definitivo la responsabilidad de la supervivencia y buena salud de los nuevos ciudadanos. Esta asignación social además se presentó como el cumplimiento de un impulso innato. A partir del siglo XIX, la mujer será vista fundamentalmente como madre y este rol ya no se extenderá sólo al período biológico del embarazo y la lactancia amamantamiento, sino al resto de su existencia.

Cómo prueba del carácter histórico de esta creación cultural, Badinter señala el hecho de que la infancia careciera de cuidados maternales hasta bien entrado el s. XVIII. Un dato: de 21.000 niños nacidos en Paris en 1780, sólo mil fueron nutridos por sus madres. Eso además en una época en que la lactancia materna era importantísima para la supervivencia. Por otra parte, el abandono de los niños era una práctica habitual. Para Badinter, lo que explica las elevdas tasas de mortalidad infantil es el poco de interés de las madres por su prole.

Para avalar esta tesis, otros han invocado a Margared Mead y sus estudios de del pueblo mundugumor, de Nueva Guinea. Las mujeres de este pueblo consideraban una carga y una desgracia tener hijos y hacían responsables del cuidado de los pequeños a sus hermanitos mayores, sin desarrollar por ello sentimientos de culpa. Y, de hecho, contamos con muchos testimonios de mujeres que han rechazado la maternidad a lo largo de la historia. La primera ginecóloga conocida de la historia, Trótula de Salerno, ya sugirió en el s. XI que detrás de la inapetencia de muchas adolescentes se escondía el deseo de escapar a la maternidad. La propia Sta. Teresa (s. XVI) nos ha dejado testimonio de su resistencia al matrimonio tras ver morir a sus madre a los 33 años, después de 14 embarazos.

A la luz de estas referencias, el feminismo ha acabado asumiendo el postulado de que el instinto maternal es lisa y llanamente un invento al servicio de la dominación masculina, que no guarda relación con el sustrato biológico femenino. Sin embargo, las evidencias científicas, acumuladas día tras día, no hacen más que demostrar lo contrario. Son estos excesos los que están convirtiendo muchos postulados del feminismo en pura ideología trasnochada. Me gustaría saber cómo plantearía Elizabeth Badinter hoy este tema, porque en muchas otras cuestiones esta autora se ha mostrado dispuesta a rectificar significativamente, para escándalo del feminismo radical. Desde luego, no puede negarse que la mistificación de la maternidad fue una creación histórica inquietante y de vigencia hoy insostenible, pero de ahí a negar una base biológica a las conductas maternales hay un largo trecho. Ayer en EL PAÍS se publicó un interesante reportaje sobre el tema. Por cierto, me parece muy interesante la hipótesis de que el rechazo a la maternidad, si se produce, se explica por la falta de implicación del hombre en el cuidado de la descendencia. Ocurre con los primates tamarinos y quizás también pueda extrapolarse a los humanos. Eso equivale a decir que el instinto maternal está de algún modo vinculado también al pael que desempeñan los padres, quienes, por otra parte -cómo han constatado las últimas investigaciones- también desarrollan su respectivo instinto paternal, especialmente si las madres no patrimonializan en exclusiva la función parental. La conclusión que se puede extraer de todo ello es que sería más correcto hablar de instinto parental y acabar con los tópicos y estereotipos del pasado. Y no iría mal promover cursos de reciclaje científico para legisladores y jueces.

Me había propuesto dedicar todos los posts de este mes al curso sobre Cerebro y conducta del que hablé ayer, pero voy a hacer una excepción (quizás me permita algunas más). Al fin y al cabo, el tema es el mismo.

Amor de madre, ¿sólo química?

Las hormonas mandan en el cariño que las parturientas tienen por sus hijos, pero factores sociales como la pobreza extrema pueden alterar ese proceso biológico

MÓNICA SALOMONE

EL PAÍS - Sociedad - 13-07-2008

Las madres quieren a sus hijos. Pero ¿por qué a veces resulta que ese absoluto no lo es tanto, como demuestra el fenómeno, universal y atemporal, de los abandonos? ¿De qué está hecho el vínculo madre-hijo? Los científicos le prestan cada vez más atención. Están averiguando cómo se establece, qué papel juega en el desarrollo y si deja huellas en el futuro adulto. Y ¿qué pasa con los padres? De fondo está el debate eterno de cuánto en nuestro comportamiento es biológico y cuánto cultural. La respuesta es: mucho más de lo que creemos -y esto vale para lo biológico y para lo cultural-.

El amor, ya se sabe, es pura química. O pura biología. Los neurobiólogos conocen ya varios ingredientes, como la hormona oxitocina y los opiáceos, que intervienen en lo que ellos llaman apego, y saben en qué áreas cerebrales actúan. Por ejemplo en los circuitos de recompensa, que nos hacen querer más de lo que nos da placer. La cosa es simple hasta el punto de que sin estas hormonas no hay amor. Ni amor materno, ni de pareja. El cóctel químico cambia más o menos en cada caso, pero siempre está ahí. La conducta humana, incluso en rasgos tan personales como la generosidad, la confianza o la capacidad de amar, depende de unas cuantas moléculas.

La mencionada oxitocina, en concreto, parece ser una auténtica bomba de emociones positivas. En los últimos años se ha demostrado su importancia en la sociedad y la familia, tanto en animales como en humanos. Hace tres años el grupo de Paul Zak, director del Centro para Estudios Neuroeconómicos, en California (EE UU), vio que si rociaba con oxitocina a varios voluntarios, éstos se volvían mucho más dispuestos a confiar su dinero a un extraño. Y funcionaba sólo entre personas, no cuando se trataba de invertir por ordenador. También es reciente el hallazgo de que el distinto comportamiento familiar de dos especies de roedores, por lo demás muy similares, se debe a la oxitocina y a otra hormona similar, la vasopresina. La especie que vive en llano crea relaciones monógamas largas para cuidar a las crías, mientras que en la de montaña hay mucha promiscuidad y los machos pasan de la prole. Las primeras tienen muchos más receptores de oxitocina y vasopresina que las de montaña.

Es decir, que "la oxitocina es el pegamento de la sociedad, tan simple y tan profundo", ha declarado Zek, cuyo trabajo ha publicado Nature. Los opiáceos, por su parte, son los encargados de mantener la conducta y de hacernos en cierto modo adictos al afecto. Varios trabajos han demostrado que los ratones sin receptores de opiáceos no muestran preferencia por sus madres. Y al contrario, cuando a crías de rata sanas se las separa de sus madres son los opiáceos y la oxitocina lo que calma su ansiedad.

Pero, volviendo al vínculo materno-filial, ¿en qué momento producimos las personas más oxitocina? No es difícil adivinarlo: en el orgasmo, en las interacciones sociales placenteras y durante el parto y la lactancia. Así que el amor materno empieza a fraguarse muy pronto, a base de hormonas. No en vano la Organización Mundial de la Salud recomienda hoy que el recién nacido sano y su madre estén juntos -la observación del bebé "no justifica la separación", dice la OMS-, y que la lactancia sea "inmediata, incluso antes de que la madre abandone la sala de partos".

La mayoría admite hoy que hay un periodo sensible inmediatamente después del parto, en el que el recién nacido está tan receptivo al olfato y al tacto que, colocado sobre el cuerpo de su madre, puede llegar él solo al pezón y empezar a chupar. En cuanto a la madre, para ella el bebé es una máquina de producir sonidos, caricias y olores que disparan su neuroquímica del amor. Basta que el bebé chupe los pezones para que ella produzca oxitocina y prolactina. Y el pequeño no sólo busca comida. Harry Harlow -para muchos un torturador de animales- demostró en los sesenta que los bebés de mono prefieren madres falsas de cálido paño incapaces de alimentarlos a otras con biberón hechas de alambre.

"El recién nacido es un mamífero que necesita el contacto con la madre que lo acaba de parir. Tiene que sentir su olor, su tacto, escuchar su voz", dice Gema Magdaleno, matrona del hospital La Paz, en Madrid. "Lo antinatural es separarles. La madre y el hijo son dos desconocidos que necesitan reconocerse, es algo muy animal. En ese primer momento comienza la impronta". En La Paz están empezando a implantar el método piel con piel cuando el niño nace sin problemas: tras una inspección rápida el bebé sano es colocado desnudo junto a su madre y suben juntos a la habitación en la misma cama. "Las madres están mucho más satisfechas. Y en los recién nacidos hay síntomas físicos clarísimos: no lloran, respiran más tranquilos, buscan la mirada de su madre, tienen movimientos más armónicos y comienzan antes a mamar. Lo raro es que a estas alturas haya que explicar algo obvio", dice Magdaleno.

No siempre fue tan obvio. Con la medicalización de los partos -que trajo un gran descenso en la mortalidad infantil- también se impuso el uso de nidos, y pareció olvidarse un comportamiento madre-hijo que millones de años de evolución han seleccionado para promover la supervivencia de una cría que nace muy inmadura. Ha habido que redescubrir la importancia del contacto para que métodos como el piel con piel se vayan imponiendo con mayor o menor rapidez.

En España parece que con menor. "En muchos hospitales españoles aún se tarda mucho en poner a los hijos con sus madres", dice Ibone Olza, psiquiatra infantil del hospital Puerta de Hierro y miembro de la campaña Que no os separen (www.quenoosseparen.info) que promueve el piel con piel, también en prematuros.

El problema es más grave con los niños que no nacen sanos, y que quedan ingresados cuando "no han llegado aún a hilvanar los sentimientos padre-madre-hijo", explica Carmen Pallás, jefa del Servicio de Neonatología del hospital 12 de Octubre. Sólo 8 de 83 unidades neonatales españolas dejan entrar libremente a los padres, dice Pallás: "La mayoría restringen las visitas de forma drástica, en algunos casos impidiendo cualquier tipo de contacto a lo largo de todo el ingreso. La relación padres-niño puede verse seriamente distorsionada en estos casos". En el 12 de Octubre hay voluntarios, a menudo personal del propio hospital, que practican el piel con piel con bebés que, por distintos motivos, no pueden ser visitados por sus padres. Los beneficios de esta práctica se consideran probados.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando el vínculo no puede establecerse en el nacimiento? ¿Qué pasa en las cesáreas? ¿En los niños adoptados? "El momento en torno al parto es una oportunidad muy buena, pero lo bonito es que hay muchas más. Los padres de niños adoptados establecen vínculos muy intensos con sus hijos", responde Olza. "Los niños tienen una plasticidad enorme. Incluso si traen secuelas, su capacidad de superación cuando tienen unos padres que los quieren es maravillosa".

Eso que muchos niños con secuelas deben superar es la muesca cerebral de la indiferencia. Un estudio hace tres años descubrió que niños que habían pasado sus primeros años en orfanatos de la Rumania de Ceausescu respondían con menos oxitocina de lo normal a sus madres adoptivas. También se ha visto que los niños que no han podido establecer vínculo alguno con un cuidador tienen a menudo síntomas propios del autismo. Y es que hoy se sabe que la explosión bioquímica del apego moldea el cerebro y deja su firma en la vida adulta.

"En la última década el estudio del desarrollo del cerebro ha dado evidencias incuestionables sobre la importancia de los afectos y la formación del vínculo del recién nacido", explicó la neurobióloga chilena Eugenia Moneta en una reciente charla en el hospital del Niño Jesús, en Madrid. "El desarrollo del cerebro depende de interacciones externas, en particular las relaciones de afecto con los cuidadores. Estos aspectos afectivos moldean las redes neuronales". Pero esta experta recuerda también que, al margen de cuándo empiece, el apego se construye toda la vida.

Hasta aquí, el inmenso poder de la biología. Pero entonces, ¿por qué a veces falla? En la Comunidad de Madrid (CAM), cada año entre 30 y 40 madres dan sus bebés en adopción tras parirlos en hospitales -se llaman renuncias hospitalarias-. Y anualmente se dan unos tres abandonos en la calle, que se sepa. En la Comunidad Autónoma de Madrid dicen que estos datos no han variado en los últimos años. En Cataluña hubo 54 renuncias hospitalarias en 2007, 57 en 2006 y 43 en 2005; un bebé fue encontrado en la calle en ese periodo. Cada comunidad tiene sus datos. Y no parece que el fenómeno aumente sino más bien al contrario.

En cualquier caso el abandono no es algo nuevo, a pesar de que varias ciudades europeas han instalado buzones-bebé. La antropóloga estadounidense Sarah Blaffer Hrdy habla en El pasado, presente y futuro de la familia humana de miles de niños abandonados en instituciones de París en torno a 1780. Investigadores del Instituto de Economía y Geografía (IEG) del CSIC dicen que Madrid no era muy distinto. En 1812 entraron en la inclusa madrileña 1.800 niños abandonados, y murieron todos. "A lo largo del primer tercio del siglo XX esa cifra se mantuvo entre 1.300 y 1.500 niños cada año, de los que morían el 62%", explica la doctoranda del Instituto de Economía y Geografía Bárbara Revuelta.

¿Qué pasó en esa época con el instinto maternal? Datos como los anteriores han hecho que muchos nieguen su existencia, y devuelvan el peso a la sociedad. "La maternidad entraña una decisión, no es exclusivamente biológica. Empieza con una aceptación, un deseo, de cuidar un niño", ha dicho otra antropóloga, Nancy Scheper-Hughes, que estudió una localidad brasileña muy pobre donde las madres dejaban morir a algunos de sus hijos.

Antropólogos, trabajadores sociales e historiadores identifican elementos comunes en los abandonos: falta de recursos y, sobre todo, de apoyo del entorno social o familiar. ¿Va a resultar al final que el entorno social gana la partida a la biología? Blaffer Hrdy no se resigna a ello, y compara a los humanos con los tamarinos. En estos primates los machos son indispensables para cuidar la prole, hasta el punto de que cuando no están disponibles la madre puede abandonar las crías. Lo social, entonces, se integra en la biología: la madre sabe que si trata de cuidar sola a las crías ella misma morirá, algo fatal para la evolución, que no selecciona esa conducta.

Ellos también paren. O casi


M. S.

EL PAÍS - Sociedad - 13-07-2008


Ellos también paren. O casi. En el año 2000 se descubrió que en los hombres que conviven con mujeres embarazadas también aumentan hormonas como la oxitocina y la prolactina a medida que progresa el embarazo hasta alcanzar un 20% de media en las semanas anteriores al parto. Es más, da igual si él no es el padre de la criatura: también le pasará. Las hormonas ayudan al hombre a querer al bebé, lo que casa muy bien con lo que los expertos ven en la clínica. "Ellos se apegan prácticamente igual a los bebés", dice Ibone Olza. "Hay cosas, como la lactancia, que sólo la madre puede hacer, pero los papás también segregan oxitocina cuando se ponen encima a los bebés, y su cerebro también cambia. Hay que animar a los papás a que cojan y acaricien a los bebés".

Este descubrimiento llega cuando en las sociedades occidentales el rol masculino en la familia tiende a cambiar, con padres que quieren pasar más tiempo con sus hijos y que incluso comparten la baja maternal. Si la biología masculina siempre ha preparado al hombre para ello, ¿por qué ha tardado tanto en manifestarse? Una de las posibles respuestas es que se trata de un cambio paralelo al otro gran cambio social reciente, la incorporación de la mujer al trabajo.


Pero para el sociólogo de la Universidad Autónoma de Madrid Gerardo Meil, que ha estudiado el uso social de los permisos parentales, son más importantes otros factores, como que ahora se tienen menos hijos. "Algunos padres han interiorizado el cuidado de los hijos y lo ven como parte de su realización personal. Saben que es una oportunidad en la vida que no se quieren perder, y están dispuestos a aparcar su vida laboral por ello. Lo que hemos visto es que el discurso de los hombres de construcción del vínculo no es muy distinto del de las mujeres".

4 comentarios:

enredada dijo...

Qué interesante es tu blog. me haré asidua.

Anónimo dijo...

Igual que citas a El País deberías ser un poco más honesto y mencionar la web http://www.nodo50.org/xarxafeministapv/article.php3?id_article=487 de donde has copiado gran parte de tu post.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Gracias "enredada" por tus palabras. En cuanto a ti "anónimo" difamador, sólo decirte que la obra de Badinter no sólo la conoce la Sra. Dolores Juliano: es fácilmente accesible y muy conocida. Por cierto, convedría que leyeses mejor a la Sra. Juliano: dice justo lo contrario de lo que yo sostengo. Antes difamar, lee con más atención.

Anónimo dijo...

Un bebe necesita contacto físico con otros seres humanos, claro que sí. También los adultos lo necesitamos. Ahora bien, eso no significa que un bebe neceite el contacto físico de la persona que le ha parido. Ni que la persona que le ha parido se sienta inundada de amor y de deseos de cuidarle. A menudo no es así. Son muchas las mujeres que experimentan al bebe como un extraño. Pero también son muchas las que pese a ello se sienten obligadas a cuidarlo y se responsabilizan de su cuidado. Y será entonces que, con el roce, probablemente vaya surgiendo el amor. No es instinto natural. Es algo más de andar por casa: el roce hace el cariño. Pero también hay veces, bastantes, en las que ese sentirse obligada a cuidar de ese pequeño y tan necesitado extraño se vive como una tremenda carga que no se desea. Entonces al bebe se le vive con rechazo. Es posible incluso odiarle. Aún así hay mujeres que trataran de aparentar que sienten el amor que se espera de ellas. Otras no lo harán y pedirán a otros que cuiden del crío. Y otras lo abandonaran sin preocuparse de si alguna otra persona se ocupa de ese bebe o no.

Por lo demás, cualquier persona, hombre o mujer, puede responsabilizarse de un crio. Y puede hacerlo a solas o junto con otros adultos. Por su parte, un bebe lo que necesita es que le cuiden y le quieran. Quien o quienes lo haga es irrelevante.

Así pues, ¿Instinto maternal? No. Simplemente hay personas que quieren criar niños, que se responsabilizan de ellos y que aprenden a hacerlo. Sean hombres, sean mujeres, hayan parido a ese crio o no, procediera de ellos o no el semen.