Después de dedicar algún tiempo a los estudios de género y de empacharme leyendo y escuchando a quienes reducen las diferencias entre hombres y mujeres sólo a una construcción cultural interesada, tenía muchas ganas de oír otra música. Y decidí matricularme durante este mes de julio en el curso Cerebro, sexo y conducta de la UPF, coordinado por el neurólogo Nolasc Acarin, autor de El cerebro del rey, una introducción espléndida a estas cuestiones. En los siguientes posts intentaré dar cuenta de mis aprendizajes.
Desde hace tiempo, defiendo que toda propuesta de reformulación de la condición femenina y masculina en aras de la igualdad, debería partir de un profundo conocimiento de nuestro sustrato biológico. Intentar explicar todos los comportamientos masculinos y femeninos sólo en términos de dominio masculino y opresión femenina me parece un exceso difícil de digerir. Sin embargo, esta es la línea argumental que prevalece en la formación de los adolescentes en estos momentos.
Por supuesto, el efecto de este nuevo catecismo sobre los chicos y las chicas es nulo, porque ellos y ellas -en plena explosión hormonal- están por otras cuestiones, y prefieren entregarse a los juegos del pavoneo y la seducción de siempre, antes que enredarse en discusiones que les resultan bizantinas. Y me temo que la desconexión acaba siendo absoluta. No hay más que mirar sus fotologs: las herramientas de comunicación han cambiado pero los mensajes en esencia son los mismos que los de nuestros ancestros (a lo largo del curso se han ido desgranado). Sin embargo, la lectura que hacen de esta evidencia muchos estudiosos del género es la de la prevalencia del sistema de opresión patriarcal y de la masculinidad tradicional, y para combatirlo articulan un discurso que sitúa la masculinidad bajo sospecha permanente. Una vía que desconcierta a los chicos –“¿estaremos todos contagiados de la ideología de la dominación masculina?”- y aburre a las chicas, conocedoras de sus propios poderes y poco predispuestas a ver en los chicos a seres tan peligrosos. Sería más acertado hablarles lisa y llanamente de la carga genética que nos condiciona y que es fruto de una larga historia de adaptación al medio, un medio que en las últimas décadas ha experimentado cambios rápidos y muy radicales.
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