Desde hace tiempo vengo insistiendo en que la noción de autoestima confunde más cosas de las que aclara. Hace unas décadas, cuando prevalecía una cultura autoritaria que aplastaba y laminaba los egos, podía ser una herramienta de análisis eficaz. En esas circunstancias, tenía sentido descubrir a quien tenía una baja autoestima sus enormes posibilidades de autoposeerse y autoafirmarse satisfactoriamente.
Sin embargo, ahora que los egos prácticamente carecen de límites y cualquier forma de autoafirmación parece legítima, no tiene ningún sentido seguir recurriendo a una noción que invita a sentirse víctima de circunstancias y entornos opresores y, sin pretenderlo, a desrresponsabilizar al individuo de sus actos y de sus consecuencias.
Pero seguimos empecinados en explicarlo todo a partir de la autoestima, piedra angular de la pedagogía psicologista. Y, por eso, nos llevamos sorpresas, cuando comprobamos que los jóvenes con conductas disruptivas, antisociales y violentas no poseen baja autoestima sino alta. Para salvar la omnipotencia de esta noción ahora se ha acuñado la distinción entre autoestima a secas (buena) y autoestima narcisista (mala). Una distinción letal para este concepto cada más confuso y menos funcional.
Yo optaría por recuperar la noción de “respeto a los demás y a uno mismo”, e insistiría en ideas tan simples como: “somos lo que hacemos”, “eres el dueño de tus actos”, “asume las consecuencias de tus acciones”, o “haz cosas buenas y te sentirás a gusto contigo mismo”.
La noticia ya es antigua pero ilustra bien lo que comento:
La violencia refuerza la autoestima de muchos menores, según una investigación universitaria.
ELPAIS.com. FELIP PINAZO - Valencia
La implicación de unos estudiantes de ESO ajenos a los ambientes marginales y delictivos en la espiral de vehículos incendiados en Valencia, que tanta alarma social ha generado, ha abierto un debate sobre las causas de esta violencia juvenil que desborda a numerosos padres y profesores. Una investigación científica que acaba de finalizar la Universidad de Valencia aporta algo de luz sobre esta situación al revelar que muchos adolescentes refuerzan su autoestima a través de la violencia: cuanto mas agresivos son, mejor considerados están entre sus compañeros.
Hasta ahora, todos los estudios efectuados concluían que los menores que protagonizaban conductas violentas y antisociales actuaban así por el sentimiento de inferioridad que les corroía por su fracaso escolar y el futuro poco alentador que tenían ante ellos. La autoestima quedaba reservada para los que iban bien en los estudios. Pero la tesis doctoral Habilidades sociales y
autoestima, elaborada por Teresa Molina y dirigida por la catedrática de Antropología de la Educación de la Universidad de Valencia, Petra María Alonso-Geta, ha revelado un vuelco total: muchos niños conflictivos tienen una autoestima muy alta, pero no por sus valores positivos, sino porque son los cabecillas de la acción violenta y antisocial, "los más duros, los que más pegan, los que más nervioso ponen al profesor, los que más coches queman...".
En cambio, este estudio del Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas de la Universidad ha probado que algunos adolescentes disimulan que tienen un buen rendimiento académico porque está "mal considerado" y se vuelven violentos para ser aceptados por sus compañeros y reforzar su autoestima al sentirse tan duro como el que más.
En este nuevo fenómeno ha influido mucho, según la catedrática, la escolarización obligatoria de niños de 14 a 16 años marcada por la Logse. "Al estar en las aulas obligados los niños conflictivos que antes no seguían estudiando, como no les interesan las clases se divierten haciendo gamberradas que aumentan su autoestima", señala Pérez.
Desbordados
Un estudio efectuado por la Delegación del Gobierno sitúa en el 12% el porcentaje de escolares valencianos que reconocen haberse visto envueltos en la violencia escolar. Los técnicos de menores de la Generalitat están recibiendo un aluvión de peticiones de profesores desbordados por esta agresividad que
solicitan que les impartan cursillos sobre conductas problemáticas y disciplina.
El Teléfono del Menor de la Generalitat recibe numerosas llamadas de padres angustiados: "¿Qué hago con mi hijo? ¡Nos trata como a criados, hace lo que le da la gana, se va y aparece cuando quiere,y eso que nunca le hemos negado nada".
Precisamente esa excesiva permisividad es uno de los gérmenes del problema, en opinión del director del Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, José Sanmartín. "Los padres tendemos a decir que sí a todos los caprichos por miedo a frustrarles y hemos contribuido a crear una generación acostumbrada a
que se satisfazcan sus deseos de forma inmediata", apunta Sanmartín, que aconseja a los padres un termino medio entre el autoritarismo y la libertad absoluta". "Son niños que no están acostumbrados a superar la frustración porque en su casa hay mucho consumo y pocas normas", tercia Petra María Pérez.
Otro de los factores que influyen en la agresividad infantil es "la cultura de la violencia que lo impregna todo", según el coordinador de la Fiscalía de Menores de Valencia, Manuel Dolz: "La violencia es un ingrediente que no falta en la mayoría de películas y videojuegos, y lleva a algunos menores, que son más
proclives porque han sufrido en sus familias conductas agresivas, a experimentar con esta violencia". Pérez asiente: "A través de los videojuegos dejan de conmoverse con el dolor ajeno" y les parece normal que se recurra a la violencia para resolver una situación".
Vicente Garrido, profesor titular de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad de Valencia, critica que cada vez "hay más gente preocupada por vivir bien que por educar bien" y que la sociedad se ha desvinculado de la atención que merecen estos menores: ya no tienen tanto contacto con familiares que les enseñan a respetar las normas y los valores éticos, a desarrollar el cariño y la empatía por el otro. "Esta función se ha dejado en manos de las estructuras legales, como la escuela o las instituciones, demasiado frías y distantes del menor", lamenta y advierte que estos niños llegan a la edad adulta "sin compromisos sociales, educados de forma superficial". Garrido advierte que algunos de estos menores, que por su personalidad requieren más dedicación, acaban implicándose, sin pertenecer a la
cultura de la marginación, en actos violentos de los que no se arrepienten, para "sorpresa de sus padres".
"La agresividad crece en la escuela"
"Hay más violencia y agresividad en un colegio o un instituto que en un centro de menores internados judicialmente por cometer robos continuados", aseguran los técnicos de menores de la Generalitat. De hecho, la quietud del centro de recepción de menores de Burjassot contrasta con el bullicio habitual en
numerosos centros escolares. "Aquí sólo chillan los patos", bromean los técnicos.Estos profesionales aseguran que el incremento de la violencia juvenil sólo se ha notado en los centros escolares, porque las cifras de internamientos judiciales de adolescentes que han infringido la ley no es superior a la de los
últimos años. "Aquí nos llegan los chicos desatendidos de ambientes marginales, que roban de forma reiterada... esa clase de violencia no ha aumentado, pero se ha incrementado la que cometen chicos aparentemente normales y con las necesidades cubiertas".
En esta tipología se incluyen a los adolescentes implicados en la quema de vehículos. Al reducirse el control familiar y escolar sobre ellos durante las vacaciones y ver la posibilidad de quedar impunes al estar las calles desérticas se animaron a cometer estos actos, en opinión de los técnicos. . El profesor Sanmartín señala que las bebidas alcohólicas "desinhibidoras" y drogas de síntesis influyen en este nuevo modelo de violencia juvenil.
El titular del Juzgado de Menores número 1 de Valencia, José Antonio Mora, advierte que estas pandillas muy estructuradas y un líder pueden ser el embrión de futuras bandas delictivas juveniles muy violentas, como las que proliferaban en España en los setenta y ochenta. En Burjassot aún recuerdan a una banda que en aquel tiempo intentó asaltar el centro y liberar a sus colegas a punta de motosierra. En cambio, el coordinador de la Fiscalía de Menores de Valencia, Manuel Dolz, no cree, "con los datos disponibles", que se repita el fenómeno de las bandas juveniles.
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