martes, mayo 10, 2011

Misandria y neurociencia

En estos momentos de agotamiento e impotencia en el terreno de las ideas, una de las pocas áreas del saber que suscita entusiasmo es la de las neurociencias, quizás porque de la mano de la genética, la etología y la psicología evolutiva, está barriendo los últimos grandes mitos culturales que han nutrido nuestros imaginarios más recientes, pero sin dejar por ello de alimentar la esperanza de nuevas síntesis totalizadoras que nos sirvan de referente. Poco a poco van quedando reducidas a cenizas ficciones como la de la tabula rasa y sus pertinaces secuelas educativas, las sugestivas explicaciones del psicoanálisis [1] y sus ocurrentes derivados psicoterapéuticos, o el mismísimo dogma del patriarcado como causante de las diferencias entre hombres y mujeres, y este proceso avanza inexorable a pesar de la resistencia de los grupos que las alientan.

Los neurocientíficos se han puesto de moda y ahora el peligro ahora es que esta sobreexposición repentina lleve a más de uno a caer en la tentación de aparentar más músculo del que hay. Como ya indiqué en otro post, desde hace tiempo se está utilizando cualquier nuevo dato para “refundar” abusivamente antiguos saberes –a menudo con el prefijo “neuro”-, reciclando viejas doctrinas desde perspectivas cientifistas pero también las últimas modas culturales de consumo mayoritario.

Me temo que lo que explica Gerald Hüther en Hombres. El sexo débil y su cerebro (Plataforma Editorial, Barcelona, 2011) sobre la condición masculina se mueve en esta línea de oportunismo mediático y de intrusismo gratuito, porque no añade nada a lo que ya sabemos, pero consigue formularlo en términos complacientes con la misandria cultural y el paradigma terapeútico, ingredientes ineludibles de la época en que vivimos.

Nos dice este neurólogo desde la autoridad de su saber científico que a los varones su debilidad biológica les llevó a asumir los roles que les proporcionaban fuerza y poder pero que, desde que seguir un rol ya no garantiza el éxito, se sienten más inseguros y están comenzando a descubrir el valor de la donación, de la empatía y de la autenticidad para hacerse fuertes interiormente.
Se trata de una visión acorde con la tradición de los estudios de género y de los grupos terapéuticos de hombres, aunque es evidente que desde los datos aportados por la neurociencia no pueden justificarse afirmaciones semejantes. Hubiese sido más prudente no sobrepasar los límites descriptivos que se impuso Louise Brizandine en su estudio sobre el cerebro masculino, sin dejarse contaminar por los análisis de moda. Resulta muy osado desde las neurociencias defender la visión psicologista según la cual la condición masculina se caracterizaría por su lucha denodada por compensar su debilidad mediante la renuncia a su interioridad y la entrega enajenante a roles de dominio basados en el uso de la fuerza. Semejante caricatura del sustrato biológico masculino quizás pueda animar a leerle a algún seguidor de los Men’s Studies enemistado con los neurocientíficos, pero no creo que despierte demasiadas adhesiones entre los propios neurocientíficos.

Me gustaría comprobar que pasaría si en lugar de caracterizar a los hombres como seres proclives a convertirse en huecos y abusivos energúmenos, Gerald Hüther hubiese osado decir exquisiteces equivalentes de las mujeres, porque los ejercicios de etiquetado peyorativo pueden hacerse tanto de las tendencias naturales de los hombres como de las de las mujeres.
Parece que ahora lo único que se admite es exaltar los beneficios de la empatía y de la sociabilidad y emotividad femeninas y presentar a los hombres como seres disfuncionales que frenan el progreso a un mundo más satisfactorio y armonioso, porque siguen prisioneros de la agresividad, la competitividad y la temeridad propias de aquellos simios machos que durante milenios se especializaron en la caza y rivalizaron entre ellos para mejorar su posición jerárquica o hacer valer sus derechos territoriales.

Nos olvidamos de que con la misma legitimidad filogenética podrían haberse enfatizado las destrezas de los hombres en el terreno de la innovación, de la asertividad y de la toma decisiones; o su predisposición a asumir riesgos en beneficio del grupo y a responsabilizarse de su provisión y protección. Y, para ser justos, también se podría haber compensado la idealización del universo femenino con referencias al posible uso abusivo por parte de la mujeres de su mayor conocimiento de las emociones ajenas y de su superioridad verbal para zaherir y manipular a los que le rodean o de sus capacidad acreditada para ejercer con eficacia las diversas variantes de la combatividad verbal y/o gestual propias de la agresividad indirecta[2].

Escuchando según discursos daría la impresión de que la testosterona haya dejado de ser funcional en el mundo actual y que fuera mejor eliminarla para sumergirnos en un baño de oxitocina. Sin embargo, no creo que nadie sensato estuviese dispuesto a prescindir de los beneficios sociales que se derivan del papel de esta hormona en la conformación de la arquitectura cerebral masculina. Seamos serios, ¿estamos dispuestos a privarnos de los ventajosos rendimientos que propicia en el ámbito del pensamiento lógico-matemático y en el del razonamiento abstracto, en el de la pericia espacial o en el de la competitividad y la persecución tenaz de objetivos, por citar sólo algunos de los terrenos en los que se ha demostrado que la testosterona demuestra una mejora de la eficacia? Quizás no se trate tanto de luchar contra la testosterona como de “educarla”, de favorecer sus efectos más beneficiosos y de reducir los negativos. Y eso, desde luego, no lo vamos a conseguir criminalizando la condición masculina en su conjunto, como se acostumbra a hacer actualmente, lo que equivale a abandonarla a sus inercias naturales sin recursos que permitan reelaborarla. De hecho, si en algo ha destacado nuestra especie hasta ahora ha sido en su capacidad para corregir los dictados de sus tendencias naturales aprovechando sus potencialidades. La biología no es el destino, pero sí el punto de partida. Si queremos reformular la condición masculina y educar en consonancia, no podemos plantearnos el hacerlo desde la hostilidad a su substrato biológico sino contando con él. Por otra parte, es harto discutible que un substrato haya dejado de ser funcional y el otro no. Tan disfuncionales son las tendencias que llevan a algunos hombres a extraviarse en una lucha incesante por reafirmarse en el mundo exterior, como las que conducen a algunas mujeres a no ceder espacios y tiempos en la atención y cuidado de la prole. La reformulación de las identidades masculina y femenina tiene que ser paralela y constante porque, como siempre ha ocurrido, ambas necesitan reajustarse permanentemente para adaptarse de modo satisfactorio a su entorno cambiante.

Evitemos, por tanto, las simplificaciones interesadas. A lo largo de la historia, han ido emergiendo referentes poderosísimos y muy influyentes que han construido su masculinidad trascendiendo los imperativos más rudimentarios de la biología. ¿Por qué obviarlo? La referencia a la figura de Jesucristo que realiza Gerald Hüther, pero podrían añadirse muchísimas más referencias.

Y, finalmente, no olvidemos que a la luz de las neurociencias, de la genética, la etología y de la psicología evolutiva, si algo ha ido quedando patente sobre la configuración de la condición masculina es su enorme grado de complejidad en función y su diferenciado despliegue vital a través de fases muy marcadas, que no permite hacer esquematizaciones demasiado simplistas. Poco tienen que ver el bebé varón inundado de testosterona (la llamada pubertad infantil); el niño en paréntesis hormonal posterior predispuesto al aprendizaje mediante el juego y la broma; el adolescente en plena ebullición hormonal que experimenta la urgencia del deseo sexual y la predisposición a asumir riesgos y competir; el varón maduro con los niveles de testosterona estabilizados que le predisponen a asumir serenamente compromisos de provisión y protección sobre los que les rodean; el nuevo padre que vive un aumento de los niveles de prolactina y desea implicarse en el cuidado de la prole; o el hombre que ya ha alcanzado la fase de la andropausia y que siente una especial inclinación a ejercer de abuelo, de consejero desinteresado, de refuerzo emocional permanente, de colaborador discreto y de interlocutor sereno.


VÉASE:

http://www.rtve.es/alacarta/videos/para-todos-la-2/para-todos-la-2-gerald-huther-neurocientifico/1052881/

El cerebro masculino, entre la debilidad y la fuerza bruta

El ensayo "Hombres, el sexo débil y su cerebro", del neurobiólogo alemán Gerald Hüther, justifica la diferencia cerebral entre hombres y mujeres

LA VANGUARDIA 26/03/2011

Barcelona. (EFE).- El neurobiólogo alemán Gerald Hüther asegura que solo hay un aspecto en el que los niños tienen una considerable ventaja sobre las niñas y es en el empleo de la fuerza bruta, durante una entrevista con Efe sobre su ensayo "Hombres, el sexo débil y su cerebro".

A su juicio, ni la disposición genética ni el entorno justifica la diferencia cerebral entre hombres y mujeres, "sino una diferente concentración hormonal desde antes del nacimiento, en la que prima la testosterona en el varón, y los estrógenos y la progesterona en las féminas".

"La progesterona hace que los recién nacidos del sexo masculino sean más impulsivos, más excitables emocionalmente y más difíciles de tranquilizar que las niñas y que, desde su niñez, los hombres emprendan un camino ligeramente distinto al de las niñas, con más impulso", enfatiza Hüther.

Lo que es bien cierto para un simple observador es que el hombre medio está más capacitado que las mujeres para la síntesis, para la orientación espacial, para las capacidades fino-motoras, como la puntería, o para establecer relaciones jerárquicas de dominación, asegura el científico alemán en este ensayo, de Plataforma Editorial.

Por el contrario, ellas acopian más empatía y saben ponerse mejor en el lugar de los demás, poseen una mayor capacidad de comunicación verbal y entran en contacto visual con su interlocutor más abiertamente.

En la búsqueda del porqué de esta diferencia, Hüther llega a la conclusión de que "la estructura y organización de nuestro cerebro se adapta con especial facilidad cuando lo que hacemos nos resulta placentero, cuando ese 'algo' nos llega al alma", tras sus hallazgos como director del Centro de Investigación de Medicina Preventiva y Neurobiología de dos universidades alemanas.

"Cuando hacemos, aprendemos o vivimos algo con entusiasmo, las vías nerviosas que se activan en el cerebro, inicialmente frágiles, se convierten en carreteras cerebrales cada vez más preparadas para ser activadas y utilizadas y cuando estas actividades se prolongan en el tiempo, las vías cerebrales acaban convirtiéndose en algo semejante a autopistas" subraya el experto.

En ese momento es cuando tenemos un cerebro diferente al que teníamos antes, "aunque el responsable de todo esto no sea el entorno, sino el entusiasmo con el que un niño se relaciona, percibe, elabora y moldea su entorno, ya sea en su hogar, en la guardería, el colegio o en cualquier otro lugar".

Así, la causa por la que los hombres posean un cerebro diferente al de las mujeres se basa, por una parte, en que "desde pequeños se interesan por cosas diferentes, les importan y se entusiasman por otras materias, debido a que se orientan más hacia aquello que otros niños y otros hombres acogen con entusiasmo", subraya Hüther.

Este profesor universitario indica que el efecto del cóctel hormonal masculino sobre el niño cuando está en el cuerpo de la madre no se limita al cerebro, sino que abarca multitud de características corporales, como la forma del rostro.

"Cuanta mayor testosterona haya en la fase prenatal, tanto más 'masculino' y 'robusto' resultará el niño, incluso en la longitud de sus dedos, ya que la formación de un anular más largo se ve favorecida por esta hormona", nos explica el experto.

"Las hormonas, pues, desencadenan y regulan las diferencias corporales entre ambos sexos no porque los hombres desarrollan un cuerpo diferente al de las mujeres porque tengan otros genes y otro cerebro, sino porque sus glándulas sexuales producen y vierten en el sistema circulatorio otras hormonas", aporta Gerald Hüther como resultados de sus investigaciones.

Este especialista constata que comadronas, tocólogos y pediatras saben por experiencia que los niños recién nacidos presentan generalmente una constitución algo más débil y vulnerable que las niñas, especialmente cuando nacen prematuramente.

Gerald Hüther,doctor en Ciencias Naturales y Medicina; ha estudiado al hombre y su cerebro

Victor-M Amela, Ima Sanchís, Lluís Amiguet

"El hombre es el sexo débil, es una cuestión metabólica"

LA VANGUARDIA 26/04/2011 - 00:03

Ima Sanchís

Biólogo y neurocientífico, lleva años estudiando por qué los hombres son como son, el resultado es Hombres, el sexo débil y su cerebro (Plataforma), en el que explica en qué consiste la masculinidad y qué transformaciones experimenta en el proceso de hacerse hombre. Sorprende con afirmaciones como “el hombre es el sexo menos estable y más dependiente de apoyo exterior” o “no es el miembro viril el que lo convierte en y lo distingue como hombre”. Tiene una red de trabajo permanente relacionado con la educación de los niños y el crecimiento: “Los niños nacen con un cerebro muy potente que hay que estimular a través del juego, que es más importante que la educación”.

¿Para qué sirven los hombres?

Biológicamente servimos para ser exploradores, pero no somos importantes para la reproducción.

¿Ah, no?

Estamos diseñados para abrir nuevos caminos y las ideologías también son cosa nuestra; pero con la eyaculación de un solo hombre se podría reproducir a la población de Norteamérica dos veces. Nacemos con una dificultad biológica.

¿Dificultad biológica?

Sólo tenemos un cromosoma X y eso nos hace más débiles. Las mujeres tenéis una fortaleza que el hombre no tiene. El hombre es el sexo débil, es una cuestión metabólica, de cómo funciona y está organizado el cuerpo.

Entonces, ¿por qué mandan tanto?

Precisamente porque somos débiles necesitamos coger de fuera. Los que tienen el poder son los hombres más débiles. El primer hombre moderno, el primer hombre fuerte, fue Jesucristo, porque no se dedicó a apropiarse cosas de fuera, sino a dar.

Cuanto más débil eres más necesitas tomar el poder de fuera, ¿es eso?

Sí, y ya se nota desde la infancia: los bebés varones tienen una tendencia mucho mayor que las niñas a mirar alrededor en lugar de mirar directamente a los ojos, buscan todo tipo de anclajes en el exterior, y para jugar escogen objetos resistentes y fuertes.

Pues van cargaditos de testosterona.

La generamos para fortalecer nuestro cerebro, nos da el empuje que necesitamos para que determinados procesos se den con mayor impulso, pero se dan desconectados. Y es la responsable del aspecto físico masculino.

¿Y si castramos al niño?

Cambiará su cuerpo, pero no su cerebro, porque está determinado desde lo prenatal.

¿Hay algo que determine la formación de un macho o una hembra?

Los machos son producto del azar, de las circunstancias o de la decisión de la madre.

¿Decisión de la madre?

Existen las tres posibilidades. En algunos casos las condiciones medioambientales determinan la producción de machos o hembras. En el caso de los cocodrilos, nacen machos sólo si la temperatura es óptima. En el caso de las pulgas de agua, las madres determinan qué sexo tendrá la prole.

¿...?

Por regla general se reproducen asexualmente: hembras que engendran hembras, pero cuando la charca empieza a secarse engendran machos que se aparean con las hembras para producir los huevos de invierno, que sobreviven si la charca se seca.

Pero los hombres no son caracoles, ni cocodrilos, ni pulgas de agua.

Si atendemos a las estadísticas, aristócratas y burguesas acaudaladas traen al mundo con sorprendente regularidad más hijos que hijas, igual que las zarigüeyas, los hámsters, los monos araña de rango alto y las nutrias cuando están bien alimentados.

¿Las hembras dominantes suelen tener más hijos varones?

Sí, y bajo determinadas condiciones en las que las mujeres no se sienten bien, están estresadas y las condiciones del embarazo son peores, nacen menos niños. Y todo esto ocurre en los primeros dos meses del embarazo. Los embriones masculinos mueren si el futuro es incierto.

¿Dónde hallan ustedes su fortaleza?

Una fuente importante es pertenecer a grupos de chicos y jugar determinados roles que marca la sociedad según necesidades.

¿Modelos culturales?

Sí, cuando hacen falta soldados se favorecen, cuando hacen falta empresarios o inventores se favorecen. La debilidad biológica de los varones provoca que ellos acepten desarrollar ese tipo de roles que les prometen el poder y la fuerza y que se favorecen desde el hogar, el colegio, la televisión...

La exigencia es social, no biológica.

Sí, pero afecta a la estructura cerebral. Es como los chavales viciados con los videojuegos: han desarrollado una parte de su cerebro para ser hábiles en esos juegos, y les impide ser buenos en otros campos.

¿En qué punto está el cerebro del hombre moderno?

No tiene claro qué tipo de rol debe interpretar para poder llegar a ser importante. Pero su cerebro ya no es tan lineal, se desarrolla de forma mucho más abierta, y por eso hay tanto hombre que se comporta de manera insegura. Algunos debido a esa inseguridad buscan la fortaleza y otros la autenticidad.

¿Qué tenemos que saber las mujeres sobre el cerebro masculino?

Que los hombres siempre están intentando jugar un rol determinado –frecuentemente ni siquiera son conscientes de ello– y que detrás de esa fachada hay un hombre que tiene posibilidades de desarrollar su propia autenticidad.

Eso suena bien.

En el pasado, para convertirse en machos alfa necesitaban coger el poder de los otros (naturaleza, animales, mujeres, hombres); ahora por primera vez (ya que seguir un rol no garantiza el éxito) se sienten atraídos por la idea de dar, por la empatía y la autenticidad. Quizá están encontrando su propia fortaleza interior que les hace capaces de dar. Se trata del hombre que transforma.

Qué bien.

... Pero necesitamos la ayuda de las mujeres. Las madres tienen un gran poder para generar o no la práctica de roles; un gran poder en la programación del cerebro del hijo.



[1] Ningún científico serio puede defender hoy invenciones freudianas como el instinto de muerte, el complejo de Edipo o la envidia del pene, aunque no faltan los que evitan desacreditar integralmente al maestro del inconsciente y le conceden la genialidad de algunas de sus intuiciones (http://www.freud-lacan.com/articles/article.php?url_article=isandoval180208), aún a pesar de que sólo lejanamente resultan conciliables con los nuevos descubrimientos tras infinitas correcciones y matizaciones (http://www.freud-lacan.com/articles/article.php?url_article=isandoval180208). Como muy bien explica Jesús Mosterín, Freud concibió sus conceptos clave a partir de un modelo hidrodinámico del cerebro humano que resultaba ya inasumible en su época (tuvo la oportunidad de estudiar la obra de Cajal) y que se basaba en la “comparación metafórica de la psique con una máquina de vapor, lo que explica el uso de nociones como la represión (la presión del gas que sale por las junturas).” “Según Freud, los sentidos recogen energía del entorno y la trasmiten al cerebro. Además, en el propio cuerpo, las gónadas y los órganos genitales producen energía psíquica o libido, que envían al cerebro. El cerebro está sometido a presión por toda esta energía que le llega y que le resulta desagradable. Trata de librarse de ese exceso de energía, dándole salida mediante acciones que la gastan, consumen y disipan. …Nosotros sabemos ahora que el cerebro no recibe ni almacena ni envía energía, sino señales, información. El cerebro envía a los músculos la orden (la información) de contraerse, pero no les envía energía.” Véase http://www.institucional.us.es/revistas/revistas/themata/pdf/39/art2.pdf. Desde otra perspectiva, Michael Onfray se ha aplicado a la demolición de la figura de Freud en El crepúsculo de un ídolo, la fábula freudiana (Taurus, Madrid, 2011).

11 comentarios:

Plutarco dijo...

Por cierto, habría mucho que decir sobre los estrógenos y la variabilidad de comportamiento que provocan, tan desconcertante muchas veces...¿no deberían también ser "reeducados"?. Puestos a "educar", seamos paritarios, no nos vaya a pasar como con el fracaso escolar masculino, tan ocultado y mal explicado por la ideología de género.

Emilio dijo...

Parece que lo único que pudiéramos hacer los varones es esperar a que escampe porque vayamos por donde vayamos es como si la hubiéramos cagado (con perdón) siempre.

Hasta el presente el feminismo con tanta querencia por el culturalismo renegaba de la neurociencia porque era volver al biologicismo, pero mira por donde van y encuentran a un neurocientífico (no he leído nada de él, salvo lo que dices en esta entrada y por tanto me callo, a la espera de conocer mejor su pensamiento)que les corrobora algunas tesis y mediante el oportuno decorado de guerreros, dictadores y gánsters les permite ese discurso monolítico del machismo y la necesidad de cambiar el hombre.
Lo dicho: estudio, paciencia y esperar que escampe

Anónimo dijo...

Se agradece que alguien desde dentro de la neurociencia marque alguna línea roja ante tanto exceso "neuro".

Me llaman la atención estas líneas: "si en algo ha destacado nuestra especie hasta ahora ha sido en su capacidad para corregir los dictados de sus tendencias naturales aprovechando sus potencialidades"

Entonces el aprovechamiento ha de venir dado por estancias distintas que desbordan las zoológico-naturales (las de mera especie humana). Esas instancias podrían ser las institucionales que dan lugar a la persona (una persona no es un mero animal humano) La gestión, entonces, no corresponde ni a la etología ni la psicología evolucionista ni a la neurociencia, porque ya está siendo ejercitada, de hecho, por la persona misma (incluso sin conocer nada acerca de estas disciplinas) que en su desenvolverse gobierna, al menos en principio, sobre sus "tendencias naturales". ¿O a caso es el humano por su natural humanidad quien gobierna sus tendencias naturales? Pienso que no, que es solo el humano transformado en persona, es decir, cuando el ser del humano se transforma en un deber ser.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Comentario anónimo sobre el post que he recibido en mi correo y que no había aparecido aquí:

Se agradece que alguien desde dentro de la neurociencia marque alguna línea roja ante tanto exceso "neuro".

Me llaman la atención estas líneas: "si en algo ha destacado nuestra especie hasta ahora ha sido en su capacidad para corregir los dictados de sus tendencias naturales aprovechando sus potencialidades"

Entonces el aprovechamiento ha de venir dado por estancias distintas que desbordan las zoológico-naturales (las de mera especie humana). Esas instancias podrían ser las institucionales que dan lugar a la persona (una persona no es un mero animal humano) La gestión, entonces, no corresponde ni a la etología ni la psicología evolucionista ni a la neurociencia, porque ya está siendo ejercitada, de hecho, por la persona misma (incluso sin conocer nada acerca de estas disciplinas) que en su desenvolverse gobierna, al menos en principio, sobre sus "tendencias naturales". ¿O a caso es el humano por su natural humanidad quien gobierna sus tendencias naturales? Pienso que no, que es solo el humano transformado en persona, es decir, cuando el ser del humano se transforma en un deber ser.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Comentario de Emilio sobre el post que he recibido en mi correo y que no había aparecido aquí:

Parece que lo único que pudiéramos hacer los varones es esperar a que escampe porque vayamos por donde vayamos es como si la hubiéramos cagado (con perdón) siempre.

Hasta el presente el feminismo con tanta querencia por el culturalismo renegaba de la neurociencia porque era volver a la biologicismo, pero mira por donde van y encuentran a un neurocientífico (no he leído nada de él, salvo lo que dices tu en esta entrada y por tanto me callo, a la espera de conocer mejor lo que dice)que les corrobora algunas tesis y mediante el oportuno decorado de guerreros, dictodores y gánsters les permite ese discurso monolítico del machismo y la necesidad de cambiar el hombre.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

El libro de Gerald Hüter es más
discreto en sus formulaciones que las entrevistas que ha concedido
durante la campaña de promoción, en las que se desmelena bastante más.

De todos modos, a lo largo de todo la obra se palpa un aliento
gratuitamente misándrico de acuerdo con el manido tópico de "las mujeres ya
han evolucionado y los hombres todavía siguen prisioneros de sus
antiguas inercias". Al final lo que uno acaba encontrando es un sermón más sobre la necesidad de liberar al hombre de las exigencias primitivas de su frágil identidad testosterónica, adornado esta vez con jerga neurocientífica. Es una obra bastante simplona en la que las sutilezas brillan por su ausencia.

Emilio dijo...

A lo que comentas Enrique habría que añadir el "decorado" y los comentarios de la presentadora del reportaje televisivo y tenemos el círculo misándrico cerrado.

Plutarco dijo...

Aún así, los rumores sobre la desaparición del hombre y su irrelevancia por el deterioro del cromosoma Y son altamente exagerados, somo ya señalaba este artículo en el 2009 y que Hüter parece desconocer:

http://abcnews.go.com/Health/MensHealthNews/story?id=8104217&page=1

El artículo distingue bastante bien entre genética y las implicaciones socioculturales de Hüter.

Emilio dijo...

Es una pena que no escribas más a menudo. La primera parte de la entrada me parece genial. No sé si en su momento es que no la habías incorporado o qué pero la he vuelto a leer y me parece francamente buena. Si de algo valiese te animaría a que volvieses a tomar la bitácora porque están haciendo falta voces como la tuya. En cualquier caso recibe un cordial saludo.

Emilio

Anónimo dijo...

La ideología hoy dominante, sin embargo, proclama que las mujeres son más inteligentes y más sensibles, y más prácticas, y más socializadoras…, en fin, que son superiores en todo aquello que se considera propiamente humano, pero, al mismo tiempo, proclama que llevan milenios siendo subyugadas por los varones debido a la mayor fuerza física de éstos.

Si las mujeres fueran superiores a los varones en inteligencia y sólo inferiores a él en fuerza física, entonces haría muchos milenios que las mujeres habrían subyugado a los varones, porque jamás la mera fuerza física se impuso en la historia a la inteligencia. Piénsese en todos los animales que son muy superiores en fuerza física al ser humano: ¿acaso cabe concebir un mundo donde los caballos, los leones o los gorilas, dada su evidente superioridad física, se impongan a los seres humanos?.

Dados estos presupuestos, sólo cabría concluir que las mujeres efectivamente vienen subyugando, desde hace milenios, a los varones, obligándolos a que éstos se marquen los objetivos que a ellas les convienen, y una de las partes fundamentales de tal sometimiento es que reconozcan, además, que son ellas y sólo ellas las que tienen derecho a quejarse. Al fin y al cabo, en la historia siempre es una constante el que los grupos privilegiados insisten en que sus privilegios no son tales privilegios, sino terribles cargas que no tienen más remedio que asumir en favor de las clases inferiores: baste recordar el famoso poema "The White Man's Burden" ("la carga del hombre blanco") de Rudyard Kipling.

athini_glaucopis@hotmail.com

Juan Ronaldo dijo...

Y qué me dicen ustedes de la pregunta "¿y si castramos al niño?".
"No sea usted tan tiquis-miquis"- me dirán algunas-. "No es más que una simpática pregunta retórica".
Entonces se podría preguntar, digo yo, retóricamente y como hipótesis simpática de trabajo: "¿Y si extirpamos los óvulos a la niña?".
¡Qué simpático! ¿verdad?