lunes, noviembre 08, 2010

Horizonte insuperable

(Discúlpenme por haber desaparecido temporalmente sin avisar. Tras esta larga ausencia, intentaré alimentar “buenamente” con más asiduidad, aunque sea con posts breves.)


Si algo me evoca mi infancia es la Sagrada Familia y ayer no quise perderme la ocasión de ver cómo el templo, cuya fachada de la Pasión vi levantarse poco a poco desde el jardín infantil de una esquina de la plaza, se convertía solemnemente en basílica. Mucho ha cambiado mi relación con la fe católica desde entonces, pero sigo viendo en la mole majestuosa de este templo una compañía tierna, amable y protectora. Para mí es como esos gigantes afables y bondadosos de los cuentos que presencian complacidos tus juegos y que, cuando das algún traspié, te ayuda a levantarte, a sonreír de nuevo y a ir más allá de tus miedos, obsesiones y pequeñas miserias.

Por eso, no deja de asombrarme el malhumor y estrechez de miras con que muchos se siguen empeñando en abordar las manifestaciones religiosas. Ahora, que se nos ha desvelado su portentoso interior, me reafirmo en la idea de que la religión constituye el horizonte insuperable de la imaginación humana a todos los niveles. Sólo apuntando a sus cumbres de bondad, belleza y autenticidad, nosotros, como sofisticados animales simbólicos que somos, podemos concebir una vida humana verdaderamente digna. Ante ese proyecto grandioso y en construcción permanente, desde nuestra precariedad sólo nos cabe recogernos en nuestro interior y rezar, es decir, seguir edificando ese sueño de lo mejor que nos acoge, protege, ampara, orienta, eleva y sobrepasa.

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