jueves, diciembre 18, 2008

Educación y nuevos ritos de género.

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Sucedió el viernes de la semana pasada. En un colegio concertado barcelonés con mucha historia a sus espaldas, un profesor bienintencionado decidió realizar una actividad formativa orientada a prevenir la violencia de género.

Su desarrollo fue muy simple. Se situaron seis sillas frente al resto de la clase y se sentaron tres chicas a un lado y tres chicos al otro. Los chicos, por supuesto, asumían el rol de maltratadores y las chicas, el de víctimas. A partir de ahí, el desarrollo de la actividad fue el previsible. El profesor realizó preguntas a las chicas que subrayaban su dependencia del maltratador, su miedo, su desconcierto y bloqueo emocional; en cambio las preguntas dirigidas a los chicos enfatizaban su afán de dominio, su falta de empatía, su agresividad, su ideología machista y, en definitiva, la monstruosidad latente en su patológica masculinidad.

El testimonio de lo ocurrido procede de una alumna de tercero de ESO que participó en la experiencia. A partir de hoy la llamaré mi informadora. Ella, que es una chica enérgica y poco proclive a asumir el rol de víctima, había quedado vivamente impresionada, porque acababa de descubrir que esos chicos tan despistados y atontolinados que le rodean (así los ve) pueden comportarse como unas auténticas bestias; y que sus recias y espabiladas amigas en un plis plas pueden transformarse en sumisas, bobas y desvalidas princesitas, incapaces de mandar a paseo a esos niñatos repentinamente transformados en seres envilecidos.

Llegados a este punto, me sentí obligado a contrarrestar el trabajo del profesor insinuando alguna objeción a su maniqueo reparto de papeles. Le inquirí con dos preguntas algo maliciosas. Primera: ¿conoces algún hombre mayor, joven o chico de tu entrono que trate mal a alguna mujer?. Desconcertada, decidió callar. Segunda: ¿y conoces a alguna mujer de tu entorno que trate mal a algún hombre? El primer impulso fue responder afirmativamente, pero se contuvo y sintiéndose desarmada sólo añadió: “pero es verdad que esas cosas pasan”.

Después fue más fácil seguir con mi intervención. “Sí, es cierto, esas cosas lamentablemente pasan. Pero no creo que hacer caricaturas de la realidad y dividir el mundo entre mujeres-víctimas y hombres-verdugos sirva para mucho. Sería más instructivo mostrar que tanto hombres como mujeres pueden volverse agresivos, aunque sus agresividades tiendan a seguir recorridos diferentes. La agresividad femenina en general suele ser más verbal e indirecta y su daño es sobre todo psíquico. La masculina, como tiende a expresarse de forma más física y directa, se suele contener más, y si no se aprende a controlar puede resultar muy peligrosa. Cuando las conductas agresivas se convierten en una algo habitual es cuando aparece la figura del hombre maltratador o de la mujer maltratadora. Aunque caben todas combinaciones imaginables, es conocida la figura de la mujer que de forma habitual menosprecia y humilla a sus parejas y hace prevalecer su criterio siempre. De la del hombre que recurre a la intimidación, el miedo y la violencia para imponerse, ya habéis hablado en esa actividad. Quizás lo más interesante sería que nos enseñaran a todos a conocer y manejar nuestra propia agresividad y a saber relacionarnos con las agresividades ajenas; y eso debería incluir las diferencias de conducta habituales entre hombres y mujeres.

Terminada esta disertación, mi informadora algo abrumada intentó justificar al profesor: “es una actividad propuesta por la Generalitat”. No dije nada más. Al parecer, estábamos asistiendo al nacimiento de algo así como la nueva religión civil del género, con sus correspondientes rituales y liturgia. ¿Cuánto tardará en ser obligatoria?. Desde luego, si uno mira el currículum oficial catalán, podría presumirse que ya lo es. Por cierto, el colegio de mi informadora es confesional.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, el fenómeno al que estamos asistiendo creo que hay que calificarlo, sencillamente, como "nueva religión", y, además, como una religión de estado, que oficialmente hay que inculcar a los niños. En este lugar no puedo entrar en el análisis de los detalles, pero me atrevería a decir que las feministas militantes comparten el perfil psicológico de las beatas tradicionales: no sólo están dispuestas a imponer, por las buenas o las malas, su verdad, porque se sienten moralmente superiores al resto de los mortales, no sólo comparten con ellas su profunda y evidente hipocresía, sino que también se caracterizan por haber centrado toda su vida social en la realización de sus "ritos".

Las religiones tradicionales, sin embargo, en el momento en que eran fundadas no entraban en conflicto directo con los datos positivos que se conocían en su circunstancia histórica (sólo siglos de avances científicos, por ejemplo, demostraron que la tierra giraba en torno al sol, y no al revés, como parecían dar a entender ciertos pasajes de la Biblia). La religión de la ideología de género, por el contrario, triunfa precisamente ahora, en que el avance del conocimiento del cerebro ha dejado en total evidencia que los "roles de género" son mucho más que meras construcciones sociales sin ninguna base biológica. Aquí tienes, para mayor abundacia, un ejemplo de esos ritos que la nueva religión de Estado practica (con cargo, naturalmente, a los presupuestos públicos):

http://www.lavozdegalicia.es/vigo/2008/12/18/0003_7405411.htm

(tomo la noticia de la bitácora personasnogenero.blogspot.com)

Emilio dijo...

Es curioso, pero en mi bitácora http://www.personasnogenero.blogspot.com/
abordo el mismo tema, aunque desde el lado de los contenidos de algunos textos de Educación para la ciudadanía, y las conclusiones no pueden ser más parecidas.

Enrique Jimeno Fernández dijo...

Lo peor del caso es que las prácticas y rituales de los que habláis están consiguiendo distorsionar la percepción de la realidad, creando falsos problemas y propiciando un clima misándrico que no favorece las relaciones satisfactorias entre mujeres y hombres.