jueves, noviembre 27, 2008

Campañas sobre la violencia de género masculino y apuntes para la deconstrucción del discurso dominante.



Me preocupa el sesgo de las campañas sobre la violencia de género masculino. Su tono se radicaliza año tras año y su mensaje tiende a simplificarse cada vez más. En mi población se han organizado cursos de defensa personal para mujeres con apoyo institucional y las calles se han llenado de carteles en los que las expresiones violencia machista o patriarcado se repiten hasta el infinito.


Sinceramente, no creo que este sea el camino. Se me dirá que es una estrategia preventiva, una estrategia de choque, una apuesta por el empoderamiento de la mujeres.. Desde luego no podemos mantenernos impasibles, pero el problema es demasiado grave y complejo como para abordarlo con campañas que caricaturizan la realidad y destilan rabia.


Quizás estas explosiones misándricas queden bien de cara a la galería, pero no resuelven nada, porque dibujan un monstruo masculino que está ya en vías de extinción y eso lo sabemos todos. Sería mejor hablar del mundo en el que vivimos ahora y no del de nuestros abuelos, porque de seguir insistiendo en esta última vía, lo que se va a conseguir es que nadie se sienta interpelado. No niego que siga habiendo machistas recalcitrantes, ni infelices que tengan ensueños patriarcales, pero el perfil de los agresores potenciales que nos ha de preocupar más es otro mucho más común. Me refiero al hombre que se desconoce su específica condición masculina, al que niega su agresividad, al que cree que por defender el respeto y la igualdad y repudiar el machismo nunca va a incurrir en esas conductas. A ese perfil masculino, que es el dominante, es al que hay que dirigirse y hay que hacerlo desde bien temprano. No podemos caer en la paradoja de señalar al colectivo masculino como causa problema y después no prestar ninguna atención a los hombres reales. Hay que centrarse en el hombres corrientes, en sus perplejidades, en los chicos que están conquistando su masculinidad en medio de mensajes desarticulados y contradictorios. Y hay que proporcionar herramientas para desplegar de manera positiva la condición masculina, desde su particular peculiaridad.


Pero eso no va a hacerse hasta que superemos la perspectiva radicalizada de género en la vivimos inmersos. Como institucionalmente se parte del presupuesto de que la masculinidad o la feminidad son exclusivamente construcciones culturales, sólo se admite una explicación culturalista de la violencia (el problema es la ideología machista dominante) y una solución de la misma índole (hay que combatir el machismo desde todos los frentes).


¿Qué no se obtienen resultados? Pues se considera que hay insistir con más energía en la misma dirección, sin cuestionar los irrenunciables principios de los que se parten. La explicación se sitúa en el machismo opaco y subrepticio, un enemigo invisible que agazapa hábilmente en cualquier rincón, un virus letal que puede malograr en cualquier momento los esfuerzos realizados. Machismo, masculinidad, condición masculina son cada vez más equivalentes, las expresiones de una ideología patriarcal subyacente y remisa a desaparecer. La guerra se intensifica: hay que recelar de todo, hay que denunciarlo todo, hay que castigarlo todo. Debe pasarse al ataque preventivo y castigar incluso al sospechoso antes de que se demuestre su culpabilidad.


Cabe sin embargo, otra posibilidad: dudar los presupuestos de la perspectiva de género más radicalizada. En una reciente conferencia Teresa Forcades comentaba que en Estados Unidos sólo una de cada cuatro mujeres se identificaba con los postulados feministas, a pesar de que es el país en el que el enfoque de género ha tenido más largo recorrido en todos los ámbitos. ¿Machismo reticente al cambio?. No, cansancio ante unos análisis que no se ajustan al mundo real. ¿No sería más fácil asumir que el género tiene un substrato biológico, que somos híbridos de naturaleza y cultura y que hombres y mujeres tenemos que aprender de manera diferenciada nuestras especificidades de manera diferenciada para construirnos como personas plenas?. Esa era su propuesta, que ya comentaré más detalladamente en otro post.


Hoy he hablado con algunas alumnas de bachillerato sobre estos temas. Ha sido interesante. Ninguna se imaginaba haciendo el papel de chica sumisa. Eso -me han dicho- puede ocurrirle a alguna catorceañera o muy inmadura, pero a sus edad (17-18) es improbable. Tampoco temían caer en las garras de un machito, porque esa máscara repele y se detecta a la legua. Les preocupaba más el buen chico dependiente, que se cuelga de la chica y es incapaz de aceptar que una relación se ha acabado y se vuelve agresivo.



martes, noviembre 25, 2008

Motivos para la esperanza: presentación de “L’escola contra el món” de Gregorio Luri


Desde hace días hago pesquisas para encontrar el nuevo libro de Gregorio Luri: L’escola contra el món, pero todavía no lo he conseguido. El viernes pasado lo intenté de nuevo en Laie sin éxito, pero a cambio acabé llevándome otro libro suyo, la Guía para no entender a Sócrates (2004), en el que sigo enfrascado, y en perspectiva tengo su obra anterior El Proceso de Sócrates (1998). Pero creo que voy a interrumpir estas lecturas para dar prioridad a su ensayo sobre la educación, que por fin ya ha sido presentado, según refiere con unánime aplauso la prensa de hoy.


Inicio por tanto un “período Luri”, que a tenor de lo hasta ahora leído y escuchado, espero que dure. Mi primer contacto con el autor fueron sus artículos en LA VANGUARDIA (enlace artículos), que me sorprendieron por la contundencia y libertad con la que abordaba temas tabú en el ámbito educativo como son la autoridad, la disciplina o las prácticas educativas buenistas y pseudoprogres. Una visita suya a este blog me permitió descubrir El café de Ocata, el más activo lugar de encuentro e intercambio de opiniones que conozco en la red, gestionado en tiempo real por el titular de una bitácora. Siempre me ha asombrado la calidad de sus contenidos y la educada y obsequiosa deferencia que emplea con todos sus visitantes.


Y ahora llega este libro, que viene precedido de un tsunami mediático sorprendente(radio televisión, prensa diaria, revistas, bitácoras, etc), máxime si reparamos en su contenido, que -según lo anunciado- no es nada complaciente con las inercias de nuestro sistema educativo, ni con las políticas hasta ahora seguidas, por más que su tono sea amable y positivo.


Pero ahí no acaba la cosa. El libro se adelanta a la presentación de un manifiesto impulsado por Esade-URL y la sociedad civil catalana, en el que Gregorio Luri ha participado decisivamente y que postula “valores como la calidad, la exigencia, el esfuerzo, el rigor o la equidad”.


¡Gracias a Gregorio por su acierto y empeño, y mi apoyo desde ya a ese manifiesto!. Espero estar en su presentación el próximo día 4 de diciembre y reiterar mi respaldo.


En cuanto al libro, confío en que este alegato en favor de “otra pedagogía” tenga el máximo eco y haga audible e inteligible el clamor de muchos que postulamos otro modo de entender la enseñanza, y queremos recuperar algunos de los viejos tesoros que se han tirado por la borda.


No se trata de volver al pasado, ni de menospreciar ninguna innovación valiosa. No se trata de eludir ningún reto. No se trata de defensas corporativas. De lo que se trata es de situar la mirada en algo que casi todos eluden: los principios pedagógicos vigentes, los que cimientan nuestra práctica educativa cotidiana. Son raros los pedagogos que los cuestionan sin tapujos y Gregorio Luri es uno de ellos. Quizás sea tarde ya, pero estaría bien que nuestros máximos responsables educativos se permitieran revisarlos, leyendo y releyendo a Luri. Sería un medida prudente antes de concluir la última aventura legislativa en el terreno educativo, porque... ¿cabe hablar de evaluar el sistema educativo si sus principios pedagógicos son intocables?.


Pensando en la futura LEC, me pregunto: ¿con qué ánimos se espera que la asumamos los profesionales de la educación, si vamos a ser evaluados según principios pedagógicos que muchos consideramos inadecuados?. Si el sistema falla de manera alarmante, habría que empezar evaluando los principios que lo sustentan y no a los profesionales que los siguen. A mi juicio, esta es la razón más poderosa del malestar docente que ha suscitado la LEC.


Pero, todavía hay motivos de esperanza. Gregorio Luri ha sabido vehicular su mensaje y confío en que se trate sólo del inicio de una poderosa onda expansiva.


Con sorpresa leo que a la presentación acudió el conseller Maragall -todo un gesto- y que, además, se mostró encantado con el libro. Quizás si el conseller insistiera en esa línea, algunos reduciríamos nuestra desconfianza hacia la LEC.


Espero ansioso leer esta obra y de momento abro boca con algunos aperitivos:





Radio:

En El Cafè de la República, amb Joan Barril




“L’escola contra el món”

Fuente: REVISTA DE LETRAS

Por Diego Giménez | Entrevistas | 17.11.08

Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona y Premio Extraordinario de Doctorado, fue profesor de Filosofía en la UNED de Barcelona y en la Escuela Superior de Diseño de Sabadell. Coordinador del volumen La razón del mito (2000), es autor entre otros textos de El proceso de Sócrates (1998), Prometeos. Biografías de un mito (2001) y Guía para no entender a Sócrates (2004). El próximo lunes presenta L’escola contra el món, un libro en que Gregorio Luri se desmarca de los tópicos que alrededor del mundo de la educación.

¿Cómo emerge “L’escola contra el món”?

Me tuve que jubilar, por cuestiones de salud, el 1 de septiembre del curso pasado. Pocos días después recibí una carta del “conseller d’Educació” en la que me manifestaba su agradecimiento “por toda una vida profesional dedicada a hacer crecer a nuestros chicos y chicas en el pensamiento, en la reflexión, en el espíritu crítico y en la creatividad”. Al leerla me pregunté cómo sabía el Señor “Conseller” que yo no había sido un inepto. ¿Cómo podía saber si compartía su visión sobre mi trabajo? La carta me anunciaba también un regalo que recogí enseguida. Resultó ser un libro, titulado La educación en Cataluña. Salvador Cardús firmaba el último artículo afirmando que, respecto la escuela, “El malestar se va extendiendo”. ¿Hacía falta tomarse esto como una imputación? Reflexionando sobre estos temas tomó cuerpo el libro.

¿En qué momento se encuentra la educación hoy?

La carta del “Conseller” nos orienta. Me agradece que haya estimulado el crecimiento del pensamiento crítico, la reflexión y la creatividad de los jóvenes catalanes, pero no me explica por qué estos valores son más importantes que, por ejemplo, la lealtad, la disciplina y la responsabilidad, ni tampoco porqué no parece conceder ninguna importancia a los contenidos que haya podido impartir a lo largo de mi vida profesional. No parece importar si los alumnos que han estado bajo mi responsabilidad, cuando acaban la enseñanza obligatoria, son capaces de situar el Danubio o Moldavia en un mapa de Europa, si están capacitados para hacer cálculos mentales mínimamente complejos o si dominan algo más que un vocabulario de estricta subsistencia. Este desequilibrio define el estado actual de nuestra educación con precisión.

¿Cómo ha vivido el paso de la escuela moderna a la posmoderna?

En la escuela tradicional, con todos sus defectos, había una cosa clara: que “enseñar” era un verbo Transitivo. En la escuela posmoderna, lo realmente importante no parece ser que hay que saber, sino como fomentar la reflexión, el espíritu crítico y la creatividad del alumno, con lo cual la autonomía del aprendizaje se ha impuesto a la heteronomía de la enseñanza. Pero no está nada claro que la autonomía sin orientación pueda conducir a la adquisición de los conocimientos que un joven necesita para poder cursar sus estudios universitarios con una base de competencias lo suficientemente sólida. La confluencia de una concepción pedagógica basada en la centralidad de la autonomía del niño con las ideologías individualistas modernas y el fomento creciente del consumo ha propiciado la aparición de un “clientelismo” pedagógico por parte de unas familias que entienden que su relación con la escuela es similar a la que mantienen como clientes con las empresas de administración de servicios.

¿Estamos en tiempos de relativismo y escepticismo moral?

Sí, y por lo tanto, de desorientación. Para ser más libres hemos creído posible renunciar a la dictadura de los criterios orientadores. Incluso se alaba la liquidez como un principio positivo y se sospecha del arraigo (y de las convicciones) como una rémora que nos incapacita para la constante adaptación a no se sabe bien qué.

¿Se ha perdido la autoridad del maestro o profesor?

Se ha convertido en uno de los dogmas de la pedagogía (post) moderna la tesis de que el alumno debe ser el centro de la actividad pedagógica. Es una tesis discutible. En una auténtica relación pedagógica el centro nunca está ocupado por el alumno, sino por la autoridad del maestro, capaz de ganarse la atención de la clase y de organizar la relación del alumno con los contenidos de aprendizaje. Tal es así que si el maestro no tiene autoridad, difícilmente hay aprendizaje. Evidentemente estoy hablando de autoridad, no de arbitrariedad o de fuerza. La autoridad docente es la capacidad del maestro para hacer presente el conocimiento relevante y facilitar su asimilación por parte del alumno. Si la escuela tiene convicciones sobre lo bueno y lo malo, por muy partidario que sea dejar que el niño se exprese, no valorará de la misma manera todas las manifestaciones de su espontaneidad. Estimulará algunas y en reprimirá otros. Ningún maestro digno de este nombre permitiría la libre expresión de las capacidades del niño para la mentira, la hipocresía o la violencia. La autoridad del maestro se encuentra en el centro siempre que el maestro tenga convicciones. Donde no hay autoridad, normalmente lo que falta son convicciones.

¿Qué es la educación de la responsabilidad y de la frustración?

Dice Homer Simpson que “si cuesta mucho hacer algo es que no vale la pena hacerlo”. Reconozco que soy un ferviente seguidor de los “Simpson”, pero no me gustaría mucho que Homer fuera el maestro de mis hijos. Educar a un niño cuesta mucho, y a veces nos sentimos desorientados, pero los padres que quieren a su hijo no lo abandonan a su propia impulsividad, porque en este caso sería incapaz de conquistar la postura vertical o de hablar una lengua. Tal vez una cultura a gatas que se exprese a gritos sería una cultura magnífica, pero por ahora no me veo capaz de renunciar a mis prejuicios a favor de la verticalidad y del lenguaje articulado. Reprimir los caprichos injustificados de los niños no les hace más infelices. Y en cambio la falta de normas y de límites infranqueables los empuja a ser caprichosos e intratables. La incapacidad para hacer frente a pequeños conflictos anuncia la incapacidad para hacer frente a conflictos graves, por la misma razón que aplaudir la “trastada” de un hijo mal educado significa reforzar su falta de urbanidad. Tampoco podemos pretender argumentar siempre nuestras decisiones o poner a votación todas las normas de la casa. No todo se puede argumentar. Los argumentos no les hacen ni frío ni calor a los chantajistas emocionales y dictadores con pantalones cortos. La norma estricta e incuestionable también tiene mucho sentido, especialmente cuando es respetada de forma ejemplar por los mismos padres. Convencer a un adolescente pletórico de energía que no siempre sabe lo que es mejor para él, y que a veces tiene que reprimir sus impulsos y sacrificar su satisfacción inmediata en interés de su futuro, no es fácil. Pero pretender hacer crecer los hijos en un mundo ficticio sin conflictos donde su ingenuidad no se vea expuesta a la complejidad de la vida no es una prueba del amor de los padres, sino de sus miedos. Me parece que fue Beckett quien se propuso como ideal de vida “fracasar, volver a fracasar y, después, fracasar mejor”. Yo no formularía mi ideal de esta manera, pero reconozco mi simpatía por el filósofo Diógenes, que a veces se pasaba largos ratos discurseando con las estatuas de Atenas para “ejercitarse en fracasar”. No es que el fracaso me parezca especialmente atractivo, pero, ya que es un compañero de viaje, vale más aprender a tener allí tratos sin muchas gesticulaciones. Los méritos de una persona no se miden únicamente por sus éxitos, sino también por su capacidad de levantarse cuando cae. A esto me refiero cuando defiendo la necesidad de educar en la frustración.

¿Cuál es el papel de las nuevas tecnologías en la educación?

Lo primero que hay que tener claro es que la escuela ya no está en condiciones de decidir si acoge o no las nuevas tecnologías. Las nuevas tecnologías forman parte de nuestra vida cotidiana y han venido para quedarse. La escuela debe aprender, en todo caso, mantener una relación natural con ellas, lo que no es fácil, por diferentes razones. En primer lugar porque ponen herramientas de un potencial extraordinario en manos de personas muy diversas. El profesor creativo hace maravillas, mientras que el falto de creatividad se siente cada vez más medido por el potencial tecnológico. En segundo lugar porque los adultos hemos tenido que emigrar a un mundo digital habitado por unos nativos que son nuestros hijos. Esto implica que a veces un alumno está más capacitado que su maestro para hacer uso de las nuevas tecnologías. En tercer lugar porque la inmensa (y creciente) cantidad de información que las tecnologías de la información nos hacen accesible, nos sitúa ante la imposibilidad de la selección crítica de los contenidos, por lo que o bien nos dedicamos a movernos al azar (que es lo que hacen muchos internautas) o confiamos en filtros, es decir, en instituciones serias que me puedan orientar. En un futuro próximo el ignorante será aquel que no pueda confiar en ningún experto que le pueda filtrar la información relevante. Aquí se encuentra un reto inmenso para la escuela. En cuarto lugar aparece un elemento psicológico muy importante. Parece que los jóvenes que han crecido con las nuevas tecnologías (los nativos del mundo digital) han desarrollado un tipo de atención específica, muy abierta, que es capaz de atender a diferentes experiencias hora (ver la tele, hablar por el móvil, Jugar con la consola, escuchar música, etc), pero tienen muchas dificultades para mantener la concentración sostenida en una única actividad. Como la herramienta fundamento de la educación de la atención sostenida es la lectura, el texto se presenta cada vez más como un complemento imprescindible del hipertexto.

¿Qué se debe pedir a los alumnos?

Confianza en los padres y los maestros

¿Qué se debe pedir a los padres?

Confianza en ellos mismos

¿Qué se debe pedir a los profesores?

Exactamente lo mismo que a los padres.

¿Qué encontrará el lector en “L’escola contra el món”?

La preposición «contra» del título puede tener diferentes sentidos, que son los que intento poner de manifiesto en el libro. La escuela puede posicionarse contra el mundo cuando ignora la realidad y se muestra incapaz de proporcionar las herramientas indispensables para la competición social que hay en la calle; cuando educa a los alumnos en unos valores que ponen en cuestión tanto el esfuerzo como la jerarquía y la selección, cuando hay un desacuerdo grave entre lo que se enseña en las aulas y lo que la sociedad pide. Se sitúa contra el mundo cuando no se atreve a aspirar de verdad a la excelencia y desconfía de la meritocracia; cuando vive pendiente de unos discursos que hace tiempo que han dejado de tener eco social o cuando confunde la pedagogía con una terapia contra los males de la vida humana, sin darse cuenta que una vida sin frustraciones va en contra de ella misma. La escuela se posiciona también contra su comunidad cuando confunde al alumno con un cliente y el conocimiento con el entretenimiento. Para cumplir fielmente su misión, es posible que la escuela tenga que navegar a menudo contracorriente. No hay que dejarse arrastrar por aquellas psicologías y filosofías que hacen de la frivolidad un principio y menospreciar el rigor, el esfuerzo y la educación del carácter.



En El senyor Boix http://blogs.ccrtvi.com/elsenyorboix

...I ja que avui és dilluns, per superar aquest xic de mandra que sempre dóna tornar a l'escola, fixeu-vos com ataca l'escola i l'ensenyament actual el professor de filosofia Gregorio Luri a aquesta recent entrevista, donada amb motiu de l'edició del seu nou llibre L'escola contra el món (La Campana, 2008).



Ahir diumenge, Gregorio Luri també va participar al debat titulat Què li cal a l'educació? que publicava el suplement «A més a més», del diari Avui, i el qual jo volia enllaçar aquí; però el suplement d'ahir no es trobarà disponible al web del diari fins d'aquí a uns dies.
Al seu llibre, Gregorio Luri anuncia «la fi del projecte pedagògic de l'escola republicana francesa i del model de societat que aquesta volia contribuir a crear (en la que la instrucció pública, la ciutadania i la república formaven un tot)», i denuncia que la decadència de l'ensenyament i de l'escola ha estat provocada, entre altres coses, per «la desaparició de l'esforç personal de l'alumne i la seva substitució per didàctiques de l'interès» i per «la renúncia progressiva a la redacció de textos complexos i a la seva exposició oral, la progressiva introducció de pràctiques de "debat", que reforcen el costum de l'alumne de blindar-se darrere de la seva opinió; o el dogma que el paper fonamental de l'escola és el foment de l'autonomia de l'individu». Així que bon dilluns també de col·legi, amigues i amics!




El filòsof Gregorio Luri fa una demolidora revisió crítica dels pilars ideològics i les bones intencions en què se sosté l'escola catalana
Fuente: http://paper.avui.cat/article//cultura//146634/sense/formules.html

Sense fórmules

Ignasi Aragay
A l'assaig 'L'escola contra el món' el mestre Gregorio Luri advoca per recuperar l'autoritat dels mestres i el valor de la feina de l'alumne

A l'assaig 'L'escola contra el món' el mestre Gregorio Luri advoca per recuperar l'autoritat dels mestres i el valor de la feina de l'alumne
CRISTINA FORÉS

Ni pública ni privada, ni laica ni religiosa, ni elitista ni popular, sinó tot el contrari. Un altre assaig -sí, un més, però no un qualsevol- busca sortides per a l'atzucac educatiu català. Les busca sense fórmules màgiques. És obra del navarrès establert a Catalunya Gregorio Luri, filòsof i professor jubilat. Als 40 anys Luri es va fer un regal: no pensar amb fórmules, i d'aquell magnífic present en surt ara el llibre L'escola contra el món (La Campana), un text on proclama que "l'optimisme és possible" sense renunciar a la crítica dels pilars ideològics i les bones intencions que encara avui sostenen i condicionen l'escola catalana.

El llibre va ser presentat ahir a la premsa en un acte al qual, per sorpresa, s'hi va presentar el conseller d'Ensenyament, Ernest Maragall, que es va mostrar entusiasmat amb les tesis de Luri, tot i que aquest últim no deixa d'ironitzar sobre la carta de serveis prestats que el conseller li va enviar per la seva jubilació: "M'agraeix que hagi estimulat el creixement del pensament crític, la reflexió i la creativitat dels nois catalans, però no m'explica per què aquests valors són més importants que, per exemple, la lleialtat, la disciplina i la responsabilitat; ni tampoc per què no sembla concedir cap importància als continguts que hagi pogut impartir al llarg de la meva vida professional".

Bé, en tot cas, Maragall ahir combregava amb la minirevolució que proposa Luri. I en la mateixa línia va situar-se el sociòleg Salvador Cardús, director de la col·lecció d'assaig Obertures que acull l'obra, i el filòsof Xavier Antich, per qui es tracta d'un assaig "imprescindible".

L'escola contra el món parteix de la idea que en lloc de seguir parlant de creativitat, llibertat, espontaneïtat, plaer, igualtat, multiculturalisme, innovació i laïcitat s'ha de fer de coneixements, autoritat, silenci, esforç, elitisme democràtic, identitat, tradició i, si es vol un autèntic pluralisme, també de religió -"Caldria explicar amb arguments per què algunes idees, per exemple el laïcisme, són més públiques que les creences religioses"-. El canvi de paradigma, doncs, és més que notable.

D'un extrem a l'altre

Si històricament l'escola autoritària i memorialística va donar com a reacció un ensenyament per a la felicitat, amb la utopia del Maig del 68 com a música de fons i el nen al centre de totes les mirades, Luri proposa ara fer autocrítica i una certa marxa enrere que permeti a l'escola exercir amb garanties el seu rol de mitjancera entre la família i la societat, cosa que vol dir, al seu parer, anar a la contra de moltes coses: de l'acceleració, del consumisme, de l'opinionitis, del candor moral, del peterpanisme, de la sobreprotecció...

Segons Luri, si una cosa tenen en comú tots els sistemes que funcionen, de Finlàndia a Singapur, passant per Corea del sud, Flandes i Baviera, és haver recuperat la confiança en el mestre i haver triat els millors com a mestres. I a partir d'aquí, crear un cercle social virtuós.


Un alegato en favor de la pedagogía

Gregorio Luri combate la visión negativa de la educación en ´L´escola contra el món´ | "Ni el sarcasmo ni el catastrofismo conducen a ninguna parte", señaló el filósofo Xavier Antich

M. Beltran LA VANGUARDIA 25/11/2008

El optimismo no sólo es posible, sino que es el primer deber moral de un educador". Esta es una de las muchas conclusiones a las que se llega con la lectura de L´escola contra el món (Ed. La Campana), del filósofo y profesor Gregorio Luri, donde de forma amena desmenuza los problemas de la escuela para concluir que "los milagros, en pedagogía, existen".



Luri conoce el terreno y con el profundo saber que le da su condición de profesor recién jubilado - desde el curso pasado-desmenuza con inteligencia, no exenta de sentido del humor, la evolución del sistema educativo y la situación de la escuela. Con un lenguaje sencillo desenmascara tópicos; como dijo Cardús, "serena los ánimos y predispone a la acción", siempre lejos del catastrofismo. Y es que "ni el sarcasmo ni el catastrofismo conducen a ninguna parte", señaló Antich, a la vez que propuso que, en contra del cinismo que inunda buena parte de los libros que se escriben sobre educación, "hay que tomar nota y ver qué podemos hacer, cada uno desde su responsabilidad", para que las cosas en la escuela sean diferentes de lo que son.

Todo el texto de Luri rezuma amor a la escuela, y es, por tanto, un libro que la defiende, así como la profesión de docente. Muestra una "confianza en la escuela", aseveró Antich. El autor demuestra ser buen conocedor del funcionamiento del sistema educativo de otros países, aquellos que suelen aparecer en los informes como los mejor situados en cuanto a los resultados académicos del alumnado. La revisión le sirve para romper algunos tópicos, como el hecho de que cuanta más inversión, mejor educación, y también para ratificar aspectos conocidos pero no suficientemente valorados como el papel central del profesorado.

En sus inicios, según confesó el autor, el libro tenía un tono crítico hacia la Administración, pero a medida que el autor fue escribiéndolo - proceso que le costó lo suyo porque utilizaba un estilo excesivamente filosófico-comprobó que "en Catalunya se da una nueva situación que permite criticar determinados dogmas y tratar ciertas cuestiones con normalidad, sin tener que justificar la bondad de nuestro discurso", explicó Luri. El miedo a criticar las "buenas intenciones", que se supone que han guiado gran parte de las decisiones de la Administración en el ámbito educativo, desaparece, porque "ahora sabemos que una buena intención sin sentido común puede hacer mucho daño".

El autor quiso dejar claro que antes de criticar a la escuela catalana "debemos ser conscientes de hasta qué punto está sometida a unas urgencias muy distintas de las de otros países, y que nuestra realidad es muy compleja". En su opinión, y así concluye el libro; "El optimismo es posible; es factible recuperar la confianza de la escuela en ella misma, lo cual es indisociable de la recuperación de la confianza de la sociedad en sí misma".

MÁS INFORMACIÓN
Luri, uno de los expertos que han trabajado en la elaboración de los documentos previos al manifiesto que lidera Esade, presentó ayer el libro junto a otro de los especialistas que han estado en la cocina del manifiesto de la sociedad civil en favor de la educación, el también filósofo Xavier Antich. La editora Isabel Martí y el sociólogo Salvador Cardús, director de la colección Obertures 23, de la que forma parte el libro de Luri, desbrozaron el camino del presentador y del autor con un optimismo digno del libro. No en vano, La Campana celebra sus 300 títulos con L´escola contra el món.


Los male/os de la enseñanza -

19/03/2007 La-Vanguardia.-GREGORIO-LURI-


Teníamos un problema: el sistema educativo estaba haciendo aguas. Ahora tenemos un diagnóstico: la culpa es de los profesores, que no están bien formados. La terapia no puede estar más clara: formación para los formadores.

Quien diga que el profesorado no ha cambiado, o habla con mala fe o es un completo ignorante

Si Victor Hugo levantara la cabeza, no hay duda de que lo haría para asentir. Nadie ha tenido más confianza que él en los poderes taumatúrgicos de la escuela. Sus fórmulas forman parte del subconsciente colectivo de muchas personas bien intencionadas: "Una escuela que se abre es una cárcel que se cierra", decía, o, con otras palabras, "cuando el pueblo sepa leer, entonces será honrado".

Pero la verdad es que el pueblo ha alcanzado la plena escolarización hasta los 16 años y no sólo seguimos abriendo cárceles sino que seguimos lamentándonos de que sigan existiendo los matones de patio de escuela. Pero los dogmas son dogmas porque son intocables y el de la confianza en la enseñanza como terapia para los males del hombre es el dogma por excelencia de la Ilustración. ¡Y a ver quién no va a querer ser ilustrado!

El razonamiento, por tanto, no puede ser más sencillo: (1) Si la cultura nos hace sujetos libres, responsables, educados, participativos, etcétera, y (2) si los resultados escolares no se corresponden con nuestras buenas intenciones, (3) la culpa no puede ser de nuestras buenas intenciones. Así que (4) la responsabilidad hay que buscarla en los gestores de las buenas intenciones de la sociedad ilustrada. Y es aquí donde nos encontramos con la perplejidad docente.

El resto de variables es intocable. El elector, ni tocarlo; los programas están libres de culpa, porque si con algo hemos experimentado es con ellos; la Administración demuestra su inocencia con sus gráficos de incremento del esfuerzo inversor. Así que sólo queda una alternativa: el profesorado es responsable (por acción o por omisión) de su perplejidad postilustrada, por no haber sabido readaptarse a las nuevas demandas sociales renovando su "formación en habilidades sociales y psicología". Así que reformemos la formación del profesorado, y todo solucionado. Claro que, por otra parte, todo puede mejorarse si los implicados en su gestión mejoran: la sanidad, la judicatura, los servicios de recogida de basuras, etcétera. Hasta el amor sería más seguro si nos amásemos con más fidelidad y el trabajo sería más alegre si trabajásemos con más alegría. El que no es utópico es porque no quiere, porque la Ilustración está al alcance de todos.

Pero quien diga que el profesorado no ha cambiado en los últimos años o habla con mala fe o es un completo ignorante. La verdad constatable es que nunca se han dedicado más horas en los centros a las reuniones, a las evaluaciones e incluso a las preevaluaciones. La escuela es un hervidero de programaciones (horizontales, verticales y transversales), de proyectos (estratégicos, tutoriales, docentes), reglamentos, etcétera, etcétera. Nunca han hablado más los docentes entre sí sobre la acción docente. Ni nunca han hablado más con los padres, con los alumnos, con los ayuntamientos. Nunca ha habido más psicólogos, más pedagogos, más mediadores, más asistentes sociales en los centros. Nunca se ha dedicado más atención a la diversidad, a la integración, a la mediación. Nunca ha habido tampoco más incentivos para la formación continua del profesorado.

En la escuela se hacen tantas cosas que hasta parece legítimo dudar de que la instrucción continúe siendo su razón de ser. El riesgo no es que falten profesores bien formados, sino que falten, simple y llanamente, profesores.

G. LURI, filósofo y pedagogo

¿El juego es el destino?. ¿Hay que entronizar la ludopedagogía electrónica en la escuela?



Dibujo de LUIS F. SANZ
Dibujo de LUIS F. SANZ

El jueves pasado se publicó en el EL PAÍS un documentado reportaje titulado El videojuego es parte de mi escuela en el que se abogaba por entronizar en las aulas el ocio electrónico con todos los honores y de una vez por todas.


Por unos instantes recordé aquel instituto en el que los alumnos ocupaban sus horas de refuerzo escolar jugando a los marcianitos de la página de “minijuegos”. Me habían destinado allí y me correspondía “acompañar” al profesor responsable de aquella hora “lectiva”, que aún no había llegado. Escandalizado les dije que quitaran esa página y que no les dejaba consultar más que el “edu3.com” o similares. Se quedaron perplejos porque esa hora siempre la dedicaban a jugar con consentimiento de los demás profesores, extremo que según pude comprobar ¡era cierto! Cuando llegó finalmente el profesor titular deduje (mi compañero era buena persona pero hablaba poco) que el rol que se esperaba de mi era equivalente al de un segurata de salón recreativo: mi papel parecía limitarse a evitar que no entrara nadie indeseable y a mitigar los conflictos entre los alumnos mientras jugaban. Aunque mi formación incluía el CAP, infinidad de cursillos e incluso bastantes años en la dirección de centros, debo confesar que me sentí poco competente en aquel cometido. Pero, en fin, un ambicioso plan de autonomía de centro, bendecido por la administración, les había llevado alumbrar esta innovadora estrategia y yo tenía que adaptarme al rol asignado.


Al parecer, la propuesta de EL PAÍS es de momento más clásica, porque sigue anclada en la idea de que aún hay contenidos que enseñar. La novedad estaría en el nuevo lenguaje con el se vehiculan los contenidos de siempre (por ejemplo la historia de Roma o los enigmas de la sexualidad) y en los valores específicos que según la Fundación MacArthur, esta metodología comporta y que se podrían sintetizar en la expresión “colaboración y mezcla”, aunque por su importancia merezcan un análisis más detallado. Véase para ello el siguiente cuadro:


El alumno del siglo XXI

- La Fundación MacArthur encargó un estudio sobre cómo debería ser la educación en el siglo XXI. Son valores que el actual sistema no puede dar sin los medios digitales.

1. Jugar: experimentar con lo que nos circunda.

2. Actuar: adoptar identidades diferentes.

3. Simulación: interpretar y construir modelos dinámicos del mundo real.

4. Apropiación: asumir una idea y reconvertirla en material multimedia.

5. Multitarea: rastrear el entorno y cambiar de objetivo si se necesita.

6. Conocimiento distributivo: interactuar con herramientas para distribuir nuestro saber.

7. Inteligencia colectiva: reunir información y compararla con otros para un objetivo común.

8. Sentido común: evaluar la credibilidad de las diferentes fuentes.

9. Transmediática: seguir las corrientes de historias e informaciones a través de múltiples modalidades.

10. Conexión: buscar, sintetizar y distribuir.

11.Negociación: moverse entre la diversidad de grupos, respetando perspectivas múltiples.


En mi antiguo instituto (no conseguí “adaptarme”), sin embargo, ya hacía tiempo que habían iniciado estas estrategias y consiguieron superar esta etapa. Conscientes de que los juegos con contenidos específicamente educativos no funcionan porque "cuanto más nos centramos en el elemento educativo del juego, más disminuye la motivación del alumnado (lo dice el danés Egenfeldt, según explica el reportaje de EL PAÍS), allí decidieron optar sin complejos por fomentar los juegos a la carta de la página de minijuegos, y no amargar así a los alumnos con cargantes mensajes educativos. Al fin y al cabo y como dice Egenfeldt, “un buen juego siempre es un buen juego educativo", y quién va decidir mejor que es un buen juego sino el propio alumno, máxime si como todos sabemos “el profesorado no se acaba de reciclar, ni adaptar a las nuevas tecnologías". Además quién puede negar que en un aula en la que los alumnos se organizan espontáneamente sin las intereferencias autoritarias, están ejercitando los 11 valores postulados por la Fundación MacArthur.


Sin embargo, el reportaje de EL PAÍS, incapaz de llegar hasta el final de la apuesta pedagógica que defiende, se enreda con consideraciones arcaizantes y sigue citando a quienes hablan de la importancia de no dejar solo al alumno, “porque necesita el feed back constante del profesor” (Egenfeldt) . Mi antiguo instituto era más coherente y supo entrever que el mejor profesor es el que se invisibiliza y evapora, porque su presencia por definición siempre está asociada a la obediencia, a la jerarquía y a la disciplina... y obstaculiza por tanto el cambio.


De hecho, según Henry Jenkins, encargado por la Fundación MacArthur de realizar el retrato-robot del alumno del siglo XXI, afirma que “las mayores oportunidades para este cambio en el aprendizaje no se encuentran actualmente en el sistema educativo, sino fuera de él, en programas extraescolares y en las comunidades de aprendizaje informal.” En las escuelas, quizás lo que deberíamos hacer –esto lo añado yo- es enseñarles cuanto antes a dominar la oferta de ocio electrónico ofertada por el mercado para que puedan desarrollar esas competencias compendiadas por la Fundación MacArthur…

"Las escuelas –afirma Jenkins- deben dedicar más atención a fomentar lo que nosotros llamamos la alfabetización digital: un grupo de habilidades que los jóvenes necesitan en el horizonte multimedia que les rodea".


Hay que dejar atrás ese prejuicio tan profesoral de utilizar los juegos como “medio para” captar la atención del alumno y llevarlos a nuestro terreno. No hay destino al que conducirlos: el juego es el destino. No hemos de pervertir las potencialidades del juego subordinándolas a un propósito espurio como es embutir contenidos y calificarlos. “Para eso, ya sirve el sistema tradicional”, dice Aranda, profesor de la Universitat Oberta de Catalunya.


Si queremos que nuestro alumnado se adapte al mundo en el que vivimos le conviene el nuevo perfil siglo XXI de la Fundación MacArthur, y para ello nada mejor que los videojuegos. “Son insustituibles, imprescindibles” afirma rotundo Aranda, porque nos enseñan “dónde encontrar el material, cómo distribuirlo, discutir en grupo, simular, negociar, resolver problemas sobre la marcha…”. E incluso nos permiten recuperar una cultura de la autoevaluación -menos humillante e invasiva que la evaluación jerárquica-, basada en una constante acción-reacción, en una sucesión permanente de premios-castigos que actúa como estimulo para el autoaprendizaje (de nuevo Egenfeldt).


Por tanto, si hay un analfabetismo que urge combatir es el audiovisual, como afirma la AUC (Asociación de Usuarios de la Comunicación), que reclama ya la asignatura de “cultura audiovisual” en la ESO y el Bachillerato para iniciar esta revolución.


Huelga decir cuán poco entusiasmo me suscitan estos cantos a la ludopedagogía electrónica, que a mi juicio no hacen más que acercarnos al abismo, porque invitan a añadir a la escuela otra nueva práctica que la contradice y difumina y ya hay muchas de este tipo (la capacidad de carga hace tiempo que se superó). Como se sugiere en el mismo reportaje, el final lógico de esta deriva sería promover definitivamente la extinción de la escuela y sustituirla por el aprendizaje informal y autogestionado, o lo que es lo mismo dejar que sea el mercado quien eduque sin cortapisas a nuestros hijos. Sin embargo, hay poderosas razones para defender la institución escolar si seguimos creyendo que todavía hay un legado que preservar y ciertas actitudes y capacidades que los juegos electrónicos no ayudan a desarrollar (ya saben: la herencia valiosa del pasado, la capacidad de aplazar las recompensas, el cultivo de la memoria, la capacidad de abstracción, cálculo, lectoescritura, valores densos, aprendizajes profundos, etc.)


De hecho, sabemos ya que los jóvenes que han crecido haciendo uso habitual de los juegos y dispositivos electrónicos, bautizados como multitask generation (generación multitarea) aunque parecen mejorar capacidad de aprendizaje con las nuevas tecnologías, lo cierto es que éste se revela genralemnte como muy superficial (Mara Dierssen del Centre de Regulació Genòmica (CRG) de Barcelona). Russell Poldrack en la Universidad de California-Los Ángeles (UCLA) mostró como los cambios en los mecanismos de aprendizaje “alteran el funcionamiento normal del cerebro y pueden hacer perder eficacia a largo plazo, aunque en un principio se tenga la sensación de ser más productivos en nuestra capacidad de trabajo”. En la misma línea se pronuncia un estudio del británico Joint Information Systems Committee (JISC), elaborado por un equipo de la University College London, que concluye que mientras que estos jóvenes son capaces de localizar información, pero no de analizarla de forma crítica. Algunos la llaman también generación Google, pero la podríamos denominar igualmente generación play sation,o messenger, o youtube. "Es cierto que los jóvenes han mejorado su capacidad de procesamiento secuencial. Tardan menos en concentrarse cuando cambian de tarea. Pero también se ha reducido su capacidad de adquirir conocimiento", admite Dierssen sobre los cambios que son palpables en esta generación y que apuntan la futura evolución del cerebro en esa dirección. El clamor de muchos docentes es que estos jóvenes ludopedagogizados son más dispersos y menos eficientes. “Están como narcotizados por la tecnología: la play sation, el messenger, youtube..”


(ver http://chicosymasculinidades.blogspot.com/2008/08/generacin-multitarea-ms-dispersos-menos.html)


Quizás convenga recordar lo que nos contaba Zygmunt Bauman en los Debats d’Educació también las semana pasada. Decía Bauman que si hay una brecha que separa a las nuevas generaciones de las anteriores es la que ha introducido la red, porque marca el final de un mundo en el que todavía tenían sentido la tradición, la autoridad, los viejos de la tribu, los vínculos, el compromiso a largo plazo, y en definitiva, un modelo de humanidad que las personas desarrollaban formándose y cultivándose con tesón y esfuerzo.


En cambio, el recién nacido mundo online en el que se han criado ya nuestros retoños ha arrasado esos esquemas y principios y ha dejado “fuera de línea” el mundo anterior. Siempre ha habido malos entendidos intergeneracionales pero esta vez el salto ha sido tan descomunal y las experiencias vividas por jóvenes y adultos tan diferentes, que resulta muy difícil tender puentes. En el nuevo mundo online, en lugar de personas a las que formar y cultivar, lo que hay son clientes a los que seducir; en lugar de un modelo sólido de ser humano lo que hay es una oferta inacabable de nuevas vivencias e identidades con las que experimentar; en lugar de una biografía coherente, lo que se vislumbra es un itinerario cambiante con breves anclajes en infinidad de puertos y una sucesión apresurada y extenuante de nuevos comienzos.


En este nuevo mundo en el que la gratificación precede al esfuerzo, el planteamiento opuesto parece haber quedado obsoleto. En este nuevo mundo, manda la tecla “delete” del ordenador que te permite borrar de forma mágica aquello que te ha dejado de gustar –una tarea, una relación, un compromiso-, convertida así en la gran metáfora de nuestra nueva condición, propensa a volatilizar cualquier vínculo estable, cualquier forma de permanencia. En este nuevo mundo sin vínculos sólidos, ni vida verdaderamente comunitaria, el individuo acumula relaciones pero sabe que ninguna es duradera y se siente sólo con la carga de su existencia, interiorizando la idea de que los conflictos que padece son sólo su problema personal.


Sí, es verdad, este nuevo mundo disgregado es muy difícil de asumir por los educadores, pero la solución no pasa por abandonarnos a su inercia y diluirnos en el magma de la red o en los catálogos de videojuegos, sino, bien al contrario, en defender nuestros cometidos y nuestros territorios específicos y saberlos proteger de intromisiones desnaturalizadoras. Si hay una vida decente que promover, la escuela sigue teniendo sentido.



miércoles, noviembre 19, 2008

Trascender

A propósito de la película de La boda de Rachel, leo: "pocas películas como esta describen la pugna entre el deseo de perdonar y lo inevitable del rencor, entre la voluntad de amar y la imposibilidad de olvidar"..."la herida que jamás podrá cicatrizar"...

Y he recordado la entrevista del domingo pasado en La Vanguardia a Adolfo Nicolás: "La espiritualidad tiene que ver con algo que se sale de mi control mental, físico y cultural. Es abrirse al mundo de la gratuidad. Es saber que la vida es un bien, que la alegría surge de dentro, que hay esperanza contra toda esperanza"

domingo, noviembre 16, 2008

La apuesta por la vida: Marius Serra y "Quiet"

Hace tiempo que tengo la sensación de ser demasiado crítico y reivindicativo en mis posts. Ayer mostraba mi desasosiego por el caso de Hannah Jones y por la tendencia a bendecir la renuncia del prójimo a seguir luchando por su vida, sin cuestionarnos a nosotros mismos. ¿Una expresión más del síndrome de Cotard? (ver antepenúltimo post).

Pero, esta mañana he escuchado la entrevista de Pepa Fernández a Marius Serra en No es un día cualquiera y me he sentido reconfortado y esperanzado. La apuesta por la vida de su hijo no atiende a criterios de calidad de vida -"sufre una grave encefalopatía con crisis epilépticas" y "no aguanta la cabeza, ni fija la mirada, ni puede moverse, ni ríe, ni habla"-, sino a una afirmación decidida del valor de la vida humana más allá de todo cálculo, que acaba generando vida: "Tener un hijo tan vulnerable me hace invulnerable a muchos contratiempos que antes de conocerlo me podían amargar la existencia".

Marius Serra no esconde en su libro Quiet los sentimientos de rabia y desconcierto que con frecuencia le han asaltado, pero más allá de toda lógica calculadora se impone la alegría que nace de la generosidad, del amor, del cariño, de la ternura y de la esperanza. Escucharle conmueve y contagia optimismo (en cuanto pueda insertaré el enlace al archivo de sonido).

Por cierto, he utilizado la palabra "conmoverse", un término que tendrá futuro escuchando a personas como Marius Serra, pero más dificilmente a los derrotistas apostoles del frío pragmatismo vital. Quizás una buena forma de averiguar si seguimos vivos sea preguntarnos qué nos conmueve.






Màrius Serra publica 'Quiet', un libro sobre Lluís, su hijo de 8 años que sufre una encefalopatía grave

Ilusión óptica Un montaje ha permitido a Màrius Serra (arriba, en su estudio) hacer realidad la idea de ver correr a su hijo, "campeón de la movilidad reducida". Solo hay que ojear rápido las páginas del libro. Foto: ALBERT BERTRAN
ANNA ABELLA BARCELONA, EL PERIÓDICO


Lluís Serra Pablo tiene 8 años y es un "alienígena desde las cinco semanas de vida", escribe su padre. En Eurodisney le trataron como un VIP y ha viajado a Hawái, Canadá, Italia y Finlandia con su familia. Todos le llaman Llullu. Es un niño inexpresivo, que no aguanta la cabeza ni fija la mirada ni puede moverse ni ríe ni habla. Y es que, el Lluís té una malaltia, como reza el título de una narración que su hermana Carla, dos años mayor que él, presentó a los Jocs Florals del colegio. Llullu sufre una grave encefalopatía que la medicina no sabe diagnosticar y que le provoca crisis epilépticas. En lenguaje llano, tiene parálisis cerebral.
Su padre es Màrius Serra (Barcelona, 1963), lleva 20 años publicando libros (en el 2006 ganó el premio Ramon Llull con la novela Farsa) y desprende energía, positivismo, buen rollo y buen humor. Las mismas sensaciones que transmite el libro que acaba de publicar, Quieto (Anagrama / Empúries), la "novela de sense ficció", como él la califica, en la que, como escritor, asume el reto "ineludible" de escribir sobre los primeros siete años de la vida de Llullu. Aunque ya en el libro De com s'escriu una novel.la (2004) "la situación tan intensa con mi hijo ya asomaba la cabeza", admite Serra.

Huir del victimismo

Que nadie se engañe, Serra no pretende, y lo consigue, "jugar con la lágrima ni hacer chantaje emocional". Ha huido del victimismo --"ese era el gran peligro", afirma-- y, con dosis de ironía y humor pero también mucho sentimiento contenido, intenta que sea el lector quien reflexione sobre el universo de los niños de la "etnia llullu". "Tener un hijo tan vulnerable me hace invulnerable a muchos contratiempos que antes de conocerlo me podían amargar la existencia", escribe.

Al final del libro, una agradable sorpresa: el mágico resultado del montaje del fotógrafo Jordi Ribó y el diseñador Miquel Llach gracias al cual Llullu, el "campeón de la movilidad reducida", parece correr si el lector ojea las páginas a cierta velocidad. "Para mí era muy emotivo verlo correr y entonces sí pensé que debía formar parte del libro", explica Serra, que recuerda que la idea le vino "al ver en una librería uno de esos libritos con fotogramas que parecen reproducir escenas en movimiento, lo que se llama un foliscopio".

A través de breves episodios reales, unos dolorosos, otros luminosos, retrata las múltiples reacciones que suscitan los llullus. Compasión, rechazo, cariño, ternura, esperanza... Hay anécdotas increíbles, como la vivida con la dueña de un restaurante genovés que rechazaba la presencia de Llullu porque le afeaba el local y molestaba a la clientela. O como recuerda Serra, a raíz del título del libro, Quieto, "una paradoja algo sangrante, pues a veces la gente nos decía 'Qué suerte tenéis, qué tranquilo y qué quietecito es vuestro niño'...". Y hay momentos de rabia, como los que provoca a diario la insolidaridad e incomprensión de los conductores que llevan a sus hijos al colegio y dificultan el paso de la silla de ruedas de Llullu y del bus adaptado que lo recoge para llevarlo a la Fundación Nexe.

La "impresionante" labor de los trabajadores de centros especializados como este, "algunos gente muy joven, con piercings, casi salidos de un concierto de Iron Maiden, que se dedican con una ternura total a unos tíos tan poco glamurosos y babeantes...", cuenta Serra, tienen su espacio en Quieto, así como la búsqueda de soluciones en las medicinas alternativas, los periodos de hospitalización y duros interrogantes sobre cómo será el futuro de Llullu o si es mejor o no que niños en su situación sobrevivan.

"Antes a estos niños no los sacaban de casa, era feo. Ahora por suerte la sociedad se está adaptando; incluso van de colonias, tienen una escuela". Uno de los objetivos del libro era hacer visibles a los que siempre han sido "los niños invisibles". Puede que Llullu haya dado el primer paso para lograrlo.


Quiet, el llibre sobre l’amor entre un pare i un fill

Fuente

A Quiet, Màrius Serra escriu sobre els set anys de vida del seu fill Lluís. El Llullu, com li diuen, va néixer amb una encefalopatia que els metges no han pogut diagnosticar i que li provoca una discapacitat del 85 %. Però, contràriament al que es pugui pensar, Quiet no és un llibre trist, sinó un relat tranquil, molts cops adornat de molt de sentit de l’humor, on l’autor repassa la seva vida i la de la seva família des del naixement del Llullu.

Quiet està format per diversos relats on Màrius Serra parla del que va sentir en diversos moments de la seva vida en comú. Des del naixement del Llullu fins als viatges que ha fet tota la família arreu del món, l’escriptor parla sense embuts dels seus sentiments, de la reacció, no sempre favorable, de la gent que s’ha trobat i, sobretot, de l’amor que sent pel seu fill, un noi amb unes necessitats peculiars que ha aportat a la seva vida moltes coses positives.


Amb un to desenfadat i directe, Màrius Serra ha rescatat escenes del seu passat per compondre una història on el Llullu actua com a mirall dels qui l’envolten. Al contrari del que passa a El retrat de Dorian Grey, el Llullu resta inalterable mentre tots canvien i envelleixen al seu voltant. I és que, en paraules del mateix Serra, “el futur del Lluís és el seu present”.

Sigui com sigui, Quiet és un llibre emotiu i molt personal. Tal com diu l’autor al principi de l’obra, “aquest és un llibre que pot ferir la meva sensibilitat”. Màrius Serra ha volgut exterioritzar i verbalitzar una situació en què tenir un fill discapacitat no ha suposat un impediment, sinó més aviat un estímul, a l’hora de fer una vida normal.

Quiet és un llibre ple d’amor on un dels escriptors més destacats de l’escena literària catalana parla de qüestions universals per a l’ésser humà com poden ser la fe religiosa —reflectida al capítol on parla del seu viatge al Vaticà—, la vulnerabilitat, el pas del temps o l’envelliment.
Per acabar, a Quiet, Màrius Serra ha pogut veure córrer el seu fill gràcies a una mena de foliscopi, muntat amb l’ajut del fotògraf Jordi Ribó i el dissenyador gràfic Miquel Llach. En passar de pressa les pàgines finals del llibre es pot veure el Llullu en moviment. Podria dir-se que Quiet és un llibre en moviment, encara que el seu protagonista resti immòbil. És un viatge, tant interior com geogràfic dels que envolten la vida del Llullu.

sábado, noviembre 15, 2008

Hannah Jones nos interpela



Hannah Jones tiene 13 años y padece leucemia


Leo y leo sobre el caso de la niña de 13 años Hannah Jones y sólo encuentro motivos de desasosiego y de perplejidad. Desasosiego por el extenuante sufrimiento de Hannah y de sus padres que le ha llevado a decidir no seguir luchando por la vida, pero también por el casi unánime respaldo que ha recibido esa determinación por parte de la mayoría de los opinantes. Me asombra que asuman sin más que es una decisión libérrima, cuando es evidente que ha sido adoptada en un estado de desgaste anímico extraordinario. Existe una tendencia creciente a avalar las decisiones fatales sobre la propia vida si parecen adoptadas desde la calma y la reflexión, pero casi nadie se cuestiona si detrás de esas determinaciones lo que quizás hay es alguien que racionaliza su soledad y desamparo ante un dolor que le desborda. Creo que Armand Puig (Facultad de Teología de Barcelona) ha acertado al señalar que “esta decisión es una derrota de todos”. El respeto a estas decisiones –con frecuencia militantemente propagandista- vela la interpelación a una comunidad que no ha sido capaz de mantener el amor por la vida en algunos de sus miembros más angustiados. Expresiones como “calidad de vida”, “encarnizamiento terapéutico”, “autonomía del paciente”, etc. se están convirtiendo en nuevos fetiches que sólo apuntan en una dirección: la vida ya no es sagrada y no siempre merece auxilio y defensa. Como explica Laura Bossi en su Historia natural del alma, la muerte está pasando a ser una “parada de la vida” voluntariamente decidida.


Lo que me provoca especial perplejidad es la noción del “menor maduro”. En una sociedad sobreproteccionista, en la que a los jóvenes se les está tratando como si fueran niños tanto en la familia y como en la escuela, ahora resulta que se apela a una supuesta madurez anticipada para reconocer a los menores el poder de decidir sobre su vida. Núria Terribas, la directora del Institut Borja de ¡Bioética!, dice que no hay que actuar como si fuéramos propietarios de los menores: ¡no hemos de ser tan “paternalistas”!.


Inmaduros ante la vida, maduros para la muerte

Los adolescentes no suelen tener derecho a opinar en cosas menores, pero su madurez puede crecer hasta adoptar decisiones adultas

JAIME PRATS EL PAÍS, 15/11/2008

Los adolescentes no suelen ser oídos en cuestiones menores de su propia vida, pero su madurez puede crecer hasta ser capaces de decidir, por ejemplo, sobre su muerte. ¿Contradicción? Los psicólogos creen que, sometidos a una situación de dureza, son ampliamente capaces de adoptar una decisión adulta. Y la ley les da la razón.

En España hubo un 'caso Hannah': se llamaba Marcos y era testigo de Jehová

El Constitucional reconoció su derecho a rechazar una transfusión

Un menor puede tener juicio para una cuestión y no para otras

A partir de los 12 años existe la obligación legal de escuchar al niño

Las imágenes de Hannah Jones, de 13 años, rodeada de peluches en su habitación y dando explicaciones de los motivos por los que prefiere morir rodeada de los suyos a someterse a un trasplante de corazón de eficacia dudosa, se colaron el miércoles pasado en las casas de medio mundo a través de los informativos. "Hay demasiados riesgos. Podría no salir bien y quedarme peor de lo que estoy ahora", explicaba con asombroso aplomo. "Además, los médicos no pueden asegurar de forma científica que si acepto el trasplante me curaré", añadía mirando a la cámara con su cara pecosa.

La cuestión habría estado fuera de toda discusión si se hubiera tratado de un adulto. El Convenio del Consejo de Europa de Derechos Humanos y Biomedicina de 1997, con rango de ley en todos los países miembros, establece con claridad que cualquier paciente puede rechazar el tratamiento propuesto por los médicos sin necesidad de justificar su decisión. Es una opción que entra dentro de la autonomía de cada persona y que se puede llevar al extremo, siempre que, evidentemente, se esté en plenitud de facultades mentales.

¿Qué sucede cuando se trata de un menor? El rechazo de pacientes a someterse a un trasplante "ha ocurrido y ocurre con cierta frecuencia en España", según el director general de la Organización Nacional de Trasplantes, Rafael Matesanz, pero no hay referencias de ningún adolescente. Tampoco recuerda Marcelo Palacios, presidente del Comité Científico de la Sociedad Española de Bioética, episodios similares en el extranjero. A Hannah, enferma del corazón debido al arsenal terapéutico que se le ha administrado durante los ocho años que lleva combatiendo una leucemia, se le ha respetado su voluntad al considerarse que tiene la madurez suficiente para tomar decisiones que afecten a su enfermedad y su vida. Ésta es la cuestión: determinar hasta qué punto un menor tiene criterio para que su opinión sea considerada.

Sin ser exactamente igual a lo sucedido con la adolescente inglesa, España tuvo su propio caso Hannah. Fue en 1994 y su protagonista se llamaba Marcos Alegre Vallés, un chaval que vivía en la localidad de Ballobar (Huesca). Existen puntos en común entre ambos: los dos tenían 13 años y padecían una leucemia. Sin embargo, también hay importantes diferencias: Marcos era testigo de Jehová, razón por la cual se resistió a ser transfundido, y su caso no sólo llegó a los tribunales, sino que acabó en el Constitucional.

El origen de todo estuvo en la caída en bicicleta del chico mientras paseaba por su pueblo. Como consecuencia del accidente sufrió una hemorragia nasal que alertó a sus padres. Tras someterlo a distintas pruebas se le diagnosticó una leucemia y se le prescribió una transfusión, momento en el que comenzaron los problemas ya que su religión prohíbe esta práctica tajantemente.

Ante la negativa de los padres, los médicos del hospital Arnau de Vilanova de Lleida pidieron amparo judicial para combatir la anemia de Marcos. Sus progenitores acataron la decisión, pero no el chaval. Rechazó la transfusión "con auténtico terror, reaccionando agitada y violentamente en estado de gran excitación", según relataron los médicos, que prefirieron no seguir adelante ante el riesgo de empeorar su estado y provocar una hemorragia cerebral. La salud de Marcos se fue agravando progresivamente hasta caer en estado de coma. Tras una nueva autorización judicial, finalmente fue transfundido, pero la sangre llegó demasiado tarde. Falleció poco después.

Después de un largo recorrido por los tribunales, el Constitucional se pronunció sobre el caso en 2002. Por un lado, anuló una condena del Supremo de dos años contra los padres por no haber convencido a su hijo de que aceptara el tratamiento. Pero lo más relevante fue que los magistrados apreciaron que el chico tenía derecho a oponerse al acto médico.

Marcos, según la sentencia, "expresó con claridad", en ejercicio de su libertad religiosa, una voluntad que consistía en no aceptar transfusiones de sangre. Y le reconoció juicio suficiente para actuar de esta forma. O, en palabras de Yolanda Gómez Sánchez, catedrática de Derecho Constitucional de la UNED y especialista en biomedicina y derechos humanos, el sentido del dictamen era que "toda persona tiene derecho a la autonomía personal y a decidir sobre su propia realidad física". También los menores, si tienen el suficiente criterio.

Esta tesis entronca, por un lado, con la Convención sobre los Derechos del Niño aprobada por las Naciones Unidas en 1989, que en su artículo 12 conmina a los Estados firmantes a garantizar al niño "el derecho a expresar su opinión libremente en los asuntos que le afectan, teniéndose en cuenta sus opiniones en función de la edad y la madurez". Por otro lado, enlaza con el Convenio de 1997 y toda la normativa emanada de esta directiva europea, que cada vez da más peso a la opinión del menor respecto al tratamiento que se le ha de administrar. Pero, además, la sentencia se adelantó a la ley española 41/2002 de Autonomía del Paciente, que consagra estos conceptos y se publicó meses después.

Primero, en su artículo 2.4, que reconoce a todo paciente "el derecho a decidir libremente, después de la decisión adecuada, entre las opciones clínicas disponibles". Y, más adelante, en el apartado del consentimiento informado, otorgando voz a los menores en función de su madurez. Por debajo de los 12 años, la ley no presume capacidad de elección. La decisión es de sus padres o tutores, "aunque habría que preguntar a los niños, no porque sea relevante jurídicamente su postura, sino para que los padres la tengan en cuenta", en opinión de Yolanda Gómez. A partir de los 16 años, la opinión que prevalece es la del menor, aunque sus padres tengan la patria potestad. "Sería muy extraño que un juez le diera la razón a sus padres a estas edades. La madurez es total; los menores tienen incluso responsabilidad penal", apunta esta jurista.

Pero entre los 12 y los 16 años, edades entre las que se encuentra Hannah y en las que estaba Marcos, la cosa se complica. En estas edades, la ley dice que el consentimiento lo dará el representante legal del menor "después de haber escuchado su opinión si tiene 12 años". La decisión es de los padres, pero existe la obligación de escuchar a los hijos y de valorar su capacidad de juicio.

Una vez más, y pese a que la ley acota las edades -algo que no hace la declaración de la ONU- todo pivota sobre la madurez. Pero, ¿cómo se mide esta facultad? Para Sabel Gabaldón, jefe de psiquiatría del hospital infantil Sant Joan de Déu de Barcelona, no hay madurez, sino madureces. "Hay que preguntarse para qué tiene juicio un niño. Quizás pueda decidir sobre un tratamiento médico concreto del que tenga conocimiento y vivencias suficientes, pero no sobre otras facetas de su vida, la sexualidad por ejemplo. O incluso carecer de criterio para decidir sobre otras cuestiones sanitarias", apunta Gabaldón, que también coordina el comité ético de su centro.

A la hora de evaluar la madurez, María Victoria del Barrio, profesora del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Facultad de Psicología de la UNED, se fija sobre todo en tres aspectos. El dominio de las emociones, la actitud a la hora de plantearse y resolver problemas y la capacidad de reconocer sus errores. Esta investigadora sobre emociones infantiles sostiene que, en general, la mayoría de los niños entre 12 y 16 años son inmaduros. "Viven entre algodones, protegidos por sus padres, no aceptan la más mínima contrariedad". A Sabel, que no comparte esta generalización, lo que más le interesa es determinar hasta qué punto el chaval es capaz de asimilar la información que se le transmite, si la puede manejar racionalmente y puede anticiparse a los riesgos o beneficios que se derivan de ella.

Si en este rango de edad, entre 12 y 16 años, la opinión del menor y los padres coincide, no hay ningún problema. Es lo que ha sucedido con la adolescente inglesa y la postura que ha prevalecido, a pesar de las resistencias que encontró en los facultativos. Si no están de acuerdo, "a pesar de que la ley no indica nada, los médicos suelen acudir al juez", comenta Yolanda Gómez, que hasta el 31 de diciembre pasado perteneció al Comité Internacional de Bioética de la Unesco. "Lo normal es que lo hagan ad cautelam, es decir, que para guardarse las espaldas trasladen este tema al comité ético del hospital y que éste o la administración sanitaria autonómica lo eleve a los tribunales", explica.

No todos los juristas comparten totalmente estos planteamientos. El jesuita Carlos Romeo Casabona, director de la cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad del País Vasco y Deusto no pone ninguna objeción a que los testigos de Jehová rechacen transfusiones a partir de los 18 años. Sin embargo, por debajo de esta edad tiene sus dudas. "Si los padres se niegan, el juez debe ordenar a los médicos que transfundan al menor cuando ellos lo consideren necesario".

Romeo Casabona es consciente de que este planteamiento choca de lleno con la sentencia del Tribunal Constitucional, que no comparte: "A los 13 años no se puede reconocer la suficiente madurez para tomar una decisión vital", sostiene.

Hannah se ha negado a recibir un tratamiento que, en el mejor de los casos, puede prolongar su vida, pero que no va a curar su leucemia. Cuestión muy distinta es si hubiera solicitado acabar con su vida. En España, la eutanasia está prohibida, aunque el ministro de Sanidad, Bernat Soria, ha anunciado su intención de revisarla esta misma legislatura.

Holanda (2000) y Bélgica (2002) son los únicos países europeos que han autorizado la eutanasia. El suicidio asistido está permitido en Suiza, gracias a un vacío legal. Dentro del concepto cada vez más extendido de considerar a los menores como sujetos de derechos en la medida de su capacidad y a pesar de estar diseñada para la población adulta, la ley holandesa de la eutanasia incluye a la población que aún no ha cumplido los 18 años. Entre los 12 y los 16 años, los niños enfermos que lo soliciten están a expensas de lo que decidan sus padres. Entre los 16 y los 17, lo relevante es la decisión del paciente y la opinión de los progenitores se tiene en cuenta.

En Bélgica, después de que hace cuatro años se desechara esta opción, los liberales flamencos han vuelto a la carga. En junio plantearon de nuevo bajar de los 18 a los 16 años el límite legal exigido para acogerse a esta práctica de forma autónoma. Por debajo de este listón, la última palabra la tendrían los padres.

El pacto final

La Ley de Autonomía del Paciente también ampara las decisiones de los menores que padecen una enfermedad mortal y se asoman al tramo final de sus vidas. "No hay ninguna diferencia si se trata de un niño terminal consciente de que le quedan cinco semanas de vida, con un tumor que le puede provocar problemas de respiración y desea estar sedado antes de sufrir ahogos", comenta Yolanda Gómez, vocal del Comité de Bioética de España.

Lo que sucede en estos casos es que la información suele llegar a estos chavales con cuentagotas, ya que muchos de los padres, con la mejor intención, hacen de cortafuegos, como apunta Joaquín Gascón, enfermero de la unidad de cuidados paliativos pediátricos del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona.

Gascón recuerda el caso de una adolescente de 17 años con osteosarcoma (cáncer de huesos) a quien sus padres no ocultaron la gravedad de su estado. Ella misma se dirigió al equipo médico para pactar las condiciones de la sedación "en el momento y el grado" que ella quiso. Así sucedió y, poco antes de perder la conciencia, llamó a médicos y enfermeros para agradecérselo.

"Ésta sería la situación ideal; hay una despedida consciente de toda la familia, se evita la conspiración del silencio, los fantasmas, e incluso los pacientes se deprimen menos", relata este enfermero con 15 años de experiencia en los cuidados paliativos. "Es lo mejor, pero es muy difícil", concluye.